El 26 de enero de 2019 la Brigada de Salvamento Minero se desplaza desde Sama de Langreo hasta Totalán (Málaga) para participar en la última fase del rescate del pequeño Julen que lleva once días sepultado en un pozo. Todo el país agradece su intervención al tiempo que tiene ocasión de conocerlos gracias a las imágenes que aparecen en todos los medios de comunicación del fotoperiodista noreñés Álvaro Fuente.
Dichas fotos forman parte de un trabajo que comenzaba en 2011, cuando pide permiso a Hunosa para acompañar a la Brigada de Salvamento Minero en varias de sus prácticas y actividades dentro del pozo Fondón (Sama de Langreo). Era su particular homenaje a este grupo de élite -prácticamente anónimo para muchos- que en 2012 cumplía el centenario de su creación. Después viene el conflicto minero que Fuente vive en primera línea, y detrás, el último aliento de un gremio y una forma de vida empujada a la extinción. Todo ese valioso material forma parte de su próximo libro, Asturias minada que busca financiación a través de crowdfunding.
Su objetivo viaja a varios países, bien por libre o por encargo, pero siempre en busca de historias que merecen ser contadas. Detrás de cada una de ellas se encuentra lo más importante para él, las personas.
-El pasado 10 de julio lanzaste una campaña de crowdfunding para financiar tu libro “Asturias minada”. Háblanos de este proyecto y de lo que te supone para ti.
-Este proyecto es de largo recorrido, llevo inmerso en él desde 2011 aunque no me lo planteé en aquel momento con la forma que le he dado ahora. Primero fue mi experiencia con la Brigada de Salvamento Minero, luego llegaron los conflictos mineros. Las minas cerraban en 2018 y pensé que eso había que recogerlo y era ahora o nunca. Gracias a la confianza que fui ganándome con la empresa Hunosa, a la que estoy agradecido, conseguí autorización para fotografiar dentro de los pozos Nicolasa, Sotón y María Luisa, que aún estaban abiertos. Luego me fui al occidente asturiano porque la minería no es sólo Cuenca, Nalón y Caudal. Estuve en Cerredo (Degaña) en varias ocasiones y además de los pozos también documenté el entorno minero y la impronta que deja la minería en el entorno, en el paisaje y en el paisanaje. Este libro pretende ser un homenaje a los trabajadores de la minería del carbón, una mirada personal a través de las imágenes.
“’Asturias minada’ pretende ser un homenaje a los trabajadores de la minería del carbón, una mirada personal a través de 400 imágenes”
-Recoges el momento del cierre de las minas, pero sobre todo haces un retrato en profundidad de lo que esto supone para las personas, el fin de una cultura, de una forma de vida, de una identidad y una economía… Aportas una visión muy profunda…
-Sí, he querido situarme desde la perspectiva de un trabajador, cómo ve su entorno cercano y su trabajo en la mina. El libro recoge también diferentes categorías dentro de la minería desde el fondo del pozo hasta la barriada minera o las reuniones en el bar del pueblo. No es sólo minería sino todo lo que se relaciona con ella. Todo ese patrimonio industrial que nos ha quedado, un patrimonio que la empresa Hunosa está poco a poco recuperando, es un lujazo a nivel europeo. Hay un trasfondo que es el ocaso, el declive, pero no quiero sólo mostrar ruinas, -que las hay y tienen que salir-, sino dejar abierta una ventana al optimismo. Por eso, no será un solo volumen sino dos; el segundo recogería todos esos proyectos que están marcha para dar otra salida a todo ese patrimonio industrial, desde la climatización con geotermia hasta su reconversión en museos, actividades culturales o turísticas como el caso del pozo Sotón, una mina de carbón declarada Bien de Interés Cultural, que es un proyecto único en el mundo.
-¿Y por qué un crowdfunding para editar el libro?
-En 2020 edité un libro sobre los primeros cinco meses de pandemia en Noreña. Desde entonces el presupuesto ha subido un 30 o 40%, y eso no lo puedo asumir. He visto que Javier Bauluz ha sacado varios libros -creo que tres gracias al crowdfunding- y otros libros de fotografía han salido adelante por este mismo método, así que pensé, ¿por qué no intentarlo? Antes de ello me reuní con los principales sindicatos, Damián Manzano de CCOO y José Luis Alperi del SOMA y me dijeron que se querían involucrar, que escribirán un texto y me apoyarían en la compra de libros. Tengo esperanza en que esto salga adelante. Si no… buscaremos un plan B.
-¿Hay alguna fecha estimada de lanzamiento del libro?
-La campaña termina el 19 de agosto, son cuarenta días. Los interesados pueden precomprar el libro durante esta campaña de micromecenazgo, crowdfunding como se dice ahora; en septiembre terminaríamos de incorporar los últimos textos que me envían los colaboradores, correcciones, maquetación; el diseño ya lo tengo en mi cabeza, así que como muy tarde iría a imprenta en octubre y en noviembre ya lo lanzaríamos. La venta va a ser online y la presentación sería en torno al 4 de diciembre, Día de Santa Bárbara.
“’Retrato de una pandemia’ iba a ser un testimonio muy importante en el tiempo. Hace ya tres años de esto, pero es que de ese libro que recoge 400 instantáneas de vecinos y cosas que acontecieron en Noreña durante la pandemia, hay más de 30 personas que ya no están ”
-Quería preguntarte por “Retrato de una pandemia”, una especie de diario fotográfico que acabó convirtiéndose en libro en 2020. ¿Qué recuerdas de aquella experiencia?
-Yo en aquel momento colaboraba con varias agencias, mi trabajo me llevaba fuera de Asturias y luego llegaba a Noreña. Me podía cruzar con vecinos, les saludaba a través de las ventanas y les preguntaba qué tal estaban, sobre todo a la gente de mayor edad. Ahí empecé a hacer fotos porque vi que todo aquello tenía que quedar recogido, e incluso publicado; iba a ser un testimonio muy importante en el tiempo. Hace ya tres años de esto, pero es que de ese libro que recoge 400 instantáneas de vecinos y cosas que acontecieron en Noreña durante la pandemia, hay más de 30 personas que ya no están. Son fotos sin pretensión, pero sí es un documento testimonial de aquello que sucedió en aquellos cinco meses. Seguí las pautas de lo que nos indicaban desde el Gobierno, el tipo de alerta, acompañé a las brigadas del servicio de limpieza del Acuartelamiento Cabo Noval, estuve una jornada de trabajo en el centro de salud de Noreña e intenté tocar varios aspectos de trabajadores que estaban en activo: de limpieza, fuerzas de seguridad, pero, sobre todo, vecinos. Recuerdo la primera fiesta que hubo en Noreña en aquel tiempo que, como estábamos todos en casa, se hizo desde los balcones. En definitiva, recojo cinco meses de vida ilógica, bajo una crisis por pandemia.
-Hay fotos que son muy impactantes. ¿Cómo consigues reflejar lo que no se ve?
-No hay nada preparado. Hay retratos que son muy insulsos, pero siempre doy prioridad a la persona, en este caso a los vecinos/as. Hay una foto que me pareció muy significativa y fue cuando un policía local de Noreña, Raimundo García, visita a una señora mayor amiga de mi abuela que estaba triste y apesadumbrada para ver si podía subirle un poco la moral. Yo estaba con ella y aproveché para sacar la foto de ese encuentro a través de otra ventana. Él incluso se bajó la mascarilla para transmitirle algo de humanidad y fue un momento precioso. Eso fue suerte.
Recuerdo también cuanto tuve permiso de Hunosa para visitar un pozo, y cuando la enfermera me estaba enseñando la casa de curas entró un minero que había tenido un percance en la galería, tiznado de negro, y ella le atendió; eso fue otro golpe de suerte. En el fotoperiodismo se convive continuamente con la suerte, tanto la buena como la mala.
Una milésima de segundo separa a una buena foto de una mala. El conflicto minero fue toda una masterclass para los fotoperiodistas que de aquella estábamos en Asturias. Bajar a la mina es algo muy difícil y yo lo conseguí, no sé si por que les caía en gracia, por cabezonería o tozudez, la cuestión es que me lo permitieron y demostré que era una persona en la que se podía confiar. Yo no trabajaba para ningún periódico, sigo siendo independiente, y a partir de ahí Hunosa me contrató para cubrir varias cosas.
“Los encierros que hubo en Candín, en Nicolasa, fueron muy duros. Veías fuera las caras de desesperación de los hijos pequeños, de las mujeres… además fueron muchos meses sin cobrar”
-De todo lo que la lente de tu cámara registró en los lugares que visitaste, ¿qué fue lo que más impactó en tu retina?
-Los meses del conflicto minero fueron tremendos. No sólo para los mineros sino también para sus familias. Los encierros que hubo en Candín, en Nicolasa, fueron muy duros, veías fuera las caras de desesperación de los hijos pequeños, de las mujeres… además fueron muchos meses sin cobrar. Había salido el último plan de la minería que ponía como finiquito 2018 y había gente muy preocupada por su futuro laboral.
También recuerdo Cerredo, donde conviví con ellos varios días. Eran personas que vivían de la minería y el hecho de que hubiera cesado esta actividad, suponía a muy corto plazo un declive tremendo. Todo este conflicto ha sido muy significativo a nivel personal.
-¿Te has visto obligado en alguna ocasión a ponerte una coraza para evitar que los sentimientos puedan perjudicar tu salud mental o tu trabajo? ¿Cómo lo llevas?
-Siempre. Yo, como mis compañeros fotoperiodistas, lo primero que siento es empatía si no, vas jodido. ¿Eso es ser objetivo? Creo que eso es imposible. Siempre te pones de un lado o del otro. Creo que la cámara es, en cierto punto, esa coraza que nos protege, y no en este trabajo de la minería, pero sí en otros que hice fuera de España. Cuando regreso y me pongo a editar las fotos se me caen las lágrimas. Alguna vez mi pareja entró al despacho y me encontró emocionado al revivir todo a través de las fotos. Un buen trabajo fotográfico es fruto de muchas lágrimas, dolor y también mucho esfuerzo.
“Creo que la cámara es, en cierto punto, esa coraza que nos protege, y no en este trabajo de la minería, pero sí en otros que hice fuera de España. Cuando regreso y me pongo a editar las fotos se me caen las lágrimas”
-Fuiste a una aldea remota de Senegal para llevar material a una escuela, a campamentos de refugiados en Jordania, reflejaste la crisis migratoria que se vive en Gran Canaria… Llevas muchos años fotografiando muchas situaciones sociales injustas. ¿Mantienes la esperanza de que mejore la vida de esas personas que observas a través de la cámara?
-No. La mayoría de ellos tendrán un futuro muy negro. Cuando estuve con Mensajeros de la Paz inaugurando el campamento de refugiados de Zaatari en el sur de Jordania en la frontera con Siria -luego he vuelto en cinco ocasiones, la última el año pasado-, ves que el 80% de ellos son refugiados palestinos de la primera oleada que vinieron allá por los años cuarenta o cincuenta. Comenzaron de forma espontánea y ahora son barriadas dentro de una urbe. No tienen permiso de trabajo, ni acceso a la educación, ni a los hospitales, con lo cual viven como pueden. Hay una especie de comercio de calle, pero es todo muy precario. Y eso no ha cambiado en este tiempo.
La crisis migratoria de Canarias era un problema muy gordo. Utilizan a España no como un destino sino como un puente para llegar a Europa. El trabajo del Gobierno central en esa crisis fue bastante nefasto, muy anárquico al principio. El Cabildo, en cambio, se involucró muchísimo, así como la Cruz Roja, diversas fundaciones y asociaciones que pudieron solventar como pudieron ese problema.
“Cuando estuve con Mensajeros de la Paz inaugurando el campamento de refugiados de Zaatari en el sur de Jordania en la frontera con Siria, ves que el 80% de ellos son refugiados palestinos de la primera oleada que vinieron allá por los años cuarenta o cincuenta”
-Cuando haces una de esas fotos, ¿qué piensas? ¿Eres sólo un mensajero?
-Hay una frase que me gustaba al principio, pero luego me sonaba un poco soberbia y es “Dar voz a los demás”. Yo no soy nadie para dar voz a los demás, pero lo que sí necesito es compartir eso con alguien, mostrarlo, aunque sea a mi círculo más cercano. Intento que eso que está sucediendo y de lo que soy testigo se difunda lo más posible. Esa es mi necesidad. Me gustaba ganarme la vida así y lo hacía encantadísimo porque sentía empatía con aquello que estaba sucediendo. Me ha pasado que me he ido a un lugar a trabajar y he tardado días en sacar la cámara porque lo primero que me interesan son las personas, quiero ganarme a la gente, demostrarles que pueden confiar en mí, no llegar allí y desbaratarles su vida cotidiana para que yo pueda conseguir un puñado de fotos. Me gusta ganarme a las personas para que el día de mañana si regreso me reciban con los brazos abiertos. Eso lo mantengo a rajatabla, llámalo ética o como quieras, yo soy así.
-De todos los proyectos que has hecho, ¿de cuál te sientes más orgulloso?
-El de la minería, sin duda. Luego hay otro trabajo que hice en Nicaragua, una zona que la llaman “La isla de las mujeres viudas”, iba a estar tres meses allí y al final estuve nueve. Me ‘invitaron’ a salir ya que el tema que abordaba no gustaba.
En Chichigalpa las personas mueren de insuficiencia renal crónica (pérdida progresiva de funciones renales), una enfermedad que surge como consecuencia del trabajo pesado bajo altas temperaturas y los productos químicos que se emplean en las instalaciones dedicadas a la molienda y procesamiento de la caña de azúcar. La empresa niega todo esto y el Gobierno también. La mayoría de las mujeres han perdido a sus maridos por trabajar en las plantaciones.
Ese reportaje me quedó inconcluso. Justo en noviembre empezaba la campaña en la que habría hecho las fotos más tremendas porque queman los campos por la noche para que al día siguiente se pueda recoger el azúcar, me hubiera encantado… Eso fue hace ocho años. Sigo teniendo contacto con la gente de allí, pero lo peor de todo es que la mayoría de los que fotografié, han muerto. Entre 2002 y 2012, cerca del 75% de las muertes en Chichigalpa de varones entre 35 y 55 años fue a causa de insuficiencia renal crónica.
“Hay un trabajo que hice en Nicaragua, una zona que la llaman “La isla de las mujeres viudas”. Iba a estar tres meses allí y al final estuve nueve. Me ‘invitaron’ a salir ya que el tema que abordaba no gustaba”
-¿Tu trabajo más difícil? ¿El que te ha exigido más de ti?
-El que te acabo de comentar y también las primeras veces que bajé a la mina, en el Pozo María Luisa, nunca se me olvidará. No puedes utilizar el flash, sólo puedes iluminar al retratado con tu lámpara o con la ayuda de algún guía minero que te alumbre con la suya. Técnicamente es muy difícil. Salió alguna foto de milagro.
-Javier Bauluz fue multado por la Ley Mordaza mientras fotografiaba la llegada de migrantes a Canarias. ¿Hay ahora menos libertad que antes para los fotoperiodistas?
-Sí, sin duda. Aparte de la Ley Mordaza la gente cada vez es más recelosa, se cohíbe. Siempre pongo el ejemplo de Miki López, que trabaja para La Nueva España, y que en su día estuvo recorriendo Asturias sacando fotos que a mí me parece imposible hacerlas a día de hoy. La gente pregunta quién eres, dónde vas a publicar las fotos, y ya no te digo nada si eres independiente como yo y no tienes detrás un medio que te respalde. La imagen hoy está muy democratizada, está menos valorada; tu sacas un teléfono y haces una foto. Hace años veías a un paisano con una vara de hierba, el paisano apoyaba el garabato y posaba; ahora, si te lanza el garabato es lo menos que te puede pasar. Yo lo de hacer posar prácticamente no lo hago, en la minería sí, miraba que por lo menos se me quedaran quietos.
Cuando fue la Brigada de Salvamento Minero a Málaga, me encargaron imágenes que salieron en distintos medios de comunicación, pero otros las publicaron sin decirme nada con mi propia marca de agua. Ana Rosa (Mediaset-Telecinco) hizo varios especiales, con mis fotos detrás; luego las distribuyeron a todo el grupo Vocento desde la Agencia Atlas. Fui a consultarlo con los abogados y me dijeron que no había nada que hacer. Un prestigioso bufete de abogados de la calle Fruela ni me contestó, pensarían que allí no se metían ni de coña. Estamos en un momento nefasto. Además de la Ley Mordaza están los medios, son ellos los que ponen precio a tus fotos. Te pagan mal, tarde y no valoran tu trabajo. Vendí para el Marca hace un año y medio un reportaje de un boxeador que fue página central entera y unas seis fotos más. Lo que me pagaron no llegó a 100€, ¿cómo puede ser eso? Así que cuando me ofrecieron este nuevo trabajo no me lo pensé dos veces.
“Es un momento nefasto para el fotoperiodismo. Además de la Ley Mordaza están los medios, son ellos los que ponen precio a tus fotos”
-Háblanos de él.
-Estoy en un centro de terapia ocupacional de personas con discapacidad intelectual aquí en Noreña y estoy encantado. Esa etapa de viajar por ahí ya se terminó. El trabajar por cuenta ajena es una gran liberación. Hacerlo por cuenta propia está bien pero ahora tengo un pequeño de diez meses y eso te obliga a plantearte las cosas de otra manera. Hay que dejar cosas atrás por muy bonito que fuese.
-¿Qué te aporta el trabajo que estás haciendo ahora?
-Trabajar con personas con discapacidad intelectual me aporta una ilusión tremenda, me despiertan la pasión. Son gente muy agradecida, muy sincera, cuando algo no les gusta o no les interesa te lo van a decir de una u otra forma. Vamos por el sexto número de un periódico de carácter mensual sobre Noreña, la razón por la que empecé a trabajar aquí. Hacemos una reunión de contenidos y ellos hacen la selección: se trata de interactuar con los vecinos, organismos, asociaciones; conocer rincones de Noreña que a lo mejor no conocían, y esa pasión que les despierta me lo contagian a mí. La gente si no está interesada a lo mejor se aburre, pero en este caso no es así. Somos un equipo de ocho personas y ya tenemos a varios que se quieren sumar. Yo había hecho la prestación social allí hace veintisiete años y los que estaban de aquella época se acordaban de mí perfectamente, así que fue como un reencuentro. En la contraportada de Retrato de una pandemia, salen ellos cuando estaban confinados en el centro.
“Esa etapa de viajar por ahí ya se terminó (…) Hay que dejar cosas atrás por muy bonito que fuese”
-¿No echas de menos el mundillo del fotoperiodismo?
-Sí, todos los días. Veo historias en prensa y se me van los cuerpos. Estudiar cómo puedes rentabilizar un viaje, buscar contactos locales, los mejores vuelos, ver quién te puede alojar o buscar un hotel barato, estudiar qué sucede en ese entorno y luego el trabajo de campo… todo eso me parecía lo más maravilloso del mundo. Y, por último, descargar las fotos en casa, hacer la copia de seguridad, y editarlas. Son momentos son mágicos. Y luego, ya no te digo cuando ves tu foto publicada, ¡eso es lo más!
-Tenemos en Asturias dos premios Pulitzer de fotografía, Javier Bauluz y Manu Bravo, es tierra de buenos fotoperiodistas…
-Son dos máquinas. Con Manu tengo mucha cercanía, también forma parte de la asociación de fotoperiodistas a la que yo pertenezco. El 21 de julio inauguramos la exposición de ‘Miraes’ y el premio internacional fue para él y el regional para Miki López. Tenemos también a Eloy Alonso que estuvo en Reuters, ahora trabaja en la agencia EFE. Hay gente muy buena y me consta que también una gran cantera. Tenemos mucha gente joven en la asociación, es algo muy prometedor. Otra cosa será qué van a fotografiar y cómo se lo van a pagar.
-Seguro que tienes muchas fotos que se han quedado en el cajón. ¿Piensas que es un trabajo perdido o tienes la esperanza de que algún día verán la luz?
-No, trabajo perdido nunca. Tengo miles de fotos, demasiadas. ¿Sabes lo que pienso? Que ojalá pueda organizarlas y guardarlas en un disco externo para que el día de mañana mi hijo vea lo que hacía su padre. Meterlo en una caja metálica donde voy guardando cosas que he ido heredando, el típico reloj, una medalla de plata de mi bisabuelo, y a ello le sumaría el disco duro con mis fotografías y algún recorte de prensa interesante. Espero que reconozca el valor que yo pienso que tiene.
“Tengo miles de fotos en el cajón, ¿sabes lo que pienso? Que ojalá pueda organizarlas y guardarlas en un disco externo para que el día de mañana mi hijo vea lo que hacía su padre y lo valore”
-Todos los que nos metemos en el mundo del periodismo y de la comunicación es porque, de alguna manera, queremos mostrar nuestra forma de ver el mundo. ¿Qué fue lo que despertó en ti las ganas de mostrar tu visión del mundo?
-La curiosidad. Tenía un amigo en Noreña que vendía CDs, se llamaba Keba, y me comenta que se iba a casar y marchaba a Senegal. Al día siguiente le llamé, le pregunté si podía acompañarle y me dijo que estaría encantado, que si llegaba después de cuatro años con dinero y encima acompañado de un blanco, sería el rey de la aldea. Para mí aquel viaje fue iniciático. El reportaje se publicó en La Voz de Asturias y La Nueva España, y a partir de ahí me empezó a picar el gusanillo. Tengo una ahijada en aquella aldea y los vínculos con aquella familia continúan a día de hoy. Hace poco me encontré con un hermano de Keba que es un Dj bastante conocido en Asturias y le reconocí al instante, al igual que él a mí. Me dio un abrazo que casi se me sale el corazón. Me dijo que en el pueblo todos se acuerdan de mí como el blanco que vino con su hermano Keba. Estas son las cosas que me han empujado a seguir en el gremio.
-¿Tienes algún reportaje que te haya quedado en el tintero?
-Llegar a terminar el de “La isla de las mujeres viudas”. Ese trabajo quedó incompleto muy a mi pesar. La parte desde la perspectiva de las mujeres viudas no tuve forma de colocarla aquí en España. Me lo había aceptado un gran medio de comunicación a nivel nacional y recularon a última hora. Vi un anuncio de Ron Flor de caña a toda página y entonces entendí por qué no lo habían publicado. Así están las cosas.
Enlace de la campaña: https://www.verkami.com/projects/36049-asturias-minada