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sábado 20, abril 2024

Capítulo XII: La Güestia

Adolfo Lombardero
Adolfo Lombardero
Escritor de "La Ayalga: el tesoro de Asturias"

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La joven Elba tenía la sensación de que el tiempo fluía de otra forma desde que había conocido a Freba. Percibía cómo el día se había alargado para darles la ocasión de conversar largo y tendido. Desde luego permanecer en silencio junto a la diminuta hada era del todo imposible, pues Freba hablaba y hablaba sin parar, entremezclando los temas e incluso contestando locuazmente a sus propias preguntas.

—¿Entonces eres incapaz de recordar nada anterior a tu naufragio? —preguntó el hada sin demasiada delicadeza.

—Así es…

—¿Ni siquiera tus padres o tu familia?

El gesto pesaroso de Elba contuvo la verborrea de Freba por un momento cuando comprendió la carga que la joven muchacha arrastraba sobre sus hombros.

—Debe ser muy duro no recordar tu pasado.

—Créeme, lo es. He llegado a pensar que soy otra persona, incluso he llegado a acostumbrarme a ser esa desconocida. Por más que lo he intentado una y otra vez, no he logrado encontrar el camino para que los recuerdos vuelvan a mí.

—Es terrible no poder recordar a las personas que te quieren —contestó Freba ciertamente triste y con los ojos vidriosos. Freba y Gas’phar escuchaban atentamente a Elba.

—Una vez tuve un sueño… Era tan real… —Elba rememoró el suceso del Umbral con la mirada perdida —Buscaba mis recuerdos por todas partes, pero no los encontraba. Busqué y busqué por todo aquel paraje que eran mis pensamientos hasta que alcancé un lugar oscuro, frío, inerte…

“He llegado a pensar que soy otra persona, incluso he llegado a acostumbrarme a ser esa desconocida. Por más que lo he intentado una y otra vez, no he logrado encontrar el camino para que los recuerdos vuelvan a mí”

Hubo un silencio que extraordinariamente Freba no rompió, pues se encontraba cautivada por la abierta sinceridad de Elba y deseaba con todas sus fuerzas entender a la muchacha para poder así devolverle el favor de haberle salvado la vida.

—Vagando por aquel sombrío espacio alcancé lo que me parecía una enorme estrella oscura, un astro que me atraía y que me engulló dentro de sí. Allí reinaba la calma y descubrí que me hallaba ante el más majestuoso pórtico que jamás podría haber imaginado. Un guardián oscuro se interponía entre aquel Umbral y yo. Me dijo que mis recuerdos se hallaban tras las columnas de aquel portal y que jamás lograría pasar a través de él para recuperarlos. Supliqué y supliqué, pero nada logré obtener de aquel poderoso ser, que con una voz capaz de retumbar en las paredes del firmamento, me dijo: “Yo soy el Vacío Oscuro. Yo soy…

—… el Olvido”. —Freba concluyó la frase con una expresión de terror en su rostro —Vaggodonnaego… El Vacío Oscuro.

Elba totalmente sorprendida por la reacción de la pequeña hada profirió un balbuceo incrédula.

—Pero…

(Clin…)

Gas’phar parecía tan asustado como Freba.

—Sí, sí, ya lo sé. Pensé lo mismo cuando vi su brazalete, pero eso no es lo que importa ahora. —Freba contestó a Gas’phar con indulgencia, y volvió a dirigirse a la muchacha que no salía de su asombro—. Mi querida Elba, lo que has percibido no ha sido un sueño. Vaggodonnaego, el Enemigo de los Mil Nombres, es tan real como tú y como yo, y al igual que los demás Dioses Primigenios, tan solo se muestra ante los ojos de los seres mágicos, por lo tanto…

—Pero si yo tan solo soy una niña…

(Clin…)

—Cierto Gas’phar… una niña muy especial. Quizás por eso sus recuerdos permanecen ocultos en algún lugar más allá del Umbral… y empiezo a sospechar que nuestro “encuentro” no ha sido nada casual, ya me entiendes —dijo esto último lanzando una mirada de complicidad al saltamontes.

(Clin, Clin, Clin…)

—No te falta razón, esto se escapa de nuestras manos, pero vamos a hacer todo lo que sea posible para ayudar a Elba.

Los tres amigos avanzaban lentamente mientras conversaban, deteniendo sus pasos en ocasiones para enfatizar sus argumentos. Caminaban y caminaban, casi sin rumbo y sin percatarse de que habían entrado en el valle más antiguo del bosque. Se adentraron en aquel paraje donde los árboles más jóvenes son más antiguos que el hombre más viejo, allí donde nunca nadie había dejado su pisada; donde el musgo crece sobre la corteza de los árboles y sobre las rocas, como si una eterna primavera hubiese extendido su manto verde, lleno de vida, sobre todas las cosas. Justo cuando el sol tocaba el horizonte con los últimos rayos del atardecer llegaron allí donde habita el espíritu de la vida, donde el bosque es más anciano y nada existe sin razón para ello, donde los animales conviven ajenos al devenir de los hombres en un armonioso y bello equilibrio.

—¿Acaso sabéis lo que deberíamos hacer?

—Nosotros no, mi querida Elba, pero quizás…—Freba recapacitó pensativa.

(Clin, Clin)

—No, Gas’phar, no estaba pensando en Ella…, está demasiado ocupada con los humanos y prometimos vernos al acabar nuestro cometido.

(Clin, Clin)

“Es una niña muy especial. Quizás por eso sus recuerdos permanecen ocultos en algún lugar más allá del Umbral… y empiezo a sospechar que nuestro “encuentro” no ha sido nada casual”

Elba asistía pasmada a la ferviente conversación que mantenían el hada y el saltamontes sin comprender nada de lo que Gas’phar decía con sus tintineos.

—¡No!, ¡Gas’phar!, ¡no todo se resuelve saltando una cima! —respondió Freba enérgicamente.

—¿“Saltar una cima”? —Elba intercaló la pregunta tratando de entender algo, pues sus amigos se mostraban ciertamente enfrascados en un acalorado diálogo que la involucraba de lleno y no le parecía buena idea “saltar de una cima”.

—¿Ves lo que has logrado? Has asustado a Elba —Freba zanjó así la discusión con Gas’phar —. “Saltar una cima” es algo que hacemos a veces —El hada trató de explicarse para tranquilizar a Elba —. Gas’phar es un Saltamontes de Plata, cuando salta desde la cima de una montaña es capaz de alcanzar la cima de otra montaña próxima… pero también… digamos que esto conlleva un salto de época…

—¿“…de época”? —Elba no salía de su asombro — ¿Puede saltar en el tiempo?

(Clin)

Gas’phar flexionó sus patas mostrando con orgullo el brillo de la luna sobre sus plateadas alas e hizo una pequeña cabriola alrededor de Elba con entusiasmo.

—Es algo que aún tenemos que perfeccionar… tenemos que solucionar un pequeño problemilla con las antenas de Gas’phar… Tuvimos un aparatoso percance la última vez que saltamos una cima y me quedé atrapada en una época posterior… Algún día tendremos tiempo de hablar de todo esto, ahora lo importante es…

De pronto se detuvieron en seco. Algo llamó la atención de los tres amigos desde lo más profundo del bosque, que ahora bajo el oscuro manto de la noche se impregnaba de un halo tenebroso.

—¡Shhh… ocultémonos!, alguien viene —advirtió Freba.

Con todo sigilo Elba trató de esconderse tras unos matorrales y dirigió su atención en la dirección del ruido.

Un extraño silencio y una falsa sensación de quietud invadía el entorno conforme una multitud se acercaba y su presencia se hacía más patente. Elba escuchaba con claridad desde su escondite los pasos cansinos de un grupo de personas acercándose lentamente.
Freba y Gas’phar permanecían sobre los hombros de Elba atentos a lo que pudiera suceder y cuando la comitiva estuvo al alcance de la vista, ninguno de los tres compañeros se podía creer lo que estaban presenciando.

Hacia ellos avanzaba una larga comitiva de hombres, con caminar pesaroso. Una neblina les rodeaba y un brillo casi espectral manaba de sus cuerpos translúcidos, como si tan solo las almas de aquellos espíritus vagasen por ese lugar tristemente despojadas de la carcasa de sus cuerpos.

Elba tapó su boca con la mano para evitar hacer ruido con su respiración nerviosa y observó atónita, con los ojos abiertos de par en par, como aquellos espectros se dirigían hacia el punto donde se encontraba. Cuando la procesión de almas estuvo lo suficientemente cerca, Elba observó cómo la imagen proyectada de sus cuerpos se mostraba tal y como ella imaginaba que sería un fantasma. Portaban armas y armaduras rotas y oxidadas, parecían un ejército de hombres que bien podrían haber muerto cruelmente en batalla, cuyos espíritus deambulaban por el mundo sin encontrar reposo para sus almas.

La Güestia. El viaje de Elba, por Adolfo Lombardero
La Güestia

El brazalete de Elba comenzó a vibrar levemente, pero fue suficiente para llamar la atención de la hueste espectral. Todos los espíritus se detuvieron al unísono y en completo silencio volviendo su mirada hacia el lugar donde Elba se encontraba agachada, como si estuviesen esperando una reacción por parte de la muchacha.

—Ni se te ocurra moverte, no pestañees, no digas absolutamente nada —susurró Freba con tono imperativo al oído de Elba—, haz exactamente lo que yo te diga.

Elba estaba aterrorizada, deseaba huir a toda velocidad de allí; sin embargo, sus piernas no respondían y sin poder hacer nada por evitarlo, su cuerpo tomó el control de sus movimientos y se incorporó dejándose ver completamente a la mirada de los fantasmas, que lentamente, en silencio y al unísono comenzaron a levantar sus brazos para señalar a la joven.

—¡Quieta! —imploró Freba con desesperación.

Para Elba era imposible ordenarle a sus piernas que se detuvieran. Algo ajeno a ella parecía tener el control de sus movimientos y comenzó a dar pasos lentos en dirección a la hilera de almas en pena.

Gas’phar saltó del hombro de Elba y recogió en su grupa a la pequeña hada mientras Elba miraba horrorizada cómo paso tras paso sus pies la acercaban más y más hacia los espíritus.

—¡Cierra el amarre!, ¡Elba, tienes que cerrar el amarre! ¡Te van a atrapar! —Freba le indicaba un gesto con la mano.

El brazalete de Elba comenzó a vibrar levemente, pero fue suficiente para llamar la atención de la hueste espectral. Todos los espíritus se detuvieron al unísono y en completo silencio volviendo su mirada hacia el lugar donde Elba se encontraba

El brazalete dorado de Elba vibraba con fuerza y la muchacha trató de imitar el gesto que le indicaba su amiga mientras volaba sobre Gas’phar a la altura de sus ojos: cerró el puño de su mano izquierda intercalando el dedo pulgar entre el dedo índice y el corazón.

—¡Gíralo! ¡Ahora! —gritó Freba con tono frenético.

Elba giró su muñeca.

El símbolo trazado con el brazo obtuvo un efecto inmediato sobre el control de su cuerpo y pudo detener así el involuntario avance. A su vez, los espíritus atormentados dejaron de señalar a Elba y retomaron su paso lúgubre sin volver a prestarle más atención.

Tan pronto los tres amigos se vieron libres del influjo fantasmal huyeron despavoridos.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Elba jadeante mientras corría tras Gas’phar.

—Hemos tenido suerte. Eran almas atormentadas. ¡Corre, no te detengas aún!

El miedo les dio alas para correr hasta que la luz protectora del día les indicó que ya estaban lo suficientemente lejos del peligro.

—No logro creer lo que acaba de sucedernos —dijo Elba tratando de asimilar lo ocurrido —¿A dónde se dirigían?

—Parecían guerreros. Seguramente habrá tenido lugar una cruenta batalla cerca de aquí y las almas de los caídos se dirigen al encuentro de La Barquera.

—¿Quién es “La Barquera”?

—Los Hijos de Los Primeros Hombres tienen un destino propio al otro lado de la vida. Al morir en batalla, sus almas aún cuentan con la posibilidad de hallar el descanso si logran cruzar al Más Allá a bordo de La Barca. La Barquera es quien se encarga de llevarlos al otro lado.

(Clin)

Freba arqueó las cejas y miró a Gas’phar como si hubiesen coincidido en la misma conclusión.

—¡Pues claro! Quizás Ella tenga respuestas para Elba, ¡bien visto mi querido amigo!

—¿Respuestas?, creo que necesito muchas respuestas, pero no estoy dispuesta a morir para responderlas…

—No es necesario cruzar al Otro Lado… pero sí podemos visitar “el embarcadero” —añadió Freba tratando de disimular su entusiasmo por una nueva aventura —. ¡Prepárate mi querida Elba! ¡Vamos a recuperar tus recuerdos!

(Continuará…)

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