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lunes 14, octubre 2024

La cara y la cruz del ayuno

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La sorprendente causa de sus poderes regenerativos y sus posibles consecuencias.

El ayuno o, más bien, el ayuno intermitente como método para perder peso lleva muchos años siendo promocionado en diversos círculos, pero su gran repunte de popularidad llegó en el año 2012 gracias al documental de televisión “Eat Fast, Live Longer” (“Come rápido, vive más”) y el libro “The Fast Diet” (“La dieta rápida”) del periodista de la BBC Michael Mosley. A éstos les siguió el libro de la periodista Kate Harrison “The 5:2 Diet” (“La dieta 5:2”, que se basa en comer normal 5 días a la semana y sólo comer una vez al día y sólo unas 500-600 calorías los otros dos días), que se basa en su propia experiencia, y el bestseller de 2016 “The Obesity Code” (“El código de la obesidad”) del nefrólogo Jason Fung. La publicidad en estos años del ayuno intermitente generó una corriente de opinión positiva a medida que proliferaban los testimonios sobre su eficacia.

Como decimos, el ayuno se promocionó como una manera de perder peso de forma eficaz, y lo cierto es que tiene su lógica si analizamos un poco cómo consiguen nuestras células energía. Los alimentos que comemos se descomponen gracias a la acción de ciertas enzimas en nuestro intestino y, finalmente, terminan como moléculas (nutrientes) en nuestro torrente sanguíneo.

Los carbohidratos, en particular los azúcares y los granos refinados (harinas blancas y arroz como ejemplos más representativos), se descomponen rápidamente en glucosa que nuestras células utilizan para obtener energía. Pero para poder utilizar esta glucosa, hay otro actor que debe entrar en juego que es una de las hormonas más famosas: la insulina. Al ingerir alimentos e iniciarse la digestión, el páncreas genera insulina. Una vez se ha absorbido la glucosa de estos alimentos, esta empieza a circular por el torrente sanguíneo y empieza a repartirse por todas las células de organismo. Sin embargo, para que esta glucosa pueda penetrar en las células y ser usada como fuente de energía, necesita estar acompañada de la insulina. Por lo tanto, sin insulina no se podría hacer uso de la glucosa y esta empezaría a acumularse en la sangre causando lo que se conoce como hiperglicemia (la famosa hiperglicemia que afecta a los diabéticos y que tantos trastornos puede causar). Ahora bien, una vez las células han tomado toda la glucosa que necesitaban, el excedente se va a depositar, mediante la acción de la insulina, en forma de glucógeno en el hígado y en los músculos, y en forma de grasa en las células grasas. Y este proceso (el del depósito de glucosa en hígado, músculos y células grasas) continúa mientras haya determinados niveles de insulina en sangre. Sin embargo, cuando dejamos de comer y pasa un tiempo, si no hay más ingesta de alimentos, nuestros niveles de insulina bajarán. En ese momento, se produce el proceso inverso. Al no haber insulina y seguir necesitando energía las células, se empieza a liberar el glucógeno del hígado y músculos y la glucosa almacenada en la grasa. Y es en este momento cuando empezamos a “quemar grasa”. Es decir, que perdemos peso quemando grasa cuando dejamos que nuestros niveles de insulina bajen. Al ayunar durante largos periodos de tiempo, los niveles de insulina se reducen muchísimo y el cuerpo comienza a quemar la grasa acumulada.

Pero para muchos los beneficios del ayuno no solo se restringen a la pérdida de peso. Aseguran que también ayuda a mejorar la memoria y la capacidad cerebral en general, mejora la salud cardiovascular, baja el colesterol (asociado a la pérdida de peso), reduce la inflamación de los tejidos, reduce las enfermedades relacionadas con la edad y, en general, alarga la vida. Una larga lista de supuestos beneficios que hacen del ayuno una práctica de lo más recomendable.

Pues bien, un nuevo estudio publicado recientemente en la prestigiosa revista Nature parece haber encontrado el porqué de los beneficios del ayuno. Como ya comentamos, el tema del ayuno no es nuevo. De hecho, los investigadores han estado investigando los posibles beneficios para la salud del ayuno durante décadas, y existe evidencia de que la práctica puede ayudar a retrasar ciertas enfermedades y alargar la vida en roedores. Sin embargo, los mecanismos biológicos subyacentes detrás de estos beneficios han sido un misterio.

Ya en 2018, Ömer Yilmaz, biólogo especializado en células madre del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge (USA), y sus colegas descubrieron que es probable que las células madre estén implicadas. Durante el ayuno, estas células comienzan a quemar grasas en lugar de carbohidratos como fuente de energía, lo que aumenta su capacidad para reparar el daño a los intestinos en ratones.

Yilmaz y sus colegas buscaron comprender cómo y cuándo el ayuno da lugar a un aumento en la actividad y el número de células madre. En su último trabajo, los investigadores estudiaron tres grupos de ratones: animales que ayunaron durante 24 horas, aquellos a los que se les permitió “realimentarse” (volver a comer durante 24 horas después de un ayuno de 24 horas) y aquellos que podían comer cuando quisieran durante el estudio.

ayuno

Los resultados fueron sorprendentes. Las células madre intestinales se multiplicaron al ritmo más rápido en los ratones que recibieron alimentos después de un ayuno. Estas células madre ayudan a reparar y regenerar el revestimiento intestinal, en parte mediante la producción de grandes cantidades de moléculas llamadas poliaminas, que son importantes para que las células crezcan y se dividan. Este estudio revela, por lo tanto, que romper el ayuno conlleva más beneficios para la salud que el ayuno en sí mismo, ya que las células madre encargadas de reparar los daños en sus intestinos se activaron solo cuando los ratones volvieron a comer.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Y es que el estudio también reveló que esta activación de células madre tuvo un precio: los ratones que sufrían un cambio genético causante de cáncer tenían más probabilidades de desarrollar pólipos precancerosos en sus intestinos durante el período posterior al ayuno que si no habían ayunado en absoluto. Cuando los investigadores activaron un gen causante de cáncer en ratones durante el período de realimentación, los animales tenían más probabilidades de desarrollar tumores que los que no ayunaron. Esto ocurre porque las células madre intestinales, debido a su capacidad de dividirse constantemente, también pueden ser una fuente de células precancerosas (recordemos que el cáncer es una multiplicación sin control de algunas células de nuestro organismo).

Pese a estos resultados no tan optimistas y que los investigadores siempre deben estar alerta ante cualquier cosa que pueda causar cáncer, investigadores como Valter Longo, biogerontólogo de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, afirma que los ratones con los genes modificados estaban “casi condenados a contraer cáncer”, y que el ligero aumento del riesgo encontrado en este estudio podría no ser escalable con una muestra más amplia. El mismo señala que en un estudio que publicó en 2015 se descubrió una reducción del 45% en el crecimiento anormal de células y tejidos en ratones que ayunaban en comparación con animales que no lo hacían. E insiste en señalar que los resultados de este estudio podrían ayudar a identificar formas de realizar una regeneración celular coordinada para reparar tejidos dañados en paciente con colon inflamado o enfermedad de Crohn.

Nada Kalaany, especialista en metabolismo del cáncer de la Facultad de Medicina de Harvard en Boston, Massachusetts (USA), tiene una opinión parecida y sugiere que lo que contribuyó a que los animales acabaran desarrollando tumores fue la activación de predisposición genética adicional al cáncer, más que el acto de comer en sí.

Sin embargo, hay otros investigadores que dan la voz de alarma y aseguran que “la regeneración no es gratuita”, como Emmanuelle Passegué, bióloga especialista en células madre del Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York, que no participó en el estudio. Pone el énfasis en que “hay un lado oscuro que es importante considerar”.

Lo cierto es que, al margen de estos resultados, ya existen otros estudios que van en la línea de mantener la cautela con el ayuno. Un estudio presentado en marzo de este año por científicos de universidades chinas (Shanghai Jiao Tong y Wuhan) y estadounidenses (Northwestern, Harvard y Massachusetts Lowell) en las sesiones científicas sobre estilo de vida y salud cardiometabólica del Consejo de Epidemiologia y Prevención de la Asociación Estadounidense del Corazón asegura que restringir la alimentación a un periodo de 8 h al día (es decir, hacer un ayuno de 16 h al día) se asocia con una mortalidad por accidente cardiovascular un 91% mayor que en la población general y en aquellos pacientes que ya tenían una enfermedad cardiovascular e incluso en aquellos con cáncer. Por otro lado, también concluyeron que la ingesta de alimentos en periodos regulares durante más de 16 horas al día (lo que vendría a ser comer “normal”) se asoció con un menor riesgo de mortalidad por causa directa del cáncer en personas con esta enfermedad. Los autores de este trabajo llegaron a la conclusión de que, pese a que estos resultados han de ser verificados realizando estudios similares, los resultados no avalan el ayuno en cuanto a la prevención de la muerte por accidente cardiovascular, ni tampoco para aumentar la longevidad.

Otra de las cuestiones importantes con respecto a los resultados científicos que avalan los beneficios del ayuno es que la mayoría están obtenidos en estudios con roedores y, como el propio Yilmaz (el autor del estudio publicado en Nature) asegura, no está claro si los hallazgos de este estudio se aplican a los humanos y, de ser así, cómo y en qué medida. Este mismo equipo ya tiene un plan para realizar un ensayo clínico y dar respuesta a esta cuestión. Lo que está claro es que los hallazgos del estudio ponen de manifiesto que el período en el que comienza de nuevo la alimentación crea un “estado vulnerable” que justifica tener una precaución adicional al seguir esta manera de alimentarse.

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