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domingo 30, marzo 2025

El bosque sagrado

Noelia Velasco
Noelia Velasco
Noelia Velasco es guía de naturaleza, monitora forestal y fotógrafa. Tiene formación multidisciplinar en gestión forestal, educación medioambiental y guía de montaña. Actualmente trabaja como Guía de Naturaleza en los jardines del Museo Evaristo Valle en Gijón. Con su novela “Una ventana al bosque”, ganó el Premio Desnivel de Literatura 2023.

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Estás en la linde de un tupido bosque, su frontera está vestida por una maraña punzante de espinos. El aroma que te llega de dentro con la escasa brisa que logra atravesarlo está plagado de notas de humedad y musgo, de hojarasca en descomposición. Bajo tus pies, el barro hace que tus suelas se hundan ligeramente. Tu presencia ha puesto en alerta a los pájaros que rompen el silencio en su repentino vuelo al despegar de entre las ramas que están más próximas a ti. Trinan como señal de aviso. La tarde ha dejado atrás el medio día hace tiempo, la luz ha perdido intensidad, las sombras ganan terreno. Aquí estás, a las puertas del bosque sagrado.

Durante mucho tiempo el bosque representó para los humanos un espacio cargado de misterio, un lugar donde la naturaleza materializaba los designios cósmicos, una evocación a la divinidad, un paraje animado que, de ser contravenido, podría envolvernos en serias dificultades.

En el juego de sombras, el aspecto del bosque puede adoptar extrañas formas y los sonidos distorsionarse provocando un entresijo de incógnitas que antiguamente, atemorizaba a los humanos. La biodiversidad era de tal magnitud, lo tupido de tal tamaño, que nadie podía permitirse ser ingenuo al afrontar la gran diversidad de peligro que los bosques albergaban. El profundo respeto a una naturaleza fuertemente animada, hizo que estas congregaciones majestuosas de árboles, se convirtieran en templos, una suerte de catedrales naturales donde rezar y devocionar los cultos de la época. De manera que esa vertiente temerosa y sagrada hizo de manto protector para que todo lo vivo fuera convocado a la expansión.

Así, a lo largo y ancho de todo nuestro planeta, desde tiempos lejanos, multitud de pueblos y culturas encontraron en los bosques y en los árboles, un cobijo para el alma. De las encinas proféticas de Donona, a los álamos negros de Perséfone, de los mirtos dedicados a Venus, a los asokas de la mitología india, del roble celta al baobab africano, de los laureles consagrados al Oráculo de Delfos, al espino de Glastonbury, o al mitológico ciprés de Kashmar, sin olvidar a Yggdrasil, el fresno perenne de la vida del pueblo nórdico.

En una ocasión escuché que cuando el viento mueve las ramas de los árboles se manifiesta el misterio del aliento de Dios que induce el soplo de la vida en el planeta con sus fosas nasales, y es que si Dios, o el Creador, o el Universo o, mejor dicho, el innombrado, ha de vincularse con algún ser de la Tierra para generar y fomentar la vida, ¿con quién sería si no es con los árboles? Los Celtas creían que a cada ser humano le corresponde un árbol y yo me pregunto ¿cuándo nos mereceremos que a cada árbol le corresponda un humano?

El bosque sagrado, artículo de Noelia Velasco para Fusión Asturias.

Lo cierto es que el árbol ha recorrido nuestra historia cultural a camino de los mitos y del misterio, de la poesía y de la ciencia, de todo arte, de todo pensamiento, tratando siempre de encajar en nuestra personal distorsión del mundo, y en su quietud, a unos pocos transmitiendo su verdad: la certeza de unos pulsos vitales que trascienden sus cuerpos, lo intangible e infinito sosteniendo lo perecedero, una vida elongada como canal de comunicación entre el cosmos y las entrañas de la Tierra.

Es imposible no admirar de los árboles su capacidad para generar su propio alimento, esa independencia indómita y salvaje. Mientras, como contrapunto, se ven obligados a permanecer siempre en el mismo espacio, anclados a la tierra en la que una vez sus primigenias semillas se convirtieron en plántulas, las plántulas en jóvenes árboles, los jóvenes en admirables viejos. Y, sin embargo, en ellos hay avance, hay transporte, hay movimiento. Desde las hojas que el viento arrastra, a las semillas que las aves transportan en sus picos o asidas en el enmarañamiento del pelaje de ciertos mamíferos. Es más ¿no crees que al respirar su oxígeno una parte del árbol pasa a habitar en ti? Entonces, si consciente de esto te mueves, el árbol se mueve contigo. De esta manera el bosque permanece en el desplazamiento constante, como en una corriente en la que el curso avanza a su favor, sin baches.

Los bosques superan lo frecuente volviéndose un extra de lo ordinario, siempre un paso más allá de lo usual, pues su entrega al plan celeste les otorga rango de legendarios. ¿Y si quizás recuperamos una parcela del misterio de antaño para volver a venerarlos? ¿Y si reconocemos que no lo sabemos todo acerca de ellos? ¿Que no podemos gobernarlos? No es mala cosa recordar que los árboles son reguladores de vida y esto sin duda le entrega al bosque una condición vinculada a lo más sagrado.

En este paseo, de árbol en árbol, de roca en roca, salpicado de flores y ramas, serpenteando el sendero, has percibido el aroma de lo sacro, del pilar incorruptible que envuelve a lo verde de este planeta. El sonido chisporroteante de las hojas bajo tus pies, las cortezas rugosas que llevas en las huellas de tus manos, la fragancia de musgo y tierra mojada que ha calado en lo profundo de tus poros. De pronto, lo has visto, lo has olido, lo has tocado: vegetar es un ir para dentro, una fórmula perfecta que plantea la unión, el cónclave, el guiso de lo colectivo. ¿Has tomado del árbol el cordón divino que une a todas las especies?

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1 COMENTARIO
  1. Es bellísimo. Además del lirismo que vibra en el texto, está lleno de menciones que dan largos que pensar, de una profundidad y sabiduría exquisitas. Gracias!!!

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