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martes 16, abril 2024

El culto al bosque sagrado entre los astures

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La palabra “Nemeton” sirve para designar el espacio sagrado en el mundo celta, ubicado en el bosque, o más estrictamente en el claro del bosque, al igual que sucede en algunas partes de la antigua céltica.
Con la aparición de Nemetona como diosa asociada a Marte (dios de la guerra indígena) a través de divinidades como Las Matres Nemetiales, en Grenoble, en la Hispania céltica también aparecen estas referencias al bosque sagrado. En Asturies tenemos la lápida descubierta en Uxo (Mieres), hallada tras la casa rectoral y dedicada a Ninmedo Assediago. Dicha lápida, datable en el siglo II de nuestra era dice así: “Ninmedo Assediago/G. Sulpicius/ Africanus V.S.L.M.” que puede traducirse como “A Ninmedo Assediago, Gayo Sulpicio Africano ofreció libremente su voto por el favor recibido”. Assediago presenta el radical indoeuropeo “SED” que podría indicar “sedente”. En cuanto a “Ninmedo” ya dijimos que proviene del céltico “Nemeton” que provendría a su vez de lugar sagrado y morada de los dioses, que más tarde también daría en latín “Nemus” (bosque sagrado) que también encontraremos en Nemedus Augustus en la Cueva de la Griega, en Pedraza (Segovia) dentro del área celtibérica. El claro del bosque donde se manifiesta la divinidad también aparece entre los germanos, así Tácito dice de ellos: “No consideran digno de los dioses encerrarlos entre paredes ni representarlos bajo forma humana, así a ellos consagran arboledas y dan nombre de dioses a ese algo misterioso al que sólo ven con los ojos de la veneración”. Estrabón también cita el Drunemeton como centro de culto y organización política de los gálatas que ocuparon una parte de Asia menor.
Años después, en el siglo V de nuestra era, Martín Dumiense, en su “Correctione Rusticorum” advierte entre los astures de lo que él considera culto pagano: colocar velas junto a peñascos, árboles o fuentes, ofrendas de pan a árboles y fuentes, enrames, etc. Con la llegada del cristianismo muchos árboles y bosques sagrados fueron talados, aunque en algunos casos el árbol pervivió al lado del santuario cristiano; véanse las vírgenes asturianas del Carbayu (Llangreu), L’Ablanu (Allande), L’Acebu (Cangas del Narcea), El Fresnu (Grau), etc. donde la divinidad, al igual que en la religión antigua, se manifiesta en el árbol. Como recuerdo de aquellos tiempos aún perduran los antiguos texos y carbayos al lado de las capillas rurales. Eran árboles intocables. Leite de Vasconcellos comenta en Portugal que cuando se cortaban árboles en el bosque sagrado de Arvaes, con instrumentos de hierro, era necesaria una purificación por el sacrilegio cometido. A mediados del siglo XV, Jerónimo de Praga decía “veneran los bosques consagrados a los demonios y sobre todo a los viejos robles”. En “La vida de San Wilibrordo” se dice de los frisones y sus bosques sagrados: “Nadie osa tocar nada, ni siquiera sacar agua de la fuente que allí borbolla, salvo en silencio”. Entre los celtas irlandeses se veneraba el tejo de Ross, el roble de Mughna y el fresno de Visnedr, en Francia fue cristianizado el roble de San Quirino (evidentemente huella de un culto anterior).
Muchas veces en el árbol sagrado se colocan exvotos y ofrendas. El cristianismo intentó, en un primer momento, erradicar esta práctica derribando el árbol. Así San Barbate (muerto en 682) ordenó derribar un árbol sagrado del que los lombardos colgaban pieles de animales, carne, etc. San Amador (muerto en 418), obispo de Auxerre, mandó derribar un pino de cuyas ramas pendían las cabezas de los animales muertos en la caza. En el año 725 San Bonifacio derribó el árbol sagrado de la tribu de los Hesios y en 772 Carlomagno, el paladín de la cristiandad, mandó derribar a Jrminsul, el árbol sagrado de los sajones. En toda Europa, árboles centenarios caían bajo el hacha inmisericorde del cristianismo. Los exvotos colgados del árbol ofrecidos a la divinidad también podían tener motivaciones referidas a la salud, entonces se hacían representaciones de la parte del cuerpo afectada, piernas, brazos, torsos, etc. Esto fue muy habitual entre los galos, tanto que en el siglo IV de nuestra era Gregorio de Tours lo condenaba como costumbre pagana. Con el tiempo, la Iglesia adaptó esos exvotos como ofrenda dentro de las capillas dedicadas a vírgenes y santos, a la sazón pequeños dioses protectores del ganado, de la salud, de la cabeza, etc. Así, en Asturies todavía podemos ver exvotos de cera, en forma de miembros o ganado, en santuarios como Pastur (Eilao), San Adrianu (Pravia), San Llorienzu de Somió (Xixón), etc…

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