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miércoles 16, abril 2025

Nebulosa de endrino

Noelia Velasco
Noelia Velasco
Noelia Velasco es guía de naturaleza, monitora forestal y fotógrafa. Tiene formación multidisciplinar en gestión forestal, educación medioambiental y guía de montaña. Actualmente trabaja como Guía de Naturaleza en los jardines del Museo Evaristo Valle en Gijón. Con su novela “Una ventana al bosque”, ganó el Premio Desnivel de Literatura 2023.

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Paseo por un camino rural saboreando el paisaje. Es primavera, aunque la vegetación es quien verdaderamente toma esta decisión. Despierta y se alza en cada recodo en tiempos diferentes. Una pizca de luz aquí, una exposición soleada allá, un poco de agua almacenada en esta vaguada, una inclinación protegida del viento en este retazo de monte… Y, ¡zas!, lo verde se encarama, se yergue sobre la tierra. Como si una invocación cósmica tirara de las plantas hacia arriba. Como si una fuerza telúrica las empujara desde abajo invitándolas a encumbrarse.

Cada territorio es acompañado por un cortejo florístico específico. Por una arboleda potencial que se emancipa y conquista nuevos territorios. Por manadas, bandadas e incluso animales solitarios que hacen su vida esperando no ser molestados.

Lo que fue, lo que es, lo que puede ser, lo que será. La vegetación potencial de una zona es una mezcla de todo esto, una combinación de pasado, de presente y de un posible futuro. Tantas variables como dimensiones temporales, mientras nosotros, los ignotos humanos, como poco y como bueno, observamos; como mucho y como mal, destruimos.

Marzo apenas acaba de cerrar sus días. A los lados del pedregoso sendero, voy dejando matas de galio que buscan elevarse usando la estrategia de agarrarse con sus pequeños garfios a otras plantas de tallo leñoso; eso sí: sin desdeñar muros o cualquier otro soporte que les permita ascender para hacerse con los rayos de sol tan esperados. Aprovecho para llenar mi cesta con sus terminaciones, que son más tiernas que el resto de su cuerpo. Mi estómago dará buena cuenta de ellas en la ensalada que prepararé en el almuerzo. También me encuentro con unos matojos floridos de estellarias y un montón de dientes de león. Mi cesta se llena más y más. Pienso en las recetas que pondré a prueba con tanta primavera cosechada.

Mi mirada, de tanto en tanto, se eleva y escudriña el horizonte que enmarca tanto campo y tanto bosque. Me detengo a observar un seto bien grande de endrinos que está algo lejano, en mitad de la pradera que tengo en frente. Los endrinos son como una banda de forajidos bien avenidos y armados hasta los dientes en el afán de proteger su territorio. En la montaña, su nebulosa de flores blancas en racimo aún se puede distinguir en algunos paisajes. Los veo en la distancia y, entusiasmada, pienso: «Ahí están, creciendo como a ellos les gusta: bien juntos, apretados, sin dejar que otras especies se inmiscuyan en sus cosas; entrecruzando sus punzantes espinas bajo las que muchos animales trazan pasaderas y guaridas».

Paisaje de Asturias con endrinos en floración.

La palabra guarida le llena a uno la boca al pronunciarla; también el alma de aquellos a los que nos duele el mundo. Solo con mentarla, uno se siente cobijado, seguro. Estos pequeños arbustos representan como nadie cada una de sus sílabas; por eso endrino es una palabra-hogar.

La primavera se huele, se observa, se come, se acaricia. Se escucha en el trino de las aves que llegan de tierras lejanas, en el viento que encuentra más resistencia en las hojas de los árboles recién brotadas. Sin duda, la naturaleza expresa como nadie su potencia. A poco que observo, me doy cuenta de que no todas las plantas se rigen por esta norma de luz y temperatura. De hecho, algunas se derrumban con el exceso de calor o con el de luminosidad, de modo que el Sol, con toda seguridad, transmite algo más que estas influencias. Muchas semillas han de pasar por un periodo de oscuridad, humedad y frío por un tiempo, algo aparentemente opuesto a la posterior luz y calor con la que despiertan. Es ese el momento en el que la Tierra abraza las influencias que le llegan del cosmos, que se introducen en ella sin obstáculo alguno en la desnudez del invierno. Estas influencias vitales toman posesión a través del movimiento del sol mediante los signos de la eclíptica en su desplazamiento. El sol, entonces, actúa como una enorme lente óptica que toma las actividades de esta eclíptica y las envía, en este caso, a la Tierra; pero también al resto de planetas. Entonces decimos que recoge, transforma y envía, y la vida en el planeta recibe mucho más que luz y calor: acoge un pulso vital, una fuerza matriz que genera la vida y amplifica las consciencias y los procesos evolutivos de los seres vivos. Así es como la situación del sol, cuando se encuentra entre el equinoccio de primavera y el solsticio de verano, transmite a la Tierra las fuerzas de creación.

Noelia Velasco paseando por el bosque.

Respiro profundamente. Los impulsos de perfección y maduración me rodean, están presentes. Percibo la transferencia de las fuerzas de la purificación de los elementos y de las sutilezas, de lo tangible y de lo intangible. El milagro del renacimiento que con tanta vehemencia observamos en la naturaleza está aquí. Me dejo arrullar por su frescura, por su firmeza.

Si marzo es el mes en el que comienzan los procesos de germinación, en abril, los impulsos del sol moldean las formas de esa previa germinación: siempre las mismas en base al patrón mórfico archivado en su código genético. Mayo llegará sin prisa con más plantas emergiendo y exteriorizándose a través de las fuerzas de dilatación y de propagación. Y en junio, por un lado, las fuerzas creadoras afianzarán la raíz en la oscuridad del suelo; y por otro, las ramas y las hojas se extenderán en dirección opuesta, hacia el mismo sol: una expresión simbólica de la polaridad establecida en la fase. Y así mes a mes, hasta completar el ciclo de formaciones y fuerzas. Sí, es primavera. El sendero lo sabe. El bosque lo advierte. Yo lo vivo.

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