Ya, ya sé que no me quedado calvo pensando el título; tenía algún otro peor, porque la verdad es que todo lo malo se me pega. Afortunadamente la chispa popular nos libra de las tonterías pseudo-intelectuales. Debemos esta anécdota a Celso Fernández (versión escrita por Julio Puente), experimentado y buen periodista, aunque sea joven y trabaje en la COPE; entrevista a un directivo del Figaredo, le pregunta por su agresión al presidente del Ujo, eterno y muy cercano enemigo futbolero. “¿Agredilu?. ¡No, di-y a muerte!”. ¡Eso es precisión!
Eso es precisión y no la del Sr. De Guindos que decía que al Sr. Juncker “había que explicarle las cosas”. Le han encargado del asunto y no es de extrañar que hace semanas apareciera en una foto en la que le echaban las manos al cuello; si se explica así en su lengua nativa, ¿cómo lo hará en inglés, My God? Si Vd, se toma la molestia de leer el escrito de solicitud de rescate, -que en realidad no es rescate, pero como si lo fuera-, verá que, sin duda, su autor suspendería un examen de redacción; falto de toda gracia, con un estilo obscuro, difícil de digerir, en una extensión de un folio repite hasta ¡trece veces! el adjetivo “financiero”.
Posiblemente bebiera en las fuentes literarias de Ana Mato, ministra de Sanidad, que ha hecho unas declaraciones en radio que han dado la vuelta a todas las facultades de Medicina y de Filología, como ejemplo de su desconocimiento de ambas materias. Hay mucho más, pero creo que sirve este pequeño resumen casi literal desde la grabación de la cadena SER. “Buenas, buenas días, buenas tardes a todos…Vamos… hemos universalizado la sanidad para los españoles. Todos los españoles tienen derecho a asistencia sanitaria gratuita. Todos sin dejar uno. Luego hemos quitado también una cartera que llamamos cartera común suplementaria que la adjunto si me lo permiten con la cartera accesoria. Ahí estarían pues las prestaciones farmacéuticas, las terope…tripe…teroperapéuticas…eeh. Me he equivocado en la… en el nombre”.
Si no fuera una política bastante rodada podríamos disculparla, pensando quizá en los nervios; no precipitarse, que enseguida pone la guinda de su hondo pensamiento científico, adobado con una gran lucidez literaria: “y poner en valor lo que tiene mucho en valor, porque no hay cosa que tenga más valor que una medicina que cura enfermedades” ¡Ahí estamos, qué grandeza, una medicina que cura!, pero aún hay más, porque en el Gobierno también somos capaces de analizar fuentes de ahorro: “En definitiva lo que les decía…eeeh…no es lo mismo una persona que no está enferma en su consumo de medicamentos que una persona que está enferma” ¡Pa que os enteréis, hombre!.
Si éste es el nivel profesional de la máxima responsable de la Sanidad, creo que podemos ser benévolos con las personas que cuidan a diario de nuestra salud, aunque en ocasiones tengan algunas pequeñas meteduras de pata. Al menos eso me han parecido a mí los casos cuyas imágenes ilustran esta página. De una parte Don José Antonio que, a sus 73 años de edad, recibe con susto el diagnóstico terrible de que lo suyo ha sido en realidad un aborto; no es de extrañar, por ello, que la prueba de laboratorio fuera calificada como urgente. En cambio Doña Ana recibe la alegría de saber que está embarazada; tendrá que tener algo de cuidado, porque, salvo en los tiempos bíblicos, no suele ser una situación habitual a los 107 años.
Animado por estos hallazgos pedí a mis amistades del ramo que me aportaran alguna anécdota más. Me cuenta Isabel, uróloga en León, que quizá su especialidad no permita que sean publicadas en estas páginas, al alcance de los niños, aún así copio: “…Pero el que se lleva la palma, en toda mi corta experiencia laboral, sucedió en Oviedo, durante mis prácticas en la Facultad. Paciente ingresado que se llamaba Masturbino, y para más cachondeo, ingresado en la planta de Urología. Ni que decir tiene que las pegatinas con sus datos desaparecían por cientos todos los días, y la dificultad de mantener el tipo en el pase de visita.”
Ana, enfermera en Cabueñes, contaba el momento en que tuvieron que hacer frente a la reclamación de un airado marido porque, cuando ingresó la señora la bañaron, y según él, “¡ya no olía a mujer!” Eva, de Medicina General, se recuerda del enfermo que se llamaba Cojonciano y su mujer, en trato cariñoso, le llamaba Cojon. Cuenta de un compañero que, con la mecánica habitual de la consulta, le dice al paciente “súbase a la camilla”, mientras redacta una nota; oye un ruido extraño, se vuelve y encuentra al paciente de pie sobre la camilla, literalmente subido, con el cuello torcido porque era alto y tropezaba con el techo.
Otra, muy buena, es de su propia familia; le dan al abuelo Fidel un supositorio y a la mañana siguiente le preguntan por el resultado: “¿Qué tal güelito?” “¡Deja-yme’n paz, quiero más morime!” No tardaron en descubrir la causa de tanto sufrimiento: “¡Hombre, güelu, el supositorio hay que sacalu del plásticu!” Sin embargo no siempre el desconocimiento terapéutico es producto de la edad avanzada de los pacientes. Llegó una señora mayor acompañada de su hijo; ante previsibles problemas estomacales prefirió Eva recetarle una aspirina efervescente. A los tres minutos entra el hijo gritando: “¿Qué-y dio a mi madre, que convulsiona?” Sencillamente el hombre había hecho tragar a la buena señora el comprimido sin disolver en agua, la saliva sirvió para generar la efervescencia, y la pobre mujer parecía echar espuma por la boca.
Otra historia de Isabel que puede ser tolerada para menores es el caso de aquel día en que le piden que retire una sonda uretral a un paciente. Una vez terminada la tarea, por aquello del trato humano, establece conversación con el joven: “¿Qué, mucho mejor así, no?” El otro tampoco da saltos de alegría, “Bueno…” Ella insiste, argumenta por una necesidad propia de la edad del lacónico usuario: “Hombre, mucho más cómodo, ¿no?…además…ya podrá mantener relaciones sexuales…” Pongan acento leonés para exclamar: “¿No se podíaa?”
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