Los procesos internos de los partidos políticos son el cauce para que las formaciones a través de las que se manifiesta la voluntad popular traten de adaptarse a las circunstancias cambiantes de cada tiempo, actualicen su discurso y sienten las bases organizativas para su acción en el periodo siguiente. Evidentemente, entre congresos y asambleas de cada partido, la sucesión de acontecimientos y la capacidad -dispar según cada fuerza- de estar al tanto de las corrientes sociales más vivas, también dan la oportunidad de renovar ideas y métodos. Pero es en el rito congresual donde, en principio, cristaliza y se sintetizan principios y programas y se detallan los procedimientos organizativos.
La izquierda, de manera singular, hizo históricamente de los congresos y sus protocolos la representación plástica de sus decisiones fundacionales, escisiones, conmociones y metamorfosis. De las divisiones históricas y las ocasionales convergencias, a la superación de doctrinas herméticas y las invocaciones a la modernización, están llenas las páginas de los cónclaves, con sus correspondientes momentos entre lo teatral y lo simbólico. Efectivamente, partir de un impulso surgido en el siglo XIX al calor de las convulsiones sociales de la Primera Revolución Industrial, y llegar hasta hoy con la exigencia de responder eficazmente a cada etapa y cada momento, ha requerido profundos cambios, aunque se pretendiesen mantener anhelos de justicia social e igualdad similares en su esencial moral a los iniciales. Dichos procesos se han conducido con dificultades notables pero, visto en perspectiva, con cierto éxito, que ha permitido la continuidad y fortaleza de partidos y sindicatos más que centenarios, aunque los tiempos recientes no hayan sido los más propicios. Tres revoluciones industriales y dos guerras mundiales más tarde, en un contexto democrático y de integración europea, fracasada la experiencia soviética y con la mayor crisis identitaria de la socialdemocracia en muchos años, la necesidad de actualización y refuerzo es mayor si cabe, porque los cambios asociados a la globalización, la inestabilidad, las crisis económicas y medioambientales y, especialmente, las transformaciones que vendrán de la mano de la revolución tecnológica, ponen en cuestión muchos de los análisis, recetas y prácticas que se daban por asentadas, no solo entre la izquierda democrática, sino en el conjunto de la sociedad.
Cualquier organización política que pretenda interpretar cabalmente la realidad, no debería distraerse indefinidamente, mientras el mundo ahí afuera cambia a velocidad de vértigo
A su vez, todo proceso interno tiene un componente de lucha por la conquista y conservación del poder –por modesta que sea la parcela- que, como es sabido, con frecuencia nos muestra aspectos del juego político más cuestionables. Entre ellos, ha ganado capital importancia la canalización del sentimiento y las invocaciones identitarias, cuando el público destinatario del mensaje es relativamente reducido, como sucede habitualmente entre quienes forman parte de una organización política. En tiempos de mercadotécnica política, subjetivismo y palabrería, es muy alto el riesgo de convertir a las distintas opciones en fábricas de contenidos con los que llenar el espacio mediático y de las redes y su demanda incesante de contenidos. La espuma de la política parece invadirlo todo, mientras el debate teórico se posterga, se banaliza o, en ocasiones, se convierte en arma arrojadiza y maniquea frente al oponente. Hasta ahora, ese periodo febril podía ser un mal pasajero que soportar estoicamente mientras durase la pugna intestina, pero la tensión interna permanente y la falta de mesura en los liderazgos políticos en liza (que lo entienden todo como una lucha a vida o muerte), está provocando una perpetuación de esa dinámica y un desgaste importante en las fuerzas progresistas, que, si no amaina, puede superar el estímulo que para la militancia puede representar un proceso de renovación interna. Además, la inversión continua de tiempo y esfuerzos en la batalla casera, el recuento de apoyos y la autoafirmación superlativa, puede arriesgar la capacidad de escucha a la sociedad, mucho más plural y compleja que el microcosmos militante. También puede pesar negativamente para apreciar los cambios que se suceden a nuestro alrededor, cuando, por comparación con el entorno en el que la izquierda democrática ha surgido y crecido, el escenario es bien distinto: el contexto global lo condiciona todo, la composición social se modifica con rapidez, las relaciones laborales se transforman radicalmente, la concentración del poder económico se agudiza, la organización del trabajo y la producción experimenta una revolución total en ciernes de la mano del automatismo y la inteligencia artificial, e incluso la biotecnología y la genética desafiarán nuestras concepciones básicas sobre la naturaleza humana. Los efectos son inmediatos e inconmensurables y cualquier organización política que pretenda interpretar cabalmente la realidad y tratar de actuar sobre ella para la defensa de sus objetivos primeros, no debería distraerse indefinidamente, centrada en nominalismos, banderías y personalismos mientras el mundo ahí afuera cambia a velocidad de vértigo.