El crepitar del fuego y el sonido del martillo golpeando el hierro le han acompañado desde que era muy pequeño. Es lo que tiene pertenecer a una saga de herreros que se ha perpetuado a través de siete generaciones. El austriaco Friedrich Bramsteidl podría haber elegido otra cosa, pero una vez más las raíces han hecho su trabajo y ahora es en Santa Eulalia de Oscos donde sigue atendiendo una fragua.
Fritz, como es conocido por sus amigos, llegó a España hace treinta y un años. Entonces, su familia decidió dejar atrás el frío invernal del Tirol y viajar al sur de Europa en busca de temperaturas más amables. Andalucía fue el destino escogido, pero para él resultó demasiado caluroso y con el tiempo, el joven herrero decidió instalarse en la comunidad gallega. “Cogí un local para montar un taller en el suroeste de Ourense, cerca de la frontera con Portugal. Estaba a gusto, pero llegó un momento en que apenas había encargos de forja y por ese motivo vine a Asturias”. Ahora, y desde hace quince años, es el herrero de Mazonovo, en Santa Eulalia de Oscos, o mejor dicho el ‘ferreiro’, ya que en este rincón occidental es cómo se denomina a este antiguo oficio. Junto a su trabajo habitual, desarrolla también una faceta formadora y desde hace tres le acompaña Paz Prieto, una andaluza interesada en aprender el oficio.
El mazo hidráulico data del siglo XVIII y forma parte de un Conjunto Etnográfico que es posible y merece la pena visitar.
-¿Cuál es tu primer recuerdo en la fragua?
-A lo mejor con 4 o 5 años, recuerdo que me gustaba mucho entrar a la fragua con mi hermano y siempre nos echaban de allí, porque los niños pequeños no podíamos entrar y estar entre los hierros calientes. Después, un poco más mayor ya hacía pequeños trabajos con mi padre los fines de semana y cuando tenía vacaciones.
-¿Alguna vez quisiste trabajar en otra cosa?
-No, porque a mí me gustaba mucho. Mi padre era el herrero del pueblo, lo que pasa es que en Austria las cosas empezaron a cambiar; los campesinos tenían otras necesidades, compraron máquinas, tractores y los caballos que herraba mi padre fueron desapareciendo. La forja, que es lo que me gustaba a mí, pasó a un segundo plano y el trabajo pasó a ser el de un taller mecánico de maquinaria agrícola y de cerrajería. Hacíamos puertas, portones y rejas, pero ya más con soldadura que con forja, por eso no quise coger el taller de mi padre y empecé a viajar. Me asenté en Galicia y empecé de nuevo.
“Con 4 o 5 años, recuerdo que me gustaba mucho entrar a la fragua con mi hermano y siempre nos echaban de allí”
-Al final, recalaste en el occidente asturiano, concretamente en Los Oscos.
-Sí, porque en Galicia también empezaba a escasear el trabajo, pero al llegar a Mazonovo la cosa cambió bastante. Desde que estoy aquí vivo prácticamente de la forja, aunque no es fácil vivir de este oficio hoy en día porque no hay necesidad de un herrero. La gente mayor fue dejando el campo y los hijos se dedicaron a otras cosas.
-Te dedicas tanto a la forja artística como a la tradicional. ¿De qué tienes mayor volumen de demanda?
-En los últimos años han estado trabajando conmigo otros compañeros y sobre todo hemos hecho trabajos de reparación de edificios patrimoniales con la empresa Paisajes de Asturias; en este sector, el hierro forjado tiene su importancia. Hacemos herrajes nuevos pero con el estilo y las técnicas antiguas y artesanales.
-Habéis recibido incluso un premio nacional de artesanía.
-Sí, el Premio Promociona para Entidades Privadas que convoca el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, por el trabajo de promoción de la forja. Hasta hace un año todavía estábamos un grupo de cuatro personas en Mazonovo, teníamos bastante trabajo y encargos de mucho volumen. Y aunque el premio llegó cuando ya solo estábamos dos, fue fruto del trabajo del grupo en total.
El trabajar en un mazo hidráulico del siglo XVIII, que además es museo, da la posibilidad de transmitir al público cómo es el oficio y también a quienes quieren aprenderlo. Durante los años que estuve aquí he llegado a tener, entre aprendices y practicantes, a cerca de una docena de personas en la fragua.
-¿Es difícil aprender este oficio?
-Sí, es bastante complicado, se necesitan años para aprenderlo, pero como siempre, hay gente que tiene un talento natural. Uno de los compañeros que marchó el año pasado estuvo casi siete años conmigo. Cuando llegó no tenía conocimiento pero sí tenía mucho talento. Desde el principio cogió bien el martillo y avanzó muy rápido, mientras que a otra gente le cuesta más. No es lo mismo en cada persona.
“El fuego es muy llamativo. Lo vemos en las visitas que vienen al Mazo, sobre todo en los niños que llegan muy inquietos y cuando ven la fragua quedan fascinados y tranquilos”
-Además de la técnica específica para tratar el hierro ¿qué otras cosas tienen que tener los aprendices?
-El que trabaja con la fragua tiene que tener un conocimiento básico y conocer las temperaturas a las que hay que calentar y vigilar el hierro, y saber cuánto tiempo necesita más o menos para que quede bien. Hay un margen de temperaturas en el que puedes moldear el hierro en caliente con el martillo, si baja, no es suficiente y si calientas de más, el hierro se quema, se oxida tan fuerte que se deshace y salen chispas por todos lados. Esto hay que evitarlo porque luego el hierro no se puede aprovechar.
Hay que estar muy concentrado y tener mucho cuidado porque te puedes quemar. La temperatura que necesitas para ablandar el hierro es cerca de 1000 grados y las quemaduras están siempre ahí, cualquier cosa que te salte las puede producir.
-¿Qué es lo que tiene de especial trabajar con el fuego?
-El fuego es muy llamativo. Lo vemos en las visitas que vienen al Mazo, sobre todo en los niños que llegan muy inquietos y cuando ven la fragua quedan fascinados y tranquilos.
También hacemos talleres de fin de semana para gente que quiere probar, no son cursos para profesionales porque eso requeriría mucho más tiempo, pero están funcionando bastante bien.
-¿Tendrá continuidad este oficio?
-Yo creo que sí. Todo puede cambiar, pero mientras haya gente interesada en esto no va a desaparecer, aunque sí se va perdiendo técnica, de hecho, muchas cosas ya las hemos perdido. Y luego hay campos que no se van a acabar, como el tema de cuchillería.
-Para evitar la pérdida de conocimiento habéis puesto en marcha encuentros de herreros.
-Sí, esto surgió cuando yo estaba en Galicia, ahí empezamos los primeros encuentros, luego ya los organizamos en Asturias. Como somos muy pocos es una buena forma de conocernos, aprender e intercambiar entre nosotros conocimientos. En los últimos años, han sido a nivel internacional y vinieron profesionales de Rusia, Alemania y Francia.
El Consejo del Hierro
En el año 2001 Friedrich Bramsteidl y José Ortiz quisieron crear alguna actividad que reuniera a los herreros y unos años después tuvo lugar un primer encuentro de estos profesionales en A Fonsagrada (Lugo). Desde entonces, los herreros se han ido juntando para conocerse y compartir conocimientos, en ocasiones en Galicia y otras en Asturias, en Taramundi, y más recientemente en Santalla de Oscos. Además de demostraciones y conferencias, los participantes han realizado trabajos colectivos. Para facilitar la organización de estos eventos y de otros posibles relacionados con la forja nació también El Consejo del Hierro, la Asociación que preside Fritz y que agrupa a herreros de toda España.