Capas de dráculas, escobas de brujas, máscaras de zombies… son algunas de las cosas que podremos ver en la noche del 31 de octubre para celebrar Halloween, una costumbre americana que ha cruzado el charco para arraigar en España, al igual que en otros países europeos. Lo curioso es que, en realidad, fueron los inmigrantes irlandeses los que llevaron a Estados Unidos la tradición celta conocida como Samhain y que, con el tiempo, ha dado lugar a Halloween. En la creencia de que esa noche el velo existente entre el mundo real y el de los difuntos se rompía, los celtas establecían rituales sagrados para comunicarse con los espíritus, atrayendo a los benefactores y ahuyentando a los malignos.
Ahora, de regreso, la viajera tradición está conquistando Europa con una pátina que resulta especialmente atractiva para los más jóvenes. Fiestas terroríficas, disfraces, calabazas y muchos caramelos en la noche más oscura del año han llegado de una manera contundente a las ciudades de Asturias. Sólo hay que ver los escaparates, engalanados al más puro estilo The Walking Dead, en un movimiento globalizado que se extiende como una mancha de aceite.
Pero que no nos confunda una línea que tiene mucho de interés comercial, y que por ello puede ser adoptada, porque en tierras astures el vaciado de calabazas y los rituales dirigidos a los difuntos vienen de lejos, solo que en esta parte del mundo hablamos de la Noche de ánimas o la Noche de difuntos que pronto daba paso al Día de Todos los Santos. Una noche tan especial que en los hogares de las aldeas e incluso en los cruces de caminos se colocaban las calabazas iluminadas por las velas para poder guiar a las almas hacia sus destinos. Viene de tan antiguo, que antes de la llegada de productos como las calabazas, el maíz o el tomate, oriundos de América, los asturianos escogían los nabos de mayor tamaño para iluminar y guiar a sus antepasados de regreso al hogar o para ayudar en el tránsito a quienes marchaban al otro mundo en esas fechas.
Los más mayores todavía recuerdan la costumbre de visitar a sus vecinos en estas fechas para recibir castañas, nueces, panes… o lo que se dispusiera en ese momento. Un “truco o trato” que siempre era bien recibido, y que aquí más bien se conoce como el Aguinaldo, propio del final del verano y de las venideras mascaradas de invierno.
Curiosamente, en muchas aldeas asturianas, y con especial raigambre en la comarca vaqueira, se sigue atendiendo a costumbres que hablan de tiempos pretéritos y que pretenden proteger al hogar y a la familia en las horas de tránsito al “otro mundo”. Con el ganado recogido en las cuadras, las almas viajeras recién llegadas encuentran en las cocinas platos de comida y bebida con los que saciar sus necesidades. Y en los amagüestus se apartan castañas para ofrecérselas a las ánimas, a veces levantando un tapín de la tierra para depositarlas debajo como tributo.
Lo llamativo es que, hoy día, a pocos kilómetros de distancia pueden convivir todo tipo de costumbres, las más ancestrales con otras “tuneadas” por las circunstancias e influencias extranjeras, pero todas ellas recuerdan que existe un “más allá” del que formaremos parte en algún momento de nuestra vida. Y, al final, de lo que se trata es de no ser olvidado, porque como dice la conocida frase: “Aquello que se recuerda nunca muere”.
 
 
 
 
 
 
 
 
