Hay tres razones a tener en cuenta, buscando un solo efecto: interrumpir las luchas intestinas y en honor a Zeus.
La primera es que Grecia Continental era pobre. La segunda es que había un binomio indisociable entre Religión/Estado sobre el que podemos elaborar cualquier estructura posterior. A partir de estas consideraciones, se ha constatado que cualquier proceso ya sea económico, social, político o de cualquier otra índole de la Grecia Antigua, pasaba por el tercer elemento: la guerra como factor esencial y cohesionante de cualquiera de sus “polis”.
La Grecia Continental y el Peloponeso, la Isla de Pelops o Pélope, tras la Edad Oscura y en el amanecer de la Edad Arcaica, eran un hervidero de polis de origen Aqueo enfrentándose a otras nacidas tras la invasión (o explosión interna) Doria – el retorno de los Heráclidas, se decía – y sobre las que resplandeció con luz propia Esparta o mejor dicho, el espacio ocupado por las cinco ciudades que unidas a ella conformaron la polis más poderosa y cruel del entorno, capaz de sojuzgar a sus vecinos hasta el punto de esclavizarlos.
Primeramente, los espartanos se expandieron hacia Amiclas y luego engulleron a las otras cuatro: Cinosura, Mesoa, Limnas y Pitana, constituyéndose en una potencia que perduró hasta el final de la Guerra del Peloponeso.
La Edad Oscura de Grecia es el periodo temporal comprendido entre el ocaso de la civilización Micénica (1200 a.C, aproximadamente: Guerra de Troya, más o menos) y el comienzo de la Edad Arcaica o Antigua (siglo VIII a.C): las Colonias, el alfabeto, La Ilíada y La Odisea, Hesíodo y las Olimpiadas, etc.
Las pequeñas aldeas, las granjas y los predios se fueron agrupando en ciudades independientes, bien delimitadas espacialmente y cohesionadas, con sus conflictos internos, pero desde el punto de vista cultural con la misma lengua, costumbres y sobre todo con los mismos dioses.
Surgen entonces dos tipos de conflictos: Los internos por el desigual reparto de las propiedades y la tierra, y los externos entre comunidades por la escasez de tierra y por el aprovechamiento de las fronteras y los santuarios religiosos que como bien sabemos, definen identidades, vertebran y construyen una realidad social que cohesiona a los ciudadanos frente al enemigo externo.
La Guerra durante la civilización Micénica era de tipo aristocrático, donde se entablaban combates individuales entre la nobleza de los dos reinos en conflicto y los súbditos debían esperar impacientes el desenlace de la batalla para saber de qué parte habrían de trabajar en el futuro y así hasta la próxima batalla. Normalmente las peleas eran de corta duración y tan corta que a veces de un solo golpe estaba decidida la suerte. Eran luchas que podíamos definir – con su barbarie – como caballerosas y constituían un componente esencial y primordial de la aristocracia con la finalidad (también) de justificar su estatus de monarcas frente a la población.
Varios ejemplos de combates de este tipo nos los brinda Homero en La Ilíada: En uno de los más representativos, Héctor reta a cualquiera de los aqueos a medir sus armas contra él y como nadie acepta de buena gana, tras una regañina de Néstor, se echan a suertes y el agraciado es Áyax Telamonio. Se pasan un día entero peleándose y al final, sin vencedor, Héctor le regala su espada a Áyax (sobre la que acabaría suicidándose) y éste su cinto a Héctor. No obstante, La Ilíada también nos da muestras suficientes de batallas campales entre multitud de guerreros.
Pero de aquí – Edad Oscura – en adelante intervienen varios factores. Ya no combate solamente la aristocracia, sino que se forma un ejército de “hoplitas” o ciudadanos agricultores que podían costarse su propio armamento, que batallaban, eran propietarios de tierras y familia lo que les hacía tener motivos extras para pelearse por lo suyo y defenderlo. La mayoría de las guerras sucedían en verano, cuando mejoraba el tiempo y se hacían transitables los caminos. Muchas veces las razias consistían solamente – ya era mucho el daño – en arrancar las viñas y quemar los cultivos de cereales; de ahí también uno de los motivos para constituirse en falange de hoplitas. Se cree que en las batallas más cruentas “únicamente” morían entre un 15 y un 20 por ciento de los contendientes. Raramente se quemaban los olivos, árboles sagrados.
La población entonces – tras el reagrupamiento en aldeas o ciudades – aumenta y las necesidades de acrecentar los límites de las polis nos devuelven a las guerras entre ellas. La guerra se hizo más frecuente a medida que cada comunidad buscó garantizarse para sí la mayor cantidad posible de tierra compatible con su conveniente utilización y defensa”.
De este modo y manera, la guerra se constituye como un asunto público y la sociedad se configura como una asamblea de guerreros que encuentra en la milicia el origen y la legitimación de su posición dentro de la misma. La ciudad se identifica con el ejército y desde entonces esencialmente en una comunidad de guerreros en la que la función militar es un elemento prioritario y donde su condición de soldados es lo que legitima su condición como ciudadanos.
Hay quien afirma que los Juegos en Olimpia se instituyeron para que los hoplitas mostraran al mundo su “areté”, su “excelencia”, mediante las competiciones atléticas.