Simón tiene un año y medio de vida y tiene la suerte de ir a una guardería en el entorno rural donde tienen una pequeña huerta. Ayudado por su profesora, está aprendiendo a sembrar, cultivar, recoger fruta o verdura, que luego se toma junto a sus compañeros de clase. Este tipo de actividad le está ayudando a ser más autónomo, a trabajar en equipo y a preocuparse por las plantas y su cuidado. El huerto le proporciona un montón de experiencias vitales al aire libre que no le aportan los libros. Es una herramienta educativa muy valiosa y completa.
Los niños de hoy viven en un entorno tecnológico con pocas experiencias en la naturaleza. Pasan la mayor parte del tiempo encerrados y pegados a las pantallas; en sólo unos años se nos ha olvidado la importancia del aire libre, del contacto con la tierra, con las plantas y los animales. Hay estudios que dicen que eso afecta a nuestro desarrollo mental y emocional, sobre todo en esas primeras etapas en las que nos estamos formando como personas.
Hemos evolucionado en la naturaleza y la necesitamos para sobrevivir como especie, es normal que nos desequilibremos si vivimos desconectados de ella. Necesitamos tocar, oler, sentir el aire puro en nuestra cara para poder seguir después en nuestra vida diaria de forma sana. Y no solamente en la infancia sino también en edades adultas.
Recuerdo el proyecto de salud, con reconocimiento internacional, que Valentín Pérez (médico de Atención Primaria) puso en marcha hace unos años en La Fresneda (Siero).
A los pacientes con trastorno del sueño, depresión, ansiedad, problemas cardiovasculares les proponía que pusieran un huerto en su vida, porque esa actividad aunaba el ejercicio físico con estar al aire libre y relacionarse con los demás, obligándote a salir de casa, aunque no te apeteciera. A ello se le sumaba otro valor añadido: alimentarse con productos producidos por ti. El médico comprobó que la personas que seguían este consejo, reducían el consumo de fármacos y mejoraban su salud. Razón de más para educar en este sentido desde la infancia.
En 2012 se puso en marcha la Red de Huertos Ecológicos Escolares del Principado de Asturias para llevar las prácticas y valores de la agroecología a las nuevas generaciones. Hoy son ya 127 los centros de enseñanza que se han sumado a esta iniciativa impulsada por COPAE (Consejo de la Producción Agraria Ecológica del Principado de Asturias) con muy buenos resultados. Enseñar a los escolares de dónde vienen las cosas que comemos y acercar a la educación la alimentación saludable son algunos de los valores que se despiertan con esta experiencia. También les ayuda a desarrollar la paciencia y el esfuerzo, virtudes muy útiles en estos tiempos efímeros donde prevalece la cultura de la inmediatez. Fomenta el aprendizaje colaborativo trabajando en equipo, además de la empatía por cuidar de un ser vivo.
Teniendo en cuenta todos estos beneficios cada vez son más los centros educativos que utilizan los huertos escolares como recurso pedagógico, en ello los alumnos tienen una experiencia real, que les vale tanto para su vida cotidiana como para su futuro laboral. Quién sabe si para muchos de estos niños la agricultura ecológica no se convierte en su profesión.
La crisis que estamos atravesando pone de manifiesto la necesidad de reconectar con la Naturaleza. Y esta es sin duda una muy buena iniciativa. Ojalá sea extensible al cien por cien de centros.
He de confesar que me gusta ver cómo Simón se aproxima a las flores, las acaricia delicadamente con su pequeña manita, al tiempo que me mira y dice ¡florrrrr!, como si hubiera descubierto un tesoro.