La No Name Kitchen es una asociación independiente que trabaja con voluntarios de diferentes nacionalidades. Opera desde Serbia ayudando a todas aquellas personas que están migrando en busca de un país que les ofrezca la posibilidad de una vida alejada de la miseria, los conflictos o las persecuciones.
3 de febrero de 2017. Antiguas barracas de la estación de ferrocarril de Belgrado. Cientos de personas se acinan en condiciones inhumanas para protegerse de temperaturas que muchas veces alcanzan los veinte grados bajo cero. Hambre, frío, suciedad, miseria y un deseo compartido: poder migrar a un país que les ofrezca dignidad y la posibilidad de una vida mejor.
Es en este escenario donde Bruno Álvarez, en colaboración con otros compañeros, deciden que hay que hacer algo. Lo primero y lo más básico: cocinar un plato de comida caliente para repartir entre el mayor número de personas posibles. Seis personas, tres ollas y productos conseguidos sobre el terreno fue el inicio de la No Name Kitchen y a día de hoy sigue trabajando ya no solo generando recursos para que los migrantes tengan posibilidad de prepararse su propia comida sino también de acceder a mantas y ropa de abrigo, puntos de recarga de móviles o atención sanitaria.
Para Bruno, lo que ha decidido hacer no tiene nada que ver con la caridad. Tal vez tenga más que ver con la dignidad, con la empatía o simplemente con eso que nos hace a todos ser humanos. Reconoce que tiene que aprender a desconectar. Saber parar, aunque le resulta difícil.
-¿Cómo un auxiliar de vuelo de Iberia termina trabajando con inmigrantes en la frontera con Bosnia?
-Ahora mismo tengo treinta y cinco años y veo en la organización a gente de entre veintiún y veinticinco años con las cosas muy claras, pero la realidad es que yo, hasta los treinta, vivía en un mundo paralelo. Era auxiliar de vuelo y durante ocho años trabajé en distintas aerolíneas hasta que llegué a Iberia, que ya pensaba que iba a ser mi empresa y donde las condiciones eran las mejores si quieres vivir de tu carrera. Tenía una vida de lo más normal, me habían hecho contrato de tres meses, la gente de mi curso que había entrado ya estaba medio fija, así que tenía todo casi solucionado. En ese momento, Iberia me permitía tener meses libres entre contrato y contrato, y pude marcharme a hacer un voluntariado un poco más largo de lo esperado, y eso me atrapó. Cuando tuve que volver a mi vida real en los aviones ya estaba tan enganchado con la No Name Kitchen que no lo puede hacer y lo mandé al garete. Al principio estuve de voluntario, pude hacerlo porque tenía ahorros y vivía en una posición privilegiada con apoyo familiar, algo que sé que no todo el mundo se puede permitir. En mi caso fue bastante sencillo porque le dije a mi familia que mi trabajo de auxiliar de vuelo estaba muy bien, pero que no podía seguir con ello y que necesitaba que me apoyaran económicamente durante un tiempo indefinido. Tal y como teníamos montada la organización yo visualizaba que eso iba a ser un tiempo, mientras que no teníamos solvencia económica. Durante tres años fui un voluntario puro y duro y desde hace año y medio, más o menos, trabajo para la organización. Actualmente en el equipo de coordinación somos siete u ocho personas y puedo decir que es la organización la que me da de comer. Soy muy afortunado.
“Cuando tuve que volver a mi vida real en los aviones ya estaba tan enganchado con la No Name Kitchen que no lo puede hacer y lo mandé al garete”
-¿Qué te dijeron tus padres?
-Los dos son muy diferentes. Mi madre estuvo conmigo en Serbia de voluntaria cuando todo empezaba. Se pasó un mes y pico en los barracones de Belgrado cuando había nieve, hacía mucho frío y todo era un drama, con lo cual para ella la Kitchen es también muy suya. Fue la primera que me dijo que mandase los aviones a donde los tuviese que mandar. Por el contrario, mi padre no lo entendía. ¿Cómo podía dejar un trabajo como el que tenía cuando la gente de mi edad estaba en el paro? Después, cuando vio que su hijo era el presidente de una entidad, que firma papeles y que está a la cabeza, ya le cambió el rollo. Soy su hijo el solidario, el que tiene una ong; ya no soy solo un voluntario. Digamos que son cabezas muy distintas, pero ahora los dos están muy dentro, y son de las personas que más promocionan nuestro movimiento.
-Dime quién era el Bruno que fue por primera vez a los Balcanes y el que volvió, o el que es ahora mismo…
-Buena pregunta… Puff… no te lo sabría decir… En verano de 2016, estuve quince días con un amigo en Grecia y fue la primera vez que fui a un campo de refugiados. En el puerto del Pireo había una ocupación de miles de personas y me resultó muy chocante porque por un lado estaban los ferrys y los cruceros que se iban cargados de gente y luego estaba la imagen del puerto con las familias de afganos, pakistaníes y sirios, unos encima de otros, niños, jóvenes, gente mayor… Esos primeros quince días me conectaron bastante y fue donde percibí que yo tenía que regresar allí, pero sin un billete de vuelta.
También fui a Atenas, donde trabajé con distintos colectivos como un voluntario independiente. A las seis o siete semanas, decidimos movernos a Serbia y ahí fue donde empecé a sentir y tener nuevas vivencias. La gente me contaba que lo habían dejado todo y ves que vienen con unas perspectivas en su cabeza por cómo visualizan Europa. Esos primeros días me dieron un golpe de realidad muy grande. Más que el día a día de lo que ellos viven, de lo que han experimentado o por qué realizan ese movimiento migratorio, me impactó ver cómo las personas cuando menos tienen es cuando más te dan. Se abren a ti, te cuentan lo que han vivido, escuchan lo que les dices… El calor humano que me dio esa gente, con tan pocos recursos y tan en la ruina, me cambió bastante.
“Sales de casa y resulta que hay una realidad a las puertas de Europa que es muy potente. Son miles y miles de personas las que están en la nada y, en vez de brindarles apoyo o algo similar, les vamos poniendo trabas”
-¿Qué descubriste de ti mismo que no conocías?
-No lo sé… De pronto mi formato de vida del avioncito, el hotel de cinco estrellas, de todas esas comodidades me resultaba aburrida. El mirar demasiado para uno mismo, ese egoísmo tan natural que implica el capitalismo, el consumismo, el más, más y cada vez más. Un coche, una casa, más comodidades, el todo para mí… Sales de casa y resulta que hay una realidad a las puertas de Europa que es muy potente. Son miles y miles de personas las que están en la nada y, en vez de brindarles apoyo o algo similar, les vamos poniendo trabas. A poco que miremos unos años atrás, a los movimientos migratorios, vemos que fueron otros países los que nos dieron la bienvenida a nosotros. Me da mucha rabia que haya tanto racismo y tanto odio. Veo a la No Name Kitchen como un medio para abrir los ojos a mucha gente, para despertar solidaridad y poder darles a personas la oportunidad de que conozcan la vida y que abran su cabeza como me ha pasado a mí. Si yo lo viví con treinta años fue porque algún colectivo en Grecia me permitió que formase parte de ellos. Ahora pienso que nosotros podemos ser una herramienta de este tipo para concienciar. A veces la gente es racista y xenófoba porque no ha tenido la oportunidad de conocer otra cosa, ya no te digo de compartir una mesa y un plato de comida con gente que no sean los blanquitos con los que se criado toda su puñetera vida. Tenemos bastante que hacer.
“A veces la gente es racista y xenófoba porque no ha tenido la oportunidad de conocer otra cosa, ya no te digo de compartir una mesa y un plato de comida con gente que no sean los blanquitos con los que se criado toda su puñetera vida”
-Estamos llamando solidaridad a dar de comer a alguien. Dignidad a que alguien tenga un techo, ropa para abrigarse o un trabajo. ¿No se ha devaluado el significado real de estas palabras?
-Lo de “dar de comer” suena tan mal… Lo que queremos es facilitar las herramientas para que ellos las puedan gestionar. Ya no estamos en el momento en el que nosotros teníamos las ollas y generábamos el plato de comida para dárselo, antes era así porque no había otra forma. Siempre intentamos dar los recursos: la olla, la cocina, el fogón, los ingredientes, las especias y que ellos se puedan gestionar dentro de todas las limitaciones que existen. Piensa que es lo mínimo de lo mínimo para vivir. Tener algo de ropa, un plato de comida y salud ya te permiten tirar para adelante pero, cuando no tienes nada, el frío es un problema y súmale el irte a la cama con hambre… Esto está pasando a diario cuando sobran recursos por todos los lados, lo que pasa es que no se están distribuyendo como se debería. Lo vemos en grandes ONGs que están en sitios como Bosnia y que tienen a su cargo campos con miles de personas, y te das cuenta de que no están haciendo lo mínimo que tienen que hacer cuando reciben ingresos de millones y millones de euros.
Desde nuestro colectivo pequeñito, en el que siempre estamos optimizando el recurso, no entendemos en qué invierten los recursos esas grandes organizaciones y por qué tienen a la gente en esas condiciones. Por suerte tenemos contacto con las dos realidades: la de los chavales que viven dentro de los campos oficiales y la de los que viven fuera, y las imágenes, las fotos y los vídeos que nos mandan son muy potentes. Hasta cierto punto esto también nos motiva porque ellos ven a la No Name Kitchen como una vía para poder contar a lo que les somete Europa. Que para ellos seamos de confianza es muy bueno y nos permite tener información muy interesante, pero tenemos que ver cómo la usamos para obtener el mayor impacto y poder cambiar las condiciones de esta gente. Todo esto es ofensivo.
–Si seis personas con tres ollas y algo de comida consiguieron optimizar recursos y preparar comida para mucha gente. ¿Cuánto podrían hacer los gobiernos o personas que están ganando verdaderas salvajadas de dinero?
-Es algo que se nos va de las manos. Cuando ves el dinero que tú tienes y lo que puedes generar, no alcanzas a visualizar lo que supondría poder trabajar con esos recursos. También es verdad que hay que ver cómo se pueden fusionar las dos cosas, todas las personas que están ahí son trabajadores y es legal que los haya, pero estás recibiendo dinero a nivel estatal y hay que estudiar cómo se fusionan los equipos de voluntariado con los trabajadores, cómo optimizas un recurso para dormir o habitacional… Todo depende de la situación de emergencia, pero desde luego que se podrían hacer grandes cosas.
Nosotros cobramos y es muy bonito hacerlo y poder vivir de ello, pero hay que poner de manera horizontal todos esos salarios y ver que hay gente que está ganando cuatro mil y cinco mil euros por estar en una oficina firmando cuatro papeles representando a ACNUR. Puedo entender que si estás sobre el terreno, en una zona de catástrofes o en la que te puedan secuestrar, podría estar justificado, pero se van millones de euros en los salarios de unos puestos que no entiendes muy bien qué hacen. La realidad es que después tienen a chavales en las calles que no sienten lo que hacen, buscando firmas como quien vende un producto y que si no consiguen un cupo de personas al mes, los echan. No puedo entender que un movimiento humano y solidario pueda evolucionar de tal manera que acabe poniendo la foto del negrito llorando, con la barriguita y las moscas, mientras tiene a gente en la calle desesperada por conseguir veinte contratos para que no les echen. Se ha viciado, esto ya no es lo que tiene que ser.
“Cuando ves el dinero que tú tienes y lo que puedes generar, no alcanzas a visualizar lo que supondría poder trabajar con los recursos de las grandes ONGs”
-¿En qué se ha convertido la solidaridad?
-Ahora mismo es un negocio, no hay más que ver la cantidad de anuncios que ves cada poco con números de teléfono, carteles… Todo está muy bien a nivel de promoción, pero si tienes a tus trabajadores ofertando un producto, al final lo mismo te da vender un proyecto solidario en África que un tubo de escape para el nuevo BMW. Eres un comercial. A nosotros, en muchos países nos toca colaborar y ser partícipes de actividades en conjunto con otras organizaciones, e igual que de Médicos Sin Fronteras puedo hablar muy bien, puedo hablar fatal de ACNUR. Por lo menos es lo que nosotros experimentamos en los países en los que estamos. Cuando lo ves desde cerca todo te da más pena, pero la verdad es que al menos nosotros tenemos cierta capacidad de poder para mostrar esto y que se conozca. Si no, dime quién va a ir allí a contar si determinada organización lo está haciendo bien o no cuando aparentemente son los únicos que están allí salvando el mundo.
-¿En qué momento el derecho a una vida mejor se convierte en un delito?
-Pues cuando metemos una frontera por medio. Donde nosotros estamos, en Serbia y Bosnia, los chavales están atrapados. No hay cauces legales para que salgan de esos países. No existen a no ser que haya una ramificación directa de un familiar en Londres y tengan forma de probarlo porque si no, legalmente es imposible; con lo cual están obligados a cruzar la frontera de manera ilegal. Al final todo se resume en caminar diez o quince días y que no te estalle una mina, en subirte a un tren y que no te electrocutes, meterte en un vagón y que no sea el del keroseno y te quedes sin oxígeno, o que no caigas al río… No les queda más que hacerlo así, morir en el intento o llegar a una Europa que ellos tienen idealizada. Algunos llegan a Alemania, se tiran allí dos años, les deniegan el asilo, y tras haber hecho el viaje vuelven porque no han encontrado lo que buscaban; pero los que hacen esto son muy poquitos.
Algunas organizaciones intentan hacer repatriaciones directamente desde Serbia y Bosnia, y están con carteles de “Vuelve a tu país y te damos 2000 euros para que empieces un negocio”, pero allí no se da la vuelta nadie. Son países de tránsito y hasta que no lleguen a una Francia, una España o una Italia, no van a dejar de cruzar o, por lo menos, intentarlo. Están obligados a irse por la puerta de atrás porque no existen cauces legales. Es patético.
-¿Te llegas a acostumbrar a la impotencia?
-Te acostumbras porque todos los días ves a gente que quiere llegar a otros países. Intentan cruzar tantas veces que al final es cuestión de tiempo que consigan hacerlo. Hay impotencia, pero también hay mucha esperanza, motivación y fuerza. Ves a un chaval de quince o dieciséis años que viene caminando desde Irán, cruza montañas, está en medio de la nada, coge un saco con comida y se va a cruzar la frontera con una fuerza, una energía y una motivación que te descoloca. Y después resulta que a veces vuelve y le han pegado, le rompieron el móvil y le robaron el dinero. Está hundido durante cuatro o cinco días, pero vuelve a intentarlo porque es el hermano escogido de entre otros seis que quedaron en Afganistán y es un privilegiado respecto a todos los que están en su país porque tiene la opción y está más cerca de otra vida. Esa motivación continua es realmente sorprendente; la verdad es que nos dan muchas lecciones.
“Intentan cruzar tantas veces que al final es cuestión de tiempo que consigan hacerlo. Hay impotencia, pero también hay mucha esperanza, motivación y fuerza”
-¿Qué es lo que no quieres olvidar de todo lo que estás viviendo?
-Sus vidas: quienes son, que están ahí, que existen y son personas. Que tienen familia, mujer, hijos y un país. No quiero olvidar el contacto con ellos aunque, muchas veces, hasta cierto punto, lo he perdido. Empecé todo esto pasando muchos meses en el terreno y conviviendo con los brothers, cenando y desayunando con ellos, y ahora, por desgracia, desde hace más o menos dos años, mi labor es más desde el ordenador: me encargo de la logística, hablo con el voluntariado y con los equipos de terreno. Estoy perdiendo el estar dos o tres meses allí con las distribuciones, las familias y los chavales.
Me encuentro intentando ver cómo navego entre los dos lados porque también quiero asentar un poco mi vida. Cuando vas allí y estas más de cinco semanas después te quedas medio atrapado. Continuamente estás entre no estar tan involucrado y el estarlo, lidiando con los chavales y las situaciones. Tienes llamadas de ellos en el Facebook, las contestas, les cuentas… a veces por protección no lo hago porque necesito desconectar y oxigenarme, aunque muchas veces va en contra de lo que realmente quiero. Al mismo tiempo esto es lo que no quiero perder porque es lo que queremos que sea la Kitchen, un espacio en el que estamos todos juntos: el voluntariado, los chavales que muchas veces se hacen voluntarios, los que traducen, cocinan… Nos gusta pensar que cuando ellos lleguen a su Italia, su Francia, su España o su Canadá, fruto de este voluntariado que han percibido aquí, serán ellos los que den la bienvenida a la gente. Queremos ir generando esta empatía y ahí tenemos mucho que hacer.
-¿En qué se diferencian un bosnio, un sirio, un somalí y un afgano?
-Buena pregunta, no se diferencian en nada. Los bosnios y los serbios perciben a los afganos o a los pakistaníes como los invasores de su país. En Bosnia y en Serbia, a los chavales que llegan los apartan de los pueblos y de las ciudades, los meten en una furgoneta y se los llevan a campos oficiales para que la gente local no los vea y no los perciba como un problema. Si no están visibles es como que no existen. Pero si te paras a pensar, hace poco más de veinte años, los bosnios estaban siendo refugiados en otros países de Europa. Nosotros mismos no hace tanto estábamos huyendo a otros lugares. Es un ciclo que se repite de manera continua a lo largo de los años y muchas personas no son conscientes de que está pasando y de que va a seguir. ¿Cuándo se habló en 2015 de la famosa crisis de los refugiados? Ahora está mucho peor y no se habla nada de ello.
“Te tienes que medir, ver qué palabras usas y estudiar lo que quieres transmitir porque te pueden cortar las alas o generar demasiado ruido. Es muy frustrante porque te gustaría gritar más que callar”
-¿Es peor lo que se dice o lo que se calla?
-Interesante cuestión… Es complicado, porque se dicen cosas muy chungas, pero después muchas se callan porque da muchísima vergüenza contarlas o que se sepan. Es tan escandaloso que hay que silenciarlo. Nosotros tenemos muchos debates internos porque hay realidades que vemos a nivel Kitchen, y no sabemos si es o no el momento de contarlas públicamente por las repercusiones que puedan tener. Te tienes que medir, ver qué palabras usas y estudiar lo que quieres transmitir porque te pueden cortar las alas o generar demasiado ruido. Es muy frustrante porque te gustaría gritar más que callar. En muchos sitios se nos ha acusado de generar manifestaciones e incluso de tráfico de personas.
En Bosnia está prohibido que alguien vaya allí como turista y distribuya comida o mantas. No te lo permiten, así que tienes que tener un contrato de voluntariado y otra serie de cosas. Si vas con una furgoneta cargada de sacos y mantas, te paran en la frontera y no te dejan pasar. En ese momento piensas: pero si estoy trayendo algo usado para gente que lo está pasando mal…
En esta zona, en los papeles de la organización tiene que aparecer gente de allí. El problema es que fruto de cómo ha ido evolucionando la crisis migratoria en Bosnia, la población local se ha posicionado no precisamente en dar la bienvenida al refugiado sino hacia pensar que les han robado y que son algo así como el fin del mundo. Esas personas bosnias que estaban en la organización, fruto de la presión de sus compatriotas, han llegado a tener que dejarlo porque la policía les cuestiona, les presiona y son ellos mismos los que te dicen que no pueden seguir colaborando. Esto nos ha generado muchos problemas porque no terminamos de encontrar a gente local que quieran estar de manera continuada. Al cuarto o quinto mes, después de toda la persecución, te dicen que bastante tienen ellos con su vida como para, aún encima, sumar cosas que les ponga en el punto de mira. Esto es también muy cansino, pero es lo que hay.
“En Bosnia, si vas con una furgoneta cargada de sacos y mantas, te paran en la frontera y no te dejan pasar. En ese momento piensas: pero si estoy trayendo algo usado para gente que lo está pasando mal…”
-¿La distancia es un buen caldo de cultivo para la indiferencia?
-Sí, sin lugar a dudas. Si no lo percibes, si no lo sientes y no lo ves, al final parece que no existe. Es como si ves en la televisión algo que no te apetece, cambias de canal y ya está. Pero cuando lo tienes muy cerquita, lo ves de continuo y está siempre ahí no te puedes escapar. Una mirada la puede captar una buena foto, pero no ves el contexto.
Para mí es un contraste muy grande ver allí a los chavales que llegan, que son niños, con las cosas muy claras, que han aprendido dos o tres idiomas en los dieciséis meses que han estado cruzando fronteras y luego te encuentras aquí con muchos de nuestros chavalinos hiper protegidos que los pobres no saben ni freír un huevo. Con todo esto, te cuestionas si estamos haciendo las cosas bien. Los que estamos en el primer mundo y tenemos todos estos privilegios somos muy poquitos en comparación con el resto, y aún encima no somos conscientes de todo lo que tenemos. Yo lo sé ahora, pero hasta los treinta no me di cuenta.
La mayor parte de mis amigos con los que he compartido colegio, jugado al fútbol y a los que les tengo un montón de cariño por haber convivido mucho tiempo y que son parte de mi vida, no entienden muy bien lo que hago. En su caso, por ser yo una persona que vive cerca de ellos, les podría resultar más interesante, pero les da todo igual. Tienen su pareja, sus hijos, el fútbol, su película y ya está. El mayor interés que pueden tener y a lo que se resume todo es a donar diez euros al mes o a comprar un calendario. Con estas cosas te das cuenta del curro que hay por hacer: si en los que me conocen de toda la vida no hay manera de que se genere un poco de empatía, imagínate el que vota a VOX.
-¿Qué es peor la muerte de esos inmigrantes o nuestra “muerte” moral por insensibilidad?
-Las dos son muy duras. Es tan duro ver a los inmigrantes caer en el Mediterráneo o morir en los trenes en Bosnia, como la indiferencia que te genera mentalmente enterarte del rescate de un barco o de que se han muerto un montón de personas en cualquier sitio. Es lo que está pasando ahora con el Coronavirus, que mueren trescientos al día y ya se ha normalizado. Qué más da, si está ahí el verano y lo que queremos es pasarlo bien. Si puedo estar un poco tranquilo pues mejor, que tampoco pasa nada. Todo es complejo, pero la muerte moral del primer mundo que tú mencionas es bastante heavy y está ahí. Hay mucha indiferencia, nos da todo igual y eso es lo que muchas veces más rabia te da.
“Si en los que me conocen de toda la vida no hay manera de que se genere un poco de empatía, imagínate el que vota a VOX”
-¿Cuál dirías que es la mayor tragedia de nuestro tiempo?
-La indiferencia, la falta de empatía y el egoísmo. Me da mucha rabia lo mucho que miramos para nosotros mismos, cuando hemos nacido en la abundancia. La gente no visualiza que, si hubiese nacido unos kilómetros más allá, su situación ya sería otra. Pero resulta que estamos aquí y pensamos que el otro no es quien para decirme nada porque yo merezco todo esto. Me cabrea el que no te posiciones, el que no te pongas en el lado de toda esta gente. ¿Cómo no vas a poder hacer ese ejercicio mental? Tampoco lo tenemos muy lejos. Si hubiésemos nacido en el centro de EEUU podría entenderlo, pero en España, con la historia que tenemos, que sabemos lo que significa el norte y el sur, lo distintos que somos… Me es muy difícil de comprender.
La realidad es que lo único que hacen las guerras y todas estas situaciones es generar sufrimiento, seguimos repitiendo lo mismo una y otra vez y lo seguiremos haciendo. Yo no soy de ponerme a analizar cuestiones políticas, pero hay tantos intereses que es incomprensible, por ejemplo, que estemos fabricando y exportando armas mientras gritamos ‘no a la guerra’. Como hay que mirar por la economía pues no queda otra que fabricar y negociar.
“La muerte moral del primer mundo es bastante heavy y está ahí. Hay mucha indiferencia, nos da todo igual y eso es lo que muchas veces más rabia te da”
-Hay quien tiene banderas y hay quien tiene valores y principios. ¿Tú qué tienes?
-Banderas pocas, y creo que los valores y principios van apareciendo. Cada día voy teniendo un poco más claro quién soy y qué quiero aportar al mundo. Está muy bien que tengamos identidad y nuestro sellito particular, pero tendríamos que hacer el esfuerzo de ponernos en el lugar del otro, es muy necesario y se lo digo mucho a mis amigos. El afgano y el pakistaní están juntos en Bosnia, migrando, compartiendo la misma situación. El pakistaní te habla de que, en su país, el afgano es tratado como un terrorista y ahí están ambos en idéntica situación de ruina, compartiendo el mismo plato de comida. Entre ellos se consideran familia, pero dos meses atrás se criticarían y se machacarían.
Habrá que ver cómo internamente se pueden solucionar todas esas diferencias y cómo se puede poner todo en el mismo nivel, pero es complicado. Se van generando distintos niveles de racismo que nosotros solo vemos desde un lado. Existen tantas diferencias internas desde hace muchos años que se hace complicado, incluso la religión también te lo pone sobre la mesa. Hay mucho que trabajar a nivel individual para conseguir que esto sea más fluido y poder acceder a todo lo que tenemos grabado en nosotros mismos. Aparentemente a los europeítos esto nos puede resultar una práctica más llevadera o sencilla, pero hay mucha gente metida en esta forma de pensar.
-Estamos hablando de gente que prefiere morir en el intento de llegar a Europa antes que darse la vuelta y volver a su país de origen…
-Al final prevalece el llegar al sitio y cumplir los sueños, aunque estos sean trabajar por mil euros, viviendo con seiscientos y enviando cuatrocientos a tu país todos los meses. Pero ese gesto de mandar ese dinero les produce tanta satisfacción y tanta felicidad a nivel humano…
Aquí, en España, ves a chavales que no aprecian trabajos con un sueldo de mil trescientos euros que les permitirían vivir holgadamente. En este lado van quemados y asqueados a trabajar y en el otro veo a chavales que apenas balbucean el idioma y van con una ilusión increíble a currar catorce horas, sonriendo desde la primera hasta la última, y después duermen en una tienda de campaña para poder ahorrarse el alquiler. Creo que van a ser ellos los que nos van a nutrir en el futuro, aunque ya lo están haciendo porque son la principal mano de obra de toda nuestra huerta.
Si miramos las pirámides poblacionales, dentro de veinte o treinta años, tendremos una necesidad grande de inmigración y van a ser un pilar indispensable para el desarrollo de nuestros hijos y nietos. Quienes vengan ojalá sigan teniendo la misma ilusión por trabajar como la que tienen ahora, pero ya veo a los brothers diciendo: “me voy a Francia o a Alemania que me van a tratar mejor y ahora, españolitos, apañaros vosotros mismos”. Y estaremos desesperados y nos echaremos las manos a la cabeza porque no tendremos mano de obra y, todo lo que ahora es un problema, veremos que es algo que no supimos gestionar. Como se suele decir, “ver, veremos”, porque los de mi generación procrear lo hacemos poco. La población está bastante envejecida y les vamos a tener que dar la bienvenida con condiciones especiales. Aunque sea a nivel egoísta es un problema que nos debería interesar solucionar.
“Los que estamos en el primer mundo y tenemos todos estos privilegios somos muy poquitos en comparación con el resto, y aún encima no somos conscientes de todo lo que tenemos”
-¿Estás haciendo lo que quieres hacer?
-Ahora mismo tengo un debate moral grande. Estoy haciendo lo que quiero hacer, pero me encuentro un poco quemado. Llevo cuatro años con esto y no sé lo que es cogerme unas vacaciones y liberarme mentalmente. Actualmente, en la Kitchen, hay un grupo de siete u ocho personas que tomamos decisiones en conjunto y que podemos decir que estamos a lo mismo así que me encuentro en un proceso de generar funcionamientos para que sea posible apartarme por lo menos quince días o un mes. Esta es la clave para que esto funcione solo, que nadie sea indispensable. Soy de estar con las personas, pero por cómo ha ido creciendo esta organización, ahora estoy pendiente de que llegue el tráiler, de la logística, las mercancías, las transferencias bancarias… Me flipa tener un equipo de trabajadores como el que tengo, que vengan tantísimos voluntarios cargados de ilusión y lo que estamos haciendo lo estamos haciendo bien. Tenemos más capacidad económica, confían en nosotros y cada vez vamos a más, pero yo, a nivel personal, estoy trabajando por liberarme y poder desconectar.
Quiero volver a los colegios, hablar con los chavales, conectar con otros colectivos y hacer lo que me gusta y en lo que soy más productivo que es el networking. Estoy en fase de volver a conectar con lo que necesito, pero te puedo asegurar que no vuelvo a Iberia por nada. Ahora mismo soy muy libre con el tiempo. Decido dónde voy, cuánto tiempo estoy y, salvo que surjan emergencias o cosas así, me puedo organizar libremente. Me gusta no tener jefes, porque somos un colectivo muy horizontal y decidimos entre todos cómo queremos hacer las cosas y eso es muy bonito, pero uno tiene que saber apartarse, diferenciar. Es muy importante buscar tus espacios; la gente que está ahora en la Kitchen también lo sabe y estamos en este proceso. Es todo demasiado intenso y siempre ocurre algo en algún sitio, hay que priorizar, no todo son emergencias y si nosotros no estamos ahí en algún momento, tampoco va a pasar nada.
-¿Os estáis encontrando con gente que quiera colaborar con vosotros?
-Hay mucha gente joven de colectivos, universidades, cocineros, artistas, etc., que quiere apoyar y echar un cable, muchos no habían encontrado un grupo que les generase confianza para poder hacerlo. Hay mucha energía que nos viene de fuera y todo esto hay que canalizarlo, dedicarle tiempo, estudiar la financiación que llega, ver qué se coge y qué no, porque hay que ser sensato con lo que haces. Es complicado. Si estás criticando a la Unión Europea y al final te llega dinero de ahí no es una situación que queramos, pero a la vez, si ese dinero lo van a usar otros que lo van a malgastar, tampoco es justo dejarlo.
Hay muchas dinámicas que se pueden ir generando para dar cabida a esa gente y es ahí donde creo que la Kitchen tiene mucho recorrido. Ya no solo es la labor de terreno, sino que se pueda ir a la puerta de un supermercado y pasar una mañana de sábado cogiendo comida o que se hagan recogidas de ropa, digna, porque la gente te dé cosas buenas, y no la limpieza de su armario. Todo esto va generando muy buenas energías y tenemos mucho que mover en este aspecto: crear espacios de compartir y de solidaridad.
“Al final prevalece el llegar al sitio y cumplir los sueños, aunque estos sean trabajar por mil euros, viviendo con seiscientos y enviando cuatrocientos a tu país todos los meses”
-¿Sería importante enseñar a pensar?
-Por eso me gusta de manera especial ir a los colegios y ponerme frente a un grupo de chavales de catorce a dieciséis años que no saben muy bien para dónde tirar y ver que ahí hay luz. Que solo están esperando a que alguien se la encienda y que tú solo tienes que preocuparte de ver cómo se les transmite esa realidad; que alguien se la muestre de una manera vívida y humana es totalmente distinto a cuando les ponen una película de quince minutos que habla sobre inmigración.
De momento, dentro de la Kitchen, son más bien poquitos los que se van del terreno y se encargan de este tipo de cosas, pero tenemos que ver cómo lo incorporamos. También hay que ver cómo hablamos de la Asociación; es importante que todos tengamos el mismo argumentario, que no parezca que estamos ahí como los salvadores que dan un platito de comida caliente a los más necesitados. Es importante que cuando alguien hable de nuestra organización se transmita muy claro quiénes somos, lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos así. Que nada lleve a confusiones porque somos una organización muy joven, que ha crecido mucho en cuatro años, que tiene mucho margen de crecimiento y de mejora, pero hay que ir despacito y mantener la esencia que tenemos desde el principio. Que no nos vicien las grandes ongs porque si no pasaríamos a ser una más y eso es lo que menos queremos. Hay que mantenerse con las ideas claras.
-Por lo que veo no te gusta nada el tema de la caridad.
-Lo nuestro no es la caridad, nosotros vamos por otro lado y somos otra historia. Dentro de todas las diferencias que hay queremos ser la herramienta que ellos tengan también, que el chaval venga y sepa que nos puede contar todo lo que le ha pasado y que genere con nosotros ese espacio de confianza y de empatía. Que podamos ser su voz.
Confío en que, a no mucho tardar, estemos generando empleo, que también es la clave en todo esto. La gente está trabajando por ochocientos euros, viviendo en una caseta de obra y el explotador los tiene en unas condiciones nada dignas. Pero se pueden crear cooperativas en las que tengan sus espacios, sus terrenos y te aseguro que, con todo el voluntariado que hay, existen muchos proyectos que se pueden llevar a cabo. Hay mucho que se puede hacer, se puede dar trabajo y empleo. Hay que ir poco a poco. Ideas tenemos tres mil y apoyos hay, solo tenemos que ir viendo cómo se va haciendo de la manera más tranquila. Yo, sobre todo, es lo que más necesito, que las cosas se hagan tranquilas. Ya hemos tenido mucho agobio y estrés y esto es lo que menos ayuda para poder hacer las cosas bien.