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viernes 22, noviembre 2024

Miguel Ángel Delgado. Escritor y periodista. ‘Las historias sobre mujeres desconocidas son inagotables’

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Podía haber escrito un ensayo sobre las pioneras de la astronomía en Estados Unidos, pero optó por una novela: la historia de Las calculadoras de estrellas (Ed. Destino) es tan increíble que merece llegar al gran público. Es la vena de divulgador de Miguel Ángel Delgado, que se nota en todos sus trabajos; especialmente comisariando exposiciones de éxito, como las dedicadas a Nikola Tesla o Julio Verne. Esta última puede verse en el Centro Niemeyer de Avilés hasta el 16 de abril.

-Después de varios ensayos y una novela sobre Nikola Tesla, ha presentado Las calculadoras de estrellas. ¿Cómo llega a este nuevo tema, tan alejado del mundo tesliano?
-Siempre me han llamado la atención las historias, sobre todo las de los científicos que han desaparecido de las crónicas oficiales, supongo que también por eso me he interesado tanto por Tesla. Hace años me encontré primero con Henrietta Swan Leavitt, que es una de las calculadoras de Harvard, y quedé fascinado al descubrir, a través de ella, como estas mujeres habían hecho un trabajo tan crucial y a la vez absolutamente desconocido. Un poco más adelante encontré a María Mitchell, la primera astrónoma de Estados Unidos, y a través de ella descubrí lo que fue el Vassar College, la primera universidad que impartió estudios superiores a mujeres, en un momento en el que eso estaba prohibido.
-Estas mujeres «calculadoras» entraron a trabajar en Harvard para procesar la ingente cantidad de datos de un nuevo telescopio; una tarea rutinaria para la que supuestamente no hacía falta pensar mucho. Sin embargo, sus trabajos fueron mucho más allá de lo esperado.
-Sus contribuciones facilitaron algunos de los descubrimientos más famosos del siglo XX. Por ejemplo, el método para medir la distancia de las estrellas que elaboró Henrietta Swan Leavitt permitió hacer el Hubble, y fue la base para que otros astrónomos comenzaran modelos cosmológicos, que derivaron por ejemplo en el Big Bang. Otra calculadora, Cecilia Payne, descubrió que las estrellas están compuestas principalmente de hidrógeno, algo que la convirtió en objeto de burla de sus colegas varones, pero que hoy es uno de los grandes hallazgos de la historia de la astronomía.

«Escribo una sección semanal en la que cuento la historia de una mujer desconocida, y siempre provoca la misma reacción: ¿cómo no había oído hablar de esta historia?»

-Gabriella Howard es una de las protagonistas: un personaje de ficción que ilustra el espíritu de superación necesario para abrirse camino en un entorno hostil. ¿Ha querido hacer con ella una reivindicación de la vida de estas mujeres?
-En primer lugar he querido mostrar que los científicos, en este caso las científicas, no son personas raras. No son distintas al común de los mortales, tienen las mismas preocupaciones, problemas e ilusiones. Suena a perogrullo, pero muchas veces se cree que las personas que se dedican a la ciencia están hechas de otra pasta, y no.
Por eso construí a Gabriella Howard como personaje de ficción que refleja muchas de las situaciones a las que se enfrentaban las mujeres de la época, por ejemplo ¿cómo podría una huérfana llegar a ser una de las calculadoras de Harvard? Ahí está también la historia real de la criada de Pickering, Williamina Fleming, a la que abandonó su marido con un hijo pequeño, y que llegó a ser una de las grandes astrónomas de la historia.
-Otros personajes, como Maria Mitchell, sí existieron. ¿Cómo se ha documentado para contar esta historia?
-Maria Mitchell es una de las presencias más importantes de la novela, y hay cosas que pongo en su boca que están directamente extraídas de sus diarios. Todo lo que dice está documentado y, en el caso de su relación con Gabriella, que es el punto de ficción, he buscado que sea verosímil. Lo que cuento de ella es todo cierto, cosas tan sorprendentes como que Mitchell tuvo que pelear para que las estudiantes del Vassar College pudieran salir a hacer observaciones astronómicas, porque una señorita no estaba nunca fuera de su habitación a las diez de la noche. Hoy parece increíble, pero aquello fue un verdadero problema.
-Últimamente se aprecia un intento de reivindicación de mujeres que han jugado un papel importante en la historia, pero no han sido reconocidas. ¿Cuánto más nos queda por descubrir en este terreno?
-Yo hago una colaboración semanal en El Español en el que cuento cada semana la historia de una mujer desconocida, y he descubierto que el tema es inagotable. Además en todos los campos, no solamente en la ciencia: arte, literatura, política… Hasta que comencé este trabajo de forma sistemática no me imaginaba que llegase a encontrar tantísimas mujeres de gran importancia, provocando siempre la misma reacción: ¿cómo no conocía yo esta historia? Hay muchísimo camino que recorrer al respecto, desde luego.
-En Asturias tenemos la posibilidad, hasta abril, de visitar la exposición «Julio Verne. Los límites de la imaginación». La exposición, comisariada junto a María Santoyo, llega al Niemeyer después de haber sido vista por 220.000 personas en Madrid. ¿Qué tiene Verne para despertar esa fascinación?
-Esto viene de que antes hicimos una exposición sobre Tesla, también con la Fundación Telefónica, y fueron doscientos mil visitantes a verla. Nos plantearon la posibilidad de preparar otra exposición, y pensamos que si con Tesla habíamos abordado a un científico que había influido en la cultura, ¿por qué no hablar de un escritor que tuvo una influencia enorme en la percepción de la ciencia y la tecnología? Así que abordamos a Verne, más que como personaje, desde el punto de vista de su imaginario. Y además situado en el siglo XIX, que es siglo del auge del progreso, de la fe en la capacidad humana por acabar con las fronteras, ya sea logrando descubrimientos científicos o con ese espíritu de exploración que hace que el hombre ponga el pie en sitios a los que no ha llegado nadie antes.

«Maria Mitchell tuvo que pelear para salir a hacer observaciones astronómicas, porque una señorita no estaba nunca fuera de su habitación a las diez de la noche»

-¿Ha sido difícil adaptar esta muestra al espacio del Niemeyer?
-Ha sido un reto, más que un problema. El Niemeyer tiene unas características muy particulares, así que retocamos la muestra para conseguir algo muy parecido al original, pero con sus propios códigos. Por ejemplo, la de Madrid era una exposición con el recorrido más marcado, en la que el visitante iba pasando por las distintas áreas de forma un poco dirigida. Aquí, en cambio, lo hemos convertido en una experiencia de exploración: el visitante puede ir avanzando por donde quiera, puede meterse en un rincón y descubrir un área determinada sin que le guiemos previamente. Así que es una forma distinta de conocer la exposición, además de que también hemos buscado acercarnos a la realidad de aquí, incorporando préstamos de colecciones asturianas.
-Efectivamente, en el contenido se hacen guiños a Asturias, como recordar que Jesús Fernández Duro fue la primera persona que cruzó en globo los Pirineos.
-Bueno, Fernández Duro ya estaba en la exposición de Madrid, así que con más razón tenía que estar en Avilés. Además hemos ampliado el ámbito del mar, con préstamos del Museo Marítimo de Asturias en Luanco y con la Autoridad Portuaria de Avilés. Y en el apartado de los libros y temas vigentes en la época de Verne, hemos contado con fondos de la biblioteca Ramón Pérez de Ayala de Oviedo.
Nos gusta contar con colecciones locales, porque creemos que muchas veces la gente no sabe lo que tiene en casa. Esto pasa en Madrid, en Asturias, y en todas partes, pero es que además Asturias tiene colecciones impresionantes, se podrían hacer muchísimas exposiciones de gran aforo simplemente con fondos asturianos, sin necesidad de buscarlos fuera.
-Acaba de terminar también en Madrid la exposición «Terror en el laboratorio: de Frankenstein al Doctor Moreau», también de la mano de la Fundación Telefónica. ¿De nuevo la relación ciencia-literatura?
-Ésta era una exposición más modesta que hicimos para el periodo de verano, un encargo para conmemorar los doscientos años del nacimiento del Frankenstein o el moderno prometeo de Mary Shelley, de esa primera idea que luego se convertiría en libro. Así que planteamos un diálogo entre ciencia y cultura, con mucha presencia de la cultura pop, porque antes los monstruos y las criaturas tenían orígenes sobrenaturales, y a partir de Frankenstein surgen otros creados por la tecnología.
-Igual que en la exposición de Verne, ¿vamos a tener la posibilidad de ver ésta en Asturias?
-¡Ojalá! Eso no está en mis manos, pero me encantaría, por supuesto. Cuando una de estas exposiciones se ve en Asturias, para mí es un doble placer.

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