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jueves 9, enero 2025

Ubres y barro (I): la leche que mamamos

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La relación entre el ser humano y los bóvidos sostenida en cualquier parte del mundo y casi en cualquier momento de la historia, deja evidenciado el múltiple interés que mantiene, aún hoy, el primero con los segundos, en especial en cuanto a la obtención de energía (alimento) se refiere.

De aquellas primeras cacerías en territorio europeo, abatiendo parientes lejanos de nuestro Bos taurus, quedaron marcas como las del yacimiento de la playa de Formby (Gran Bretaña hace entre 9000 y 6000 años) con abundantes huellas de pisadas fósiles, humanas y de otros animales, entre ellos manadas de uros. Piensan los expertos de estas huellas, junto con otras evidencias, son elementos suficientes para afirmar que la caza de estos animales se pudo haber llevado a cabo en aquellas plataformas y llanuras costeras (Roberts, 2019).

El consumo de leche de mamíferos, no pertenecientes a nuestra especie, pudo haber ocurrido de manera casual, también esporádica, tras el abatimiento en caza de una hembra en lactancia. Una vez sacrificada, se pudo consumir su leche previo despiece, como así lo atestiguan estudios de pueblos arcaicos aún subsistentes bajo un modelo de caza y forrajeo.

Los muchos registros, por escrito o de transmisión oral, nos permiten conocer el posible origen del consumo de leche inter-especie ubicándolo, como poco, en el Mesolítico (12.000 – 8000 a.n.e.). Por otro lado, si prestamos atención a los cálculos dentales (sarro) procedentes de restos humanos adultos en Europa y Rusia, con una antigüedad de 3.000 años (plena Edad del Bronce), aparece la β-lactoglobulina, proteína del suero de leche, quedando demostrado un consumo muy habitual de este alimento.

Un poquito más atrás, atendiendo a yacimientos arqueológicos de hace unos 9.000 años procedentes de la actual Turquía y el levante Mediterráneo, la Universidad de Bristol analizó más de dos mil trozos de vasijas que contienen restos de origen lácteo, así como la abundancia en huesos de bóvidos que nos hablan de domesticación con función clara: carne, piel y leche.

Recordemos lo siguiente: desde un punto de vista económico, domesticar animales consigue disponer de una despensa móvil, que se multiplica a sí misma, y cuya dedicación es prácticamente mínima (comparada con otras actividades diarias de mayor esfuerzo) resultando un valor muy interesante e infinito (en condiciones propicias). Así también caballos, cabras, ovejas y otros tantos.

Durante las labores de ordeñe se usaron recipientes de materiales cuya durabilidad no fue la suficiente como para llegar a nosotros: pieles y vejigas o incluso vegetales, bien sea trenzados o aquellos cuyas características morfológicas permiten el uso de sus partes como contenedor. Por contra, el barro cocido posee la particularidad de una vida útil más longeva y, para nuestra suerte, supone todo un compendio de conocimiento catapultado a lo largo de los milenios hasta llegar aquí en mejor o peor estado. Como ya indiqué antes, fue gracias a estos restos que se demuestra el consumo ordinario de leche hace milenios. Insisto, milenios.

Hago un aparte para quienes tengan a bien contradecir alegando que el consumo de leche de otros mamíferos no es buen alimento para el ser humano una vez alcanza la edad adulta. Os doy la razón. La mierda de leche que tomamos hoy es veneno para nosotras/os, con independencia de la etapa de la vida. Habría que buscar una productora/or de confianza y que siga las pautas de una explotación ecológica para asegurarnos, lo más posible, la idoneidad de este producto. No entro a valorar alergias o intolerancias. En todo caso, sería necesaria una revisión sobre su origen y el porqué de tantas hoy. No sé, lo mismo, quizá, puede ser que la mierda no nos siente bien. Por lo que sea…

Avanzaré más en próximos artículos. Hasta entonces, ¡Feliz año!

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