Esta expresión no es mía, ni mucho menos, es un proyecto que puso en marcha hace unos meses el colegio público Villafría de Oviedo para “rescatar” a los menores empantallados. Su proyecto recibió en 2024 el premio de la Agencia Española de Protección de Datos porque concienciaba al alumnado desde edades muy tempranas sobre el uso consciente de teléfonos móviles y dispositivos.
Por iniciativa del claustro, secundada por la comunidad educativa, aplicaron una restricción que limitaba el uso de pantallas a fines pedagógicos muy concretos al tiempo que ofrecían actividades de ocio fuera de las aulas, debates, lecturas, juegos tradicionales, paseos en bici o salidas culturales.
Hace tiempo que vienen alertando los pediatras sobre el uso de los móviles a edades tempranas. Entre los problemas vinculados al uso de estos dispositivos señalaban retrasos del lenguaje entre los más pequeños, pero también, en niños más mayores, aumento del sedentarismo, de la obesidad y sobrepeso; problemas visuales como miopía; alteraciones del sueño y problemas cardiovasculares a largo plazo.
Por primera vez un estudio demuestra la conexión directa entre el acceso temprano a la tecnología y un aumento drástico en la agresión y el desapego de la realidad.
Se trata de una investigación a escala mundial publicada en el Journal of Human Development and Capabilities, que ha puesto cifras a esta catástrofe silenciosa que vive la llamada Generación Z: por cada año de adelanto en la posesión de un móvil, aumenta la probabilidad de criar a un adulto con mente rota, incapaz de gestionar sus emociones.
El estudio concluye que la posesión de un móvil en la infancia actúa como una puerta de entrada temprana a entornos digitales que están mermando profundamente la salud mental y con graves consecuencias para la etapa adulta.
En Asturias algunos padres están tomando la decisión consciente de retrasar o evitar la entrega de teléfonos móviles con acceso a internet a sus hijos, a menudo hasta edades más avanzadas como los 14 o 16 años. Esta postura se debe a la preocupación por la presión social, el impacto en el desarrollo del niño y la exposición a contenido inapropiado.
Y no es para menos esta preocupación ya que siete de cada diez niños asturianos de 10 a 15 años tienen móvil, superando la media nacional. La edad en la que se entrega el primer móvil varía, pero muchos niños ya tienen uno a partir de los 10 años.
En nuestra comunidad está regulado el uso de móvil en clase desde 2024, permitiéndose solo con fines didácticos en etapas superiores y exigiendo que se apague en otros momentos, salvo excepciones justificadas. Una medida que pedían a voces los docentes desde hacía tiempo.
Hay un dato muy curioso: mientras escuelas de medio mundo se esfuerzan por introducir ordenadores, tabletas o pizarras interactivas, en los centros educativos de Silicon Valley, el epicentro de la economía digital, no entra ni una pantalla hasta que los jóvenes llegan a secundaria. Los gurús digitales, esos que precisamente han inventado los móviles, resulta que crían a sus hijos sin pantallas conscientes del riesgo inherente que existe.
La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración. Antes se decía que las certezas las tendríamos dentro de diez o quince años, cuando estos niños fueran adultos. Lamentablemente, ya existen cifras que hablan de la magnitud de este problema.