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lunes 14, octubre 2024

El deporte en Creta (introducción)

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Tenemos dos grandes civilizaciones –Sumeria y Egipto– con rudimentarios sistemas deportivos basados en los ejercicios que realizaban sus “élites dirigentes” y encaminadas, las más de las veces, a la defensa personal en caso de guerra o al placer de sentirse bien.

En Sumer las noticias, a falta de la aparición de miles y miles y más miles de tablillas con escritura cuneiforme, las prácticas se circunscriben a la mitología, a los cantares de gesta de sus respectivos reyes-dioses.
Y en Egipto vemos la aparición de la práctica deportiva –con los mismos fines que en Babilonia y alrededores– y la constatación en infinidad de estelas, murales y columnas en templos y tumbas.
Otra gran civilización: La Minoica en Creta, que es una isla –aunque parezca una obviedad hay que hacerlo patente, pues mucha gente lo desconoce y los lleva a cometer infinidad de errores y algún que otro horror–.

La civilización y la cultura han hecho, al parecer, un tránsito similar entre Egipto y Grecia: El Delta, Creta, Citera y el Peloponeso. Aunque otras versiones, que también son científicas, afirman que la cultura y tradiciones, así como dioses y humanos, llegaron a Europa y a la Grecia continental a través del Helesponto y fueron los helenos quienes exportaron la “civilización” a Egipto y norte de África y ciertamente, escuchando a D. Pedro Olalla y leyendo su último libro: Palabras del Egeo (Ed. Acantilado 2022), uno tiene la tentación de creer en dichos estudios y en las recientes comparaciones genéticas de los cretenses actuales con los “minoicos”, totalmente diferenciados de los egipcios y colaterales. Parece mucho más fiable la migración por tierra que aventurarse en el mar proceloso, lleno de sirenas, Escilas, Caribdis y otros monstruos (La Odisea, Homero).

Recreación del Palacio de Cnosos, en Creta. Se identificaba con el Laberinto del Minotauro.
Recreación del Palacio de Cnosos, en Creta. Se identificaba con el Laberinto del Minotauro.

La Civilización Minoica –establecida en la isla y también así llamada en honor del rey Minos– se caracterizó por muchas cosas, entre las que destaca la construcción de los famosos palacios de Cnosos y alrededores.

Antes de 1177, en el que la civilización se derrumbó (libro homónimo de Eric H. Cline, ed. Crítica, Barcelona 2016), ya estuvieron los griegos –o alguno de sus pueblos catalogados, dentro del confuso y mal estudiado “cajón” de sastre, denominados: “Pueblos del Mar”– deambulando por el Mediterráneo Oriental en un trasiego constante hacia Fenicia y Egipto, Asiria, Cirenaica (Libia actual), Palestina, Chipre, Anatolia, etc., etc., lo que es seguro a toda ciencia y así lo atestiguan las tablillas de escritura cuneiforme o las del Lineal B.

Pero concretando muchísimo, y para abreviar, la Civilización Minoica –establecida en la isla y también así llamada en honor del rey Minos– se caracterizó por muchas cosas, entre las que destaca la construcción de los famosos palacios de Cnosos y alrededores.
No tenían murallas defensivas ni algo que pudiera semejar a las ciclópeas que había en Micenas o Tirinto, por ejemplo. Pero para rizar un poco más el rizo, tampoco fueron encontradas armas de la época ni constatación de que hubiera esclavos y se cree que las riendas del poder estaban en manos de las mujeres, teoría basada en la paz y en la aparición de una estatuilla en el lugar más sacro del palacio de Cnosos, la “tesorería”, de una dama con dos serpientes en las manos, el pecho descubierto y grandes ojos escrutadores: La “Señora de las Fieras”. Quizá un símbolo de la fertilidad o un ídolo. En cualquier caso, es el retrato de esta pacífica civilización y la única deidad antropomórfica de la isla, que nos recuerda mucho a la sumeria Inanna o a la babilónica Ishtar, a la fenicia Astarté, o a la griega Afrodita / Kýpris.

Figura de Potnia Terón, "La señora de las fieras". Se identifica tambien con la diosa fenicia Astarté, premonitora de la griega Artemisa
Figura de Potnia Theron, «La señora de las fieras». Se identifica también con la diosa fenicia Astarté, premonitora de la griega Artemisa.

Bernardo Souvirón en su segundo libro Hijos de Homero. Alianza Editorial. Madrid 2006. Págs. 33 y ss. (el primero fue “Mujer de Aire”) nos relata con su peculiar, poético e inconfundible estilo, el nacimiento de la civilización griega tomando como punto de partida Creta y la cultura allí desarrollada entre el año 2000 y 1600 a.n.e. Si un sabio lo dice a mí no me queda más remedio que suscribir punto por punto sus asertos y sin la más pequeña matización, para eso soy medio analfabeto.

Este “paraíso insular” estaba abocado a ser invadido por otros pueblos más hambrientos o más codiciosos o ambas cosas y como desde siempre hubo trasiego de helenos hacia abajo y egipcios hacia arriba, pues eso, allá por el 1600 a.n.e., todo tocaba a su fin.

El introducir en este artículo a Creta y su significado para Occidente y el mundo del deporte, es porque considero a su civilización y a la isla como el puente de entrada a Grecia y el nexo del trasiego ideológico, social o de usos y maneras y demás cosas, entre Egipto y el continente.

El introducir en este artículo a Creta y su significado para Occidente y el mundo del deporte, es porque considero a su civilización y a la isla como el puente de entrada a Grecia y el nexo del trasiego ideológico, social o de usos y maneras y demás cosas, entre Egipto y el continente, así como de todo aquello que acontecía en el Mediterráneo Oriental en los convulsos tiempos que transcurrieron entre el 2500 al 1500 a.n.e. Empero las aportaciones de esta Civilización al mundo del deporte, a mi modesto entender, son más bien escasas. Si acaso la práctica del boxeo y el salto del toro, la natación y poco más.

Si sabemos del boxeo es por un fresco descubierto a mitad del siglo pasado por Spyridon Marinatos (Isla de Santorini, antigua Tera, desaparecida en gran parte por una erupción volcánica allá por el 1620 a.n.e) donde se aprecia la lucha de dos jóvenes provistos de guantes y atizándose mutuamente. Tiene unas dimensiones de 0.94 metros de ancho y 2,75 metros de altura.

Fresco de los boxeadores de Akrotiri
Fresco de los boxeadores de Akrotiri

En cuanto al salto del toro (“taurocatapsia”), arraigado más con los ritos religiosos y con las culturas de Sumer, Egipto y Levante (Siria, Palestina, etc.), es una constante en toda la isla y en el nacimiento de su cultura.
Personalmente pienso que los saltadores de toros eran personas en buena o muy buena forma física, que arriesgaban su vida para deleite de los demás, afrontando a un toro más o menos bravo, durante una festividad y que, apoyando sus manos en los cuernos, aprovechaba la fuerza del animal para saltar sobre él y caer a toro pasado (nunca mejor dicho). Otras versiones del salto nos dicen que el atleta daba una voltereta en el aire y caía sentado en el lomo del animal, para luego bajarse de él. De cualquiera de las formas, la gracia estaría en salir vivo del encuentro. Tenemos un cercano ejemplo en lo que hacen los “forçados” portugueses actuales.

Hay otro fresco, este hallado en Cnosos, representando a un hombre que se agarra a un toro, otro patas arriba y manos en los lomos del mismo animal y otro(a) en la parte trasera (78,2 cm de alto y 104,5 cm de ancho). Como si fuera la diapositiva de un acróbata en tres fotogramas, o uno que salta y dos que ayudan. En fin, a interpretar, que no dejaron escrito nada al respecto. Pero los arqueólogos atestiguan estas prácticas por aquellos pagos y en aquellos tiempos, antes y después de que Tera se deshiciera en pedazos.

Los cretenses permanecieron en paz y gracia de los dioses hasta que llegaron los aqueos, que son los culpables –o al menos se les culpa, que es otra cosa– de casi todas las maldades de la edad de bronce, con sus armas y sus dioses y sus costumbres.

Dicho esto, debo añadir que deporte… más bien poco. Que los admiradores de la tauromaquia vean en estos ritos el fundamento de lo que dan en llamar “la fiesta nacional española” no solo me parece descabellado sino más bien una aberración. Se pueden establecer similitudes entre el primer Egipto situado en mitad del desierto, que sólo tenía enemigos naturales y Creta que se encontraba en mitad del Egeo, entre Grecia y Egipto y algo apartada de las primeras rutas comerciales y por tanto de fuentes problemáticas. Aquellas travesías que iban y venían del Paraíso Terrenal comprendido entre el Éufrates y el Tigris por una parte y el Paraíso Acuático del Delta del Nilo.

Los cretenses permanecieron en paz y gracia de los dioses hasta que llegaron los aqueos, que son los culpables –o al menos se les culpa, que es otra cosa– de casi todas las maldades de la edad de bronce, con sus armas y sus dioses y sus costumbres. Se adueñaron de la isla y para justificar su conducta hicieron que en ella se criara Zeus y que todo diera comienzo para nosotros.

Mary Renault: Teseo (Ed. Edhasa. 1958. y Barcelona 2007) especialista en Grecia y en Alejandro Magno, recrea esta sociedad en una novela preciosa donde va desgranando varios mitos y los racionaliza en torno a Teseo, sacrificando las fechas en honor de una ágil y entretenida narración.

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