Su inquietud le ha llevado a participar en muchos y diferentes proyectos. En todos ellos ha encontrado la reflexión, la profundidad de quien ama las palabras y las utiliza para compartir sus descubrimientos, su sorpresa y emoción ante nuevas miradas y puntos de vista. Porque de eso va la vida de esta escritora, periodista y poeta, de apertura ante otras realidades que al final pueden llegar a convertirse en partes de sí misma.
Actualmente ejerce como freelance pero durante varios años, los primeros del grupo político Podemos, pudimos ver a Laura Casielles en su labor de comunicadora. Entonces utilizaba la pluma para retratar la realidad de unos días de locura y descubrimiento dentro de un partido joven y novato en las instituciones. Su trayectoria la ha llevado a formar parte del Instituto 25 M y a participar en diferentes medios de comunicación como La Madeja, Atlántica XXII, La Tribu o la revista La Marea, donde actualmente coordina la sección de cultura en su edición de papel.
Escapando de la ignorancia se especializó en estudios árabes e islámicos, a través de los cuales ha construido enriquecedores vínculos y puentes.
La poesía es para esta asturiana de Pola de Siero una forma de entender la vida y con sus versos ha gestado varias publicaciones como Soldado que huye, Los idiomas comunes, Las señales que hacemos en los mapas o La Breve historia de algunas cosas, con ellos ha cosechado premios internacionales. Actualmente, con la Fundación Centro de Poesía José Hierro, imparte talleres semanales que permiten viajar con una mirada poética.
-¿Cómo es ser mujer en el mundo de la poesía?
-Como en todos los otros entornos, cada mundo específico reproduce las mismas cosas a su manera. En el mundo de la poesía, como en el de la literatura y la cultura en general, nos encontramos que para las mujeres es más difícil el acceso a la publicación, pero sobre todo a la legitimación, el dejar de ser vistas como niñas que están haciendo algo como un hobby y ponernos en igualdad de condiciones con nuestros compañeros varones. Históricamente ellos han sido más publicados, sus voces se han escuchado más y, por tanto, siguen teniendo aún una mayor presencia en la escena pública, igual que en todos los otros ámbitos.
-Al igual que ocurre en otros ámbitos, ¿se están viendo avances en este campo?
-Sí, y de hecho hay una eclosión importante de autoras jóvenes de distintas procedencias y de mucha diversidad, tanto en sus trayectorias como en sus escrituras. Buena parte de la poesía más interesante que se está haciendo ahora mismo la están haciendo mujeres, y es cierto que con el actual interés desde la opinión pública por el feminismo y por las mujeres, las editoriales también se están interesando más por lo que escriben estas autoras jóvenes que desarrollan poéticas nuevas, con otros temas, con otras miradas.
También hay más libros, antologías que recuperan una genealogía que hasta ahora estaba muy perdida. Estamos rescatando mucha obra de autoras que no conocíamos porque no habían tenido suficiente difusión en su momento.
“Muchas personas han concebido la poesía como algo alejado, como algo que no tenía que ver con sus vidas; y esto tiene que ver con el acceso que hemos tenido a ella, con cómo se nos ha presentado”
-¿Ser poeta es una forma de interpretar la vida?
-Sí, al final la mirada y el lenguaje de la poesía es sobre todo esto, estar atenta a las cosas que nos rodean y verles otras conexiones posibles, verles también el envés.
-¿Este género literario está maltratado con respecto a otros?
-Es un género que, por un lado, siempre ha sido algo periférico frente a la narrativa que suele estar más en el centro. Al mismo tiempo, también muchas personas han concebido la poesía como algo alejado, como algo que no tenía que ver con sus vidas; y esto tiene que ver con el acceso que hemos tenido a ella, con cómo se nos ha presentado. De algún modo se nos ha mostrado como algo de élite, difícil de comprender, a veces algo medio místico y a lo que solo alguna gente tenía acceso, pero la poesía que a mí me interesa, la que leo y en la que me reconozco es todo lo contrario. Es muy cercana, lo que me parece clave de la poesía es precisamente que es capaz de que nos sintamos acompañadas por ella en las cosas que nos pasan y nos atraviesan.
Ese maltrato tiene que ver precisamente con haberla reducido a algo que es solo una parte de la poesía. Y hay muchísima poesía, hay formas de poesía que pueden gustar o acompañar a personas con gustos de los más distinto y esto hay que estar recordándolo.
-¿La poesía siempre es un viaje?
-Yo creo que sí si entendemos por viaje el desplazamiento y el que las cosas no se queden como estaban. La poesía nos ofrece esa mirada asombrada que es más fácil tener en los viajes, esa especie de sensación de que se detiene el tiempo y esa invitación a la apertura, a salir de lo que nos es conocido y ver que hay otros mundos posibles también.
-Aunque no es necesario desplazarse físicamente, puedes cambiar el lugar desde donde miras.
-Efectivamente, cambiar el foco. Normalmente estamos siendo bombardeadas con un montón de información, con muchos datos, ideas, luces y titulares y eso a veces hace difícil fijarse en otras cosas que también están ahí y que nos pueden pasar desapercibidas. Lenguajes como el de la poesía nos permiten recuperar eso, otros ritmos, otro tiempo, otro modo de estar en las cosas y de poner el foco en otra parte.
-Estamos hiper informados, hiper estimulados… las palabras se repiten y a veces pierden su contenido ¿nos estamos cargando el valor de la palabra?
-Eso es clave, me parece fundamental. Efectivamente, a fuerza de repetirlas se quedan vacías. Por ejemplo, con la crisis de la Covid hemos visto que incluso dejamos de entender los números. Cuando oímos cada día un recuento ya no entendemos lo que significa la palabra muerte, y que eso se nos olvide es gravísimo porque nos hace andar perdidas en las prioridades y es eso lo que a veces nos puede devolver el lenguaje de las artes. La posibilidad de empatizar con algo o de verlo desde un punto de vista más concreto con palabras o imágenes nuevas es lo que nos permite volver a entenderlo. Quizá la ficción, la poesía y la belleza puedan ayudarnos a recuperar el sentido de palabras que vamos perdiendo.
“Mi decisión de hacer el máster de estudios árabes tuvo que ver con darme cuenta de mi enorme ignorancia en este tema. (…) Trabajé dos años en Marruecos y la sensación de desconocimiento se hizo más patente”
-¿A qué se debe tu inclinación por los estudios árabes? ¿Es una forma de crear vínculos?
-Mi decisión de hacer el máster de estudios árabes tuvo que ver con darme cuenta de mi enorme ignorancia en este tema. Cuando terminé la carrera de periodismo empecé a trabajar en la agencia EFE y me fui a la corresponsalía de Marruecos, yo ya había empezado a estudiar algo de árabe y me sorprendió que un país que estaba a solo quince kilómetros de agua era, por un lado, tan diferente, y por otro, tan cercano y que no sabíamos nada de él. Mejor dicho, que lo que sabíamos estaba cargado de prejuicios.
Estuve trabajando allí dos años, la sensación de desconocimiento se hizo más patente y decidí especializarme y elegir los estudios árabes. A medida que fui haciéndolo me di cuenta de cuántos vínculos teníamos, para empezar en lo histórico con nuestra historia más lejana que es Al Andalus -que siempre se nos explica muy mal- hasta con otra más cercana como es la colonización, tanto en Marruecos como en el Sahara.
-¿Crees que el rechazo o prejuicio que hay en muchas ocasiones hacia al mundo árabe es fruto de la ignorancia?
-De la ignorancia y de la falta de voluntad de escucharnos realmente sin poner por delante lo que ya creemos que sabemos. Cuando la ignorancia es colectiva no es posible responsabilizar a las personas, el que sea una sociedad entera la que sabe cosas tergiversadas indica que algo está pasando en la manera de enseñar y comunicar sobre esos temas. Esto tiene que ver con lo que hablábamos antes de la saturación de la información. Vivimos en un mundo con mucho ruido, en el que cotidianamente la información que recibimos está muy sesgada y es muy superficial y esto tiene que ver directamente con la estructura a través de la cual la recibimos.
-¿Qué has descubierto en las mujeres árabes?
-No podemos generalizar cuando hablamos de mujeres árabes porque no es lo mismo la situación que tiene una mujer marroquí que otra en Arabia Saudí o en Siria. La pluralidad de situaciones es inmensa, pero un componente que une -aunque con distintas intensidades según cada país- es que siempre que hay una presencia fuerte de la religión en la sociedad las mujeres salimos malparadas. Esto ocurría en España con el catolicismo, ocurre en Latinoamérica y EEUU con el Evangelismo y ocurre en los países árabes.
A partir de ahí, en muchos de los contextos árabes me he encontrado extraordinarias historias de resistencia y maneras en las que las mujeres, de forma individual o colectiva, van subvirtiendo esas dificultades y haciéndoles frente.
-Religión y mujer ¿por qué esa relación de maltrato?
-Las religiones han sido unas de las instituciones con más poder en las sociedades, y en la historia, las instituciones con poder han reproducido el patriarcado. Lo que pasa es que las iglesias con su componente moral han empleado las vidas de las mujeres como campo de batalla para la identidad. La moral y el comportamiento de las mujeres se han convertido en la vara de medir de lo que la sociedad podía hacer o no hacer. La cuestión de género ha sido instrumentalizada en ese sentido.
“Siempre que hay una presencia fuerte de la religión en la sociedad, las mujeres salimos malparadas”
-El pasado 2020 ha sido para muchos un año de quietud externa, ¿cómo has vivido este tiempo que ha dado paso a mucha reflexión?
-Ha sido revelador para todo el mundo precisamente porque nos ha cambiado los ritmos y lo que teníamos asumido que era nuestra cotidianidad. A todas y a todos nos ha hecho hacernos preguntas acerca de cuáles son nuestras elecciones vitales.
Yo, por ejemplo, vivo sola y pasé el confinamiento sola, además estaba terminando mi tesis doctoral, con lo cual era un momento de doble encierro. Y una de las cosas a las que me llevó fue a ser capaz de darme tregua, a decirme a mí misma ‘pues hay que dejar tiempo para cuidarse, tiempo para disfrutar’. Y si hoy no he podido trabajar todas las horas que creía que debía trabajar a lo mejor tengo que darme tregua, y si no me siento bien a lo mejor es legítimo que pare y que intente descansar. Esto, en esta situación de excepcionalidad y pudiendo permitírmelo, para mí fue súper revelador.
-En uno de tus últimos escritos explicas que a veces uno se percibe a sí mismo de forma diferente al encontrarse con personas desconocidas.
-Precisamente por el tipo de vida que llevamos, por la prisa y la inercia de las cosas que hacemos nos pasamos mucho rato sosteniendo nuestras identidades, nuestro quién creemos que somos frente a los demás. De repente, cuando conoces a alguien, te encuentras sorprendiéndote porque te pones a contar quién eres o qué haces y te das cuenta que has empezado por un sitio que a ti misma te sorprende. Y piensas ¿será realmente para mí esto lo más importante?, no me había dado cuenta.
Es como lo que hablábamos de viajar, de la capacidad de sorprenderse e improvisar, de no tener todo previsto, de cambiar de aires y no estar encerradas en nuestro propio entorno. Es algo que ocurre mucho en este tiempo y que nos tiene muy enconadas en nuestras posiciones sin acceso a otras miradas, a otras posiciones. Cuando nos encontramos con otras personas nos vemos obligadas a ponernos en duda y a dialogar, y eso me parece importante.
“Para mí, lo importante, lo central, es esa gente con la que me encuentro y con la que construyo, sea en un sentido más íntimo y vital o sea desde un sentido más colectivo y social”
-Hace unos años escribiste en La Madeja ¡Hoy ha vuelto a visitarme el animal! haciendo referencia al oso que personifica el miedo que hay en cada uno. ¿De qué está construido el tuyo?
-Tiene que ver con algo de lo que también estamos hablando más últimamente, y es nuestra salud y bienestar mental. Mi oso sobre todo se manifiesta como ansiedad, algo que está extendidísimo. Las generaciones más jóvenes nos hemos acostumbrado a que un estado de malestar psíquico sea normal; aceptamos como parte de la vida tener ansiedad, insomnio o angustia que se relacionan con la precariedad que tenemos, con la multitarea que afrontamos, con las exigencias que nos ponemos, y con la dificultad también para tener, construir y mantener redes afectivas estables. Estamos tan atomizadas, tan lejos las unas de las otras, que la mezcla de esto y las presiones hacen que esos monstruos nos visiten muy a menudo, tanto que nos parezca algo normal.
-Estás constantemente involucrada en diferentes proyectos pero ¿cuál es tu centro de gravedad? ¿Desde dónde pivotas hacia líneas tan diferentes?
-Los vínculos y la posibilidad de encuentro, de conversación y de construcción en común, eso es lo que está al fondo de todo lo que me ocupa, incluso si hablamos de algo tan aparentemente solitario como es la escritura, aunque yo no la concibo así. Para mí, lo importante, lo central, es esa gente con la que me encuentro y con la que construyo, sea en un sentido más íntimo y vital o sea desde un sentido más colectivo y social. De ahí sale todo lo demás, los proyectos, de ahí sale también la escritura.
“Por lo que yo me incorporé a Podemos en un primer momento es porque éramos sociedad civil, éramos gente normal haciendo cosas extraordinarias. Que gente que no venía de la política entrase a hacer política era algo muy transformador y rompía con la dinámica de las cosas”
-Durante los primeros años de Podemos ejerciste como jefa de prensa y realizabas diarios de campaña con reflexiones sobre vuestro día a día. Aquellos primeros tiempos que afrontasteis con mucha ilusión ¿qué te han dejado por dentro?
-Ha sido un proceso de mucho aprendizaje que tiene que ver sobre todo con el paso de poner las ideas en práctica. En las ideas, todos y todas podemos ser muy maximalistas, tener muy claro un montón de abstracciones, pero cuando se toma la decisión de trabajar desde las instituciones y trabajar desde esa estructura lo que encuentras es que es algo muy difícil. Podemos fue un proyecto que por su mera existencia ya cambió muchas cosas. A muchas personas nos dio la posibilidad de intervenir en política y eso fue muy formativo y dio lugar a mucha reflexión, a partir de ahí cada uno tuvo su proceso personal, pero fue una aventura muy extraordinaria.
Por lo que yo me incorporé en un primer momento es porque éramos sociedad civil, éramos gente normal haciendo cosas extraordinarias. Que gente que no venía de la política entrase a hacer política era algo muy transformador y rompía con la dinámica de las cosas, porque al final, la política también tiene sus lenguajes, inercias y estructuras y cuando llega alguien que no los comparte se pueden mover muchas cosas
-Tras unos resultados electorales que no fueron los esperados, un 26 J llegaste a casa y abriste la botella de champán que tenías reservada para celebrar un triunfo. ¿Es una forma de decir que no siempre hay que brindar por el éxito?
-Yo creo mucho en los procesos y en lo que tengan de fértiles por cuantas líneas de fuga puedan ir abriendo por el camino. Cosas que podemos considerar un fracaso pueden dar lugar a otras que ya se están fraguando y que con el paso de unos años entendemos. Ahora podemos ser muy exigentes y llamar derrota a algo que hace diez años era impensable que ocurriera, esto también dice mucho de cómo ha cambiado la sociedad y cómo han cambiado nuestras expectativas.
“El feminismo para mí es fundamentalmente una manera de interpretar la realidad y una vez que empiezas a pensar en clave feminista esto lo impregna todo porque es la ventana desde la que te asomas a las cosas”
-¿La clave de estos movimientos tiene que ser la interlocución con la sociedad civil?
-Sí, esto lo he visto también en el ámbito del activismo que más me ocupa ahora mismo que es el feminismo. La manera de cómo se ha ido construyendo en los últimos años, como un tejido asociativo que está en todas partes, en los barrios, en los pueblos, eso es clave. A partir de ahí quienes están en las instituciones no pueden dejar de escuchar lo que los movimientos sociales y la sociedad les diga porque somos quienes estamos viviendo la realidad de la que se habla y trabajando por las soluciones posibles.
-¿Tu compromiso ha ido girando de un ámbito más claramente político hacia el feminismo?
-Todas las ocupaciones redundan un poco en lo mismo. Lo político está ineludiblemente en todo lo que hacemos, en cómo nos organizamos para habitar la ciudad o el pueblo en el que vivimos, en la manera de relacionarnos, en qué consumimos, y por tanto hay política en lo que escribimos y en cómo construimos los proyectos en los que trabajamos. El feminismo para mí es fundamentalmente una manera de interpretar la realidad y una vez que una empieza a pensar en clave feminista esto lo impregna todo porque es la ventana desde la que te asomas a las cosas.
Todo está un poco teñido por eso, aunque pueda ser para la contradicción.
-¿Cómo valoras los pasos que se han dado los últimos años?
-Hace diez años el término feminista lo usaban cuatro activistas y eran denostadas por ello, ahora todo el mundo puede y quiere usar este término y esto desde luego nos revela que ha habido un cambio. Este cambio tiene que ver con la toma de conciencia de que muchas de las cosas que nos han pasado y pasan a las mujeres en nuestras vidas no eran personales, sino colectivas, y que se podían entender a través de esa mirada del feminismo. Esto ha sido muy transformador para muchas mujeres a nivel personal porque ha permitido dar nombre a las cosas, ha permitido que muchas mujeres identifiquen las violencias como violencias, las agresiones como agresiones y que eso empiece a cambiar el modo en el que están en sus propias vidas. A partir de ahí lo que es fundamental es que haya políticas públicas que acompañen a las mujeres en esos procesos.
Hemos avanzado en el diagnóstico como sociedad y entendemos mejor lo que pasa en materia de machismo, pero ahora toca avanzar mucho más en las soluciones.