Ha dado mayo una amplia cosecha de asuntos a esta humilde columna, meteduras de pata propias y ajenas que posiblemente haya que administrar en dos artículos. Es como si las gentes supieran que el 21 ha sido San Teobaldo y quisieran felicitarme en la onomástica.
Por la proximidad, vamos a hablar del Día das Letras Galegas, que tuvimos la suerte de vivir en Santiago de Compostela, en un día soleado que además era festivo local; señalo esto último para aviso de gobernantes astures, tan poco generosos con la lengua propia. Se celebra en recuerdo del 17 de mayo de 1863, en que apareció la primera obra impresa de Rosalía de Castro, a cargo de una editorial de Vigo. En el casco antiguo de esta ciudad puede verse la placa conmemorativa antes de ir a tomar ostras al Mercado de A Pedra.
Todas las instituciones gallegas se suman a la conmemoración con actos de reconocimiento, exposiciones, cartelería, publicidad en medios, conciertos, discursos, mercado de publicaciones, fotografías y regalos de libros en galego (¡Ay, Asturies, lo tuyo nun tién igua!) Las librerías hacen descuentos y sacan los tenderetes a las plazas. Para que no falte de nada, nutrida manifestación popular, quejándose de las insuficiencias de los programas de apoyo a la Lengua.
Tenía la celebración este año dos aspectos originales: se recordaba a una mujer, -apenas cuatro han merecido tal honor entre cincuenta y seis ediciones-, y, además, no era gallega de nacimiento, sino extremeña. María Victoria Moreno, enseñante, que se enamoró del galego, -«un amor a primera vista», dijo-, lo estudió, lo usó para escribir y lo enseñó. Claro que esta última faceta, durante el mando del gallego generalísimo era considerada sospechosa, lo que le acarreó algún problema policial.
Antes, las lenguas que aquel oprobioso régimen solía llamar vernáculas no podían usarse, porque desmerecían del idioma imperial, sobre el que no se ponía el sol, aunque sí se ven los sombrajos de usos incorrectísimos. Ahora usan una táctica más sutil, no se prohíben, pero se dificulta su empleo, y se argumenta que es mejor estudiar inglés, más moderno, más adecuado a las necesidades técnicas.
Así, por ejemplo, el jefe de la patronal asturiana, de apellido vaqueiro, es decir, de raza en su día menospreciada -por ende, de lengua perseguida-, ironiza sobre si debe gastarse dinero en hacer los folletos técnicos en asturiano. Había mucho que contestarle, pero solamente quiero recordarle, ya que es empresario, que las lenguas generan mucho dinero si se saben administrar; nada más que vea la pasta que nos dejamos en enviar adolescentes a estudiar a Britania.
El PP asturiano se mantiene, otrosí, vigilante, como su jefe imperial, con el fin de que no se convierta, lo que la Señora Fernández llama el bableasturiano, en una lengua revolucionaria, independentista y comecuras. En la foto vemos cómo el Señor Presidente del gobierno mantiene el ojo atento; eso sí, el que no debe, tiene cerrado el derecho para no ver la viga entre los suyos y bien abierto el izquierdo, que ya se sabe de dónde suele venir el agueyamientu.
Así no pudo ver el latrocinio valenciano, de su amigo del alma, ese de los trajes, o de su compañero de ministerio, el Señor Zaplana, el mismo que antaño pedía un cargo porque necesitaba hacerse rico. Con él ha caído (por fin) el Señor Cotino, que tuvo un importante cargo policial, y que se expresa de esta manera: «Yo no he intervengut en ningún contrato de ningún tipo». Clara demostración del acierto de aquella Generalitat en pedagogía filológica.
Nosotros sí que vemos cositas en el ojo propio, diariamente; rótulo de la TPA, informando sobre la polilla patatera: «Nuevos municipios infestados» Me reí mucho al verlo, porque teníamos una broma juvenil, dedicada a un buen compañero, hoy maestro jubilado, con quien compartimos aulas en la Universidad. «¿Fuego, cómo se llamen los de Infiesto?…¡Infestaos!» «¡Qué malos sois los de Sama!»
Así que nada de andar «con dialectos que nadie habla», dedicaros, queridos niños, queridas niñas, a estudiar el idioma del Imperio, que ya no es el del Reino de Castilla, sino el de la City y Wall Street. No importa que la Unesco diga que la muerte de una lengua es una tragedia que nos empobrece, porque lo que verdaderamente cuenta es el movimiento de capitales.
Los negocios en estos tiempos, con la ayuda de nuestros sabios gobernantes, nunca bien ponderados, progresan viento en popa. Dedica La Voz de Galicia una página completa a explicar la robotización de la Peugeot de Vigo, con unos poderosos brazos que atornillan solos, que reducirán costes y que permitirán al obrero dedicarse a otras tareas. Dice el patrón, Monsieur Jacob Pascual-Pape, que eso no disminuirá el empleo, antes al contrario; con muy buen criterio reflexiona el columnista: «Aunque sobre el modelo de contratación, de elevada eventualidad, las centrales sindicales tendrían mucho que decir en este reportaje». No explica por qué no les preguntó; igual quedaron sin habla al ver que tanta modernidad va a ser bendecida por un rey del siglo XVII.