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domingo 24, noviembre 2024

Inmaculada González-Carbajal: “Escribo porque quiero que la gente se acerque a otras realidades que no conoce”

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Su madre ya le había advertido que solo es feliz quien está contento consigo mismo, quien se conforma con lo que tiene y quien está de acuerdo con lo que hace. Y ella tuvo que viajar hasta África para reconciliarse con una parte de sí misma. De una maleta llena de experiencias nació El mundo a través de una mosquitera, la última publicación de Inmaculada González-Carbajal.

Aunque natural de Avilés, esta doctora en medicina y licenciada en historia tiene dos hogares, uno en Oviedo donde reside habitualmente, y otro en la República Democrática del Congo, país al que viaja periódicamente para colaborar con proyectos sociales en los que participa la Fundación El Pájaro Azul, de la que ella es fundadora. De su experiencia en zonas especialmente complicadas y peligrosas nace esta publicación, de Ediciones Trabe, en la que enseña un mundo muy diferente al nuestro pero que se halla interconectado.

-¿Por qué «el mundo a través de una mosquitera»?
-Cuando estás por aquellos lugares lo primero que ves al despertar es la mosquitera que rodea la cama y te protege de la picadura del mosquito que produce la malaria. Para ver a través de ella tienes que fijar la vista y mirar con una actitud diferente, por eso la mosquitera es la invitación a acercarnos a este mundo tan desconocido y distinto al nuestro con una actitud distinta. Es decir, dejando nuestros propios esquemas de pensamiento a un lado, acercándonos con respeto y sobre todo, con mucha humildad. Se trata de abrirnos a otro mundo que funciona con otros códigos, y que no necesariamente hay por qué entenderlos; hay que observarlos y respetarlos. Eso no quiere decir que se esté de acuerdo o no con ellos.

-¿Qué significa África para ti?
-Es mi segunda casa, está en mi corazón, allí tengo gente muy querida. Cuando voy a Kinshasa, voy a mi casa, a una casa que me conecta mucho más con lo emocional y que me descubre aspectos de mí misma que yo muchas veces no podría vivir en Asturias. Es una realidad muy distinta la que conocemos cuando salimos de nuestra zona de confort. Cuando en nuestra vida cotidiana funcionamos automáticamente creemos que somos como somos, pero esto cambia cuando te colocas en otro contexto en el que las situaciones a veces son muy fuertes, a todos los niveles. A veces para no recibir una agresión y poder sobrevivir tienes que adoptar un determinado papel. Yo juego muy bien el papel de tonta, esto me salva mucho, y a mí me encanta, porque para hacerte el tonto tienes que ser muy inteligente. Una de las situaciones ocurrió cuando me retuvo la policía por hacer fotos a un monumento en Kinshasa y tuve que hacer teatro para resolver la situación. Empecé a llorar como una magdalena, y claro, me soltaron. Aquí no necesitas echar mano de estas cosas, no tienes la sensación de inseguridad que hay allí.

“A veces hay personas que vivimos situaciones en la vida que nos ponen en una encrucijada que hace que tomemos una serie de decisiones, pero eso no se da en un día de inspiración, es un proceso y yo lo compartí”

La escritora con jóvenes del centro Bana ya Poveda en Kinshasa, que acoge a niños en situación de vulnerabilidad.
La escritora con jóvenes del centro Bana ya Poveda en Kinshasa, que acoge a niños en situación de vulnerabilidad.

-¿Qué hay llevar en la maleta para hacer viajes como los que haces tú?
-Yo creo que hay dos cosas fundamentales, una es la humildad, y otra, el sentido del humor. Tienes que tener capacidad de reírte de ti misma y determinadas situaciones verlas desde un punto jocoso porque si no… Para andar por esos sitios hay que tener la cabeza y el corazón bien amueblados. Yo las emociones las dejo vivir, pero nunca, jamás, decido cuando estoy en la emoción.

-¿En este libro das un paso en tu propia desnudez?
-Sí, evidentemente comparto lo que fue mi proceso personal, me parecía honrado por mi parte hacerlo. Ya tenía escrita la parte de las historias que tenían que ver con África, pero luego me planteé que yo no habría hecho un cambio en mi vida de este calibre si no fuera a partir de un proceso previo. Hay personas que a veces vivimos situaciones en la vida que nos ponen en una encrucijada que hace que tomemos una serie de decisiones, pero eso no se da en un día de inspiración, es un proceso y yo lo compartí.

“Hay personas que están pendientes de su imagen exterior, de lo que llevan puesto, pero el mayor tesoro del ser humano es la paz en el corazón”

-A veces la vida pone encrucijadas por delante, pero ¿hay que saber reconocer las señales?
-Claro, porque en ocasiones lo que marca la diferencia es que pasamos de largo donde los demás se paran, o al revés, nos paramos donde los demás no lo hacen. Yo puedo pasar al lado de lo que considero una piedra, sin embargo, si pasa un escultor él ve ahí su futura escultura.
Si vivo una situación con atención interior, puedo cuestionarme cosas y tomar decisiones diferentes a las que venía tomando, y lo que cuento ahí es lo que viví. Todo parte de una primera decisión y es que yo quería morirme como mi madre, que se murió en paz, esa paz en la que puedes abandonar la vida con una serenidad impresionante, despidiéndote y compartiendo las cosas. Yo me pregunto ¿qué tengo que hacer para morirme así? Y ahí se abre una pregunta para la que en principio no tengo la respuesta, es una pregunta que todavía me sigue surgiendo de vez en cuando porque no es algo que está acabado.

-Tu madre te dio unas claves para la felicidad que no tienen nada que ver con las posesiones que uno pueda tener.
-Claro, porque las claves que nos vienen desde afuera no tienen nada que ver con lo que vivimos por dentro. Hay personas que están pendientes de su imagen exterior, de lo que llevan puesto pero el mayor tesoro del ser humano es la paz en el corazón. Y para vivir en paz ¿qué necesitas? ¿quién quieres ser? ¿qué grado de coherencia? Si no tenemos un grado mínimo de coherencia, no puedes vivir en paz.

“Es paradigmático que uno de los países más ricos del mundo en recursos sea uno de los más empobrecidos. El problema es que el Congo siempre ha tenido lo que Occidente ha deseado, primero fue el marfil y ahora es el coltán”

Con uno de los jóvenes del Centro Bana ya Poveda, en Kinshasa.
Con uno de los jóvenes del Centro Bana ya Poveda, en Kinshasa.

-Hablando de coherencia, en el libro haces alusión a la diferencia entre un país pobre y un empobrecido ¿cuál es?
-Aunque he estado en otros países de África, yo solo puedo hablar del Congo que es el que más conozco. Tiene muchísimos recursos, pero está empobrecido porque se le está extrayendo sus materias primas, se están esquilmando sus recursos naturales, pero esa explotación de recursos no redunda en el beneficio y bienestar de las personas que viven allí, todo lo contrario.
Es paradigmático que uno de los países más ricos del mundo en recursos sea uno de los más empobrecidos. El problema es que el Congo siempre ha tenido lo que Occidente ha deseado, primero fue el marfil, luego el caucho, los diamantes, el oro, hasta el uranio de la bomba atómica salió de allí. Y ahora es el coltán. Es un país al que no permitimos que tenga un desarrollo adecuado porque si así fuera pondría freno y coto a todo lo que se está extrayendo de allí.

-¿Hablamos de un mundo globalizado para intereses particulares?
-Por supuesto, la mentalidad del mundo global es que yo puedo ir a donde me dé la gana con todo mi esquema de vida, de bienestar, vivir en una burbuja y ver la vida de los demás a través de ella, sin ningún tipo de responsabilidad.
Somos corresponsables de lo que ocurre en otros sitios. Tendría que caernos la cara de vergüenza porque haya hambre en el momento actual, pero también con otras muchas cosas. Luego ves los desmadres que hay y a gente gastando miles y miles de euros en tonterías, sabiendo que hay gente que pasa hambre, y no les da vergüenza. Aquí te hacen una resonancia magnética por cualquier motivo, y eso en el Congo no está al alcance de quien la puede necesitar; sin embargo, el coltán sale de allí. Aquí vivimos de más por lo que viven de menos en otros lugares, así de claro.

“Aquí vivimos de más por lo que viven de menos en otros lugares, así de claro”

-Y en el medio de todo este fregado aparece la ocupación china en este y en otros países africanos. ¿Qué está pasando?
-El tema de China es preocupante porque tiene como objetivo ser primera potencia mundial, y ellos tienen una gran necesidad de recursos, de materias primas de las que ellos no disponen. Así que su objetivo es África, y están haciendo una colonización con un estilo muy particular. Todas las colonizaciones son malas pero hay matices, y ellos ofrecen crear infraestructuras, carreteras, puentes, etc., pero son infraestructuras de mala calidad como las que han hecho en Kinshasa que las primeras ya se están viniendo abajo. A cambio, ellos obtienen lo que les da la gana.
Y luego hay cosas como lo que comento en el libro sobre las balanzas trucadas que utilizan los chinos para pesar el mineral en los lavaderos ilegales. Las mujeres, que son quienes llevan el mineral, van con diez kilos y les dicen que pesa cinco. Es un tema muy complicado porque los chinos no tienen empatía ninguna, y hay muchas posibilidades de que te engañen.

-En el libro, también relatas una visita a un hospital y tu sorpresa al ver a algunos pacientes sin colchón en sus camas.
-Es que allí se paga todo, absolutamente todo; a la gente le preocupa caer enfermo porque no hay posibilidades. Hay algún hospital privado para gente de mucho dinero y para diplomáticos, pero los centros a los que va la mayoría son tremendos, cuando entras allí quieres salir corriendo, no quieres ni que te pongan una tirita encima.
La media de vida allí debe rondar los 53 años, hay que pensar que una gran mayoría de gente no tiene una buena alimentación, una buena asistencia sanitaria, una vida cómoda, etc., todo eso merma el tiempo de vida.

“Hace años que no consiento que nadie a la vuelta de vacaciones se queje de que tiene que volver a trabajar. Las quejas absurdas no las consiento porque es una contaminación gratuita que se echa al ambiente”

"El mundo a través de una mosquitera", última publicación de Inmaculada González-Carbajal

-¿Situaciones así te hacen valorar lo que tenemos cotidianamente en nuestro entorno?
-Ese es uno de los objetivos del libro. Yo escribo porque tengo necesidad de escribir, es algo que me ayuda a ordenar mis pensamientos, mis sentimientos y emociones, pero por otro lado, escribo porque quiero que la gente se acerque a otras realidades que no conoce o sobre las que no hay una información veraz. El objetivo más ambicioso del libro es que la gente tome conciencia de que somos privilegiados porque hemos nacido aquí. Es injusto, allí la gente con talentos y con capacidades no los puede desarrollar, mientras que aquí nos quejamos a veces por chorradas.
Yo hace años que no consiento que nadie a la vuelta de vacaciones se queje de que tiene que volver a trabajar. Las quejas absurdas no las consiento porque es una contaminación gratuita que se echa al ambiente, y que además crea un mal ambiente innecesario.

-Apuntabas en el libro que, tal y como estaba discurriendo este mundo global, se estaba pidiendo a gritos que ocurriera algo… y llegó la pandemia. ¿Seguimos pidiéndolo a gritos?
-Sí, cuando la gente decía ‘vamos a salir más reforzados’ de la pandemia, yo decía ‘no’, porque el que no piensa, que es una gran mayoría, no ha ido más allá, no se ha planteado nada. Lo único que quería la mayoría de la gente era volver a la vida anterior, ¡pero si la vida anterior es la que nos ha llevado hasta aquí! ¿No tendríamos que hacer una reflexión para ver qué tenemos que cambiar?
Esta temporada estamos con el tema del cambio climático, que no es ninguna tontería. Nos estamos cargando el planeta por la usura, por la codicia del ser humano, pues tendrá que venir otra más gorda.
Ahora también se está hablando de la falta de aprovisionamiento de productos, pero es que hemos hecho el mundo global solo para nuestro interés. Trasladamos las empresas a la otra punta del mundo porque allí es todo más barato, pero claro, luego cuando hay problemas dependemos de esos lugares. Es un mundo absurdo y en algún momento tiene que romper y estallar.

“Lo único que quería la mayoría de la gente era volver a la vida anterior tras la pandemia, ¡pero si la vida anterior es la que nos ha llevado hasta aquí! ¿No tendríamos que hacer una reflexión para ver qué tenemos que cambiar?”

Inmaculada con Sor Ángela, la religiosa asturiana que dirige el centro Télema para enfermos mentales en Kinshasa.
Inmaculada con Sor Ángela, la religiosa asturiana que dirige el centro Télema para enfermos mentales en Kinshasa.

-En Kinshasa se encuentra Sor Ángela, la monja asturiana que ayuda a personas con enfermedades mentales. ¿Cómo es la labor que está haciendo?
-Lo que hace es extraordinario porque ella recoge a las personas que están vagando por las calles de Kinshasa en unas condiciones terribles. Las recoge y normalmente ella misma se encarga de asearlas; luego estas personas son atendidas por médicos que les dan un tratamiento y, cuando ya están más equilibradas, entran en unos talleres ocupacionales en los que aprenden sobre todo a coser, a confeccionar trajes. Los que están mejor pueden llegar a reincorporarse a la vida normal, volver a encontrarse con las familias que les han echado de casa. La suya es una labor de denuncia sobre lo que es la atención al enfermo mental. Ahora en Kinshasa ya hay grandes centros para enfermos mentales pero cuando Sor Ángela llegó allí no había nada.
Allí la llaman “La Teresa del Congo”, es una mujer muy especial. Ha recibido alguna mención honorífica y este año le han dado la Medalla oficial de la orden de Isabel la Católica. La embajada española en Kinshasa ya la presentó dos años al Premio Princesa de Asturias y lo seguirá haciendo, lo que pasa es que una monja no da mucho glamour. La gente que está ahí trabajando a pie de obra son los que muchas veces no se ven, no tienen tiempo para salir en los medios y estar en todos los saraos, es una labor callada.

“La gente como Sor Ángela, que está ahí trabajando a pie de obra, es la que muchas veces no se ve. No tienen tiempo para salir en los medios y estar en todos los saraos, es una labor callada”

-En España se denuncia a menudo cierta criminalización de la enfermedad mental, pero en países del África Subsahariana esto se lleva al extremo.
-Sí, porque la enfermedad mental allí está catalogada como si fuera una posesión maligna, como si fuera brujería y las personas afectadas pudieran hacer daño a los demás. Allí está estigmatizada, ¡pero ojo! también lo está aquí. Evidentemente aquí la enfermedad mental está tipificada correctamente, pero muchas veces el problema lo encuentras en la familia a la hora de hacerse cargo de que hay un problema mental y llevarla a un psiquiátrico que es donde hay que llevarla. No se admite, hay una negación de la enfermedad.

-¿Igual que no se admite el suicidio?
-Igual, es un tema que también se tapa, nunca se habla de ello abiertamente. No se daban las cifras de suicidio que hubo durante el confinamiento y aumentaron muchísimo. Y eso es así porque el suicidio nos cuestiona a todos, incluso al propio Estado. Nadie con un cáncer se siente cuestionado pero con la enfermedad mental sí.

“Tenemos mucho desarrollo tecnológico y nos sentimos los reyes del mambo, pero tenemos mucho que aprender, sobre todo mucha humildad”

-¿Las miradas a otras culturas permiten tener una visión más objetiva de nuestra sociedad?
-Siempre hay cosas que nosotros podemos enseñarles a ellos y que ellos necesitan aprender, pero ellos tienen muchas cosas que enseñarnos a nosotros. Nosotros nos hemos alejado de lo que es esencial en la vida, de los valores universales, y cada vez nos alejamos más. Tenemos mucho desarrollo tecnológico y nos sentimos los reyes del mambo, pero tenemos mucho que aprender, sobre todo mucha humildad.
Fíjate lo que te digo, cuando tenemos muchas cosas llega un momento en que ya no sabemos ni lo que tenemos, ni lo que deseamos, ni con qué tenemos que estar a gusto. Aquí, incluso algunos niños, de 7, 8 o 10 años ya tienen un Oscar en insatisfacción, y lo mismo le pasa a la gente mayor. En el Congo, a pesar de las dificultades no pierden la capacidad de disfrutar del momento.

-La imagen de jóvenes africanos llegando en patera en busca de un futuro mejor contrasta con la que ya es habitual en nuestro país de parte de la juventud española en botellones que acaban en disturbios.
-Claro, y encima la mayor parte de los medios lo tratan como si fuera normal y lo achacan a que es debido al Covid. No, perdona, estos polvos vienen de aquellos lodos y los lodos son de hace tiempo. A nivel político nadie tiene los arreos que hay que tener para decir a los padres y madres: “por favor, empiecen a educar a sus hijos en casa y no lo deriven todo al colegio”. ¿De qué sirve que en el colegio digan una cosa si traspasadas las puertas del centro el niño hace lo que le da la gana?

-Se enarbola la palabra libertad para muchas de estas cosas. ¿Asistimos a una tergiversación de los conceptos?
-Cosas que están pasando no tienen nada que ver con la libertad, tienen que ver con otras cosas que son muy viejas. Como lo que ocurrió cuando una directora de un instituto le dijo a una niña de quince años que no podía venir a clase como lo hacía, en sujetador, porque ni siquiera era un top. Pero son los padres los que deberían estar preocupados y ver por qué su hija tiene que ir medio desnuda, porque eso no es libertad, eso tiene que ver con el machismo y el feminismo. ¿Eres libre porque vas en pelotas a clase? ¿Te vistes así por ti? No, perdona, lo haces para que te vean los chavales. Al final, son las mujeres las que tienen que enseñar el cuerpo, los hombres no. ¿Pero por qué tenemos que seguir exhibiéndonos?

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