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lunes 25, noviembre 2024

Inmaculada González-Carbajal. Escritora y Presidenta de la Asociación Asturiana de Homeopatía. ¡Benditas preguntas!

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Hace veintiocho años descubrió en la disciplina oriental del aikido un mundo emocionante e irresistible. En su necesidad incansable de búsqueda, la doctora avilesina encontró en la homeopatía las respuestas que no hallaba en la medicina convencional. Y fruto de sus viajes por el mundo, de sus reflexiones y anécdotas nació recientemente el libro Y al final todos calvos. En él, la autora invita a descubrir la felicidad dentro de uno mismo y a hacerse muchas preguntas de las que se desconoce la respuesta.



No es posible definir a esta mujer en pocas líneas. Preside la Fundación el Pájaro Azul, una ONG que que trabaja en la República Democrática del Congo con niños de la calle, con mujeres en situación de exclusión y con enfermos mentales. Durante varios años presidió la Federación Española de Médicos Homeópatas (FEMH) y es la cabeza visible de la Academia de Homeopatía de Asturias.
Es pionera en Asturias de artes marciales como el aikido y el iaido, siendo la primera mujer en conseguir el cinturón negro en ambas modalidades. Dirige la revista Esculapio. Y su vocación médica le ha llevado recientemente a adentrarse en el mundo de la literatura para poder ayudar a otros en su camino hacia la felicidad.

-¿Por qué empezaste a practicar artes marciales?
-El aikido lo conocí hace veintiocho años. Un profesor japonés me había dicho que me vendría muy bien hacer aikido para controlar mi fuerte temperamento. Cuando me enteré que se enseñaba en Oviedo, enseguida me apunté y me gustó mucho. Una de las cosas más importantes que aprendí con el aikido es que realmente la diplomacia es el arte de resolver los conflictos sin violencia y que ante situaciones de conflicto lo mejor es no responder a la fuerza del otro, si no solucionar las cosas desde la tranquilidad. Y luego, a nivel físico, me da un fondo muy importante y también una seguridad de poder defenderme ante una situación. Lo he estado practicando de manera continua hasta hace dos o tres años, porque ahora me estoy centrando más en el iaido, la espada japonesa. El iaido lo conocí hace nueve años y me entusiasmó, porque supone un trabajo muy intenso de atención, tienes que estar pendiente de tantas partes del cuerpo… Es un trabajo constante de concentración, trabajas con un arma y la atención tiene que ser extrema a muchos detalles.
-¿Qué encuentras en estas prácticas?
-Las artes marciales son una parte de mi vida y están incorporadas de igual forma que el acto de lavarme los dientes. Tanto el aikido como el iaido te enfrentan a tus miedos, aunque a niveles diferentes. En el aikido liberas las técnicas a través de muchas caídas y esto te hace enfrentarte a tus límites. Te encuentras con tus deseos de destacar, de ganar, con tus miedos y tienes que ir puliendo.
Nuestro maestro de iaido es un japonés de más de setenta años que lleva toda la vida enseñando y siempre nos dice: «si hacéis iaido y no sois mejores personas, no hagáis nada porque no merece la pena».

«Nuestro maestro de iaido es un japonés de más de setenta años que lleva toda la vida enseñando y siempre nos dice: ‘si hacéis iaido y no sois mejores personas, no hagáis nada porque no merece la pena»

-En el iaido trabajáis técnicas samuráis que se remontan al siglo XVI. ¿Lo que es auténtico persevera en el tiempo?
-Sí, lo que es auténtico trasciende las fronteras del tiempo y del espacio. Hay cosas que tienen un carácter universal. Un día que estaba en África, en el centro de niños de la calle de la Fundación, oí a un bebé llorar y en aquel momento pensé «cuando oyes el llanto de un niño, ¿cómo puedes saber de qué color es su piel o cual es su cultura y religión?».
Lo auténtico es intemporal y por eso permanece, aunque sí evoluciona. Esto lo conocen bien los japoneses, le dan la vuelta a cosas tan sencillas como tomar el té y las convierten en un arte, pero siempre con un trabajo personal.
-Dedicas una parte de tu libro a hablar de algunos miedos que no se deben tener. ¿Hay algo a lo que le tengas miedo?
-Tengo miedo a todo aquello en mí que me impida realizar lo que quiero realizar. No tengo miedo a tener malos sentimientos porque eso lo tenemos todos, sino a que un mal sentimiento se convierta en el eje de mi vida y me impida realizarme como ser humano y no pueda estar en paz conmigo misma.

Inmaculada fue la primera mujer en Asturias en conseguir el Tercer Dan en aikido y iaido
Inmaculada fue la primera mujer en Asturias en conseguir el Tercer Dan en aikido y iaido / Foto cedida por I.G
-¿La vida con sentido de la que hablas en tu libro podría resumirse en estar en paz contigo misma?
-Si, porque si estoy así, tengo más capacidad para darme cuenta de lo que debo hacer en cada momento. Porque el sentido -como no está marcado- lo vas encontrando, y solo desde la atención, la tranquilidad y la paz interior puedes ser capaz de ver por dónde tienes que ir.
-Me gusta la definición de tu madre sobre la felicidad como «lo que se experimenta cuando uno está a gusto consigo mismo, conforme con lo que tiene y de acuerdo con lo que hace».
-Mi madre hizo una definición de la felicidad que ni ella misma sabía lo que estaba diciendo, en el sentido de que le salió de manera natural, pero porque ella estaba viviendo así. Me acuerdo de ese momento, estábamos cenando y yo salí corriendo, busqué un papel y apunté la frase.
-¿En qué medida tu vida viene condicionada por la educación?
-En mi caso una parte importante, pues muchas de las cosas las he vivido en mi casa. Siempre me crié con refranes, que de cría te parecen un rollo pero como te los repiten una y otra vez se quedan grabados. Me criaron con valores como el compartir, el pensar en el otro, mirar para los demás, ver que hay personas a tu alrededor, en el valor de la verdad, vivir en la verdad como decía mi madre, tener coherencia o al menos buscarla.
-¿Qué te llevó a escribir Al final… todos calvos?
-A través de mi trabajo me di cuenta que mucha gente sufre porque vive vidas vacías que a veces están llenas de muchas cosas, pero que están vacías. Gente incluso con un buen trabajo y con familia que han hecho todo como en automático y no se han parado a ver qué quieren vivir. Gente a la que han diagnosticado depresión cuando en realidad tienen una falta de sentido de la vida brutal. Y este fue el motivo de hacer el libro.
Cuando ya iba a enviarlo para imprimir fue cuando pensé en dar los beneficios a una obra de la Fundación El Pájaro Azul, que lleva Sor Ángela. Es una religiosa asturiana que trabaja desde hace treinta años en Kinshasa con enfermos mentales y su trabajo es de una calidad humana impresionante.
-¿Qué preguntas deberíamos hacernos todos en un momento de nuestra vida?
-Una aplicable a muchos casos es preguntarse qué quiere uno hacer realmente con su vida. Yo esa pregunta me la hice hace catorce años y todavía me la sigo haciendo. Es como un motor que va a estar siempre ahí, y te vas dando respuestas parciales. Y luego hay preguntas sin respuestas que se colocan en el eje de tu vida y te permiten ir haciendo el camino porque siguen estando ahí.
Nunca viví con la sensación de tener una vida trazada, y a pesar de que tengo años sigo contemplando la posibilidad de que mi vida pueda cambiar, y no me refiero por lo que pueda venir de fuera, como una enfermedad, si no a que pueda cambiar porque yo quiero que cambie.

«Me encuentro con mucha gente que sufre porque vive vidas vacías, gente incluso con un buen trabajo y con familia que han hecho todo como en automático y no se han parado a ver qué quieren vivir»

-Al final, detrás de tu literatura también se encuentra una vocación médica.
-Sí, yo ejerzo una medicina que me permite llegar al corazón del ser humano, al corazón de la persona que viene a mí y voy hasta donde me deja que llegue, por supuesto. Hoy día estamos carentes de contextos en los que se nos escuche sin juicio. Yo no doy consejos, puedo dar indicaciones en base a las piezas del puzzle que me presenta la persona pero si lo que yo te digo que estoy viendo tú sientes que no te corresponde, no pasa nada. Es importante que el otro encuentre en sí mismo las claves.
-¿La sanidad debería humanizarse?
-Es de lo que adolece la medicina que tenemos. La gente no se queja de que los médicos no sepan, se queja porque dicen: es que ni siquiera me miró. Yo debo ser de los pocos médicos que no tienen ordenador en la consulta, escribo a mano porque al no tener un elemento extraño, la relación es directa. Cuando estamos enfermos somos tremendamente vulnerables y frágiles y la relación terapéutica es el encuentro entre dos seres humanos.
-En un mundo con tanta sobreinformación la gente se desorienta y al final hay mucha ignorancia.
-En nuestro país destaca más que en otros la ignorancia en la actitud. No es la ignorancia consecuencia de no saber, que esa la tenemos todos, si no la ignorancia de no ser capaz de ver los límites que tengo. Yo puedo tener información pero no tener criterio y no darme cuenta de que mi opinión siempre deriva de un conocimiento insuficiente y tiene un componente emocional muy importante, con lo cual muchas veces tampoco sirve. Y somos muy dados a valorar, criticar y juzgar aquello de lo que no sabemos, eso es lo que llamo yo la ignorancia como actitud. La persona que tiene un poco más de criterio es más prudente.
-Como presidenta de la FEMH, ¿puedes explicarme porque hay todavía tanta controversia con este tipo de medicina?
-Hay muchos elementos, es un tema complicado. La situación que tenemos en España no la tenemos en otros países; por ejemplo, en Suiza la homeopatía está en la seguridad social. Aquí en España se da una circunstancia -que también se dio en el siglo XIX- y es que se habla sin saber de qué se habla. La homeopatía es otro tipo de medicina que tiene como referencia a la física no a la química, con lo cual no podemos compararla con la medicina convencional. También hay intereses muy grandes en el sector farmacéutico ya que, aunque no lo cura todo, la homeopatía sí es efectiva para muchas patologías que en la medicina convencional se cronifican y producen personas consumidoras habituales de medicamentos. Y claro, esto es lo que interesa.
De todas formas, yo ya no entro en la lucha porque no es mi guerra. Donde tengo que seguir demostrando lo efectiva que es la homeopatía es en mi consulta y con mis pacientes y el movimiento se demuestra andando.

«Los ingresos obtenidos con la venta del libro Y al final… todos calvos de Editorial Trabe se destinarán a apoyar el trabajo con enfermos mentales en Kinshasa»

-¿Ser homeópata requiere mucho más que tener conocimientos médicos?
-Tienes que hacer un trabajo personal. Hay una frase que aprendí del primer curso de homeopatía al que fui: «ningún médico llegará en un paciente más allá de donde haya llegado en sí mismo». Cuando lo leí me impresionó, y durante muchos años estuve formándome en muchas herramientas. ¿Cómo voy a reconocer en el otro el sentimiento de soledad o el miedo si antes no los he identificado en mí?
-¿Los viajes han contribuido a esta formación?
-Los viajes contribuyen a mi autoconocimiento en general, porque en muchos de ellos salgo de la zona de confort y entro en situaciones diferentes y a veces difíciles respecto a lo que es mi vida cotidiana. Me encuentro con mis límites y los tengo que resolver.
-Llevas muchos años viajando a lugares como África. ¿La experiencia es un grado?
-El hecho de tener experiencia te permite ser prudente en situaciones en las que podías meter la pata, pero cada vez que voy no sé que va a pasar. Dentro de unos días voy a viajar al interior del Congo y hacerlo en un avión allí es tela marinera. Tienes que respirar hondo y confiar en que no pase nada, porque la puerta del avión se cierra con un pasador con pestillo, y a veces a la hora de aterrizar en una pista llena de baches te dicen que te sientes en otro lado para ‘equilibrar el avión’. No te acostumbras a esto.
Además, yo vivo los viajes de otra manera, aunque vaya a lugares confortables siempre lo hago con la idea de que puede ocurrir cualquier cosa y que son oportunidades que te ofrece la vida de encontrarte cosas distintas. Me pongo en situación de ‘asombro’.
-Estás a punto de irte otra vez al Congo. ¿Cuál es el objetivo de este viaje?
-Impartir un taller de alimentación a los educadores del Centro de niños de la calle, reunirme con el grupo de mujeres, visitar a Sor Ángela y ver el proyecto de enfermos mentales, y luego me voy a Lubumbashi a una zona rural más al interior donde apoyamos proyectos educativos. El problema es que en el Congo la situación está muy mal, hay una situación de inestabilidad y es un país prácticamente en guerra. En el último viaje el embajador no me dejó salir de Kinshasa. Por eso digo a la gente, que no se pueden imaginar lo bien que vivimos aquí, lo que es tener un Estado, que aunque sea muy mejorable, ofrece unas garantías sociales.

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