A menudo hace visible lo invisible y da voz a quienes habitualmente no interesa escuchar. Y a través de ello, el escritor Eduardo Romero revela las tramas de la desigualdad, las incongruencias y paradojas que sustentan nuestro mundo globalizado. Su nuevo trabajo ¿Cómo va a ser la montaña un dios?, con el carbón como parte del hilo conductor, tiene el sello de una no ficción que provoca de todo menos indiferencia.
El ovetense no es sólo conocido por sus letras, también por un activismo social que lleva grabado como un tatuaje y que, al final, alimenta su pensamiento y escritura. Como gato del agua, es de los que huye del protagonismo en primera persona. De los que permanecen tras el telón y han hecho de la escucha un arte, una forma de entender la vida y también la literatura.
Su nueva obra, de la editorial Pepitas de Calabaza, es el fruto lógico de cinco años de una investigación en la que no sólo está presente lo evidente, y en la que el autor sorprende con un juego de espejos entre Asturias y Colombia. Sus letras viajan de una antigua mina asturiana reconvertida en geriátrico a una monstruosa mina a cielo abierto en Colombia, y van entrelazando las vidas de personas como Martín, un anciano minero silicótico asturiano y Yeni, la mujer que lo cuida y que, como muchas otras, salió de Colombia en busca de oportunidades.
-¿Por qué quisiste escribir este libro? ¿Cuál es el origen del mismo?
-En el año 2017, por otras líneas de investigación mías relacionadas con la crítica a las fronteras y a la política migratoria, me invitaron a dar una charla en Bogotá. Yo desde hacía muchos años tenía relación con gente del programa de acogida a refugiados colombianos en Asturias, organizaciones como Soldepaz Pachakuti y otros colectivos que sostienen este programa. Cuando supieron que iba a ir a Colombia me sugirieron que les ayudase a ser altavoz de una denuncia que estaban haciendo: el hecho paradójico de que, mientras el mundo del carbón asturiano estaba en trance de desaparición, buques repletos de este mineral procedentes de minas a cielo abierto del nor-oriente colombiano llegaban a Asturias. Unas minas terribles en muchos sentidos, una de ellas más grande que Madrid, con un impacto ecológico enorme en una zona muy árida, y con un impacto en términos de desplazamiento forzado de comunidades indígenas y afrocolombianas, sustentado en un entrelazamiento entre los grupos paramilitares y las multinacionales mineras, con vertidos de carbón al mar, etc.
Fui a visitar estas minas y otros escenarios del país atravesados por la violencia, la desigualdad e injusticia social. El tema me atrapó y estuve durante cinco años investigando y tratando de elaborar un juego de espejos entre Asturias y Colombia que, al final, trascendió el tema del carbón y se amplió a otros elementos a introducir en la trama del libro.
“Mientras el mundo del carbón asturiano está en trance de desaparición, buques repletos de este mineral procedente de minas a cielo abierto colombianas llegan a Asturias. Viene de unas minas con un impacto ecológico enorme y con un impacto en términos de desplazamiento forzado de comunidades indígenas y afrocolombianas”
-Después de tanto tiempo inmerso en este conocimiento, ¿qué sorpresas te ha deparado la investigación?
-Hay un aspecto del libro que tiene que ver con narrar de manera coral la historia proletaria de las barriadas mineras asturianas, de las comunas de la ciudad de Buenaventura en Colombia, de los barrios más empobrecidos en Bogotá, de las barriadas de la zona oeste de Gijón impactadas por el puerto… pero hay también otra parte que tiene que ver con las estirpes industriales y empresariales y esa es quizás la que más me ha sorprendido. Cuando empecé a investigar no imaginaba, por ejemplo, que la familia Alvargonzález con unos negocios muy importantes en el puerto de Gijón e históricamente vinculados a la industria naval, iban a reaparecer en mi investigación en el puerto de Buenaventura en Colombia, estableciendo negocios con empresarios colombianos que han ampliado el puerto a costa de las comunidades aledañas, empresarios que han sido también acusados de tener vínculos con el paramilitarismo. Y del mismo modo, otra sorpresa fue conocer que la propietaria de la mina Cerrejón -la gran multinacional del carbón Glencore y de las materias primas- es también la propietaria de Asturiana de Zinc. En el capitalismo globalizado sabemos que los hilos empresariales se extienden por muchos lugares, pero encontrarme con cosas tan concretas, me resultó sorprendente.
“La propietaria de la mina Cerrejón en Colombia es también la propietaria de Asturiana de Zinc. En el capitalismo globalizado sabemos que los hilos empresariales se extienden por muchos lugares, pero encontrarme con cosas tan concretas, me resultó sorprendente”
-Imagino que este libro, además de dar luz sobre muchos aspectos que desconocemos, también habrá levantado algún que otro sarpullido.
-Bueno, eso no soy yo quien debe decirlo, mi intención era establecer estas relaciones entre un lugar del llamado Primer Mundo, que además ha estado vinculado estrechamente a la minería del carbón, con un lugar del llamado Tercer Mundo, del que procede ahora este carbón. Este ejemplo nos sirve para hablar de las nuevas geografías del carbón, de las nuevas geografías del capitalismo fósil; porque más que una revolución o transformación verde parece que hay una deslocalización de la economía más contaminante a otro lugar del planeta.
Si vemos los tractos del carbón en el puerto de Gijón, y no hablo del mineral que va a quemarse en las térmicas asturianas, sino de los proyectos de reexportación a destinos como Marruecos, Turquía o Vietnam, y vemos también de todas las violencias que atraviesan estas dinámicas, todo esto puede resultar molesto o polémico. Pero es necesario, porque ejemplifica cómo funciona nuestro mundo a partir de estirpes concretas con una determinada trayectoria.
-En el libro también se establecen paralelismos con respecto al tema de los puertos de Buenaventura en Colombia y El Musel en Gijón. ¿Qué has ido encontrando?
-Cuándo se analiza el impacto del extractivismo y de la minería, uno no se debe fijar en la mina de forma aislada si no que hay que ver toda la logística que conlleva y en este caso es el traslado interoceánico del carbón. Las líneas férreas, el transporte en camión, los puertos de uno y otro lado, también cogen mucha relevancia porque tienen impactos muy duros en términos ecológicos y sociales.
Lo que yo veía es que los estibadores del puerto de Gijón y los de Buenaventura se sacan los mismos mocos negros, sufren las mismas condiciones laborales, durísimas, a la hora de desestibar el carbón y otra serie de cuestiones. El impacto ambiental que los depósitos de carbón tienen en Buenaventura y en ciertas comunas de la ciudad, que están llenas de polvo negro, se puede parecer a lo que cuenta la gente del Muselín, de Portuarios, de Jove, de los barrios de la zona oeste de Gijón impactados por el polvo del carbón y por tantas otras toxicidades del puerto. Los estudios de salud pública dicen que es la zona con enfermedades más extendidas de toda la ciudad de Gijón.
La contaminación, el trabajo duro y los accidentes laborales en el contexto del puerto pueden ser similares, sin embargo, uno es un puerto del Primer Mundo, y aquí las relaciones laborales aún mantienen ciertas formas, mientras que en el de Buenaventura la violencia es a calzón quitado. Para que la expansión del puerto fuera posible se han asesinado a centenares y miles de personas y se ha desplazado a población que ha tenido que salir corriendo del lugar.
“Para que la expansión del puerto de Buenaventura fuera posible se han asesinado a centenares y miles de personas y se ha desplazado a población que ha tenido que salir corriendo del lugar”
-¿Tu obra deja en evidencia que no hay límites para la codicia capitalista?
-Quizá la codicia es uno de los elementos que caracterizan mejor lo que es el capitalismo. Un sistema que no se pone límites y que tampoco los pone ni en la relación con las comunidades, con las poblaciones que intentan quedarse al margen de su lógica, ni en su relación con la naturaleza. Y de ahí viene el título del libro: ¿Cómo va a ser la montaña un dios?
Hay una dinámica que podríamos llamar occidental, eurocéntrica, que plantea la religión o el ateísmo del dinero y el capitalismo, y frente a esa lógica está la de ciertas comunidades que he encontrado en Colombia que sacralizan algunos elementos de la naturaleza, y consideran que la montaña es un dios o que un río es un dios. Normalmente nuestra mirada sobre esto es una mirada condescendiente, en la que consideramos que eso es un atraso, que son religiones del pasado que irán siendo superadas y que no son nada razonables. Y de alguna manera, lo que reivindico es la racionalidad de sacralizar estos elementos de la naturaleza en un mundo atravesado por una crisis ecológica tremenda. Si la montaña es un dios no podemos destruirla y lo mismo ocurre con el río que no podemos contaminarlo. Estas comunidades están yendo mucho más allá de la religión, se están poniendo límites porque son elementos necesarios para su propia supervivencia, lo que están haciendo también es respetar a las generaciones que vienen detrás. El capitalismo hace justo lo contrario, ve a la montaña como algo que se puede agujerear y destruir en un instante, y con ello llevarse los recursos que la naturaleza ha ido generando durante millones y millones de años. Ahí está el escenario de la crisis energética a la que estamos abocados, porque ya estamos en ella.
-¿Se podría decir que en nuestra sociedad se ha perdido cualquier ápice de sacralidad?
-Sí, en un pestañeo histórico somos capaces de destruir cosas que la naturaleza ha producido con una lentitud de millones y millones de años. Esta falta de sacralidad, esta banalidad en relación con la naturaleza, la expreso en el libro a través de las declaraciones de Garry Drummond, que pertenece a las estirpes de las multinacionales de carbón estadounidenses que se dedican a extraer el mineral de Colombia y que dice: “La gran diferencia entre ganar y perder -y sé que esto es banal- ha sido no renunciar a algo. Muchas veces la compañía llegó a ver el amanecer porque nosotros no renunciamos”. Pero no renunciar a nada, al final, es verter carbón al mar, hacer infraestructuras que pasan por el medio de comunidades indígenas o ver cómo el paramilitarismo asesina a personas que tienen sus tierras en los lugares donde las mineras implantan su explotación. Si eso es el progreso, quizás tenemos que pensar que algo está muy mal planteado.
“Lo que reivindico es la racionalidad de sacralizar elementos de la naturaleza en un mundo atravesado por una crisis ecológica tremenda”
-Uno de los protagonistas del libro es un viejo minero silicótico.
-No lo hemos dicho, pero el libro tiene diferentes registros, es difícil de clasificar respecto a qué género literario pertenece, a veces puede parecer más un ensayo, en otros momentos más un reportaje periodístico, en otros, una novela. Y lo de Martín el viejo silicótico, son pasajes que se parecen más a una novela porque habla de los detalles de su vida. Es un minero mayor que se ha roto la cadera y los médicos temen operarle porque sus pulmones pueden no resistir la operación. Esto me hizo preguntarme quién cuida a personajes como Martín y ahí aparece otro de los personajes importantes de la trama, una mujer afrocolombiana de una familia que vive cerca de Buenaventura. Martín y Yeni son un enlace fundamental en el juego de espejos astur-colombiano.
-¿Ofreces en el libro un hilo conductor de diferentes realidades, incluso en continentes distintos?
-Sí, hay por mi parte una voluntad de hacer este puzle, siempre tiendo a no hacer una mirada estrecha sobre el asunto que quiero abordar. Si pensamos que la minería del carbón nada tiene que ver con los geriátricos y con las redes transnacionales de cuidados a personas, luego comprobamos que no es así porque sí hay esa conexión. En este caso hay conexiones con un marco espacial, principalmente entre Asturias y Colombia, y también hay conexiones históricas al momento colonial para poder entender la configuración de las relaciones sociales, económicas y políticas hoy en día. Por ejemplo, hay que irse a las plantaciones de azúcar, a los “cañaduzales” como se les dice en Colombia, para entender cómo los esclavos africanos llegaron allá, cómo los antepasados de Yeni fueron esclavos que llegaron a Colombia y cómo después de 15 o 20 generaciones hay una mujer afrocolombiana que se viene a Europa a cuidar un viejo asturiano.
“Puedo escribir sobre Colombia porque he tenido una relación muy estrecha con mucha gente refugiada, compartiendo años de recorrido común”
-¿Qué alquimia se produce en tu mente para poder trasladar al lector todos los datos, que son muchos?
-Bueno, normalmente me peleo bastante con la figura del periodista que acude al sitio y pregunta. Las del libro son más bien realidades que están estrechamente ligadas a dinámicas cotidianas de las que soy partícipe. De alguna manera, una fuente de la que yo escribo tiene que ver con cosas que forman parte de mis relaciones. Puedo escribir sobre Colombia porque he tenido una relación muy estrecha con mucha gente refugiada, compartiendo años de recorrido común. Muchas de las historias ya las conozco fuera de mi dinámica de escritura, son cosas con las que estoy familiarizado y no me las encuentro de sopetón.
-¿Hay muchas horas de escucha detrás de este libro?
-Es uno de los registros principales del libro en términos digamos estilísticos, ya que entran muchas voces en primera persona. De alguna manera el libro sigue esa estela de autores y autoras que se alimentan de la escucha de muchas personas, que les cuentan su perspectiva sobre el asunto que se está tratando. Yo acudí a las barriadas mineras, a Tuilla y alrededores, a Figaredo, a las barriadas de la zona oeste de Gijón, a La Camocha, a los barrios del sur de Bogotá, a las comunas de Buenaventura. Escuché los testimonios de muchos refugiados colombianos que cuentan la historia desde Asturias. Podríamos decir que el libro sigue un poco la estela de autores tan consagrados como Svetlana Alexievich, tal vez la máxima representante de este tipo de escritura y a la que dieron un premio Nobel. Y si vamos a un referente colombiano sería el gran Alfredo Molano que se dedicó a recorrer el país escuchando a la gente para luego plasmarlo en sus libros. La diferencia quizás es que en mi libro también hay voces que aparecen como una narración coral y se complementan con otros momentos que son más históricos o contextualizadores desde una voz narrativa.
“En un pestañeo histórico somos capaces de destruir cosas que la naturaleza ha producido con una lentitud de millones y millones de años”
-La fuerza que tiene este libro ¿puede residir en esa voz coral que recoge tanta vivencia?
-Bueno, eso lo tendría que decir la gente más que el autor, pero sí puedo decir que he hecho un montón de presentaciones del libro y este registro de voces en primera persona es algo que los lectores suelen destacar de su lectura, lo cual a mí me resulta bastante satisfactorio porque esa era mi intención. Quería que ese tipo de registro fuese importante para el libro.
También hay cierto juego de espejos lingüísticos. Intento reflejar estas voces que no he grabado, porque yo tomo apuntes y luego reconstruyo literariamente los testimonios. Y lo que intenté es reflejar también las distintas formas de hablar, por eso, en algunos momentos del libro, introduzco palabras en asturiano y también en el habla popular colombiana.
-¿Cómo definirías el libro?
-Qué pregunta más difícil. A mí me gusta escribir textos abiertos que permitan que haya una lectura en la que pienses sobre ellos; John Berger decía que la literatura también está llena de silencios, que es necesario adaptar las historias incompletas para que la imaginación de quien lee también las sitúe. Y para escribir esta historia de la nueva geografía del carbón y su falta de límites consideré que era necesario hacer esta mezcla de registros. Fue la manera en que pude contar esta historia, por eso es un ensayo, una novela, un reportaje, es un poco todo a la vez.
Una de las cosas que pensé a posteriori es que solemos tener acceso a un discurso muy obrerista que reivindica nostálgicamente y, a veces de forma idealizadora, el mundo obrero y concretamente el minero. Que plantea que lo ideal sería una especie de vuelta al pasado, a ese momento de la industrialización y del auge de la riqueza de la región basada en la minería. Por otro lado, encuentras el discurso ecologista con el que algún minero se ha sentido tildado de ‘terrorista ecológico’, y yo creo que hay un camino distinto en el que es posible reivindicar la memoria tan importante de las comunidades mineras, el bagaje de sus luchas que reivindicaban derechos para todo el mundo y, a la vez, hacerlo desde un lugar que critica sin contemplaciones el capitalismo fosilista y lo que ha supuesto el auge del petróleo y el carbón para la situación en la que nos hemos visto abocados. En el libro quería tocar las dos cosas a la vez: reivindicar la memoria -sin idealizarla- de las comunidades mineras y criticar el capitalismo fosilista.
“En el libro quería reivindicar la memoria -sin idealizarla- de las comunidades mineras y criticar el capitalismo fosilista”
-El compromiso con la verdad, con la realidad, ¿marca una línea difícil de reflejar?
-Sí, pero la idea es dejar de reproducir cosas demasiado esencialistas o romantizadoras de los procesos y ver esos procesos en sus ambivalencias y contradicciones. Puedes reivindicar el papel de los mineros asturianos en las huelgas del 62 contra el franquismo y, a la vez, dar cuenta de la destrucción eco social que ha supuesto, y supone todavía, la minería del carbón en el mundo.
-Hablamos del presente porque la energía que hay en Asturias gracias al carbón colombiano no es algo del pasado.
-Claro, y si encima tenemos un programa de acogida de refugiados colombianos, un programa que ha sido pionero y que trae a grupos de activistas que tienen que salir por pies del país, pues resulta más paradójico todavía. Son refugiados colombianos que han tenido que huir de multinacionales mineras de su país y que ahora acaban viviendo en un piso de Gijón y observando desde el ventanal cómo se desestiba el carbón que viene de su tierra para quemarlo en las térmicas o para transportarlo a otros lugares del mundo.
-El mundo de la mina y el de los equipamientos portuarios son mundos muy masculinos, ¿en qué parte está reflejada la parte de las mujeres en esta trama?
-En el contexto de la mina las relaciones estaban atravesadas por el patriarcado, y en algunos momentos he intentado que aparezcan figuras relevantes de las mujeres de las barriadas mineras porque me parecían absolutamente imprescindibles para poder hacer una mirada de conjunto. Aparecen mujeres en un personaje muy coral, como las viudas mineras de La Camocha, que reivindican su derecho a vivir en sus tierras y de donde han querido desahuciarlas. O las mujeres que hablan desde El Muselín y barrios adyacentes sobre su papel en el puerto del Musel desde hace muchos años y cómo ahora pretenden seguir haciendo barrio frente al crecimiento de proyectos portuarios que puedan impactarles e impedirles tener una vida saludable en los lugares donde han vivido toda su vida.
Después, cuando empecé a conocer a tantos viejos mineros que necesitaban cuidados me di cuenta que era imprescindible hablar de tantas mujeres latinoamericanas, y concretamente colombianas, que protagonizan estas redes de cuidados y que muchas veces tienen que dejar a sus hijos allí para venirse a cuidar a nuestros ancianos.
“En algunos momentos he intentado que aparezcan figuras relevantes de las mujeres de las barriadas mineras porque me parecían absolutamente imprescindibles para poder hacer una mirada de conjunto”
-¿Es lo que encontraste en Buenaventura?
-En Buenaventura había diferentes migraciones de mujeres y una de esas migraciones era conocida como la de ‘las italianas’, mujeres que venían a Europa, muchas a Italia pero también a España, para enclavarse en el ámbito de los cuidados o en el trabajo sexual. Yo tuve la suerte de conocer en Asturias a algunas de estas mujeres y poder tener una relación muy familiar con algunas de ellas, lo que me permitió poder contarlo.
-La lucha que hay detrás de cada una de estas historias ¿sigue siendo encarnizada?
-La diferencia es que cuando pienso en Tuilla y en la comunidad minera de La Camocha e intento hacer un paralelismo, lo que me sale es imaginar a las comunidades que se creaban en torno al tren durante la época de la expansión del banano: la época de la United Fruit Company que tan bien reflejó Gabriel García Márquez en 100 años de soledad. Allí hay un tren que avanza en torno a las plantaciones de banano y hay unas poblaciones que empiezan a crecer, tienen su cantina, su cine, su prostíbulo, como en Tuilla. Crecen en torno al tren y al banano o en torno a lo minero en el caso de la cuenca asturiana. Sin embargo, si comparamos las comunidades mineras asturianas con las minas de Colombia hoy en día, descubrimos que allí ya no hay comunidad porque cuando creas una mina más grande que Madrid lo que haces es desplazar a la población fuera de allí, creando una especie de páramo, de desierto. Esto no es un ejemplo aislado, es la dinámica, la evolución ‘natural’ de un capitalismo que ya ha explotado las mejores minas del mundo y que progresivamente empieza a explotar minas con menor proporción de mineral y por tanto, necesita hacer cada vez más salvajadas antiecológicas.
Quienes analizan el mundo de la minería cuentan esto, que cada vez es más necesario remover más toneladas de tierra para sacar mineral y que vamos evolucionando a modelos de explotación cada vez más bestias. Este juego de espejos se convierte en algo estructural, deja de ser anecdótico.
“La codicia es uno de los elementos que caracterizan mejor lo que es el capitalismo, un sistema que no se pone límites y que tampoco los pone ni en la relación con las poblaciones que intentan quedarse al margen de su lógica, ni en su relación con la naturaleza”
-Investigar este tipo de tramas también te hace conocer el lado más oscuro del ser humano, el más sórdido. ¿Resulta doloroso? ¿Cómo se vive esto?
-Te lo contesto desde otro lado, porque creo que -sin generalizar- hay un cierto narcisismo de los autores. De alguna manera el mundo y el mercado editorial exigen que los autores y autoras se vendan a sí mismos y generen su propio personaje. Yo siempre intento que el autor esté lo menos posible en el libro, colocarme en un lugar muy secundario y para este libro en particular, en el que hay muchas dosis de violencia, sobre todo en los estados colombianos, he pensado que era importante narrar desde la distancia para no caer en una especie de porno-violencia. Quería respetar a los personajes que la están viviendo en sus carnes y tratarla con sobriedad, sin caer en un rollo que toque las teclas del sentimentalismo. Se busca esa seguridad que permita a quien esté leyendo sacar sus propias conclusiones y tener también la capacidad de distanciarse o acercarse en función de cómo es la lectura, que también varía mucho de unas personas a otras.
-¿Cómo te ha quedado el cuerpo después de vaciarte en este libro?
-No quiero ponerme mucho en primer plano… pero sí puedo decir que después de investigar durante tantos años tengo bastantes ganas de utilizar el libro y que no se quede como algo que está en la librería y se vende o no. Quiero utilizarlo como pretexto para organizar actividades en torno a él y poder encontrarme con gente y debatir con ella, y es lo que estoy haciendo desde que salió el libro en noviembre de 2022. Hemos hecho ya muchas presentaciones y para mí ha sido interesante poder compartirlo en diferentes escenarios como las cuencas mineras del país, en Llaciana, en El Bierzo, o en la de Teruel. Quería que la presentación sirviese de pretexto para generar este tipo de espacios y poder potenciar los procesos organizativos que hay en torno a las luchas y la justicia social, tanto aquí como allá.
-¿Qué respuesta has ido encontrando?
-Digamos que ha sido muy guapo vivir todas estas presentaciones. En general, ha acudido gente y ha generado bastantes debates y, dentro de nuestros humildes recursos en cuanto a difusión y distribución del libro, a nivel editorial creo que están bastante contentos.
Muy interesante conocer este tipo de cosas. Enhorabuena al autor.