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domingo 24, noviembre 2024

Fernando Beltrán: “La medicina me salvó, la palabra me curó”

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“En los días malos no podía leer ni escribir, no tenía fuerzas. Y los primeros versos llegaron como una metáfora: Nunca, la luz del día, tanta luz… aquello fue una metáfora, la primera, luego vinieron más…” Esta es una de las primeras reflexiones que hace el poeta asturiano, Fernando Beltrán en su libro La curación del mundo. Versos que nacen desde las entrañas, desde la desnudez y soledad de alguien que se enfrenta cara a cara con la muerte y sale victorioso. Versos que surgen como terapia después de contraer y superar la Covid-19, “un viaje desde el vértigo hacia la luz”. Versos que ayudan.

-“He hecho algo contra el miedo. He permanecido sentado durante toda la noche y he escrito”. Esta cita de Rilke al comenzar La curación del mundo, podría ser suya…
-Esa es la utilidad y transfusión de la poesía: sentirte reflejado en ella, explicado por ella. Por eso encabecé con esa frase un poemario que nació de la soledad y el pánico, pero con voluntad también de abrigarlos y caminar desde el vértigo hacia la luz. La medicina me salvó, la palabra me curó… Lo tengo claro.

“Celebrar ahora la llegada de cada día es también una secuela de esta enfermedad: La más bella”

-¿Le fue difícil traducir todas esas vivencias tan potentes y escribirlas en un papel?
-La poesía llega o no llega, no puedes forzarla. Le abres la puerta y le entregas el papel, eso es todo. Yo no sabía tres minutos antes que de pronto en mi cabeza iba a escribir los tres primeros versos: Nunca / la luz del día / tanta Luz.

-¿Cómo aparecieron?
-Tras la noche más difícil, de la que llegué a pensar no saldría. Vi de pronto entrar la primera claridad del día por las persianas del hospital, y estallé agradecido con tres versos imprevistos. De hecho, tardé algún día en escribirlos en mi libreta. Nunca / la luz del día / tanta Luz.

-¿Es como sacar algo bueno de una situación tremenda?
-Sí. Porque se habla de las secuelas, y son verdad. Pero no se mencionan las secuelas positivas, como la de darle un valor adicional a cosas que antes celebrabas, pero no con tanta consciencia. Celebrar ahora la llegada de cada día es también una secuela de esta enfermedad: La más bella.

-Ha comentado en alguna ocasión que es el propio poema el que escribe el título, ¿también ocurrió con “La curación del mundo”?
-El poeta comienza el poema, pero luego el poema conduce a un territorio que escapa incluso a quien lo escribe. Esa es la magia y el estupor del hecho poético. Ese título es un verso que llega al final del primer poema del libro, que es curiosamente el último escrito, cuando ya recuperado y descansando en mi casa de Asturias, estalla de pronto en mitad de un paseo esa revelación que es el poema La jerarquía del ángel. Mi verdadera curación final.

“El poeta comienza el poema, pero luego el poema conduce a un territorio que escapa incluso a quien lo escribe. Esa es la magia y el estupor del hecho poético”

– “A la naturaleza le da igual que mueras o no. Todo sigue”. ¿Qué le supuso descubrir esto?
-Un sobresalto inicial, y enseguida una aceptación jamás sentida antes. Porque la muerte está ahí, pero como dicen otros versos de ese mismo poema Todo tiene sentido cuando todo se pierde. Estás despojado de todo, desnudo, y paradójicamente te sientes de pronto en armonía con todo lo que te rodea, formas parte de ello: tan hermoso, vital, cíclico, vulnerable, tan perecedero como la vida misma.

-Quería ser de mayor el rey de la montaña, subir el Alpe D’Huez. ¿Qué le ayudó a alcanzar esa cumbre?
-Fue una de las metáforas en las que me apoyé en el hospital. La foto de un ciclista asturiano, López Carril, mi héroe de adolescente. La había tenido pegada mucho tiempo en el corcho de mi estudio. Un rostro demudado, roto, deshecho, intentando sin pulmones ya coronar el mítico Alpe D´Huez del Tour. Busqué la foto en mi móvil, la miraba y me decía a mí mismo frente a aquella cara desencajada: venga, venga, Fernando sigue, sigue, mientras apretaba fuerte los hierros fríos de la cama como aprieta el ciclista el manillar de su bici.

La curación del mundo, libro de poemas escritos por Fernando Beltrán
Foto cedida por Fernando Beltrán

-¿Las metáforas como terapia?
-Yo siempre había creído en la utilidad de la poesía, pero ahora aprendí que las metáforas a secas también pueden ayudarte en un momento difícil de tu vida. Y así me ocurrió con el precioso pico naranja de un mirlo que se apoyó en el alféizar; su cuerpo era negro y estaba deshilachado, un mal presagio, pero giro de repente la cabeza y ese pico de un naranja tan vivo fue para mí como una señal hacia el futuro.

-¿Y así una tras otra?
-Pues sí, los solos de trompeta de Chet Baker, tenía su música de fondo en mi móvil, debajo de las sábanas, buscando el aire que me faltaba para llegar a la última nota. También me apoyé y me subí a todos los trenes que escuchaba pasar al fondo cada veinte minutos, haciendo una curva, rodeando el hospital, como abrazándolo, y yo pensé que era el abrazo que me llegaba de mi mujer, mis hijas… ¡Aquella soledad!

-¿Fue lo peor?
-Lo peor fue el miedo. El comenzar a despedirse. Luego la soledad, sí, que hacía del miedo algo todavía más insoportable. Pero las metáforas vinieron en ayuda…

“Miraba la foto del ciclista asturiano, López Carril, mi héroe de adolescente, y me decía a mí mismo: ‘venga, Fernando sigue, sigue’, mientras apretaba fuerte los hierros fríos de la cama como aprieta el ciclista el manillar de su bici”

-¿Cada enfermo la suya?
-Sí, porque es hermoso escuchar ahora a enfermos que tras leer mi libro me dicen que ahora son conscientes de eso al recordar las metáforas que les ayudaron a ellos. Como un grifo mal cerrado al fondo, que alguien interpretó como la vida acabándose, y luego le dio la vuelta a la imagen y la convirtió mentalmente en metáfora de salvación, pensando que le transmitía que todavía quedaba vida, fuerzas, ganas de agarrarse a ese gota a gota que te va a salvar, venga, venga, venga…

-“Escribo aprisa desde un abismo al lado de la muerte, o de la vida, o a una distancia corta de ambas, dos mitades que completan el circulo infinito de la nada y del todo, un mismo ser”. ¿Desde dónde se escriben estas palabras? ¿De dónde le salieron?
-Del grito, del miedo, de la despedida, de las ganas de vivir, de las ganas de amar aún…

-¿Para escribir necesita conmoción?
-No entiendo la poesía sin conmoción. Para mi no tendría sentido. La poesía es un grito que acaricia, y una caricia que araña, y un bendito sinsentido que acaba alcanzando a veces el lugar, el pensamiento, el latido más cabal.

“Escribí el poema TACTO a las enfermeras y para ellas. Sus guantes de plástico eran lo único que me tocaba en aquellas semanas de terror general”

-¿Qué pensó en esos momentos donde se da cuenta de que cualquier cosa podía ocurrir?
-En mis hijas, en mi mujer, en mis pasiones, en el misterio y abismo de la despedida, pero también en el agradecimiento a la suerte que tuve en la vida por haber amado tanto, y haber sido tan amado. ¡Di las gracias!

-En los instantes de soledad, de abismos, ¿de qué echó mano? ¿Qué fue lo más le ayudó?
-Esos guantes de plástico de las enfermeras que se acercaban a mí, lo único que me tocaba en aquellas semanas de terror general. A ellas y para ellas escribí el poema TACTO, uno de los que están teniendo mayor repercusión.

-Si las palabras son vida y como dice también tienen poder terapéutico, ¿cuál ha sido la que más te ha curado, la que más energía positiva le ha transmitido?
-Nunca / la luz del día / tanta luz… Esos versos son ya un himno para mí.

“No entiendo la poesía sin conmoción. Para mí no tendría sentido. La poesía es un grito que acaricia, y una caricia que araña, y un bendito sinsentido que acaba alcanzando a veces el lugar, el pensamiento, el latido más cabal”

-Ha definido al lenguaje como un virus que está en nuestras manos llevarlo hacia un lugar u otro. ¿Cómo le surge esta analogía?
-Porque el lenguaje es contagioso, en ambos sentidos. Condena, hiere, agrede, enferma…, pero también acaricia, acompaña, sana, cura, impulsa, entona, anima. En ambos casos se nos queda dentro… De ahí su importancia y la responsabilidad que tenemos de conducirlo en una dirección u otra. También de compartirlo, o de corregirlo, cuando creemos no lleva un buen camino.

Fernando Beltrán, poeta
Foto cedida por Fernando Beltrán

-¿Solo cuando uno está a punto de perderlo todo es cuando valora lo que tiene?
-Lo valoras muchas veces, pero cuando estás a punto de perderlo, lo proclamas a gritos, miento…, lo callas a gritos. Das un gracias muy grande, callado ya.

-Estuvo meses bajo la tormenta, ¿cuándo sintió que de verdad salía el sol?
-Lo peor duró muy poco, una semana, enseguida empezaron las cosas a ir mejor, y en casa aún mucho mejor, pero luego ese mejorar no acababa nunca del todo. En lo físico varios meses. En la cabeza, ahí está aún…

-“La curación viene de fuera, pero te curas desde dentro”. ¿Cuál ha sido la ‘medicina’ que más veces ha tomado?
-Empezar a escribir un nuevo poema. Y una vez curado, compartirlo. Que sea útil.

-¿Obligación o vocación?
-Ambas cosas. Digamos que algo así como el orgullo y la responsabilidad del oficio elegido. El poema que entrego a los demás, como el panadero nos entrega su pan cada mañana, el pescador su pez, la profesora su saber, la pintora su arte, la enfermera su guante de plástico devolviéndonos el tacto. Y la vida.

“Siento todavía que sigo cambiando un poco cada día… Siento una mayor armonía”

-¿En qué ha cambiado su vida?
-Es pronto todavía para decirlo con certeza. El proceso es largo. Siento todavía que sigo cambiando un poco cada día… Siento una mayor armonía. Mayor vulnerabilidad, también, aunque siempre nos supe frágiles y vulnerables, pero también capaces de amar, construir nidos, alzar el vuelo, ascender con esfuerzo, siempre con esfuerzo, como el ciclista, a grandes cimas.

-El Covid-19 ha frenado en cierta forma nuestro acelerado tiempo. Ha sido un parón en toda regla. ¿Cuál cree que serían las preguntas que como sociedad nos deberíamos de hacer?
-Quizás preguntarnos por qué gastamos tanto tiempo y energía en mezquindades inútiles. Por qué hacemos tanto caso a quienes viven de ellas, a nuestra costa. Ver un poco más allá de nuestras propias ideas y maneras de mirar. Buscar lo coral, lo común, la mano dada en estos tiempos de distancia y aislamiento. Pero esto no se lo digo a nadie, me lo digo a mí mismo, cuando sigo cayendo en lo mismo que me gustaría evitar. También me pregunto, claro, como todos, cuándo acabará esta pesadilla…

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