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sábado 20, abril 2024

Mentir con dignidad

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“Hay circunstancias en que una mentira es el más santo de los deberes”
(Joseph E. Renan)

Y es que la mentira es consustancial a la vida biológica en general, necesaria para la supervivencia. En esa necesidad de conservar la vida, tanto animales como humanos, desarrollan estrategias de ocultamiento y engaño, unas veces para defenderse y otras para atacar.

“La mentira nunca se muere de vieja”, dice el refranero. Ni por otros motivos, sencillamente no se muere, sino que, por el contrario, se enriquece y se renueva constantemente para asistirnos en las relaciones sociales, familiares, laborales y hasta religiosas.

Fue la mentira maligna la que, en lejanos tiempos, cambió el curso de la historia, cambió el relax y el placer por trabajo y sudor. Aconteció cuando la serpiente apareció en aquel paraíso y tentó a Eva diciéndole que si tomaba la manzana, y de paso a Adán, los ojos se les abrirían y serían conocedores del bien y del mal. Serían dioses.

Pero no todas las mentiras son malignas, ni cambian el curso de la historia. Hay otro tipo de mentiras llamadas blancas o piadosas. Se trata de una afirmación falsa proferida con intención benevolente, una buena intención que pretende evitar el daño, o evitarlo en la medida posible, porque se entiende que no siempre la verdad es el camino y que no siempre la mentira está mal.

Platón sostenía que la mentira es inútil para los dioses pero útil para los hombres en forma de remedios y, en ese sentido, también los médicos podrían utilizarla, pero no los profanos.

En este sentido el ejemplo sería el caso del médico que no le dice al paciente la gravedad de su estado, que utiliza cualquier resquicio para infundirle esperanza.

Platón (427-347 a. C) trata este tema en “La República” y dice: “pese a que la verdad debe ser valorada sobre todas las cosas, la mentira puede ser útil en la política para preservar el control o la justicia en manos de gobernantes (que serán filósofos) y así mantener la armonía social”.

Es por ello que el filósofo sostenía que la mentira es inútil para los dioses pero útil para los hombres en forma de remedios y, en ese sentido, también los médicos podrían utilizarla, pero no los profanos.

Platón nos aclara el uso y beneficio de la mentira piadosa a través del siguiente mito: Los dioses habrían puesto en la sangre de las personas diferentes tipos de metales, oro en los gobernantes, plata en los guerreros y hierro o bronce en los campesinos y artesanos.

Los hijos de los gobernantes nacerían con oro en las venas y estarían destinados a mandar, pero también en algunos campesinos y obreros y, siendo así, también podrían llegar a ascender, a gobernar. Y aunque esto fuera falso, si la gente lo creyera se lograría tener una sociedad ordenada pues cabría la ilusión y la esperanza de llegar a ser gobernantes.

Y es que la mentira piadosa daría lugar a la ciudad buena de Platón.

El propio San Agustín (354-430 d. C) máximo pensador del cristianismo, la indultó en cierta medida puesto que sostenía que el problema fundamental de mentir sería la “intención” y si la intención fuera ayudar no sería mentir. Distingue ocho tipos de mentiras, la primera y de gravedad es la que se dice contra la religión, las demás irían bajando de gravedad y serían menos dañinas, sería el caso de la “mentira honesta”, proferida para evitar el daño o la “mentira de culpa”, para no delatar a alguien.

Y así, en mayor o menor medida, se han mantenido muchos estudiosos del tema a través del tiempo.

Desde mi punto de vista creo útil y necesaria la mentira piadosa porque tiene un fin, como su nombre indica, piadoso. Se trata de consolar, de evitar el daño, de esperanzar.

Es el caso, por poner algún ejemplo actual de Francesc Torralba, profesor de la Universidad Ramón Llull de Barcelona y José María Martínez Selva, catedrático de Psicobiologia de la Universidad de Murcia.

Francesc Torralba hace referencia a la mentira como un fenómeno cotidiano que debe ser pensado y establece una clara diferencia entre omitir y mentir. Según este autor mentir es un acto intencionado de engaño con la finalidad de desvirtuar, tergiversar y dañar mientras que omitir es no decir todo porque, a veces, no es necesario ni conveniente, no obstante debería imponerse la verdad.

José María Martínez Selva hace referencia a la mentira sana, blanca, como algo propio de la vida cotidiana, exigida por el protocolo, la cortesía social y el buen fluir de las relaciones. En cambio la mentira maligna es aquella que se utiliza sabiendo que puede causar perjuicio a otras personas.

Por tanto, la cuestión que se plantea es: ¿Por qué la mentira?

  1. Para protegerse de una crítica, de un castigo, de una valoración negativa, para esconder un fallo, un error. Y es que, una sociedad que censura a quien comete errores, está propiciando la mentira.
  2. Por la necesidad de gustar, de agradar, de sentirse aceptado en el grupo. Es la necesidad de dar una mejor imagen de uno mismo por el miedo a ser rechazado. Dicen los estudiosos del tema que hay diferencias de sexo a la hora de recurrir a la mentira: los hombres tratan de parecer más poderosos, ricos o inteligentes de lo que son y las mujeres quieren mostrar más interés por los demás de lo que realmente tienen o sienten.
  3. Mentir para no perjudicar. Mentiras piadosas. En palabras de Ricardo Arjona: “Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida”.
  4. Mentir para manipular una situación en beneficio propio. Son las mentiras malévolas, mentiras que perjudican, mentiras sin límites ni reparos con tal de conseguir el objetivo.

Cuando alguien nos pida nuestra opinión sincera nos está pidiendo escuchar la opinión sincera que le convenga, nos está pidiendo solidaridad, quizá un poco de hipocresía.

Desde mi punto de vista creo útil y necesaria la mentira piadosa porque tiene un fin, como su nombre indica, piadoso. Se trata de consolar, de evitar el daño, de esperanzar.

Y es que la verdad no existe. Existe, si acaso, la verdad científica pero queda desmentida muy pronto por otra verdad científica.

Gregorio Marañón dijo: “Hay hombres que presumen de decir siempre la verdad, pero su valor se reduce a las verdades que molestan al prójimo”.

Ni siquiera entre amigos se puede decir todo y es que la mayor parte de amistades rotas vienen de un momento de excesiva sinceridad. Cuando alguien nos pida nuestra opinión sincera nos está pidiendo escuchar la opinión sincera que le convenga, nos está pidiendo solidaridad, quizá un poco de hipocresía.

La conclusión, por tanto, de esta reflexión es: ser sincero en medio de plantas y animales es sencillo, pero ¿se es también sincero cuando se baja a la ciudad a vender, a contratar y a discutir sobre lo que el campo produce?

Esa es la cuestión.

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