Insiste en que no es una novela sobre la Guerra Civil, aunque ésta condiciona el devenir de los personajes. Ambientada en una Cuenca Minera, y arropada por el paternalismo industrial desplegado por el Marqués de Comillas, ‘Dejar las cosas en sus días’ (Ed. Alfaguara) explora el proceso de búsqueda de las propias raíces, una aventura que lleva a la protagonista a reconstruir la historia de su familia.
-Una primera novela tardía pero exitosa.
-Siempre me he sentido escritora, aunque no escribiese por estar dedicándome a la literatura desde otras trincheras. Esta historia tenía ganas de escribirla y disfruté mucho contándola. Sinceramente ahora pienso que ha merecido la pena esperar todo este tiempo. Quizá era el momento, quizá las cosas suceden de la forma que tienen que suceder.
-El hecho de haber nacido en Mieres ¿cómo influyó en la elección del entorno y la trama?
-Bustiello siempre ha sido el escenario de mi infancia. Para mí siempre resultó muy seductora la vida en ese lugar a finales del XIX y principios del XX, por la presencia del paternalismo industrial y las implicaciones que tenía en la vida de las personas. La Casa de Pomar me fascinó desde muy pequeña, especialmente cuando supe que allí había una biblioteca. Creo que desde entonces fantaseé siempre con la vida de los que habitaron allí. La novela es como una prolongación de esa fantasía.
-¿Qué protagonismo tiene la Guerra Civil?
-La Guerra Civil es parte de la novela en la medida en que se abarcan cien años de historia, es como la consecuencia de sucesos anteriores y la causa de lo que les ocurre a los protagonistas después. Funciona como una especie de eje, pero no es una novela sobre la Guerra Civil.
«La literatura tiene que hacer preguntas. La búsqueda de respuestas es tarea del lector»
-¿Y las Cuencas como escenario?
-La historia de las Cuencas se ha tratado mucho en distintos soportes, sin embargo resulta curioso que fuera de Asturias llame la atención esa comarca porque no se ajusta a la idea que se tiene de la Cuenca revolucionaria. Esa comarca absolutamente impermeable a la influencia del sindicato minero, dependiente del paternalismo del Marqués de Comillas, esa burbuja ajena al movimiento revolucionario, la preponderancia única del sindicato católico: todo eso me interesaba mucho.
-¿Cuánto hay de ficción en esta historia, y cuánto de realidad?
-Es todo ficción salvo las cuestiones históricas y el marco, que son reales. Todo lo que tiene que ver con los personajes es invención. Aún así, es muy curioso que mucha gente de la zona se haya sentido identificada y ha pensado que había personajes basados en sus familiares. Y no, es todo pura ficción.
-Y al final ¿hay que «dejar las cosas en sus días»?
-Ésa es la gran pregunta de la novela, si dejar las cosas en sus días o recuperar el pasado. En lo que se refiere a un pueblo, nación, país o comunidad, el pasado es el gran maestro, el que nos enseña cómo hemos sido, de qué forma hemos reaccionado y a dónde nos ha llevado lo que hemos hecho. A nivel personal uno tiene que ser consciente de que reconstruir el propio pasado siempre deriva en una ficción. Además en esa indagación puede encontrarse con cosas que no son las que él ha creado en su propia mitología personal y familiar. A veces no todo es como uno cree que es.
-La novela ofrece entonces más preguntas que respuestas.
-Es que yo creo que la literatura tiene que hacer preguntas. La búsqueda de respuestas es tarea del lector. He tratado además de huir de los buenos y malos, que generalmente suele convertir las novelas en didácticas. He tratado de mantener una mirada, si no equidistante, al menos amplia y plural.
-Esto es parte de una trilogía. ¿Para cuándo la siguiente novela?
-Cuando estaba escribiendo me daba cuenta que todo crecía mucho, que algunos personajes buscaban su espacio y traían su propia historia. Ya estoy preparando la segunda novela: la misma época pero distintos personajes, y se desarrolla en Gijón. Pienso que servirá para que determinadas zonas de la primera novela que deliberadamente quedaron más oscurecidas, se iluminen como merecen.