11.4 C
Oviedo
miércoles 22, enero 2025

El escribano zurdo

Teobaldo Antuña
Teobaldo Antuña
Lector impenitente, escribidor ocasional, Teobaldo Antuña mira con lupa la sociedad para ponerse del lado de quienes la construyen, ni obispos ni banqueros ni generales, sino las personas que viven de su trabajo.

Lo más leído

Es la imagen la reproducción de una reproducción; hecha postal la adquirí en un sitio que visito asiduamente en la ciudad de León, está regentado por Don Antonio Suárez Gordón, licenciado en arte, calígrafo e ilustrador. Un artesano. El establecimiento se llama “El escribano” y se define no como una tienda, sino como un scriptorium.

Si se fijan con detalle verán que el escribano parece manejar el cálamo con la mano izquierda, cosa poco admitida en tiempos pretéritos. La persona zurda estaba considerada una figura casi demoníaca, tanto que se obligaba a la infancia que tuviera esa tendencia a enmendarse a las bravas. Castigos, palizas, miembro izquierdo atado a la espalda, eran los “pedagógicos” métodos para “curar semejante desviación de la naturaleza”. Los psiquiatras nos han hablado de las dolorosas e imborrables consecuencias de tales métodos.

No hace tanto de eso, las escuelas del franquismo seguían pretendiendo curar el vicio. No se olvide que “sinister”, izquierda en latín, terminó siendo en castellano “siniestro”, aun cuando la evolución fue un tanto contradictoria; así como “mores sinistri” refería costumbres viciosas, con la superstición acontecía, al contrario, el vuelo de la alondra a la izquierda era un buen presagio para un romano, (liquido auspicio, avi sinistra).

El actual presidente argentino usa la palabra zurdo a manera de insulto para referirse a quienes no piensan como él. Mal camino, operar solamente la mano derecha nos deja mancos mentales. Otras personas, sin embargo, asociaban a estas personas con la genialidad; si rebuscas un poco verás una larga lista de personajes destacados que se manejaban mejor con la izquierda; actrices famosas, guerreros y deportistas varios; músicos de la talla de Bach o Beethoven; pintores tal que Van Gogh y Picasso, o personajes difícilmente encuadrables, como el muy admirado Leonardo da Vinci.

El mundo de los scriptoria, escritorios medievales, es admirable. Durante mucho tiempo casi tenían la exclusiva para copiar textos. Antes de la imprenta cada libro se debía reproducir a mano, -según el experto que luego cito, a razón de dos o tres folios/día-, lo que, unido a los carísimos materiales empleados, los ponía lejos del alcance popular.

Pero también hacía falta redactar documentos políticos como leyes, actas de gobierno o crónicas; y eran necesarios profesionales que fijaran los acuerdos matrimoniales, las compraventas o cualesquiera otros documentos comerciales. Hubo, por consiguiente, a partir del año 1300 escribanos civiles, según cuenta recientemente en la prensa local Adrián Vega (*). Nos narra la historia de un Cristóbal, de Mieres, escribano de profesión, que trabajó para clérigos y laicos en diferentes circunstancias en los tiempos de 1492, cuando otro Cristóbal decía a Isabel I que las cosas claras mejor por escrito antes de salir para las Indias.
Cuenta Vega el estilo del mierense y se pregunta si fue escritor o solamente copista. Tenían los transcriptores mucha responsabilidad, bajo sus manos quedaba reflejar con exactitud los tratos o reproducir exactamente los libros. En la literatura española se pueden leer abundantes bromas sobre su fiabilidad; por ejemplo, en “Fray Gerundio de Campazas”, donde se cuentan las hazañas de un escribano que llegó a un pueblo tranquilo, “pero al año, y no cabal, ya ardía en pleitos”. Alentaba las riñas para luego cobrar por las mediaciones, en incluso “era muy franco en dar testimonios, aun de aquello que no había visto”, de modo que cuando dejó encargadas sus honras fúnebres a Fray Gerundio, señalaba doscientos reales de limosna para el orador, “en atención al trabajo que ha de tener cualquiera pobre predicador en hallar de qué alabarme”.

A propósito de la pulcritud en las actas y de la exactitud en las copias de libros quiero compartir con nuestros amables lectores una divertida anécdota que debo a unos afables galos. Es el caso que hace unos años, gracias a Delia y Manolo, del Ateneo Republicano de Castrillón, acompañé a la delegación de Piedras Blancas que cada año intercambia visitas con Eyssines, población francesa con la que está hermanada.

Eyssines está cerca de Burdeos, se puede aprovechar para visitar Arcachón, -paisaje y ostras-, o Saint-Emilion, -vinos de prestigio-. La hospitalidad de los indígenas nos llevó a la casa de dos hermanos muy comunicativos, uno de los cuales siguió escribiéndome, vía correo electrónico, durante bastante tiempo. Una de las divertidas anécdotas que me refirió se titulaba “Et voilà comment les erreurs se transmettent” (De qué manera se transmiten los errores).

Un joven novicio llega al monasterio y se le encarga que trascriba las reglas y normas de la comunidad. Él hace la observación al Prior de que no es procedente el método que usan, se están haciendo reproducciones de copias, cuando debería ser de los originales; se corre el riesgo de que cualquier pequeño error anterior siga repitiéndose por los tiempos.

“Nosotros venimos haciéndolo así desde siglos, pero es una anotación interesante, hijo mío; desde mañana procederé a revisar yo mismo los textos primigenios”. A la mañana siguiente el buen Padre Abad desciende a las profundidades del subsuelo, donde son cuidadosamente conservados los manuscritos y pergaminos originales. En siglos nadie ha puesto aquí los pies, los sellos de los cofres están intactos.

Allí invierte el hombre la noche entera, y continúa en la mañana, y a la tarde, y la noche siguiente, sin dar señales de vida. Pasan las horas y crece la inquietud, hasta el extremo que el joven novicio se decide a ver qué pasa.
Desciende al recinto abovedado, allí se encuentra al monje completamente pálido, la frente ensangrentada de golpear con saña incansable la cabeza contra el muro de piedras. “Pero, Padre, ¿qué os sucede?” Responde desesperado: “¡Ah, los imbéciles, los idiotas, los gilipollas…! Caridad, la palabra era Caridad, ¡¡¡no Castidad !!!


(*) “El códice de Mieres, la conquista de otro Cristóbal en 1492”. Vega Adrián. LNE, 23 diciembre 2024

¿De cuánta utilidad te ha parecido este contenido?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Más del autor /a

DEJA UNA RESPUESTA

¡Por favor, introduce tu comentario!
Introduce aquí tu nombre


Últimos artículos

Este es un banner de prueba