¿Tiene sentido seguir manteniendo esta práctica?
Desde hace ya más de un siglo, en algunos lugares cambiamos la hora dos veces al año. Así, el pasado 27 de octubre de 2024, pasamos del horario de verano al de invierno, es decir, las 3:00 h pasaron a ser las 2:00 h, con lo que pudimos dormir una hora más.
Este cambio de hora de “verano” a “invierno” se realiza por lo general en Europa el último domingo de octubre (primer domingo de noviembre en Estados Unidos) y el cambio de “invierno” a “verano” se produce en Europa el último domingo de marzo (segundo domingo de marzo en Estados Unidos). Estos cambios de hora llevan ya unos años generando polémica porque mucha gente argumenta que no sirven para nada y que causan ciertos perjuicios innecesarios. En esta publicación trataremos de explicar los orígenes históricos de esta práctica y discutiremos la conveniencia de seguir manteniéndola o no.
Pero, lo primero de todo, detengámonos un momento a entender el origen fenomenológico de esta idea del cambio horario y si realmente tiene alguna razón de ser. Lo cierto es que nos llegamos a plantear la cuestión porque observamos un hecho objetivo: por el hecho de tener estaciones, la cantidad de horas de sol (con horas de sol entendemos la duración del día, es decir, desde que sale el sol hasta que se pone, y no el número de horas “efectivas” en las que brilla el sol, esto son dos cuestiones muy diferentes) en el hemisferio norte y en el sur cambia considerablemente a lo largo del año (ver figura 1). Recordemos que las estaciones se deben a la inclinación del eje de la Tierra (os invitamos a buscar nuestra anterior publicación sobre las estaciones en nuestra web o nuestras redes sociales). En España (tomando como referencia la capital Madrid), por ejemplo, el número de horas de sol varía (valores medios del mes y aproximados) desde un mínimo de unas 9 h 20 min en diciembre (día más corto 9 h 17 min) hasta unas 14 h 45 min en julio (día más largo 15 h 04 min en junio). Estas horas de sol, con el horario de verano e invierno actual, se distribuyen de la siguiente manera: en el día más corto (entre el 19 y el 25 de diciembre) el sol sale a las 8:34 h y se pone a las 17:51 h, y en el día más largo (entre el 19 y el 25 de junio) el sol sale a las 6:44 h y se pone a las 21:48 h.

¿Cuáles serían los horarios si no hiciéramos cambio de hora? Esto dependería de si nos quedamos con el horario de “invierno” o el de “verano”, pero los dos horarios tienen sus pros y sus contras.
Ahora bien, estos horarios son, como hemos dicho, haciendo el cambio de hora actual. Pero, ¿cuáles serían los horarios si no hiciéramos cambio de hora? Esto dependería de si nos quedamos con el horario de “invierno” o el de “verano”. Si nos quedáramos con el horario de “invierno”, la salida y la puesta de sol en los meses de invierno se mantendría (digamos que, más o menos, de 8:30 a 17:50 h), pero los horarios cambiarían en verano (recordemos que en verano adelantamos el reloj 1 hora), pues la salida del sol sería sobre las 5:45 h (tenemos que restar la hora que hemos adelantado) y la puesta a las 20:48 h. Por lo tanto, parece claro que al dejar el horario de invierno perderíamos una hora “activa” de sol, porque a las 5:45 h todo el mundo suele estar durmiendo.
Por el contrario, si dejamos el horario de “verano” la salida y puesta del sol en verano no cambia, pero sí las del invierno, pasando a salir el sol sobre las 9:30 h (tenemos que sumarle la hora que hemos atrasado los relojes) y poniéndose a las 18:51 h. Con el horario de “verano” en invierno todos empezaríamos la jornada en oscuridad ya que el sol tardaría mucho en salir y ganaríamos una hora por la tarde. Como vemos, los dos horarios tienen sus pros y sus contras.

Visto que no existe una solución óptima, la problemática de qué hora fijar ya surgió hace bastantes años. De hecho, los orígenes del cambio de hora se remontan oficialmente al siglo XIX, pero ya en el siglo XVIII se puso la idea sobre la mesa. Se atribuye el “mérito” de haber sido el primero en sugerirlo a un personaje bastante famoso como fue Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Franklin era embajador de Estados Unidos en Francia y lamentaba desperdiciar sus mañanas en París quedándose en la cama. Ante esta situación llegó a proponer a los franceses que dispararan cañones al amanecer para despertar a la gente y reducir el consumo de velas por la noche. Esta propuesta, aunque no fue considerada en un principio, sí que abrió un debate que fue madurando durante los siguientes 100 años, con la inestimable colaboración de la efervescente Revolución Industrial, hasta que la idea penetró a las instancias políticas.
La cuestión era que, durante gran parte del siglo XIX, la hora se fijaba según las horas de sol y esto ocasionaba que la hora se fijara de forma local. Cada pueblo o ciudad tenía su propia hora y esto creó decenas de “horas solares” que muchas veces entraban en conflicto. Por ejemplo, podían ser las 12:00 h en Nueva York, las 12:05 h en Filadelfia y 12:15 en Boston, estando estas tres ciudades muy cerca unas de otras y casi en la misma “vertical” (misma longitud). Esto causaba multitud de dificultades en una sociedad cada vez más modernizada y con acceso a más tecnología. Uno de los principales problemas afectaba a las compañías ferroviarias que pretendían entregar pasajeros y mercancías a tiempo, ya que nadie se ponía de acuerdo sobre qué hora establecer como la que tenían que seguir los trenes. Para solucionar esta problemática, ya en la década de 1840, los ferrocarriles británicos adoptaron horarios estándar y unificados para reducir la confusión. En Estados Unidos no tardaron en seguir el ejemplo. En 1883 un grupo de empresarios y científicos decidió establecer los husos horarios en América del Norte y los ferrocarriles estadounidenses y canadienses adoptaron cuatro husos estándar (Eastern, Central, Mountain y Pacific) para agilizar el servicio. Pese a que, como casi todos los cambios al principio, esta nueva manera de hacer las cosas no gustó a todo el mundo, el servicio ferroviario mejoró en gran medida y poco a poco el cambio fue aceptado por la sociedad.

Se atribuye el “mérito” de haber sido el primero en sugerir el cambio de horario a un personaje bastante famoso como fue Benjamin Franklin, que era embajador de Estados Unidos en Francia y lamentaba desperdiciar sus mañanas en París quedándose en la cama.
Una vez resuelto el tema de los husos horarios, casi un siglo después, se planteó la idea de Franklin de cambiar el horario de verano con la idea de ahorrar energía y por consiguiente unos cuantos dólares a los empresarios. En la década de 1900, un constructor inglés, William Willet, instó a los legisladores británicos a cambiar los relojes para obtener beneficios económicos. El Parlamento inglés rechazó la propuesta en 1909, pero la adoptó unos años más tarde coincidiendo con la puesta en marcha de la maquinaria de guerra de la Primera Guerra Mundial. En 1916, Alemania fue el primer país europeo en adoptar la medida para reducir los costes de la energía y casi de inmediato se fueron sumando otros países occidentales. España adoptó la medida en 1918 al igual que Estados Unidos.
Una vez que sabemos tanto el origen fenomenológico como el histórico, preguntémonos lo siguiente: ¿hay alguna razón poderosa para hacer el cambio de hora? La idea inicial del cambio de hora es trasladar una hora de luz solar de la madrugada a la tarde, para que la gente pueda aprovechar más la luz del día. Y lo cierto es que el argumento más antiguo a favor de este cambio es el ahorro de energía. Ya decía Franklin que se podrían ahorrar muchas velas con el horario de “verano” en París (amanecía muy pronto, pero a esas horas todavía el bueno de Benjamin dormía, le preocupaba más que anochecía muy temprano y quería “ganar” una hora más de luz). Sin embargo, ha habido mucha controversia en torno a esta afirmación ya que diversos estudios a lo largo de los años arrojan resultados contradictorios. Uno de los estudios de los que podríamos considerar más serios fue realizado por el Departamento de Energía de Estamos Unidos en 2008. Este estudio se realizó porque en el año 2007 entró en vigor una nueva normativa aprobada en 2005 por el gobierno del entonces presidente George W. Bush por la que el horario de “verano” se alargaba 4 semanas: del primer fin de semana de abril se adelantaba al segundo fin de semana de marzo y del último fin de semana de octubre se retrasaba al primero de noviembre. Este estudio concluyó que esas 4 semanas extras de horario de “verano” se ahorró aproximadamente un 0,5 % de electricidad por día, lo que correspondería a un ahorro total del 0.03 % anual. Este es un ahorro que puede parecer modesto, pero 0.5% del consumo diario de Estado Unidos es un número muy relevante de KWh ahorrados. Sin embargo, ese año, un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica concluyó que el alargamiento del horario de “verano”, contrariamente a la intención inicial, aumentó la demanda de electricidad en aproximadamente un 1 %, lo que aumentó las facturas de electricidad en el estado de Indiana en 9 millones de dólares por año. Como vemos, dos estudios paralelos y con resultados contradictorios.
Que los días sean más largos y que haya más horas de luz después del trabajo, propicia una vida social y familiar más rica y, a la vez, favorece un menor consumo de horas de televisión y un aumento del tiempo que se dedica a la práctica deportiva.
Entonces, si no podemos usar el ahorro de energía como justificación (habría que hacer más estudios para sacar conclusiones más sólidas sobre el tema), ¿hay alguna otra ventaja de mantener el cambio de horario? La respuesta a esta pregunta es un poco subjetiva, porque muchas de las ventajas que se incluyen no están amparadas por datos. Una de estas ventajas es que, según los propietarios de pequeños negocios, cuantas más horas de luz después del trabajo, más probabilidades tiene la gente de salir y hacer algo, lo que impulsa las ventas, ya sea en un restaurante o en una tienda local. Por otro lado, que los días sean más largos y, de nuevo, que haya más horas de luz después del trabajo, propicia una vida social y familiar más rica y, a la vez, favorece un menor consumo de horas de televisión y un aumento del tiempo que se dedica a la práctica deportiva. Como consecuencia, la salud lo agradece: las personas registran menos problemas psicológicos y se encuentran de mejor humor, por lo general, en el periodo de horario de “verano”.
Otro dato a favor que, en este caso, cuenta con datos objetivos es que el hecho de que haya más horas de luz reduce la tasa de criminalidad. Los robos disminuyen aproximadamente un 7% en el periodo de horario de “verano” y también caen un 27 % en las horas de la tarde que pasan a ser horas de luz al cambiar de hora. Lo cierto es que la mayoría de los delitos callejeros ocurren por la noche, por lo que una mayor cantidad de horas de luz hace que sea más fácil para las víctimas y los transeúntes ver las amenazas potenciales e identificar más tarde a los malhechores.
También se reduce la incidencia de accidentes de tráfico. Mucha gente conduce a casa después del trabajo y si este trayecto se realiza con luz natural, los accidentes se reducen significativamente. Esto, a su vez, hace que sea más seguro para quienes corren, las personas que pasean a sus perros después del trabajo y los niños que juegan al aire libre, ya que los conductores pueden ver a las personas con más facilidad. Esto significa que, en general, el horario de verano aumenta la seguridad.

Sin embargo, existen también algunas desventajas. Una de las más clásicas es el argumento de que el cambio de hora es malo para la salud. Esto se debe a que, pese a que solo es una hora de diferencia, el cambio de los patrones de sueño va en contra de los ritmos circadianos naturales de una persona y tiene consecuencias negativas para la salud. En 2020, la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño (American Academy of Sleep Medicine en inglés) pidió la abolición del cambio de hora. Según ellos, el cambio de hora altera el reloj natural del cuerpo lo que podría causar un mayor riesgo de accidente cerebrovascular y eventos cardiovasculares. Un estudio descubrió que el riesgo de sufrir un ataque cardíaco aumenta un 10% el lunes y el martes posteriores al cambio de hora de “invierno” a “verano”. Otro estudio indica que la incidencia de los dolores de cabeza aumenta al cambiar, en este caso, de “verano” a “invierno”. También se encontró que, en las semanas posteriores al cambio de hora de “invierno” a “verano”, las tasas de suicidio masculino aumentaron en Australia en comparación con las semanas posteriores al regreso al horario de “invierno”.
También hay factores económicos que indican que el cambio de hora no es una buena práctica. Según algunos expertos, el horario de verano reduce la productividad. El lunes después del cambio de hora a “verano” se denomina «lunes somnoliento (sleepy Monday)», porque es uno de los días del año con más falta de sueño. La semana posterior al cambio a “verano” se produce un aumento de la llamada “holgazanería cibernética (cyber-loafing)” (empleados que pierden el tiempo en Internet) porque están cansados. Y es que, según algunas voces autorizadas, el reloj circadiano humano no se ajusta al horario de verano y la consecuencia de ello es que la mayoría de la población disminuye su productividad y su calidad de vida, porque simplemente está más cansada (más horas de luz, más tiempo fuera de casa y menos tiempo para el descanso y el sueño).
Probablemente en España se aceptaría mucho mejor mantener el horario de “verano”, pero lo cierto es que esta es una discusión en la que los puntos de vista cambian enormemente según la región en la que te encuentres.
Vistos los pros y los contras del cambio de hora parece claro que no existe una solución óptima para todo el mundo. Pero sí que hay ciertas consecuencias del cambio de hora que parecen ajustarse a la forma de vivir en la mayoría de países. Por ejemplo, el hecho de tener más horas de luz en verano cuando la temperatura es agradable y se puede estar fuera parece razonable y a la mayoría de gente le gusta, por lo que mantener el horario de “invierno” y perder una hora de luz por la tarde para ganarla muy temprano cuando, de todos modos, la mayoría de la gente duerme no parece la mejor opción.
Pero, por otro lado, mantener el horario de “verano” en invierno nos llevaría a una situación en la que el sol tardaría mucho en salir y, por lo tanto, las primeras horas de nuestro “día activo” se desarrollarían en oscuridad, y ganaríamos una hora de luz por la tarde. Pero, ¿realmente es ésta una hora extra que se puede aprovechar cuando las temperaturas son bajas en el exterior y no es agradable estar al aire libre sino más bien recogido en casa? Pues tampoco parece que sea la mejor solución. Lo cierto es que esta es una discusión en la que los puntos de vista cambian enormemente según la región en la que te encuentres. Probablemente en España se aceptaría mucho mejor mantener el horario de “verano” (quitar una hora de luz en verano no sería una solución muy aplaudida en España) que el de invierno. Sin embargo, la situación puede ser la inversa en otros lugares en los que la vida “activa” empieza mucho más temprano como, por ejemplo, en Estados Unidos, y en los que no se aceptaría de buen grado perder horas de luz por la mañana para ganarlas en la tarde cuando de todos modos todo el mundo ya está en sus casas.
La discusión está sobre la mesa y continuará en los próximos años. De hecho, en España el BOE ha publicado el calendario de cambios de hora a los años comprendidos hasta el 2026. Tras ello, el futuro es incierto.