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sábado 14, diciembre 2024

La vida es un sueño

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El otro día me comentaba un joven padre primerizo una actitud que estaba teniendo su hijo que le preocupaba. “Son las tres de la mañana de un día laborable. Hora de dormir para la mayoría de los mortales. Mi hijo de siete meses se despierta feliz de la vida, se sienta en su cunita y se pone a aplaudir como si no hubiera un mañana. ¿Qué está haciendo?, me pregunto. Casi al momento recuerdo que esa es la actividad que afanosamente su madre y yo le hemos enseñado el día anterior. Pero ¿por qué se le ocurre hacerlo justo a estas horas?”. Cuando lo consultaron a su pediatra, les dijo que era algo normal. Los bebés por lo visto tienen muchas transiciones entre el sueño profundo y el ligero (muchas más que los adultos), y en ese tiempo no solo necesitan comer, sino que también recuerdan las nuevas cosas aprendidas y las intentan reproducir para grabarlas en su cerebro -gestos, sonidos-: su cableado neuronal está empezando a madurar. Un bebé recién nacido duerme una media de catorce a diecisiete horas cada día.

Los seres humanos nos pasamos aproximadamente un tercio de nuestra vida durmiendo y lo hacemos precisamente para restablecer nuestro equilibrio físico y psicológico. El cableado neuronal -no nos ocurre como a los bebés- lo tenemos ya realizado en nuestro cerebro, pero hace falta pasar por el taller de reparación para recuperar lo ‘gastado’ durante el día: mejorar la memoria, la capacidad mental, reducir inflamaciones, fortalecer el sistema autoinmune y recobrar energía. Listos para que al día siguiente podamos darlo todo. De hecho, es curioso que, precisamente mientras dormimos -concretamente en fase REM-, es cuando más trabaja nuestro cerebro, casi como si estuviéramos en activo, con la diferencia de que tenemos apagadas nuestras conexiones motoras.

Unos dormimos más que otros, eso es verdad, pero el no dormir lo necesario -dicen los estudios- aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, sobrepeso, desequilibrios metabólicos e incluso, cáncer, además de cansancio diurno, bajo rendimiento o un alto coste en nuestra salud emocional. Es decir, si no tenemos un sueño reparador, si no dormimos las horas necesarias, difícilmente tendremos calidad de vida.

Los que calculan este tipo de cosas nos dicen que dormimos casi un par de horas menos que la generación anterior. Y es que en esta sociedad que vive inmersa en el estrés y en las prisas, son muchas las personas que tienen problemas de insomnio. En Asturias, por ejemplo, un 50% de la población tiene algún tipo de trastorno con el sueño y un 30% lo tiene de forma crónica, unos datos que no son exclusivos de nuestra comunidad y también se reflejan a nivel nacional. De ahí que en muchos casos se acabe recurriendo a la farmacología (Diazepam o alguno de sus primos más cercanos, Trankimazin u Orfidal) a pesar de los riesgos que ello supone porque no dejan de ser unos fármacos. Asturias también lidera el ranking del consumo de fármacos para dormir.

Mientras escribo esto pienso en paralelo cómo nuestra sociedad, cada vez más, ensalza a los que duermen poco. Escuchas en entrevistas a conocidos/as empresarios/as o a altos/as directivos/as comentar que apenas duermen como si eso fuera un modelo para seguir, una clave del ‘éxito’. Ya lo decía en su día la ex primera ministra británica, Margaret Thatcher: “Dormir es para débiles”.

Se tiende a menospreciar el sueño, somos los únicos seres en el planeta que voluntariamente nos privamos de él, el resto de las criaturas duermen a su modo según sus necesidades. Hemos llegado al extremo de que no dormir nos parece la cosa más normal del mundo y no lo es.

La sociedad del rendimiento y la cultura de la prisa nos están conduciendo no solo hacia un planeta hostil, sino también a unos hábitos de vida reñidos con el bienestar y la salud. La falta de sueño es solo la punta del iceberg. Quizá ha llegado el momento de pisar el freno y reflexionar sobre esa insana necesidad de estar en continuo movimiento.

Recuerdo una experiencia que desarrolló el médico de familia de Llanera, Valentín Pérez, con los pacientes que se quisieron apuntar a esta particular Escuela de Salud. “Cuando trabajo con mis pacientes temas como el trastorno del sueño, estados de ánimo o problemas cardiovasculares -nos comentaba-, les hago la propuesta de cultivar la tierra (ha puesto en marcha la asociación Eco-Pruvia, huertos comunitarios para autoconsumo) porque creo que es la fusión entre realizar ejercicio físico, estar al aire libre y relacionarte con otras personas. ¿El resultado? El consumo de medicamentos ha disminuido drásticamente, así como la incidencia de enfermedades crónicas. Todos hemos ganado en salud”. Esta es una propuesta, pero podría haber otras. Varias sociedades científicas reclaman a las autoridades sanitarias la necesidad de establecer una Estrategia Nacional de sueño con el objetivo de paliar esta preocupante situación. Hace falta formar a los profesionales, crear protocolos de actuación de diagnóstico y de tratamiento y eliminar todas las trabas que se puedan encontrar los pacientes para acudir al médico por este problema. En pocas palabras, ofrecer alternativas a los fármacos.

Es importante que volvamos a coger las riendas de nuestra salud y reconstruyamos nuestros hábitos de sueño. Como decía Calderón de la Barca, “La vida es un sueño y el sueño ya es la vida”. No se nos puede escapar entre los dedos.

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1 COMENTARIO
  1. ¡Genial propuesta, Mariló!
    estoy muy de acuerdo contigo en la necesidad de repensar nuestros hábitos, y a quién o a qué beneficia nuestro estado general de estrés, hiperactividad y enfermedad.
    Yo llevo toda mi vida sintiéndome (un poco) culpable por ser “dormilona”, “lenta”, “poco productiva” para los estándares de esta sociedad, que no tiene en cuenta las necesidades vitales humanas ni el cuidado del planeta.
    Por suerte hay movimientos como Slow Food, y libros como “Elogio de la lentitud”, que nos animan a vivir a otro ritmo, con menos cantidad y más calidad.

    Gracias,
    Cristina

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