Viajar por las páginas de su último libro es hacerlo por la vida cotidiana de un día cualquiera, por todas esas pequeñas cosas escondidas bajo la rutinaria realidad, esa que hemos dejado de percibir porque, como decía el dramaturgo Samuel Beckett en Esperando a Godot, “La costumbre ensordece”. El asturiano Miguel Ángel Delgado nos invita a preguntarnos y a reflexionar sobre esos pequeños actos que conforman nuestra vida diaria, desde que suena el despertador hasta que nos acostamos.
Además de escritor es periodista, editor, divulgador científico y comisario de exposiciones, la última “Color, el conocimiento de lo invisible”. En total se calcula que más de tres millones de visitantes en diversas sedes internacionales han disfrutado de estas muestras. Hablar con él es darse de bruces con el entusiasmo, con esa curiosidad infantil que todos tenemos dentro y él parece mantener intacta: “lo importante siempre son las preguntas”.
-Has comisariado exposiciones para la Fundación Telefónica en torno a personajes como Tesla, Houdini o Verne. ¿Qué te han contagiado en ese trayecto?
-Cada uno cosas diferentes, pero si he de buscar una característica común a todos ellos es que han sido capaces de mirar la realidad de su tiempo con una mirada distinta y descubrir cosas que sus coetáneos no vieron. Todos tenían una gran curiosidad, mucha imaginación y abrieron nuevos caminos. Me gusta pensar que todos han sido para mí una gran inspiración. No pretendo compararme con ninguno de ellos, tienen un nivel extraordinario, pero su actitud, su forma de mirar el mundo, me parecen inspiradores y creo que algo de eso se me ha pegado.
-¿Qué sería Miguel Ángel Delgado sin la curiosidad?
-Pues sería otra persona muy distinta y bastante aburrida. La curiosidad es lo que te alienta a profundizar, a investigar y, por tanto, a aprender. Estimula nuestros mecanismos creativos y nuestra imaginación. Creo que cuando nos falta la curiosidad todo pierde interés.
“El libro plantea un viaje hacia delante y hacia atrás en el tiempo y el espacio para conocer lo que hay detrás de los gestos más cotidianos, y ver hasta qué punto cosas que nos parecen que son así de toda la vida, en realidad llevan poco tiempo con nosotros”
-Has escrito varios libros sobre Nikola Tesla, sobre inventores españoles olvidados, sobre mujeres astrónomas desconocidas… ¿Cómo nace la idea de La costumbre ensordece (Ariel Editorial)?
-Después de haber escrito novela y haber trabajado como editor para otras autoras, una experiencia maravillosa, me plantee escribir algo y me apetecía un ensayo. Esta obra surgió en la pandemia, alguno me dirá, ¡por dios, otra vez no! Pero fue así. En el momento que se nos sustrajo de la rutina, cuando no tuvimos acceso a hacer cosas que hasta el momento dábamos por hechas, cuando todo se puso en cuestión, se me ocurrió examinar todo lo extraordinario que se escondía debajo de lo ordinario, de lo cotidiano., esas cosas que normalmente no vemos y de ahí que el título del libro se haya tomado de una frase de Samuel Beckett de Esperando a Godot, “La costumbre ensordece”, eso nos ocurre a diario. Después de hablar de vidas extraordinarias decidí mirar lo más cercano, lo que está al alcance de todos, nuestra rutina. Me gusta probar cosas nuevas.
-Lo planteas muy bien al inicio del libro cuando lanzas la pregunta, ¿qué pasaría, si sólo una vez, nos planteáramos por qué hacemos lo que hacemos, no de forma filosófica si no de forma práctica, cotidiana?
-Exacto, esa es la pregunta primigenia. A partir de ahí el libro plantea un viaje hacia delante y hacia atrás en el tiempo y el espacio para conocer lo que hay detrás de los gestos más cotidianos, y ver hasta qué punto cosas que nos parecen que son así de toda la vida, en realidad llevan poco tiempo con nosotros.
“En la Edad Media no ‘existían’ los niños, no se pintaban en los cuadros y si lo hacían era al Niño Jesús y le ponían cara de viejo. Es como si no hubieran visto a los niños en su vida”
-¿Cuál es tu capítulo preferido? ¿El que te aportó más descubrimiento?
-Al capítulo del tiempo le tengo una gran devoción, es un tema que me interesa hace años y sobre el que he escrito mucho, pero no me aportó grandes descubrimientos.
Dos capítulos que me asombraron fueron el del aseo, descubrir que hubo un tiempo donde los médicos recomendaban no bañarse porque creían que el agua era letal para la higiene y provocaba enfermedades; que abría los poros de la piel y que por ahí pasaba la peste, aunque no se sabía muy bien qué era todavía. Y luego el capítulo de la infancia, descubrir que ese concepto es muy reciente. Los niños eran considerados como adultos pequeñitos, estaban confundidos con la masa de habitantes en unas épocas muy duras de hambrunas, guerras o plagas; pocos llegaban a la edad adulta, por eso las familias tenían muchos hijos. El objetivo era que crecieran rápido y empezaran a trabajar para ayudar a la familia. Conocer todo esto me sorprendió mucho, hasta el punto de que había teorías que decían de forma un poco provocadora que los niños no existieron hasta la llegada de la Ilustración, de la educación. Me gustan las teorías basadas en argumentos puramente racionales que llegan a conclusiones sorprendentes como que en la Edad Media no existían los niños, no se pintaban y si lo hacían era al Niño Jesús y le ponían cara de viejo. Es como si no hubieran visto a los niños en su vida.
-¿A quién debemos las costumbres que tenemos hoy en día?
-A una complejidad de factores históricos, económicos y culturales. Los hábitos de las cosas que hacemos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, vienen moldeadas por siglos y en algunos casos, incluso milenios de historia. Descubrimientos, cambios geopolíticos, imperios que conquistan a otros pueblos e incorporan sus culturas y se fusionan. Veo un día de nuestra existencia como si fuera un fotograma de una película que está cambiando continuamente. Nuestras rutinas están cambiando de forma constante, eso se puede rastrear y cuando lo haces, ves que en el fondo la historia de la que tendemos a hablar con mayúscula, no sólo la forjan los imperios, los reinos y las cosas enormes, sino que la historia es también la que determina que tengamos la costumbre de lavarnos los dientes, por ejemplo, o desayunar unas cosas y no otras.
“Gracias al éxito de los planes de vacunación, enfermedades como el sarampión o la poliomielitis no existen en la actualidad y esperemos que siga siendo así a pesar de los movimientos antivacunas que pueden hacer que volvamos a tener esas enfermedades entre nosotros”
-En la antigüedad se produjeron avances, luego parece que se dio un paso atrás y ahora hay cosas que hemos vuelto a recuperar. Me refiero por ejemplo al tema del agua o de la higiene.
-Sí, y yo creo que pasa en más temas. La costumbre no sólo ensordece, sino que también adormece y nos hace no valorar cosas que tenemos. Pongo un ejemplo en el libro con el caso de las vacunas. Gracias al éxito de los planes de vacunación, enfermedades como el sarampión o la poliomielitis no existen en la actualidad y esperemos que siga siendo así a pesar de los movimientos antivacunas que pueden hacer que volvamos a tener esas enfermedades entre nosotros. El mayor avance de la humanidad no es haber viajado a la Luna, si no el abrir un grifo en tu casa y que salga agua, incluso fría y caliente. Eso que todavía no está al alcance de toda la población entra casi en la categoría de milagro, eso sí que es algo extraordinario comparado con el resto de la historia y en cambio lo consideramos habitual cuando es todo un lujo.
-Dices que “sólo de vez en cuando cambia algún elemento, a veces de manera trascendental -perder a un ser querido, una separación- que hace que nos paremos y nos planteemos cosas”. ¿Sólo esas rupturas, esos quiebros, consiguen romper la monotonía y nos permiten ver más allá?
-Son cosas potentes que tienen la capacidad de sacudirnos, es como si nos despertaran de ese letargo en el que vivimos. Fue lo que ocurrió con la pandemia. Incluso los que tuvimos la suerte de no perder a nadie vivimos una gran sacudida en lo más profundo de nosotros, en nuestra esencia. Alguna vez, sin tener lugar ninguna de esas rupturas, consigues parar y mirar con ojos nuevos lo que estás haciendo, que probablemente lo hayas estado haciendo millones de veces, y ves que de repente cobra sentido. Me gusta pensar que no hace falta que nos pasen cosas malas o dolorosas para que nos volvamos reflexivos, observadores y valoremos lo que tenemos, pero es cierto que eso es difícil y se hace más fácilmente cuando recibimos sacudidas fuertes. Curiosamente lo trágico tiene una capacidad de transformación muy muy potente.
“Me gusta pensar que no hace falta que nos pasen cosas malas o dolorosas para que nos volvamos reflexivos, observadores y valoremos lo que tenemos, pero es cierto que curiosamente lo trágico tiene una capacidad de transformación muy potente”
-“Hemos sustituido el sueño natural por los somníferos que tienen más que ver con la anestesia que con el verdadero descanso, esas fases donde se producen los trabajos de reparación y puesta a punto para encarar el nuevo día”. ¿Qué nos ha pasado?
-Tenemos una falta de sueño brutal, la Organización Mundial de la Salud ha declarado la falta de sueño como una epidemia. No dormimos lo que necesitamos, hemos abolido la noche a través de la iluminación artificial, el alargamiento de los horarios, las pantallas. La gente no descansa lo que necesita para recuperarse cuando sabemos que la falta de sueño trae el riesgo de sufrir muchas dolencias, deterioro degenerativo, acorta la vida y estropea nuestra calidad de vida. Hay una cosa que me indigna y es cuando se ensalza a la gente que duerme poco. En el fondo -y ese es un tema que abordo en el libro-, está la concepción de que dormir es perder el tiempo porque no estás produciendo para el sistema, no consumes, no trabajas… dicho de otra forma es un ‘tiempo perdido’ cuando no es así. Con este planteamiento, cuantas menos horas durmamos, mejor.
“La Organización Mundial de la Salud ha declarado la falta de sueño como una epidemia. No dormimos lo que necesitamos, hemos abolido la noche a través de la iluminación artificial, el alargamiento de los horarios, las pantallas”
-¿Qué le debe Miguel Ángel Delgado a sus sueños?
-Tengo una relación complicada con mis sueños, me refiero a los que recuerdo, que no son siempre. Me produce fascinación darme cuenta de que eres tú siendo otro, probablemente cuando estás soñando eres más tú que nunca -de una manera más visceral, sin filtros, con todo lo bueno y lo malo- que cuando estás en vigilia. Es un período que me fascina porque mientras dormimos podemos ser poderosos y a la vez inocentes… no sé cómo explicarlo de otra forma. No me extraña que los libros de neurociencia que abordan este tema se hayan convertido en verdaderos superventas, no dejan de ser ocho horas donde ‘perdemos el control’ cuando en realidad lo toma otra parte de nosotros, ¡eso es algo inspirador! En ese espacio/tiempo no existe falta de imaginación, todos la tenemos. Eso nos unifica.
-Dices que el sueño es un momento donde parece que no eres tú, cuando sientes que eres más tú que nunca; y por otro lado parece que el sistema hace campaña justo para que no descansemos. ¡Qué curioso!
-Sí, exactamente. Por eso me indigna que se alabe a esos ejecutiv@s o directiv@s que duermen poco como si fuera un ejemplo para seguir. Nunca aplaudiríamos a alguien que nos comentara que se toma diez donuts cada día para desayunar, diríamos, ¡qué barbaridad! Que el no dormir se haya convertido en un síntoma de genialidad cuando en realidad marca una gran disfunción en nuestra salud dice mucho de la única especie que parece empeñada en privarse voluntariamente del sueño.
“La curiosidad es lo que te alienta a profundizar, a investigar y, por tanto, a aprender. Estimula nuestros mecanismos creativos y nuestra imaginación. Creo que cuando nos falta la curiosidad todo pierde interés”
-Antes corríamos para salvar la vida frente a los depredadores, ahora seguimos corriendo… ¿Quién nos persigue? ¿Por qué corremos?
-Sí, ese es un planteamiento que me hago. Creo que corremos huyendo del fantasma de nuestra vejez, del deterioro, y que tras de eso viene la muerte. Corremos para sentirnos vivos de una manera extrema, llevar el cuerpo al límite y sentir que somos capaces de manejarnos en ese límite.
-Explicas en el libro que adelantos que en un principio facilitan la vida de las personas, como por ejemplo el transporte público, resulta que han surgido no por esa razón sino por intereses económicos.
-Sí, este capítulo es un ejemplo de lo que comento varias veces en el libro, que explicaciones simples no explican esta realidad que es mucho más compleja. En el caso del transporte público, al principio se habló de una conspiración de EEUU y resulta que la realidad es más compleja. Hasta casi mediados del siglo XX la mayor parte de los ciudadanos de Los Ángeles se desplazaban de tranvía. Las empresas que construyeron esas líneas no lo hicieron porque pensaran que aquello era el negocio del siglo si no porque habían adquirido suelos a muy bajo precio a las afueras de la ciudad y al llevar transporte hacia esos lugares, el terreno multiplicaba su valor. El transporte público en sí mismo nunca ofreció el suficiente interés económico para las empresas promotoras. A este beneficio hay que añadir otro más y es que los tranvías vendían la electricidad sobrante a un mercado que la necesitaba cada vez más, vamos, ganancia a dos bandas. Cuando vas descubriendo todo esto te resulta sorprendente. Te das cuenta de que un concepto tan fácil de entender como es el transporte público que permite a la gente desplazarse en la ciudad, ir a su trabajo, etc. tiene un trasfondo bastante complejo y lleno de intereses.
“La muerte la hemos apartado de nosotros, vivimos como si no fuera algo real y fuéramos inmortales. Somos la generación que más conocimientos tiene sobre la vida y los que más miedo tienen a la muerte, más que nuestros antepasados”
-Después de ese día ficticio lleno de rutinas y curiosidades por el que nos haces navegar, llega un epílogo donde hablas de la muerte. ¿Por qué terminar así el libro?
-Siempre tuve claro que, si hablábamos de la vida cotidiana, la muerte tenía que estar presente, pero hubiera sido un poco cenizo ponerlo al final de un día. Cuando abordo el tema no pretendo que sea una visión triste o trágica, sino algo que está ahí y forma parte de la vida, otra cosa es que con el tiempo sea algo que se haya ido ocultando. La muerte la hemos apartado de nosotros, vivimos como si no fuera algo real y fuéramos inmortales. Somos la generación que más conocimientos tiene sobre la vida y los que más miedo tienen a la muerte, más que nuestros antepasados.
Quería escribir sobre todo ello y por eso lo puse al final, “Un día cualquiera en el futuro”, es decir, cuanto más lejos… mejor. En el fondo es un canto a la vida porque creo que forma parte de esta. Y eso lo tenía que abordar desde un punto de vista personal. Hay mucho de mí en todo el libro, pero especialmente en este capítulo quería que fuera así. Y todo ello sin abandonar el rigor, sin dejar de contar cosas y de divulgar. La muerte creo que es el acto más íntimo, más personal al que nos enfrentamos cada uno.
-¿Por qué hemos convertido la muerte en algo aséptico?
-No hace tanto la experiencia de la muerte, como se vivía en el ámbito personal, en lo familiar, en lo comunitario… era algo muy presente. Nosotros ahora pretendemos que no exista y no es así. Cuando uno va al tanatorio es como ir a un aeropuerto, si no quieres no ves ni el féretro. Por eso he querido abordar el tema como una parte de la vida, un tema de vital importancia, pero sin restarle su toque de humor.
-¿Qué sensación te quedó después de haber hecho este viaje por nuestras rutinas y costumbres?
-Acabar el libro fue para mí todo un triunfo, porque, aunque no parezca un libro extenso, tiene muchísimo trabajo detrás. Creo que es el libro más difícil que he escrito, precisamente por la destilación que tuve que realizar. Cuando se lo entregué a mi editora le pedí un poco de perspectiva porque se cruzaban varias historias y me faltaba ver un poco la cohesión entre todas ellas. Cuando leyó el manuscrito comentó que aquello funcionaba y era bueno. Ahora, con un poco más de distancia, estoy aproximándome al libro, pero con otros ojos. Me gustaría decir que me ha enseñado a preguntarme muchas cosas, pero es que yo siempre he sido así. Viendo la buena acogida que está teniendo entre los lectores y los comentarios que me llegan, veo que todos tenemos algo en común, el interés y las ganas de saber. Esa me parece la experiencia más bonita que he vivido con el libro.
“¿Qué pasaría si, sólo una vez, nos planteáramos por qué hacemos lo que hacemos?”
-Supongo que este libro, a la velocidad que está cambiando todo, si lo escribieras dentro de diez años sería otro completamente distinto…
-Pues sí… pero a lo mejor no haría falta esperar a esos diez años. El libro recoge en cada capítulo cosas concretas que me interesaron en aquel momento. Seguro que si ahora me pusiera a escribirlo saldría otro totalmente diferente. Desde que lo terminé han surgido más descubrimientos, más curiosidades, más cosas… Afortunadamente, la rueda de la vida sigue girando.
“La capacidad de formularse preguntas la tenemos todos y además es innata. Los niños la tienen, no dan nada por supuesto, para ellos todo es un descubrimiento”
-“El aire está lleno de nuestros gritos, pero la costumbre ensordece”, ¿cómo afinar nuestros oídos?
-Parándonos a escuchar, abriendo los ojos para ver. Tan sencillo y tan difícil como eso. La capacidad de formularse preguntas la tenemos todos y además es innata. Los niños la tienen, no dan nada por supuesto, para ellos todo es un descubrimiento. En nosotros sí permanece esa capacidad de formularse preguntas, otra cosa es que las respuestas puedan ser más o menos complicadas. La clave está en no tener miedo a plantearse esas preguntas: ¿Qué pasaría si, sólo una vez, nos planteáramos por qué hacemos lo que hacemos?
-¿En qué proyectos estás participando ahora?
-Tengo un proyecto aún en fase embrionaria muy distinto a todo lo que he hecho hasta ahora. Posiblemente en septiembre me siente con la editorial para ver qué línea seguimos. Estos próximos meses voy a estar metido de lleno en la promoción del libro y también con la última exposición que hicimos para la Fundación Telefónica, “El conocimiento de lo invisible” que explora distintas facetas del color. La inauguramos en julio en Lima (Perú) y en agosto en Mérida (México). Es un proyecto que tiene mucho recorrido y nos está dando muchas alegrías. Te aseguro que no tengo tiempo para el aburrimiento, mi mente está continuamente pensando proyectos… unos salen y otros no.