Las inundaciones del pasado mes de junio afectaron a casi toda Asturias, poniendo a prueba la calidad de las infraestructuras y la capacidad de reacción de los servicios de emergencia. Ahora que ya se están tramitando las ayudas, toca hacer balance de lo que funcionó y qué se puede mejorar para evitar más daños en el futuro.
Con múltiples daños materiales sobre la mesa, además de dos víctimas mortales, se plantean preguntas como la posibilidad de construir en zonas inundables, el mantenimiento del cauce de los ríos o la gestión del agua en una región donde no sobra tanta como parece. Como Presidente de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, Jorge Marquínez tiene mucho que decir sobre estos y otros temas relacionados con el agua.
-Se dice que cada cien años se producen unas inundaciones como éstas.
-En realidad, la probabilidad de que haya una crecida de esta magnitud cada año es de uno partido por cien. Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que cada cien años haya una avenida de éstas, y con avenida nos referimos a una magnitud estadística, que se construye de acuerdo a los registros que tenemos. Ésta ha sido una avenida importante, en los veinticinco años que llevamos midiendo no hemos registrado ninguna de esta intensidad; pero tenemos muchas señales en los ríos que nos permiten decir, técnicamente, que no es la mayor avenida esperable.
-¿Cuál es su valoración de este fenómeno?
-Hacer una valoración positiva de lo ocurrido puede resultar insultante para quien ha sufrido daños en su vivienda, porque esto le supone un problema tremendo. Pero hay que pensar que aquí ha habido dos muertos, mientras que en Francia por la misma tormenta tuvieron diecinueve, y fue porque el río tiró varias casas, cosa que podría haber ocurrido aquí perfectamente. Dicho de otro modo: el evento ha tenido una importancia grande, pero la gravedad se ha limitado sobre todo a daños materiales, y de una entidad media. Lo veremos cuando se concluya la estimación de daños, pero va a ser muy inferior por ejemplo a las avenidas del 83 en Bilbao, que produjeron daños por valor de más de mil millones de euros, además de treinta y nueve muertos. Por otro lado, yo le pongo una nota alta a la reacción de los servicios de emergencia, aunque uno nunca está preparado para estas cosas, y cada vez que pasan las administraciones implicadas aprendemos algo que nos hará reaccionar mejor en la siguiente. Pero en general, y salvando problemas puntuales, yo no he percibido a gente desasistida durante mucho tiempo, se están tramitando ayudas para los daños particulares y agrarios y, en cuanto a lo que tiene que hacer la Confederación, estamos limpiando los cauces.
-¿Cómo protegerse de los daños por inundaciones?
-No hay una respuesta sencilla a eso. Lo primero que hay que tener en cuenta es que las crecidas no son buenas ni malas: con las crecidas hay que convivir, es como actúan los ríos y son absolutamente imprescindibles para el aporte de sedimentos y nutrientes al litoral. La clave está en cómo convivir con ellas, y la respuesta tiene que ser en tres escalones. El primero: tenemos que desarrollarnos en zonas seguras, lo que hagamos en el futuro tiene que tener en cuenta ese fenómeno y no vale con poner un muro entre el río y nosotros, porque el río necesita espacio para crecer y las zonas inundables tienen un papel en este proceso. Es inviable pensar que podemos convertir a los ríos en tubos artificiales a base de poner muros en la orilla, porque el problema durante una crecida podría ser dramático.
La segunda medida es la defensa puntual, porque como ya hay mucho construido hay que hacer un estudio de costes y beneficios. Y la última es tener una buena predicción de la crecida y una buena gestión de la emergencia en el momento en que ocurre, además de una respuesta posterior positiva y otras medidas paliativas.
“Socialmente hay que cambiar la idea de que nos sobra el agua, porque no es así todo el año”
-Ya existe un mapa de inundabilidad de la región. ¿Por qué no se incorpora en los planes de ordenación urbana?
-La puesta en conocimiento público de las zonas inundables es un avance importantísimo de estas dos legislaturas, nunca se había hecho. Desde mi punto de vista, era una dejación de funciones por parte de la administración que había que superar. No se le puede sustraer al ciudadano una información que sirve para saber si lo que compra es o no seguro, sirve a los ayuntamientos para saber que van a asumir riesgos si desarrollan esas zonas, y por supuesto a la administración responsable del cauce a la hora de dar sus autorizaciones. Es decir, que hay un antes y un después de la aparición de esa información. Además nosotros hemos puesto en marcha una segunda iniciativa que consiste en ofrecer un pacto a las administraciones competentes en ordenación del territorio, en el cual nosotros delimitamos unos corredores donde la inundación es más peligrosa, y ellos los califican como no urbanizables y concentran los desarrollos en zonas seguras. Yo creo que está confluyendo todo para que no se cometa el error en el que se ha incurrido durante décadas, construyendo elementos vulnerables en esas zonas.
-Los ayuntamientos reivindican su derecho a crecer, y algunos sólo pueden hacerlo hacia zonas inundables. ¿Cómo encontrar un equilibrio entre progreso y sostenibilidad?
-Cuando decimos que no hay que desarrollar la zona inundable no hablamos de toda, porque es muy extensa. Nosotros estamos protegiendo un área a la que llamamos “vía de flujo preferente”, que incluye la zona inundable peligrosa. Estamos asumiendo que hay una parte que sólo es afectada en grandes crecidas, y ahí la inundabilidad puede convivir con la edificación. En un análisis coste-eficiencia puede decirse que si esto se inunda cada doscientos años y es una lámina de poca altura y poca velocidad, ¿por qué no lo voy a desarrollar? Hay que integrar ese riesgo haciendo un buen diseño de las obras para que los daños sean menores. Lo que nosotros decimos es que hay que renunciar a la edificabilidad en la vía de flujo preferente, en la que las crecidas pueden alcanzar más de un metro de profundidad y velocidades altas. En esa zona no es razonable edificar, porque los riesgos que van a asumir los propietarios exceden con seguridad los beneficios de la ocupación del suelo.
-Cuando suceden estos fenómenos ¿funcionan adecuadamente las alertas hidrográficas?
-La primera reflexión es que venimos de la nada, cuando yo llegué aquí no había ningún centro de proceso de datos. Además, nuestras inundaciones son muy difíciles. En un río muy grande, como por ejemplo el Ebro, la lluvia se ubica con suficiente precisión y la onda de inundación se propaga lentamente: llueve en la cabecera y tarda dos o tres días en llegar a la desembocadura. A nosotros nos llueve a las once de la mañana y la crecida se produce a la una, tenemos unos ríos que responden de modo inmediato. Y además las predicciones meteorológicas no tienen precisión suficiente para saber si va a llover en un río o en otro, las borrascas no son homogéneas, son nubes compactas que pueden descargar mucha lluvia en un sitio y poca en otro. En definitiva, nuestras cuencas son muy difíciles para trabajar con predicciones a largo plazo, las más difíciles del país sin ninguna duda. Nosotros dependemos de la predicción meteorológica; si ésta es buena, también lo será la predicción hidrológica.
“No es razonable edificar en lugares donde la crecida puede alcanzar más de un metro de profundidad y velocidades altas”
-¿Cómo es la colaboración con la Agencia de Meteorología?
-La Agencia de Meteorología prepara una predicción de lluvias especial para nosotros, y nosotros la transformamos en una predicción de caudales. En ese trabajo estamos haciendo un esfuerzo muy grande, instalando muchas estaciones nuevas en todos los ríos para que los modelos predictivos funcionen cada vez mejor. Tenemos que conseguir datos muy precisos para poder hacer una predicción al menos con seis horas de anticipación, porque esa información es clave para los servicios de emergencia y puede reducir muchísimo los daños. En esa línea trabajamos.
-¿Es cierto el tópico de que en Asturias nos sobra el agua?
-Es una verdad a medias. Si usted mide el cómputo medio anual nos sobra un montón, pero el problema es la disposición estacional. Hay que pensar que los ríos también necesitan agua en verano. En algunas presentaciones enseño unas imágenes del río Pas, que en la toma de agua para Santander es un pedregal. Va absolutamente seco porque nos bebemos hasta la última gota, y eso no es de recibo. Socialmente hay que cambiar la idea de que nos sobra el agua, porque no es así todo el año.
También hay que cambiar el tópico de que el agua del grifo es muy cara. El ama de casa está preparada para ir al supermercado y pagar un euro por una botella de agua, pero le indigna pagar un euro por mil litros de agua que no tiene que transportar, que sale del grifo y que compite en calidad con el agua embotellada y en todo caso la supera, porque el agua de una botella está estancada durante un tiempo larguísimo
-Hay localidades asturianas que en ocasiones han tenido restricciones de agua. ¿Puede ser un problema acuciante?
-La clave es la velocidad de las correntías, que en nuestras cuencas es muy rápida. Es decir, lo que va por el río es lo que llueve, no tenemos grandes acuíferos que regulen el caudal de los cauces, de modo que durante gran parte del invierno y primavera nos sobra muchísima agua, y estadísticamente tenemos déficit cuando llega el verano y a principio del otoño. Sin embargo, en verano el consumo se mantiene o incluso sube un poco, por tanto hay una desregulación entre el agua disponible y el consumo. Para la zona central contamos con el agua almacenada en Tanes y Rioseco, en el occidente usamos el embalse de Arbón, pero en el oriente tenemos mucha vulnerabilidad. Por eso creo que al margen del ruido que pueda haber puntualmente con alguna obra para asegurar el abastecimiento, sería muy duro que llegara septiembre u octubre y tuviéramos que hacer cortes de agua en parte de la región. Los daños económicos y sociales serían tremendos, y es algo que a mí como gestor me preocupa. Esta exposición nos obliga a trabajar para que esto no ocurra por una falta de esfuerzo nuestro.