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martes 10, diciembre 2024

¿Cómo tienes la castaña?

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Entre los muchos frutos que caracterizan Asturias, y al otoño en la misma, se encuentran las castañas. Fruto del castaño, un árbol con más arraigo en estas tierras de lo que inicialmente se creía, resulta indispensable en nuestro folclore, cultura y por supuesto, gastronomía, pues fue alimento importantísimo para los habitantes de este territorio.

Pese a que en un principio se pensara que los castaños fue una especie introducida por los romanos durante su dominación, una investigación de la Universidad de Oviedo, publicada en febrero de hace unos años, ha demostrado que este árbol ya tenía presencia en nuestra geografía desde hace más de 20.000 años, en pleno periodo glaciar. La cornisa cantábrica supuso un refugio para diferentes especies vegetales donde pudieron soportar la dura climatología hasta el final del reinado del frío. Una vez pasado este, durante el Holoceno (iniciado hace unos 6.000 años) el clima fue calentándose, creando un ambiente propicio para el desarrollo del castaño. Es de suponer que las castañas, junto con otros muchos frutos, formara parte de la dieta de los pobladores de aquel entonces.

Los modelos matemáticos utilizados en la investigación, con los que realizaron una predicción del clima pasado, los registros de polen y los análisis genéticos dan carpetazo a las especulaciones y debates sobre la presencia de Castanea sativa con anterioridad al período romano. Los romanos no trajeron el castaño, ya estaba aquí antes de su llegada.

Volviendo al presente, el abandono de montes y muchas propiedades sin dueño que las trabaje (por vejez, incapacidad o inapetencia) son causa del dominio de escayos y otras plantas que impiden el acceso a los frutos por los humanos. Sin embargo, alimentan a otros animales de creciente abundancia como el jabalí.
Además de la, cada vez más, escasa presencia del ser humano manteniendo castañedos, varios son los problemas que le afectan: enfermedades como el chancro o la avispilla del castaño, esta última identificada con facilidad gracias a las “bolas” que se forman en las hojas y que protegen a la larva de este insecto.

Las quejas de los productores durante estos tiempos sobre la mínima cantidad de castaña no hacen más que constatar una realidad evidente: no cuidamos, ni protegemos, ni mantenemos nuestro entorno rural productivo todo lo que deberíamos.
A las castañas hay que darles la importancia que tienen y han tenido durante la historia del ser humano por estos lares, y es que durante la Edad Media fue un producto básico en la alimentación popular, pero no solo en Asturias, también, como es lógico, en todas las zonas donde se desarrollaba esta especie vegetal, hasta el punto de llamarla “la civilización del castaño” (Ciordia, Pereira et al., 2016) debido a la marcada relevancia en la dieta y la subsistencia. No fue hasta la llegada de la patata y el maíz a nuestros campos, unido al uso de nuevas técnicas de cultivo, que su importancia fue relegada a un segundo plano, pero sin llegar a desaparecer su consumo.

Así mismo, Jovellanos, como cabría esperar de un personaje cuyas referencias al alimento son reiteradas, dejó entradas en sus diarios sobre las castañas en la dieta de trabajadores y labradores durante el s. XVIII: “… reducidos al débil sustento de leche, castañas, habas, algo de mantecas de vacas, frutos y otras legumbres…”.
Y es que solo hay que preguntar a nuestros mayores sobre ellas para escuchar aquello de “les castañes quitaron mucha fame”. Un ejemplo gastronómico que se mantiene hoy (¡Demos gracias a los Dioses!) es el pote de castañas, un cocido con su característica carga calórica elaborado con castañes mayuques (secas). A título personal, recomiendo encarecidamente la visita y degustación del pote de castañas en Casa Jamallo (Quirós).

Recuerda mi padre a su madre extendiendo las castañas en baldas de madera cercanas al llar con la finalidad de secarlas para más adelante elaborar este plato. En épocas de escasez como las vividas por nuestros mayores, se convirtió en el remedio para calmar el rugir de tripa. Por esto, muchos de aquellos que saciaron la necesidad con castañas no quieren ni verlas hoy. Comieron demasiadas para una vida.

Si el pote ya abre el apetito solo con oírlo nombrar, ni que decir de otras elaboraciones más sencillas como las asadas sobre fuego, en tambor de lavadora, pareja inseparable de la sidra dulce cuyo binomio denominamos amagüestu. O sencillamente cocidas en agua con sal para luego comerlas con un buen vaso de leche. Dulce de castañas o el famoso marrón glacé más común de Italia o Francia. O incluso harina, lo cual no es novedoso pero que, como tantas otras cosas, cayó en desuso; por suerte vuelve gracias a diferentes marcas y molinos que la comercializan para elaborar panes, galletas u otras masas.
Como quiera que se utilicen, las castañas son un producto excepcional que hay que recuperar y para ello resultan vitales los diferentes festivales o certámenes que siguen llevándose a cabo dedicados a este maravilloso producto. Ejemplo de ello los que se celebran a primeros de noviembre en Las Regueras con el Festival de la Castaña Valduna o el Certamen de la Castaña de Arriondas. Para ir y comprar por kilos, sin mesura.

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