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domingo 6, octubre 2024

Carlos Magdalena. El Mesías de las Plantas asturiano

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Llegó como becario al Royal Botanic Gardens de Londres, luego se convirtió en horticultor botánico, pero ‘de bota’, como dice él. Entre sus actividades está la de viajar por todo el mundo cruzando desiertos, selvas, subiendo montañas para rescatar plantas en peligro de extinción. Le apodan el Mesías de las Plantas, título también de su libro, un entretenido relato de sus experiencias en todos estos años.

Su apodo se lo puso un periodista asturiano, pero quien realmente lo popularizó fue David Attenborough cuando le entrevistó para la serie de la BBC ‘El Reino de las Plantas’ que se rodaba en el botánico de Londres. Y la verdad es que además de su aspecto, -barba, melena y cara de buena persona-, Carlos tiene en común con Jesús de Nazaret su talento para ‘resucitar’… plantas. “Un mesías no puede transformar las actitudes sin partidarios que difundan el evangelio. Cuando se trata de conservación, necesitamos entusiasmo, motivación y acción (…). Las personas necesitamos a las plantas y las plantas necesitan a las personas, y difundir este mensaje comienza contigo y conmigo”, invita en su libro.

Royal Botanic Gardens. Kew, Londres
Royal Botanic Gardens. Kew, Londres

Recuperar especies raras, salvarlas del olvido, garantizar su supervivencia, es un cometido que realiza con pasión Carlos Magdalena y al que entrega cada minuto de su vida sin escatimar esfuerzos. “Me he ido a Bogotá a dar un par de charlas en la feria del libro, de ahí volé en un avión de dos hélices a Santa Cruz, luego a Trinidad en el norte de Bolivia; aterrizamos como pudimos en mitad de la selva y me recoge un todoterreno para llevarme a un lugar recóndito del Amazonas. De ahí, da la vuelta a todo ese itinerario, regresa a casa y vete el lunes a trabajar como si nada”. Pese a su entrega y pasión, dice que es necesario la colaboración de cada uno de nosotros.

-En este idilio que dura ya muchos años, ¿quién dio el primer paso? ¿Las plantas te eligieron a ti o tú a ellas?
-Es difícil de contestar, pero si miro cómo funcionan las plantas con el resto de los animales claramente las plantas me eligieron a mí. Lo que pasa es que ellas todo lo hacen en reverso, parece que eres tu quien estas al cargo, parece que es el colibrí el que va a beber el néctar de la flor cuando la realidad es que la planta está poniendo ‘oro’ -néctar con azúcar-, que es lo que necesita el colibrí para vivir porque si no se muere. Las plantas son maestras en la manipulación.

“Cuando hablamos de comunicación pensamos en la verbal pero la comunicación con las plantas es a través del entendimiento. Me pregunto qué están haciendo y ellas me lo explican”

-¿Qué conexión tienes con ellas? ¿Cómo os comunicáis?
-Cuando hablamos de comunicación normalmente pensamos en la verbal pero la comunicación con ellas es a través del entendimiento. Me pregunto qué están haciendo y ellas me lo explican. Soy consciente de que parezco un loco que ha perdido los papeles, hablando así, pero es la verdad. Tiene que haber una razón del por qué una planta es distinta de la otra, empiezas a investigar en la biología, morfología y de repente te das cuenta de que esto es debido a…. Si me hago una pregunta, lo estudio, vienen las respuestas. Eso es una forma de comunicación. Y a la hora de cultivarlas es como si se activara un sistema morse o binario. Cuando una planta empieza a cambiar de color te preguntas, ¿será falta de fertilizantes? ¿Está en período de reposo? Si escoges una opción va a pasar una cosa y si eliges la otra, pasará otra distinta. Otras veces te haces preguntas con ellas que son una especie de cajas sin fondo como Alicia en el País de las Maravillas. Es un mundo tan distinto que nunca acabas entendiéndolo del todo. También se comunican con olores atrayendo a ciertos animales, o diciéndote que son venenosas, comunican la llegada de las estaciones, de la noche, comunican incluso la geografía, dependiendo de los suelos en los que están creciendo. Ellas no pueden escribir un mensaje en un libro y necesitan que alguien lo haga en su lugar, hay que aprender a leer sus mensajes.

-¿Qué es lo más inteligente que has observado en su comportamiento?
-Mira por ejemplo la planta monstera deliciosa que cultivamos mucho en casa y se la conoce como costilla de Adán, crece muy rápido porque no tiene que poner peso en su estructura. Utiliza el tronco de un árbol, tira y tira y cuando llega arriba y se pone en contacto con el sol es cuando florece, atrae a escarabajos y otros insectos que las polinizan. Llegan los pájaros, comen las semillas, y las dejan en otro lugar del bosque. Vuelve a nacer una planta en el suelo, no tiene ojos, y mi pregunta es ¿cómo es posible que encuentren el árbol más cercano para poder trepar y completar su ciclo vital? El sol siempre sale y se oculta por los mismos sitios, eso genera unas trigonometrías de sombras y sobre eso ella decide hacia dónde tirar. Lo tiene todo muy calculado, y no tiene cerebro. ¿Cómo lo hace? Los animales dicen que funcionan por instinto, ¿ellas lo tienen? ¿Cómo consiguen sobrevivir? Cuando las ves en un time lapse -una foto cada dos minutos- observas todo el proceso y la verdad es que asusta. Ves cómo se comunican entre ellas, normalmente por la química, y cómo lo hacen en otra escala temporal… mucho más lenta que nosotros. Es realmente fascinante. Es como viajar a otros mundos.

“Las plantas tienen todo calculado y no tienen cerebro. Los animales dicen que funcionan por instinto, pero ¿ellas lo tienen? ¿Cómo consiguen sobrevivir?”

-¿Crees que su comportamiento puede servir de inspiración para el género humano?
-Los animales somos maestros en el arte de escapar de los problemas. Viene el lobo, corro; tengo sed, bajo al río… Moviéndote solucionas las historias, pero ellas no lo hacen así. Enfrentan cada problema que surge sin moverse del sitio porque no pueden hacerlo y han desarrollado estrategias para escapar de los peligros. Si viene el viento es flexible; si azota con mucha fuerza sabe que puede perder una hoja o varias, pero tiene otras preparadas para salir; si viene un herbívoro pues rebrota y para que no se la coma genera pinchos, olores, sustancias químicas… son una factoría de soluciones. Este es un mundo que si no te introduces en él no lo ves. Vas con el coche, miras y dices qué verde está todo y no vas más allá.

-Has recorrido medio mundo buscando especies amenazadas, ¿cuál ha sido la experiencia que más te ha marcado?
-Es muy difícil elegir porque son muchísimas. Lógicamente te sorprende algo que no sabes que va a pasar y eso me ocurre a menudo. Recuerdo en un lago de Kimberley, una zona de Australia donde a lo mejor viven cinco mil personas en una superficie que es como España, que se estaba poniendo sol, había nenúfares blancos, rosas, amarillos, flotando plácidamente sobre las aguas que eran todo un espectáculo; bandos de cacatúas volando por encima, y yo en medio de aquel maravilloso escenario planteándome si me metía o no en el agua ante el riesgo de si me pudiera comer un cocodrilo de cuatro metros, algo muy común en el lugar… Eso, sin duda, te pone en tu lugar. Piensas “cómo me meto yo aquí” y te das cuenta de que no existe tecnología para hacer eso. Solo puedes hacerlo tú. Luego llega la noche y ves la Vía Láctea como nunca en tu vida la has contemplado y te das cuenta de que estás en el mejor lugar del mundo y no te hace falta mirar el YouTube. Te hablo de esta experiencia, pero quizá hubo alguna que me marcó antes.

“Las plantas enfrentan cada problema que surge sin moverse del sitio porque no pueden hacerlo. Han desarrollado estrategias para escapar de los peligros”

-¿Seguro que no hay que marcharse muy lejos para vivir experiencias potentes?
-Cuando tenía 19 o 20 años, recuerdo que me fui con un fotógrafo de naturaleza a un cantadero de urogallos. Teníamos todos los permisos en regla para hacerlo y nos metimos en un bosque de hayas en Campo de Caso impresionante. Caminar por allí de noche, con los rebecos a tu lado, y luego llegar a un sitio donde ves a los urogallos cantando mientras amanece, es algo inolvidable. Estuvimos desde las 2 de la mañana hasta las 6 y fue impresionante la sensación de belleza que experimentas al ver todo aquello, pero también de angustia al saber que esta especie está casi extinguida. Desde que me marché de Asturias el urogallo está desapareciendo a marchas forzadas. Mis viajes por todo el mundo me han ayudado a valorar que Asturias, en cuanto a diversidad, es la joya de la corona de la Europa occidental: poblaciones de lobo, de oso, bosques de caducos, urogallos…
Para mí es un lujo haber nacido y crecido en Asturias y ahora poder experimentar otros ecosistemas. Las cosas más impresionantes, los hallazgos más increíbles me han pasado en medio de cualquier sitio. La naturaleza siempre te sorprende con cosas que no estaban en la agenda.

-Aunque apenas aparezca en los medios de comunicación podemos perder más de 80.000 especies de plantas en las próximas dos décadas. ¿Qué gravedad tiene esto? ¿Qué pasa cuando una especie se extingue?
-No habríamos ni nacido si no fuera por la revolución verde, el aumento de la producción agrícola a nivel mundial para poder satisfacer la demanda alimentaria que podríamos resumir en: un crecimiento en menos espacio de tiempo, mayores tamaños de las plantas y más resistentes al clima y las plagas. Eso ha sido posible gracias al cruce de plantas que se encontraban en la naturaleza. La banana tal y como la conocemos hoy no existía, es un invento humano. La especie de banana existe, pero está llena de unas pepitas negras que la hacen difícil de comer. Cruzando dos especies sacamos la banana actual que no tiene semillas. Las sandías de hace tres o cuatro mil años eran mucho más pequeñas, y las de hace trescientos o cuatrocientos años eran menos rojas por dentro, lo vemos por las pinturas de la época. Comestibles hay unas veinte mil especies culinarias registradas, sin embargo, el 80% de lo que consumimos proviene solo de siete plantas, eso nos convierte en dependientes. Además, la destrucción de las plantas lleva aparejada la de la fauna: aves, mamíferos, insectos. A ello hay que sumar que en estos momentos con el tema del calentamiento climático toda esa diversidad se va a ir al garete y eso no es bueno para nuestra supervivencia.

“Comestibles hay unas veinte mil especies culinarias registradas, sin embargo, el 80% de lo que consumimos proviene solo de siete plantas, eso nos convierte en dependientes”

-La mitad de los medicamentos actuales también provienen de las plantas…
-Si hablamos de medicinas, tres de cada cuatro proceden de ellas. La vacuna del Covid-19, la de AstraZeneca, si no me equivoco tiene como ingrediente principal un virus de resfriado de chimpancé modificado genéticamente. Para que esto sea posible necesitamos tener chimpancés, bosques para que vivan y más de trescientas especies distintas de plantas que les sirven de alimento cada día. La vacuna de Pfizer contiene una especie de aditivo sacado de un extracto de un árbol endémico de Chile. Tú le pones el material genético de la vacuna envuelto en este aditivo y automáticamente acude el sistema inmunitario para generar una respuesta. Curiosamente esta sustancia se usa hace miles de años como medicina por los nativos de la zona. Imagínate que eres un pintor que estás pintando un cuadro y te quitan dos de los colores primarios… Perder diversidad hace que todo sea mucho más difícil y limitado. No podemos permitir que esto ocurra porque nos arrepentiríamos mucho de sus consecuencias. Hay que entender que esto es un sistema, es una pecera cósmica de tamaño gigantesco, tenemos un calentador, un filtro, una luz y si algo se descontrola lo sufren todos y los peces de la pecera no salen.

-En el Botánico de Londres tenéis el mayor banco de ADN de plantas silvestres del mundo. ¿Es una forma de garantizar la supervivencia?
-Sí, tenemos el Millenium Seed Bank. Las tecnologías actuales permiten que tengamos en un frasco mucha más variedad genética que en un árbol que no nos entra en el invernadero, pero no es una póliza de seguro contra la extinción. Hay muchas plantas que no se pueden congelar como el castaño o el roble. En el banco están conservadas, catalogadas, accesibles y si pasa cualquier cosa o se necesita para cualquier investigación se puede tirar de aquí. Pero claro, esto no deja de ser un mecanismo de seguridad. No se puede decir “no pasa nada porque las tenemos en la nevera” porque realmente tienen que estar fuera cumpliendo su función. Con el paso del tiempo vamos perdiendo el conocimiento de cómo funcionan las cosas en el mundo natural. Hace unos años estábamos más unidos a la naturaleza, pero ahora nos hemos vuelto urbanitas, estamos en el mundo digital y hemos perdido nuestro nexo directo con las plantas y su entorno.

“La vacuna de Pfizer contiene una especie de aditivo sacado de un extracto de un árbol endémico de Chile. Una sustancia que utilizan los nativos desde hace miles de años”

-Dices que todos podemos ser ‘mesías de las plantas’…
-Mires donde mires no tardas en encontrar una causa perdida en la que puedas ayudar. Yo creo que más que preguntarse qué puedo hacer, sería más interesante ver qué capacidades tengo, qué se me da bien e intentar encarrilarlo por ahí. La obsesión tiene muy mala fama, pero ¿qué pasaría si todos nos obsesionáramos por hacer las cosas un poco mejor? Si no tienes obsesión, pasión en la vida, no vas a ningún sitio. El otro día en el Botánico de Edimburgo me preguntaron, “¿qué puedo hacer para ayudar a mejorar el medio ambiente?” Y yo un poco enajenado dije “¡nada! Tu trabajo este fin de semana, Manolo, es irte al bosque y perderte. Si ves que no hay nadie, ¡siéntate!, ¡calla!, ¡disfruta del silencio!, ¡escucha!, ¡observa!, y cuando estés haciendo esto, pregúntate qué tienes ante ti”. Este es un ejercicio mental muy necesario. Es cambiar de estrategia, no hacer sino sentir. Ser y observar.
La palabra contemplación también tiene muy mala fama. Hay un lugar donde se entienden las cosas, donde las procesas, e interiorizas y eso no es, me paro y a ver qué veo. Es algo más profundo. Observar y hacerse preguntas es la leche porque pone en marcha toda una maquinaria que te ayuda a situar tu lugar en el mundo. Esos momentos lamentablemente no los valoramos.

Carlos Magdalena en Chon Buri, Tailandia
Carlos Magdalena en Chon Buri, Tailandia / Foto: C. Magdalena

-Ayudas a salvar especies en peligro de extinción, pero ¿qué dirías que te han aportado ellas a ti?
-Mi vida, el aire que respiro, la comida que ingiero, la mayor parte de las medicinas que tomamos, la ropa que visto, me ha dado todo, el derecho a la vida. Personalmente me han aportado fascinación y me han hecho paisaje. Yo no puedo imaginarme Asturias sin sus bosques o prados. Entro por cualquier bosque y su olor me recuerda al Parque de Isabel La Católica de Gijón, aunque esté en Perú a 2.500 metros de altura. Y algo tan sencillo como las plantas me han dado la oportunidad de viajar por todo el mundo.

-¿Quién te hubiera dicho la vida que te esperaba cuando pisaste Londres la primera vez?
-Sí, pero lo curioso es que yo me lo imaginé así en mi cabeza. Vas tomando decisiones donde se mezcla qué es lo que quiero, cómo encaja esto en mis planes y luego surgen cosas que te ayudan o no. Lo primero que me planteé es cómo iba a viajar por el mundo si no sabía hablar inglés. ¿Dónde podía aprenderlo? Vi que el sitio más cercano era Londres, así que para allí me marché. Mi vida me recuerda a la de los navegantes antiguos, sabían qué querían, pero también necesitaban viento a favor. Cuando me parece que mi vida es una rutina, entonces paro y digo, ¿pero qué estoy viviendo? Preguntarme eso me ayuda a aterrizar.

“Procedo de un lugar con un tesoro de los más ocultos de toda Europa en cuanto a diversidad. Hay sitios alucinantes en el resto del mundo, pero son conocidos y en cambio en Asturias tienes continuamente lugares para descubrir que te sorprenden”

-En tus redes sociales, en tus comentarios siempre tienes presente a Asturias. Estás hecho todo un embajador de la tierrina.
-Soy muy fan porque Asturias siempre me tuvo alucinado desde que era pequeño. Fui mucho de hacer excursiones para ver distintos ecosistemas, lagos, bosques, nunca me aburrí de descubrir sitios. Es curioso que aquí en Inglaterra la gente te cataloga por lo que conoce de España. Me dicen ‘llevarás mal tantos días de lluvia o qué frío pasarás’, cuando a lo mejor estamos a un grado bajo cero. ‘¿Qué conocéis de España?’, les pregunto. ‘Pues Torremolinos, Canarias, Ibiza…’, me dicen. Frente a esta visión, cómo les explico yo que soy de Asturias sin darles una conferencia.
Toda la cornisa atlántica me parece una historia muy poco contada. Creo que procedo de un lugar con un tesoro de los más ocultos de toda Europa en cuanto a diversidad, porque, aunque hay sitios alucinantes en el resto del mundo, son conocidos y en cambio en Asturias tienes continuamente lugares para descubrir que te sorprenden. Paisajes, biodiversidad, gastronomía… Igual que hay un universo Star Wars, hay un universo Asturias Patria Querida.

-En una ocasión uno de tus compañeros comentó que no tenías títulos, pero sí saberes que ya quisieran los catedráticos.
-Mientras otros estaban estudiando yo estaba leyendo libros. Ya cuando era niño el sistema de enseñanza me parecía muy extraño, pero cuando crecí me pareció alucinante. A lo mejor te metían en 6º de EGB a hacer raíces cuadradas y no sabíamos lo que era ni para qué servía aquello. Era una especie de dictadura memorizante y si no memorizabas no tenías resultados, aunque demostraras otras cualidades. Creces y aunque Google parece que te lo da todo hecho si no sabes pedírselo es como si estuvieras perdido.
Me preguntan cómo controlo en inglés todos los nombres de las plantas y es porque provienen del latín y yo lo estudié en la EGB. Es preocupante ver cómo hemos tenido a niños encerrados en aulas asimilando información que ahora resulta que no es relevante. Llega un virus y vemos que somos incapaces de entender qué significa un crecimiento exponencial.

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