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domingo 24, noviembre 2024

Transiciones

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Cambiamos de ciclo. Pasamos del gobierno de la luz, de las buenas temperaturas y de la abundancia a otra más oscura en la que las plantas dirigen toda su energía hacia las raíces, los animales nos aletargamos y donde el frío y las escasas horas de luz tienden a entristecernos. Las transiciones otoñales hay a quien le ponen triste y apático e incluso somatiza dolores provenientes de un malestar físico y mental.

Esto sería lo normal, pero viendo la temperatura de estos últimos días parece que llevamos septiembre a rastras hasta final de año. Todos aquellos vegetales susceptibles de florecer lo están haciendo, nuestros cuerpos no acaban de asimilar el cambio y, cuando venga el frío de verdad nos pillará desprevenidos y cargaremos pañuelos y caramelos para la garganta en cantidades ingentes.

Socialmente, la alteración más profunda de nuestras vidas se genera en septiembre y, desde el punto de vista natural “casi” también.

Como ya dije en anteriores artículos, los calendarios naturales y los creados por el ser humano, en la mayoría de los casos, poco o nada tienen que ver entre sí. Hace poco lo comentaba con unas amigas: “No entiendo que el año comience en enero. ¿Qué sentido tiene?”. (Es mucho más complejo que esto, soy consciente).
Socialmente, la alteración más profunda de nuestras vidas se genera en septiembre y, desde el punto de vista natural “casi” también. Pa mí el año arranca en octubre, momento en el que el ajetreo desaparece y el ritmo se estabiliza para, una vez todo en su sitio poder planificar los próximos meses utilizando el pensamiento a largo plazo como hilo conductor. Definir dónde estoy, qué quiero, qué necesito y cuál es el plan de acción. Semanas de reflexión y mucha tinta para poner en claro que será de mí.
Claro que esta actividad implica contemplar muchos ámbitos, por supuesto se incluyen el huerto, los animales, lo silvestre… Para todo ello existen útiles interesantes, muchas fórmulas ya creadas que nos pueden convencer o servir de base para adaptar a nuestras necesidades. Para mí, lo básico es un planificador y como herramientas complementarias para el campo el “Zaragozano”, el “Calendario Biodinámico” y algunas otras. No se trata de ser un obseso del orden o el control, sino de tener un destino, objetivos y rutas más o menos definidas, saber hacia dónde voy y, si cae una granizada por el camino que te puede joder todo lo trabajado hasta el momento, disponer de un abanico de alternativas, no ponerse a buscarlas en plena batalla.

Todas y cada una de las transiciones a las que nos vemos sometidos, de forma natural o artificial, tienen un nexo común: el silencio.

Las transiciones forman parte del día a día y con mayor amplitud de nuestro crecimiento como sujetos, en lo social y en lo individual. Los ritos de paso son ejemplos muy acertados para ilustrarlas siendo los de ritual cristiano los más fáciles de identificar por cercanía cultural.

Todas y cada una de las transiciones a las que nos vemos sometidos, de forma natural o artificial, tienen un nexo común: el silencio. El silencio de la reflexión, del pensamiento, del hablar con uno mismo, el de mantenerse inmóvil mientras se admira el entorno, el previo al amanecer…

Existe una concreta calma que apenas se siente entre los adoquines y el asfalto. Un bálsamo excelso que, lleno de un vacío repleto de sonidos, resuena en esa parte del cerebro tan antigua como el propio ser humano generando bienestar y calidez interior.
Toda esta palabrería tiene a bien referirse a los ambientes que de forma sutil (o abrumadora si prestamos atención) se desarrollan en la naturaleza, sobre manera en aquellos lugares de transición en los que confluyen bosque y campo, siendo ambos y ninguno, confabulándose excelsas biodiversidades con la coquetería propia de los últimos coletazos de la adolescencia, atreviéndose a lucir toda gracia, belleza y opulencia.
Desde el romanticismo que esgrimo quiero transmitir la pureza y singularidad no solo de los lugares, sino también de los momentos que han de vivirse con la consciencia y la presencia plena, pues de otra manera no sería posible percatarse de ellos ni disfrutarlos.

Esta calma transicional baja las pulsaciones a cualquiera que pretenda entenderla y sentirla desde la premisa del comprender que somos uno más dentro del todo, no la totalidad.

Quizá sea para ello el atardecer el embajador, donde todo cambia sin prisa pero a su tiempo. Al igual que la luz se va disolviendo entre naranjas y azul marino los sonidos pierden fuelle: los pájaros se cuentan las hazañas del día mientras acomodan sus cuerpos inquietos en los árboles repletos de verdes perdidos. Otros se alientan a chirridos, como cigarras y grillos, donde el calor seco del final de los últimos días de verano les anima a canturrear a la puerta de sus casas engalanadas de margaritas, “patinos”, leguminosas y gramíneas que se dejan secar y mecer por las mismas brisas. Aparecen entonces rápidos murciélagos a alimentarse acompañados de los trovadores cuyo ulular anuncia el reinado de la nocturnidad.
Esta calma transicional baja las pulsaciones a cualquiera que pretenda entenderla y sentirla desde la premisa del comprender que somos uno más dentro del todo, no la totalidad.
Reflexionando sobre ello es fácil darse cuenta, muy a nuestro pesar, que somos por completo prescindibles. Ninguno de los demás seres dotados de vida, ni tampoco los inertes, nos necesitan para ser y estar aquí.

Trabajemos la empatía y la proactividad como herramientas fiables para dar estabilidad al grupo frente al individualismo intraespecie e interespecie.

Cambiemos entonces la manera de vernos y actuar en el mundo pues aún hoy tenemos la errónea percepción de que proteger el entorno y la naturaleza tiene el objetivo de salvar especies en peligro, procurar un bosque sano para los pájaros y mamíferos que lo habitan, o un mar lleno de ballenas y tortugas. Nuestro mayor interés debe ser protegernos como especie desde el entendimiento de que formamos parte de ese todo pero no lo somos.
Sabremos entonces, y solo entonces, que nuestros actos nos perjudican únicamente a nosotros mismos. Trabajemos la empatía y la proactividad como herramientas fiables para dar estabilidad al grupo frente al individualismo intraespecie e interespecie.
Pese a ser el único bicho capaz de modificar su entorno a altos niveles para desarrollarse (la supervivencia quedó muy lejos), esta capacidad queda escasa cuando no va de la mano del pensamiento a largo plazo. Cuando ya no estemos, esas transiciones que tanto alabé hace unas líneas seguirán su curso sin echarnos de menos, quedando únicamente restos de nuestro pisar que la tierra transformará, degradará y hará desaparecer bajo el buen criterio de quien sabe que la vida debe continuar abriéndose paso en una constante evolución llena de nuevas y bellas transiciones.

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