Alejandro Luaces es músico y coordinador del programa de promoción de salud a través de la música “Vino griego”. Trabaja con personas mayores desde 2010 en colaboración con gobiernos autonómicos, diputaciones, consejerías, ayuntamientos de España y países de la UE. Se considera trabajador de la música, cantor, ha sido profesor de conservatorio, de enseñanza secundaria y maestro de educación musical. Ahora lleva la música a pequeños grupos de personas mayores para fomentar la vejez digna y devolver la música a sus vidas.
«Nací en la barriada de El Coto de L’Entregu, me siento orgulloso de ser parte de la cultura minera y obrera. Temporalmente resido en Lyon (Francia) donde, a través de la música, trabajo en domicilios y en grupos con personas mayores en distintos talleres, así como con asociaciones de españoles emigrados en los años sesenta-setenta a este país. No hacemos conciertos, los mayores aquí nunca son sujetos pasivos; buscamos a través de la música que todo el mundo tenga su espacio, y ahí nos encontramos. Creamos una atmósfera dinámica donde todos disfrutamos».

-¿En qué consiste tu trabajo?
-La música es uno de los unificadores sociales más fiables y mi trabajo consiste en utilizarla en los espacios de relación con las personas mayores a través de talleres y conciertos, con una planificación intencional e interdisciplinaria, en centros culturales, residenciales y domicilios. La música en directo es un instrumento privilegiado para trabajar la promoción de la salud, la salud positiva en residencias, centros de día, ayuntamientos, asociaciones de vecinos y vecinas, de mayores, comisiones de fiestas…, siempre colaborando con fundaciones, ayuntamientos, gobiernos autonómicos…
Desde el proyecto buscamos activar los recursos públicos, comunes y, curiosamente, gratuitos. Accionar la salud desde las propias personas y su contexto cultural. Trabajamos con nuestros vecinos y vecinas, no con usuarios, incorporando a la necesidad del envejecimiento saludable la lectura sobre la influencia de los determinismos socioeconómicos. Evidenciamos así nuestra renuncia al asistencialismo, al edadismo como punto de partida, enmarcándonos en un contexto más político y siendo la música de sus vidas la herramienta referencial.
Como decía Lola Flores, «El brillo de los ojos no se opera». En intentar conseguir ese brillo, desde el común y sin operar, y eso es a lo que me dedico.
-¿De dónde te surge la necesidad de trabajar con los mayores?
-Surge de la necesidad de conceder espacios a la esperanza y de dejar de convencer a la desesperación. Julio Iglesias dijo que «A esta vida hemos venido a veranear», pero se olvidaba que a muchas personas mayores no las dejamos salir del invierno, de un invierno largo y duro, por sus condicionantes de vida. Las cinco erres de la justicia restaurativa son ya tristemente necesarias con las personas mayores: respeto, relación, responsabilidad, reparación y reintegración. Llegamos tarde y los músicos populares debemos ser actores del abordaje de un protocolo, doméstico y comunitario, de detección de situaciones de vulnerabilidad.
La necesidad es también un tanto egoísta: Me ayuda a anclarme “a tierra”, a escapar de lo superfluo y de la impostura en la que me he sorprendido en muchas ocasiones fruto del estilo de vida en el que con frecuencia caemos. Me ayuda a volver a lo que soy, a la cultura popular y obrera, a estar cerca de las personas que construyeron, en definitiva, nuestra sociedad. Nuestra democracia se caracteriza por la necesidad funcional, relacional, productiva y económica de excluir a grandes sectores de la población, entre otros muchos a las personas mayores, que pertenecen a la generación PNM (Por No Molestar, que dice Pedro Simón en “Los Siguientes”); se nos están yendo solos, por no molestar.
Mi necesidad de trabajar con ellos surge también de la certeza de que la salud es un proceso social y no biológico; surge de la experiencia de haber cantado mucho en agrupaciones corales, en las barras de los bares, conociendo así el valor de este arte en la sociedad. A los mayores no se les permite -literalmente- estar en la vida social con sus inquietudes, ilusiones y aspiraciones, y te aseguro que las tienen.
«“ViNo griego” nace con dos objetivos: reivindicar la dignidad y la justicia social para las personas mayores desde la música y valorizar el papel de las músicas populares y tradicionales en ese contexto»
-¿Has estado de gira durante tus vacaciones con el proyecto “Vino griego”. ¿Nos puedes indicar en qué consiste y a quién va dirigido?
-La gira tiene ya tres años de recorrido y ha visitado todas las comunidades autónomas, varios países de la UE y alguno más de la periferia. Lo llamamos “salubrismo musical” y, en colaboración con el mundo organizativo, social, sindical e instituciona; con música francófona, latinoamericana, italiana y española en vivo, hemos visitado diversos espacios de relación y vida de las personas mayores rescatando distintas dinámicas musicales comunitarias, que en cada lugar tienen un cariz diferente. El proyecto tiene dos objetivos: reivindicar la dignidad y la justicia social para las personas mayores desde la música y valorizar el papel de las músicas populares y tradicionales en ese contexto.
El próximo 20 de febrero se celebra el Día Mundial de la Justicia Social, un día en que parece que las personas mayores no cuentan como damnificadas de un modelo productivo y convivencial que las arrincona.
-¿Qué respuesta está teniendo?
-En los lugares por los que pasamos están surgiendo nuevos proyectos sociales vinculados a la música. Está siendo un éxito. El valor de este arte es mucho mayor que nuestra función, que nuestra gira o nuestras habilidades, nosotros somos tan solo una circunstancia. En la gira estamos viendo que la música une a las personas, pero también las puede separar. Las sociedades con grandes diferencias socioeconómicas tienen ecosistemas musicales claramente clasistas y esto se aprecia en la deficiente atención musical que sufren las personas mayores con las que trabajamos. Se ve también en los millones de euros que se invierten en las músicas de las que yo también vengo, músicas en las que sólo participa una élite minoritaria: la música sinfónica, la música antigua o la ópera son buenos ejemplos. La élite sigue consiguiendo que las administraciones planifiquen la cultura para ellos consumiendo recursos públicos como la cosa más normal del mundo y dejando a los y las de abajo sin posibilidad de acceder a lo que les corresponde.
Por otro lado, las personas del ámbito sociosanitario con las que nos encontramos nos confirman que no podemos basar el ecosistema musical alrededor de las personas mayores en un concierto puntual, sino que necesitan rutinas para poder integrar así la asistencia a los talleres y el valor de la música como herramienta de salud positiva, de ruptura de la soledad y del sedentarismo.

-Música, cerebro, comunicación… ¿La música cura?
-A mi entender debiéramos acotar qué es eso que entendemos por «curar». Es una evidencia científica el potencial de la música en diferentes contextos hospitalarios y estados de deterioro cognitivo, pero lo cierto es que vivimos con total normalidad en ecosistemas que nos enferman. Lo que realmente nos “cura” es un medio ambiente saludable para la vida y la música, utilizada intencionalmente, promueve estos espacios. Si sólo nos fijamos en problemáticas o patologías concretas, reducimos la capacidad de la música como herramienta de prevención para mejorar varios ámbitos de intervención a la vez. Somos una herramienta más, no un objetivo en sí mismo; el poder de la música en el marco de nuestro proyecto es comunitario y social, pero, evidentemente, nada parecido a un antídoto. Los determinismos nos dejan claro el límite, así como la enfermedad provocada por la soledad, la pobreza y la inequidad, o la incapacidad impuesta a las personas con las que trabajamos para acceder a recursos de todo tipo. Desde mi visión como músico trabajo para que esta situación cambie de alguna manera desde la intervención social, la salud comunitaria o la promoción de salud.
-¿Cómo definirías la musicoterapia y cómo la empleas en tus talleres?
-La musicoterapia debe ser un hacer reflexivo que tenga por objetivo transformar la realidad de y desde una comunidad. Siendo trabajador de la música, que no terapeuta, puedo decir que la promoción de la salud y la salud comunitaria como herramienta común no son propiedad -ni prioridad, dicho sea de paso- de los musicoterapeutas o de otras profesiones artísticas, sociales o sanitarias. Tampoco lo es del profesorado del conservatorio, de los músicos sinfónicos… Ni siquiera de los músicos populares o tradicionales. Es un patrimonio común y colectivo. La musicoterapia académica se ha convertido en la institucionalización de un amplio proceso humano de expresión y de salud positiva. Podría ser mucho más global en su análisis e intervención, escapando así del reduccionismo biomédico en el que navega.
«La promoción de la salud y la salud comunitaria como herramienta común no son propiedad de los musicoterapeutas o de otras profesiones artísticas, sociales o sanitarias (…). Es un patrimonio común y colectivo»
-En un proyecto anterior, “Gracias a la vida”, conectaste institutos de chavales con residencias de mayores a través de un servicio de acompañamiento para romper el modelo de soledad que se vivía en las residencias. ¿Cómo resultó esta experiencia?
-A través de la metodología ApS (Aprendizaje-Servicio) y con emoción, reflexionamos sobre el discurso del poder latente en el campo educativo y de salud, con actividades intergeneracionales de todo tipo: un huerto, un concurso de poesía, un coro, paseos, campeonatos deportivos, historia local…, generando una reflexión conjunta sobre los modelos de vejez que queremos y los que llegan. Escapamos de lo anecdótico, ordenando una intervención que se prolongua en el tiempo a lo largo de cursos escolares completos. Queremos escapar del modelo de déficit en el que estamos atrapados, anclado además en la sobrevigilancia de las vidas de las personas mayores, en vaciarlas de patrimonio y en el mantenimiento de la prioridad productiva para los adultos en edad de hacerlo. Con esta iniciativa aparecen potencialidades y recursos gratuitos que están ahí y que no estamos aprovechando.
-El término envejecimiento activo no te gusta demasiado, prefieres hablar de “envejecimiento emancipador”. ¿Cuál es el modelo de vejez que planteas?
-Hay tantas vejeces como personas, pero estamos obligados a empujar y posibilitar espacios y condiciones de vida donde lo común sea la dignidad de cada persona para que pueda desarrollarse al máximo. Una forma de vida tranquila, simplificada y cercana nos ayudaría a ver esto con cierta distancia, pero conseguirlo no es fácil. Las políticas públicas, como objetivo, deben entender la vejez como un camino que comienza en nuestro nacimiento, con todo lo que eso supone, desde los cuidados cotidianos y lo preventivo. De todas las dimensiones de la vida personal y social, tal vez lo que tiene mayor peso en la vejez es la subjetividad y la pertenencia. Existen condicionantes que crean diferentes categorías de personas mayores: la institucionalización de los cuidados, radicalmente precarizada y con un coste de género y migrante en la servidumbre doméstica, no ayuda a generar una vejez autónoma, activa ni emancipadora.
«Las políticas públicas, como objetivo, deben entender la vejez como un camino que comienza en nuestro nacimiento, con todo lo que eso supone, desde los cuidados cotidianos y lo preventivo»
-Dices que no es lo mismo la vejez de una persona con pensión mínima, que la de un funcionario con formación académica y pensión máxima o una persona migrante. ¿Cómo contemplar todas estas necesidades tan distintas?
-Lo dice el INE: el código postal es más importante para nuestra salud que el código genético. El Instituto Nacional de Estadística nos dice que los barrios con rentas más elevadas tienen una salud mucho mejor y una esperanza de vida claramente superior; tienen, en definitiva, más prevención porque sus determinismos de vida les permiten tener información, tiempo, recursos públicos y dinero para ello. Es fácil contemplar las necesidades: si los ricos y los pobres no estamos juntos en los mismos lugares de vida, en un mismo sistema educativo y sanitario, no vamos a tener nunca una igualdad y equidad reales, ni nada que se le parezca. Un sistema educativo o sanitario para pobres, será pobre. No son la derecha y la extrema derecha únicamente quien tienen itinerarios de salud y educativos diversificados según el poder adquisitivo, es la socialdemocracia quien lo continúa amparando. Nuestras políticas públicas en lo social, sanitario y cultural deben mirar a las rentas más pobres, ya que la mayoría de las líneas de subvenciones, ayudas, elementos de desgravación, programaciones culturales… siguen beneficiando a rentas que no lo necesitan. Nos lo dice la estadística, pero también la observación directa.

-«Apropiémonos una vez más de los itinerarios de salud, recetémonos canciones y música. Vivir no es durar». Las terapias no farmacológicas están demostrando una gran eficacia, aunque sean consideradas como complementarias muchas veces.
-La música debe ocupar también un papel complementario, como todas las disciplinas si enfocamos la salud desde una visión democrática. Habría que profundizar más en las relaciones de poder o los intereses económicos que existen y que pueden incomodar al leer esto. También debemos tener cuidado con la sociedad del “yo”, con el batiburrillo de procesos presuntamente terapéuticos que nos llevan a un relativismo científico y político radical, abordando solo lo individual, siendo además curiosamente de pago: coaching, mentorías, bilance de compétence, mindfulness, psicología positiva, el budismo a través del yoga…
Por otro lado, existen muchas disciplinas científicas cuyos avances, por su organización elitista en lo económico, en lo relacional y en lo discursivo, pero también por el desmantelamiento del sistema público de salud, están en la práctica totalmente vetadas a las personas con las que trabajo: nutricionismo, nutrigenómica, neuropsicología, osteopatía… Son incompatibles con la falta de recursos de millones de ciudadanos. La música solo puede ser un bálsamo temporal ante el gran sufrimiento que vemos. Nada más que eso. Estamos en este proyecto porque nos permite caminar hacia la ternura, hacia la bondad, corregir actitudes que la vorágine diaria del trabajo asalariado no nos permite.
-Hace poco en una entrevista, Carlos López Otín nos decía que la Medicina durante mucho tiempo se había centrado en la medicina de la enfermedad y comentaba como propuesta de futuro potenciar la medicina de la salud, la de la prevención. ¿Qué opinas?
-No es pasado, sigue siendo así. La Medicina sigue centrándose en la enfermedad porque le resulta muy rentable a las élites. Estos días, en la inauguración de una exposición de fotos en Villeurbanne (Francia) sobre las residencias en el estado francés y me comentaba un familiar que le ofrecían un 6% de rentabilidad al invertir en un fondo vinculado a las residencias de mayores: invertir en gran dependencia, en medicina de la enfermedad. La estructura financiera y estatal sigue estimulando esto, que no es precisamente medicina de prevención. Carlos conoce y ha sufrido con profundidad la oscuridad estructural de la Universidad, del sistema sanitario, del mundo de la investigación… Las oficinas de patentes y el uso que se hace de ellas, las cantidades ingentes de dinero público que se usan en investigación y cuyos beneficios se van a las cuentas de las empresas desde lo especulativo, la necropolítica, etc. Y esto sucede tanto en nuestro estado como en la comunidad internacional. Las ideas sólo son válidas en el campo de la acción.
La medicina de la prevención bien entendida reduciría a mínimos la medicina de la enfermedad, eliminando la rentabilidad de determinadas profesiones médicas, de los grupos farmacéuticos, etc. Ninguna acepción de salud será certera si no navega en el origen profundo de las desigualdades e interviene sobre ellas.
Más allá de eso, es sabido en el ámbito de la salud comunitaria que las decisiones de mayor impacto positivo –y negativo– en la vida de las personas, no son las que se dan en el ámbito sanitario, sino en el económico, educativo, cultural, social o incluso arquitectónico.
«La medicina sigue centrándose en la enfermedad porque le resulta muy rentable a las élites»
-Intuyo por tus palabras que has hecho de tu trabajo una pasión…
-Más que una pasión, que también, es una necesidad. Canto porque soy tremendamente feliz haciéndolo, realizándolo además con las personas que mantienen viva la cultura de la cotidianidad con la que he crecido. Nunca he querido separar mi vida personal de mi vida laboral. Es la esencia de la transmisión de una dinámica cotidiana de vida por parte de la gente con la que compartí mi niñez, con la que ahora comparto mi edad adulta, cerrando así un círculo emocional y terapéutico a nivel personal. La vida comunitaria en la cotidianidad -tal y como estamos viendo en Francia donde resido temporalmente- corre serio peligro si no le ponemos pasión, ganas y creatividad. Mi niño interior, la esencia de “lo que soy” plasmado en un proyecto es lo que me alienta cada día cuando salgo de casa a cantar, afortunadamente muy bien acompañado. He tenido la suerte de poder dedicarme a dos de mis pasiones, la música y las personas. Aunque también te digo que en ocasiones la pasión me ha jugado muy malas pasadas, he cometido errores que dificultaron y frustraron proyectos que podían haber salido perfectamente. Eso no quita que siga viviendo apasionadamente esta profesión. En la actualidad, el trabajo con las personas mayores es mi prioridad, mirando sobre todo hacia el futuro a construir, un futuro que tenemos en nuestras manos, pero también en nuestra voz. «Cantar es amar y afirmar, volar y elevarse, desembarcar en los corazones de la gente que escucha; cantar es buscar la belleza y encontrarla». Son versos de Joan Báez, pero en eso andamos y los hacemos nuestros en cada momento que compartimos.