Esta asturiana residente en Madrid se considera una privilegiada por poder dedicarse exclusivamente a la literatura. En 2009 dejó su trabajo como experta en energía nuclear y desde entonces acumula un impresionante currículum literario en el que abundan los premios. Dice que escribir es para ella volver a la infancia, y recomienda a los adultos que no se pierdan la creatividad y las historias que se esconden tras la etiqueta ‘infantil y juvenil’.
Está siendo un buen año para Mónica Rodríguez: XIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil por Alma y la Isla, la historia de una niña inmigrante y su relación con el hijo del pescador que la salva del mar. Pero además La Partitura, una narración sobre el proceso creativo, la obsesión, el amor y la música, ha obtenido el Premio Alandar de Narrativa Juvenil, de la editorial Edelvives. También la Fundación Cuatrogatos ha premiado y destacado los valores literarios de El círculo de robles, mientras que otro de sus trabajos (El naranjo que se murió de tristeza) es finalista del Premio Hache 2017. Desde que ha conseguido la dedicación exclusiva, el ritmo de escritura de la autora es alto, así como los reconocimientos que va cosechando por cada uno de sus trabajos.
-Qué pesa más al ganar un premio, ¿el reconocimiento o poder «comprar» más tiempo para escribir?
-Las dos cosas. Es la alegría, la palmadita en la espalda que te anima a seguir; y por otro lado la cuantía económica, en mi caso, me permite seguir escribiendo sin volver a mi trabajo, porque soy funcionaria en excedencia.
-Pues poder vivir de esto es un lujo al alcance de pocos.
-Sí que lo es. En mi caso, en 2009 vendimos la casa familiar que teníamos en Oviedo, y tomé la iniciativa de dedicarme sólo a escribir, en vez de hacerlo por la noches, después de todo el día de trabajo. Y bueno, en principio iba a estar dos años y ya llevo más de seis: ese tiempo extra ha sido gracias a los premios. Entiendo que soy una privilegiada, y que llegará un momento en el que tenga que volver a mi trabajo porque es complicadísimo vivir de esto, y más en crisis.
-Deben de hacerle esta pregunta continuamente, pero ¿qué hace alguien tan «de ciencias» viviendo de las letras?
-Bueno, yo siempre digo que esta separación de ciencias y letras es algo artificial, porque nosotros somos personas complejas con todo tipo de inquietudes. A mí siempre me gustaron las matemáticas y la física, y tuve una profesora buenísima que me encarriló por ahí. Pero nunca dejé de escribir y de leer, especialmente poesía, en el instituto y cuando estudiaba la carrera. No creo que sean mundos incompatibles, más bien al revés: la ciencia busca saber objetivamente por qué suceden las cosas, qué ocurre en el mundo, y la literatura busca exactamente lo mismo de un modo subjetivo: qué pasa con el ser humano y sus pasiones, cómo vemos y sentimos el mundo.
«Me fascina esa mirada diferente que tienen los niños, cómo se asombran por todo, mientras que los adultos tenemos muchos prejuicios, a veces estamos decepcionados…»
-¿Por qué escribir para niños?
-Me fascina esa mirada diferente que tienen los niños, cómo se asombran por todo, mientras que los adultos tenemos muchos prejuicios, a veces estamos decepcionados… Escribir así es en cierto modo recuperar mi infancia, volver a ser niña, y me gusta muchísimo.
-¿Qué hay que tener en cuenta para defenderse en este género?
-¡Qué pregunta tan complicada! Una de las cosas que hay que hacer es hablarle al niño sin falsear ni impostar la voz. Hay que tratarles de tú a tú. Los niños tienen muchísimo interés en todo, se dan cuenta de todo a su manera, y por eso hay que acercarse a ellos desde la verdad, desde dentro.
-El tema de la crisis de la lectura parece eterno, pero ¿hay esperanza? ¿Las siguientes generaciones serán más lectoras?
-Yo soy bastante optimista, y creo que hoy se lee más que nunca. Y los que más leen son los chavales, casi el 100% del rango de edad entre diez y doce años son lectores. La obligación de leer en el colegio ayuda, claro, y los niños también leen mucho en internet, por ejemplo, aunque no sea literatura. Luego en la adolescencia hay muchos que se descuelgan de la lectura, porque es un momento en el que priman más las actividades en grupo, estar con los amigos… pero estoy convencida de que muchos salvarán esa fase y aumentarán los índices de lectura.
-Los temas que trata no son los típicos «para niños», algo que se destaca, por ejemplo, en el fallo del premio de Alma y la Isla. ¿Por qué contarles historias duras?
-Es importante que nuestros niños conozcan lo que existe en el mundo, y hay que contárselo de una manera que les llegue. Por ejemplo, tenemos esta situación terrible con los inmigrantes, que nosotros no somos capaces de solucionar, y hay que hacérsela ver a los niños, que son los que dirigirán el mundo en el futuro y quizá sean capaces de arreglarlo. La literatura para eso me parece un arma muy poderosa, porque no sólo te hace saber lo que pasa sino también empatizar, ponerte en el lugar del otro, en este caso alguien que vive una situación terrible. Eso hay que acompañarlo de esperanza, claro, porque no puedes mostrarles a los niños un mundo absolutamente pesimista; pero sí tienen que ser conscientes de lo que pasa.
-¿La literatura infantil tiene que ser obligatoriamente didáctica?
-Bueno, ése es uno de los grandes temas… los niños son personas en desarrollo, están en proceso de formación y por eso muchas veces la literatura dirigida a ellos tiene que tener un trasfondo educativo. Pero yo -y muchos otros autores- estoy convencida de que no es así: la literatura tiene que ser literatura, no necesita un objetivo más allá que expresar una verdad del escritor. Evidentemente, la buena literatura sirve para hacerse preguntas y para tratar de entender un poco el mundo, pero no por ir dirigida a niños debe adoctrinar, sino simplemente mostrar.