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martes 16, abril 2024

Cerbantes

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Me ayudan a mirar las cosas de otra manera; me encantan esas personas originales que cuando se ponen ante un libro no lo leen, lo estudian, y nos explican a los demás, sin presunción alguna, lo que ven. Una de las que más me enseña es el escritor leonés Ramiro Pinto, que a menudo se asoma a esta página; anda este curso por Alcalá de Henares, desde allí me informa acerca de Azaña y sobre el autor del Quijote; me señala que siempre firmaba con ‘b’. Me sorprende la afirmación, recorro un mundo de firmas y, efectivamente, ahí está Cervantes escribiendo su apellido con presunta falta de ortografía. Estupor, en este año que celebramos centenario.

Claro que no es para tanto, al fin y al cabo, nada más que faltaría que el príncipe de las letras no supiera su apellido; por otra parte, la escritura es un convencionalismo, que nos sirve para comunicarnos al que muchos que deberían no le dan valor, por ejemplo algunos medios informativos: el equipo de rotulistas del Telediario declara al Sr. Díaz Nicolás, «catedrático hemérito»; así, con toda la hache; por la noche fue degradado y quedó sólo en emérito; más bajo, pero más correcto. En la cadena radiofónica hermana, RNE Clásica: no sé a cuento de qué sacan a pasear a Darwin, y un señor que seguramente sabrá de música y puede que hasta de ciencia, pero no aprobaría Literatura, asegura: «En la propia «Regenta», Benito Pérez Galdós dice que en 1862 en la Universidad había partidarios de Darwin». En la Sexta, El Intermedio, hablan de manera irónica sobre la desafortunada comparación que hace una dirigente de Podemos entre un militante del SAT encarcelado y Miguel Hernández; nada afortunado es tampoco el comentarista cuando asegura, «El poeta andaluz dijo: La cebolla es escarcha…«

Nuestra esperanza, como el escritor de Orihuela, en la juventud, que llena las universidades; aunque no en toda ella, que hay algunos factores indicativos de baja productividad. La profesora del Dpto. de Filología Catalana y Lingüística General de la UIB, Doña Mercè Picornell, hace pública su sorpresa, «Resposta d’un examen d’introducció als estudis literaris: (traduzco para perezosos) En su obra destacan cuatro etapas: los primeros intentos poéticos, la primera etapa, la segunda y la tercera»

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Leer, leer mucho, leer por encima de otros vicios. Este mes se celebra el Día del libro, acuda usted a una librería, regálese un libro y compre otros para sus personas queridas; acompañado de una rosa, si puede ser. Floristerías tradicionales y librerías van desapareciendo, ahogadas por los súper-almacenes. Escribe Manuel Rivas en Terranova que el librero en vez de poner «liquidación por cierre inminente» prefiere poner «liquidación por defunción»; llamaría más la atención, «E logo, ¿e quen morreu?»

Leo en la prensa el efímero recuerdo de Lito, de la Librería Baquero de Turón, uno de esos militantes de la Cultura, lector, librero, esquiador, corresponsal de prensa, cantante, animador cultural. Me vienen a la cabeza otros colegas suyos, como Pepín el de la Felguerina, que no veía ni un elefante pintado a rayas, que usaba lupa para acercarse al libro, pero que te daba información de todo lo que tenía a la venta, que se empecinaba en organizar en el Parque una Feria del libro de pueblo; cesado, invirtió en otra librería su indemnización por despido, y se arruinó, claro. Algunos otros establecimientos van resistiendo por los pueblos; es menos difícil en Oviedo (Cervantes, Ojanguren…) por la población en general y la universitaria en particular, o en Gijón (saludos a Jose y Chema, en Paradiso), pero ya es mérito la antigüedad de la de Vivín, en Ribadeo, que continúan sus hijos en dos locales, donde puede uno encontrar joyas pretéritas. Amor a la lectura, como cuenta el hijo de Lázaro García (Memorias de un camuflau); relata que su padre se ganaba la vida como barbero; lector empedernido, prestaba a sus amigos los libros que compraba, con lo que «¡Coño, por qué no me lu vendes! No, home, no, que lu compré yo pa mí. ¡Véndemelu, ho! Y fue lo que sucedió… poco a poco fue deshaciéndose de la peluquería y quedándose como librero». Así nació la Librería Fénix, en la calle Carracido de Sama de Langreo, fallecida con el golpe militar de Franco, porque no solamente son puestas en las librerías en peligro por las multinacionales grandes, sino por los personajes pequeños; no hace mucho tuvo lugar el juicio a un grupo de varones fascistas que asaltó en Madrid la Blanquerna, con la disculpa de que se estaba celebrando un acto decorado con la bandera catalana. Fueron benévolos, no mataron a nadie ni prendieron fuego a los libros. Cosas que pasan en las librerías.

«Cosas raras que se oyen en las librerías» es una breve y divertida colección de anécdotas por Jen Campbell, trabajador de una librería de viejo de Londres. Como a mi amigo Ramiro alguien le comenta que «Mil monos escribiendo a máquina podrían escribir maravillas, ¿lo sabía?» «Sí.» «¿Tiene algún libro de esos?». Aquella otra más común de «No recuerdo el autor ni el título, pero la cubierta era verde y me reí mucho, ¿lo tenéis?», o la que yo escuché a un vendedor de enciclopedias, al parecer más habitual de lo que parece, la señora que va a comprar libros por metros y de un color determinado, a juego con el mueble.

Más cerca de nosotros, en La trastienda, librería de lance en León, calle Mariano Glez Berrueta, -perpendicular a la Calle de la Sal, hito de la procesión de Genarín-, tienen un letrero en el que señalan la orden de una madre: «Niña, no toques los libros, ¡a saber por qué manos han pasado!» La buena señora. De los billetes de banco no decía nada, apostilla el librero.

Curiosamente se suele escribir de «libreros» y no de «libreras», sin embargo es figura habitualmente femenina la bibliotecaria. Sobre ellas, vísperas del 8 de marzo, me hace llegar un apropiado artículo la buena amiga Antònia Real, de Sineu, «Les bibliotecàries són unes bruixes». Empieza: «Las bibliotecarias de verdad se visten con ropa corriente y parecen mucho mujeres corrientes; viven en casas corrientes y hacen tareas corrientes», quiere hacer una llamada de atención sobre la importancia de la lectura en la formación de espíritus libres. O, mejor expresado, que no se cercene la libertad de los espíritus infantiles; de nuevo las cosas raras de Campbell: «¿Tenéis libros con listas de profesiones? Quiero darle a mi hija algo que la oriente» En este caso atiende una librera, muy seria pregunta si va a la universidad, ¡qué va, tiene cuatro años! La madre se va a curiosear por los estantes y deja sola a la niña con la dependienta, «¿Qué quieres ser de mayor?», ninguna duda: «¡Quiero ser abeja!»

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