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domingo 24, noviembre 2024

Dos estaciones de folixa y palos

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Tiene Asturias símbolos fáciles de reconocer: la bandera, La Santina, la sidra, los hórreos, los verdes… y la folixa tributa como una más de la Grandeza de este pequeño país.

Son las festividades parte importante dentro del calendario anual regulador de los quehaceres y deberes de una sociedad, pues no se entiende el esfuerzo del trabajo sin el exceso y desorden de la fiesta. Y no solo se debe entender como un momento de disfrute y desinhibición, sino como base de la cohesión social pues es en ella donde los rituales (de cada festividad concreta) no hacen más que expresar y afianzar los valores del grupo.

Dicen los que saben del tema […] que aquí solo existen dos estaciones festivas: verano/otoño e invierno.

La tierrina posee una climatología regida por los Picos de Europa y el Mar Cantábrico, por lo que en nuestro calendario de festividades no es comparable con el de otros lugares de la Península Ibérica. Es por esto que, así como más allá del Negrón se celebra con abundancia el mes primaveral de mayo, aquí pasa por completo desapercibido e incluso se toma como algo, en cierta medida, negativo (hasta el cuarenta de mayo…).

Dicen los que saben del tema, como Javier Rodríguez Muñoz (2004) que aquí solo existen dos estaciones festivas: verano/otoño e invierno.

Esta biestacionalidad define a las claras las labores pertinentes: cuando sembrar y recoger el grano, subir o bajar el ganado de los puertos y un amplio etc. a la par que, con sus pertinentes días de fiesta, en las de verano se refuerza la unión e identidad del grupo mientras que las invernales sirven como válvula de escape a las tensiones de la estación fría.

Eran (y son) éstos momentos de esparcimiento pero implica más que el simple hecho de no ser día de labor, pues entran en juego diferentes factores que caracterizan estos eventos como son la expresión socio-cultural a través de costumbres, tradiciones, ceremonias y ritos de paso donde las relaciones interpersonales toman especial relevancia reforzando las bases que cohesionan el grupo: solidaridad, generosidad, empatía… todo bajo un condicionante religioso y/o mágico cuyo origen entremezcla calendarios lunares, solares, celtas, romanos y cristianos en un maremagnum de particularidades inherentes a cada grupo, pues existen diferencias notables entre, por ejemplo, las sociedades pesqueras y las ganaderas, sin olvidar las lindes con otras comunidades donde la ínter-influencia cultural hace de las suyas.

Si bien es cierto que los festejos de la tradición asturiana han perdido parte de su esencia debido a la evolución socio-cultural, lo cierto es que aún sostiene cierto regusto, bien por el cuidado de lo propio, bien por la recuperación de aquellos perdidos en el transcurrir de la historia o por la oralidad de los vieyos, cuya capacidad de transmisión incluye no solo información sino sentimientos.

‘Les fiestes’ era donde surgía el amor, la sidra corría y los palos volaban, no solo en las pirotecnias si las había, también entre hombres.

Con independencia de lo anterior y echando la vista atrás, es fácil comprender que el contexto de la sociedad asturiana durante los últimos dos o tres siglos no se caracterizó por la abundancia actual, en un sentido holístico. Bastante era que las necesidades básicas se veían cubiertas con escasez, el trabajo duro y el esfuerzo constante, lo que llevaba a disfrutar “escasos” momentos de esparcimiento social pues se limitaban a las peregrinaciones hacia el santo de cada lugar en romerías y al resto de festivos del calendario cristiano.

Pero vamos a lo jugoso. Les fiestes era donde surgía el amor, la sidra corría y los palos volaban, no solo en las pirotecnias si las había, también entre hombres.

Si nos fijamos en la vestimenta tradicional de algunas zonas, vemos que incluye un palo como parte del acicalamiento masculino. Más allá del uso para arrear el ganado, se intuye como un elemento diferenciador de reputación y prestigio, algo que hoy nos puede pueda parecer puramente estético pero cuyo origen es también defensivo, pues su función no fue acompañar el paso con dignidad, más bien proteger lo «propio”. De acebo o avellano, los más valorados eran aquellos que de forma natural mostraban torneados bajo la presión de enredaderas virando el desarrollo normal del tronco liso y recto hacia espirales y otras formas. A veces se tallaban o incluso forzaban durante el desarrollo del árbol o arbusto buscando una estética acorde a los gustos imperantes.

Contaba mi abuela, entre risas, que en las fiestas siempre había tortas entre los hombres del pueblo y los ‘foriatos’, ya que estos “veníen a robanos les moces”

Aciertas al pensar cómo podrían terminar las fiestas cuando los hombres se enrollaban la chaqueta en un brazo mientras que con el otro procuraban cimbrar el avellano sobre lomo ajeno. Así fue que varios ayuntamientos terminaran por dictaminar las características que debían tener estos palos, desde el tipo de madera hasta las medidas máximas en un intento por evitar mayores males. Digo intento ya que poco caso se le hacía al dictamen (Santoveña Zapatero, 2005). En la actualidad vemos que se mantiene este elemento en el traje de porruanu en el Concejo de Llanes.

Contaba mi abuela, entre risas, que en las fiestas siempre había tortas entre los hombres del pueblo y los foriatos, ya que estos “veníen a robanos les moces”. Unas veces ganaban y otras perdían.

Tampoco gustaban los “extranjeros”, aquellos que vinieron a trabajar a las minas, a Ensidesa o en cualquier otro sector a los que se apodó como “coreanos” (desconozco el por qué). Alguna anécdota familiar tengo al respecto que acabó a pedradas.

Gaita y tambor recorrían el pueblo de casa en casa, ataviados con el traje tradicional, tocando unos minutos con volador incluido. Estas parejas me daban una pena terrible por el calor que soportaban con tanta capa de lino, cargando los instrumentos de un lado a otro a pleno sol.

Si el cura del pueblo era un poco restallu, la misa celebrada suponía todo un espectáculo acorde a la propia festividad. En mi recuerdo, pocas veces se dio esta situación, suponiendo el mismo tostón de los domingos con la diferencia del engalanado propio del festejo.

En estos momentos de esparcimiento, se hacía lo que hiciera falta por formar familia, juntar tierras o pegar unos bailes frente a la orquesta o detrás de un ‘matu’.

En estos momentos de esparcimiento, se hacía lo que hiciera falta por formar familia, juntar tierras o pegar unos bailes frente a la orquesta o detrás de un matu. Un sin fin de matrimonios surgían entonces, pues a nada que escuchemos a nuestros abuelos seguro nos dicen “conocímonos por San Xuan”, “en la gira de San Lorenzo”, o en el santo o virgen del lugar donde se criaron. Sobre manera en fiestas estivales, pues las del resto del calendario poseen un trasfondo religioso-esotérico quizá más solemne. Además, el buen tiempo es lo que tiene: alegra corazones.

Algo que se repite aún hoy, es el hábito innato de los críos por recoger todas las varillas de los voladores y el empeño por llevárselas a casa. No era raro verlos llegar cargados de juncos, hasta el punto de hacerlos tropezar, a la manta de sus padres tirando botellas al son de las risas propias y ajenas.

Labor indispensable la de las comisiones de festejos, quienes dedican su tiempo libre a lo largo del año, más en las propias fiestas, que de manera voluntaria gestionan y trabajan por el disfrute ajeno, manteniendo una tradición tan propia y significativa del alma popular asturiano.

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