Recientemente el Ministro de Economía y Hacienda hizo públicas sus previsiones macroeconómicas hasta el 2011, en el marco de la revisión anual del Programa de Estabilización 2008-2011, que se presenta por cada Estado miembro ante la Unión Europea. Aunque se trata de previsiones, y como tales pueden ser imprecisas, esta vez difícilmente se podrá acusar al Gobierno de España de edulcorar las cifras o eludir el reconocimiento de las dificultades, ya que los datos ofrecidos por Pedro Solbes son ciertamente contundentes, y perfilan un panorama repleto de malas noticias en este ámbito para este año: el PIB retrocederá un 1,6%, la demanda interna se contraerá un 3,2%,la inversión se reducirá un 9%, se destruirá un 3,6% del empleo (unos 600.000 puestos de trabajo) y la tasa de paro alcanzará el 15,9% de la población activa. La crisis económica, por lo tanto, arreciará, a la par que sucede a escala internacional, puesto que no parece que ninguna de las principales economías vaya a quedar indemne ante la recesión -en la mayor parte de los casos-, o cuando menos la ralentización, en algunos países de fuertes crecimientos recientes que vendrán a menos.
Dentro de la respuesta a dar a esta situación, se vuelven ahora las miradas a la actuación de los poderes públicos. Ni mucho menos debe fiarse exclusivamente a la iniciativa de las Administraciones la salida a la crisis, pero efectivamente es un buen momento para desmontar desde la base los prejuicios alentados durante estos años frente a la necesaria intervención pública en la economía. La receta común, básicamente neokeynesiana, vuelve a apostar por incentivar la demanda desde lo público para invertir el ciclo recesivo, y a esta tarea se han encomendado todos los gobiernos con cierto margen de actuación -también los autonómicos y entre ellos el asturiano-, cada uno en su ámbito, incluso recurriendo (se supone que transitoriamente) al déficit y a la deuda pública. A esta estrategia debe sumarse un profundo replanteamiento, aún pendiente, de las reglas de juego de la economía global, para que, precisamente, vuelvan los Estados y las organizaciones internacionales a modular, encauzar y controlar las fuerzas del mercado, en particular en lo que se refiere al ámbito financiero, desencadenante principal -aunque no único- de la actual crisis. Se avecinan, por lo tanto, tiempos especialmente arduos que en Asturias pueden avivar la percepción de crisis permanente que hasta hace escaso tiempo -finales de los 90- era una constante en la visión de muchos asturianos. En Asturias, obviamente, no nos será posible escapar a esta preocupante tendencia recesiva, aunque cabe destacar, como paliativo, que hasta septiembre de 2008 todavía se creaba empleo, contrariamente a lo sucedido en otras Comunidades Autónomas supuestamente más aventajadas en actividad económica; que el profundo cambio de nuestro tejido económico en los últimos años nos permite afrontar en mejores condiciones las notables dificultades; y que, además, aquí no se ha producido la enorme desvalorización de lo público de la que ahora se arrepienten en otros lares. Ahora bien, nadie esconde que en este temporal incluso los sectores más sólidos de la economía regional pueden quedar en aprietos. Se avecinan, por lo tanto, tiempos especialmente arduos que en Asturias pueden avivar la percepción de crisis permanente que hasta hace escaso tiempo -finales de los 90- era una constante en la visión de muchos asturianos y, un lugar común en muchos de los interlocutores políticos, sociales, ciudadanos, universitarios, etc. Procede, por lo tanto, formular en este punto una advertencia, o incluso una invocación colectiva: después del ingente esfuerzo desplegado en la superación de las reconversiones económicas de las décadas pasadas, de haber conseguido la plena normalización de la economía asturiana, y de los progresos alcanzados en las condiciones de vida de los asturianos, no es conveniente ante la actual marejada retomar a las primeras de cambio la desolación periódica y la lastimosa sensación de postergación, porque en nada ayudará a superar las dificultades instalarnos nuevamente en la cultura de la crisis como eje exclusivo de la vida pública y social asturiana. Esto no significa no reconocer los problemas y tampoco suavizarlos imprudentemente; simplemente significa no regodearse en el discurso de la Asturias doliente incapaz de superar las dificultades reaparecidas; significa, en consecuencia, asumir con singular determinación y responsabilidad, desde todos los ámbitos -también el más cercano a cada uno-, el reto de afrontar este delicado contexto global que a todos legítimamente preocupa. §