Durante décadas, la relación de Oviedo con el resto de la Comunidad Autónoma, y más en particular en el plano político e institucional, no ha sido sencilla ni todo lo fructífera que podría ser.
Con independencia de distintas vicisitudes electorales y partidarias, el ejercicio de la capitalidad no ha estado, por lo general, marcado por un ánimo cooperativo e integrador, si bien el periodo de mandato del PP en la ciudad (la friolera de 24 años seguidos, de ellos 16 con mayorías absolutas aplastantes), ha dejado algunas huellas especialmente negativas que perduran en esa relación. La dinámica de confrontación ha sido la pauta más frecuente, fuertemente sostenida en los protagonismos personales, teóricamente a la búsqueda de atención inversora para el municipio y para la defensa del establecimiento en la ciudad (blandiendo el derecho supuestamente absoluto, derivado de la capitalidad) de los distintos órganos creados al calor del proceso de desarrollo autonómico. Consecuencia de un cierto ensimismamiento y de la ausencia de cultura de cooperación territorial, Oviedo ha definido de forma aislada y sin considerar las interacciones con el Área Central sus principales políticas. Así ha sucedido con la planificación urbanística de la ciudad, la red de transportes o la selección de las infraestructuras y equipamientos principales. Y solo así se explica, por ejemplo, la relación hasta hace bien poco distante con la Universidad o con los concejos vecinos y el desinterés en las políticas de promoción industrial y empresarial (cabalgando en la ola de su condición capitalina de ciudad de servicios, destinando escasa atención a esta materia). Es cierto que la cultura localista y la falta de instrumentos de cooperación efectivos, es un problema más extendido y que excede al municipio, con un Área Central que, pese a sus características inconfundibles, inexplicablemente no ha dado aún lugar a estructuras estables de colaboración institucional y a una ordenación territorial coherente.
Desde el punto de vista cultural, social y económico, las generaciones más recientes no encuentran barrera autoimpuesta alguna para entender la diversidad y riqueza territorial de Asturias
Este problema es casi exclusivamente político y administrativo, porque desde el punto de vista cultural, social y económico, las generaciones más recientes no encuentran barrera autoimpuesta alguna para entender la diversidad y riqueza territorial de Asturias y, en el caso del Área Central, para hacer de esta conurbación la ciudad en la que vive, trabaja y disfruta de su tiempo, trascendiendo de los límites de su municipio. Todo ello padeciendo, eso sí, las dificultades que la falta de cooperación institucional y las deficiencias de las comunicaciones e infraestructuras de transporte comportan (a pesar del avance que en su momento supuso el Consorcio de Transportes de Asturias).
El cambio político en Oviedo, al igual que ha servido para regenerar la vida pública municipal (aún con enormes dificultades por los problemas de gestión y los lastres del pasado que pesan sobre la Administración municipal), debe ser útil para recobrar un liderazgo en el proceso de cooperación territorial e institucional en Asturias. Se trata de convertir la capitalidad de Oviedo no en una bandera que blandir con aspavientos, sino en una responsabilidad y un compromiso con la colaboración institucional, superando la noción defensiva de la capitalidad para establecer un modelo transitivo y abierto a la relación de simbiosis con los municipios del Área Central y con la Administración del Principado de Asturias. Precisamente, además, transformaciones en curso en el tejido urbano de Oviedo lo permiten, porque se está gestando -y el papel del Ayuntamiento es crucial en estos retos- el destino de las parcelas del Cristo-Buenavista y La Vega, cuya proyección universitaria, de servicios y de desarrollo empresarial para el Área Central marcarán la diferencia. Nunca más, por lo tanto, desaprovechar operaciones urbanísticas de primer orden construyendo con ánimo especulativo espacios residenciales, comerciales o de congresos para competir sin cooperar, como sucedió durante años. La mejora de las conexiones de Oviedo con el entorno a través de la futura Ronda Norte (que puede dejar de ser una mera elucubración si se toma la palabra al Ministerio de Fomento) o la puesta en valor del Monte Naranco con acciones concertadas con los municipios del entorno, pueden también formar parte de esta nueva oportunidad para que el diseño urbanístico y la planificación estratégica del Oviedo del futuro se haga sobre la cooperación territorial, demostrando una forma bien distinta y generosa de entender el liderazgo que otorga la capitalidad. Una oportunidad que, por otra parte, solo puede ser llevada a cabo desde una perspectiva actualizada que supere definitivamente la noción antigua y elitista de la ciudad –totalmente superada por la sociedad ovetense- y que parta de la convicción de las fuerzas progresistas del municipio sobre la obligación que les asiste de llevar a término la tarea con pleno éxito.