Dos hermanos con dos pasiones coleccionistas. Uno, los instrumentos musicales. El otro, la automoción y su mundo. Después de años de afición, en 2006 se deciden a llevar adelante un sueño común: compartir su colección con la ciudad de Avilés.
Así nace el Museo Alfercam, totalmente financiado con fondos privados. La incertidumbre creada por la crisis obligó a un cierre temporal, principalmente por el temor de lo que pudiera venir, y más teniendo en cuenta que en su faceta profesional los hermanos Campelo se dedican a la construcción. En este tiempo ha habido ocasión de adaptarse a la nueva situación económica, y ver que era posible continuar, reabrir las puertas del museo y absorber los sesenta mil euros anuales que cuesta el mantenimiento y que salen del propio bolsillo, puesto que ninguna administración cultural ha mostrado interés en este proyecto. ¿Por qué asumir un gasto tan alto? Alfredo Campelo lo explica: “Hay que entender que este museo es la ilusión de dos hermanos, y la mayor ilusión para nosotros es que el museo esté abierto”.
Así que el 5 de mayo de 2010 abre otra vez sus puertas, subrayando su carácter didáctico y provocando de nuevo la admiración del público.
El Museo de la Música alberga quinientos instrumentos. Todos ellos se pueden tocar y además escuchar, gracias a un innovador sistema de audición.
La afición por el coleccionismo de Alfredo y Fernando Campelo (el juego con las primeras sílabas da como resultado el nombre del Museo Alfercam) comienza hace muchos años. En el caso de Alfredo, hablamos de la afición por la música y los instrumentos. Todo comenzó con una armónica, regalo de su padre; luego llegó una guitarra, y progresivamente el resto de instrumentos que hoy se pueden ver expuestos. “Además de tocar, a mí me gustaba cuidar los instrumentos, guardarlos, mantenerlos a lo largo del tiempo”. Con los años se acaba la época de estudiante y comienza la vida laboral. Llegan los primeros ingresos económicos que permiten muy poco a poco la compra de nuevas piezas. “Yo creo que los museos no nacen de un día para otro. Hay que buscar, leer mucho, viajar, visitar anticuarios… Es fruto de años y años de trabajo”. La experiencia que se va adquiriendo resulta fundamental. Por ejemplo, para encontrar instrumentos antiguos africanos es mejor viajar al norte y no al sur: los anticuarios de París o los Países Bajos tienen piezas fantásticas. En el caso de Fernando, su afición por los coches es compartida con otras muchas personas en todo el mundo, por lo que la agenda de contactos es amplia y se mueve con agilidad.
Un museo en dos partes
En el Museo de la Música hay alrededor de quinientos instrumentos que se pueden ver y además tocar, lo que ya sorprende bastante al público, acostumbrado a no tener contacto con las piezas expuestas en un museo. Pero lo más novedoso es sin embargo la posibilidad de escuchar: gracias a un sistema de audición inalámbrico el visitante puede conocer el sonido original de cada una de las piezas expuestas, que son alrededor de quinientas y de todos los continentes. Es una oportunidad única. “De todos los museos de instrumentos que visité en Europa cuando abrimos éste, ninguno ofrecía esta posibilidad. El sistema que lo hace posible lo hemos inventado aquí”. Cuando uno se adentra en los distintos apartados de la visita, dividida en áreas geográficas, se empieza a escuchar la música de cada zona en particular. Existen puntos de información con breves explicaciones sobre cada instrumento, que acompañan a cada audición.
En el Museo de la Automoción se expone una colección de vehículos y otros elementos que permiten apreciar los avances tecnológicos y estéticos en este campo. Se puede conocer el legado de la aviación “BMW”, el símbolo “Rolls Royce”, routers europeas “Zundapp” y “BSA”, etc. Todos los vehículos tienen la documentación actualizada para poder circular y están en perfectas condiciones para ponerse en marcha. De eso se encarga personalmente Fernando Campelo, quien además los conduce todos con cierta regularidad para asegurar el mantenimiento de los vehículos; de hecho, nunca están todos los vehículos a la vez expuestos, siempre hay alguno rodando porque no deben estar parados mucho tiempo seguido. “Mi hermano es un gran técnico –explica Alfredo-. Las visitas guiadas las hace él, porque es el único que sabe arrancar los motores, algo que es bastante complicado. Cuando pone en marcha el coche de bomberos y toca la sirena, los niños se vuelven locos”.
Todos los vehículos del Museo de la Automoción están en perfectas condiciones para poder circular.
El público de Avilés se muestra agradecido ante la iniciativa. Lo demostró en las cinco jornadas de puertas abiertas que se organizaron la semana de la reapertura. Se echa en falta sin embargo el respaldo de las instituciones, si no a nivel económico, al menos con un reconocimiento de la labor que se está realizando. “Este museo no existe para las entidades públicas. Ni una vez he oído a un político nombrarlo. Al principio nos preocupaba un poco, porque mantenerlo cuesta sesenta mil euros al año, pero ahora nos da igual. Vamos a nuestro aire”.
En su fase reciente, la fachada ha sido adornada con pinturas de los alumnos de la Escuela de Arte, y la calle ha ganado color y originalidad. Es la realización de un sueño que, como mantienen los hermanos Campelo, “tiene finalidad educativa y didáctica”.