La cultura funeraria es una parte fundamental de las civilizaciones y camina inevitablemente en paralelo al orden social de la misma, mostrando a su vez su grado de desarrollo.
El culto funerario está en constante evolución, necesitamos despedir a los fallecidos mostrando el máximo respeto y afecto y las fórmulas para ello han ido modificándose en función de la época y el lugar. Desde los primeros rituales de la prehistoria, enmarcados en el paleolítico y representados a través de dólmenes y cámaras sepulcrales, hasta los procesos de momificación de civilizaciones como la egipcia o las prácticas de inhumación e incineración adoptadas en las antiguas sociedades griega y romana, la humanidad ha ido visibilizando diferentes formas de afrontar la muerte y despedir a los seres queridos.
En la Baja Mesopotamia, los sumerios enterraban a los miembros de la realeza junto a todas sus riquezas, llegando a incluir en algunos casos a sus seguidores y sirvientes. De los vikingos se sabe que acostumbraban a incinerar a sus finados en barcos funerarios en los que se incluían ofrendas acorde a la posición social del fallecido con la finalidad de que encontrasen la paz en el otro mundo.
Desde los orígenes de la humanidad los seres humanos despiden a sus muertos de formas muy diferentes, de acuerdo con su cultura
Pero no hay que remontarse tan lejos en el tiempo para encontrar fórmulas que pueden sorprendernos. Actualmente en Bolivia, y en base a la tradición andina, hay quienes conservan los cráneos de sus fallecidos en su casa honrándolos en altares improvisados con la creencia de que una de las siete almas de la persona permanece en el cráneo.
En la India, el ritual hindú marca la cremación del cuerpo en una pira funeraria, a orillas del río Ganges. De esta forma se libera el alma que podrá acceder a una nueva vida a través del proceso de la reencarnación. Los budistas tibetanos también creen en la reencarnación y en algunos lugares se celebra el ‘entierro celestial’ por el cual los cadáveres son colocados en la cima de una montaña para que los buitres y otros animales de presa puedan descomponerlos y consumirlos.
El caso de Ghana es uno de los más mediáticos, tal vez por lo colorido y festivo del ritual funerario ya que las personas son enterradas en ataúdes de fantasía que de alguna forma representen algo relacionado con ellas. Un fotógrafo puede ser enterrado en uno con forma de cámara, un pescador en una caja fúnebre que asemeje un pez… los motivos son variados y dispares. Además, el funeral es en realidad un largo festival que se prolonga durante varios días y en los que no faltan la música y bailes tradicionales como la Danza Adowa.
España, ayer y hoy
El contraste con cómo se vive un proceso de fallecimiento en la España actual es más que evidente. En plena sociedad del bienestar, la muerte y todo lo que le rodea sigue siendo un tema tabú. Se vive a espaldas de ella, pero esta situación no siempre fue así. La historia nos enseña ciertas épocas -especialmente durante el siglo XIX y parte del siglo XX- en las que un funeral era todo un acontecimiento social en el que a menudo había muestras de ostentación. Prueba de ello es la colección de carrozas fúnebres contemporáneas que es posible encontrar en el Cementerio de Montjuïc, de carácter único en España. La exposición da a conocer cómo eran los vehículos utilizados en los sepelios de la ciudad de Barcelona y cómo fueron modificándose con la aparición del automóvil.
El hecho de que las personas fallecían de forma habitual en su casa y que en el mismo hogar tenía lugar el velatorio indica hasta qué punto la muerte estaba incorporada a la vida de la familia. Durante varios días, tres normalmente, (el tiempo estimado en las Sagradas Escrituras para una posible resurrección) vecinos, familiares y amigos se acercaban al domicilio del fallecido a acompañar a la familia que agasajaba a los asistentes con viandas y bebidas.
La costumbre de velar a los muertos tiene su origen en la Edad Media, se realizaba para descartar un diagnóstico erróneo de defunción que pudiera producirse por envenenamientos temporales debidos al uso de utensilios de estaño y a comas etílicos. El miedo a ser enterrado vivo tiene incluso una denominación, ‘tapefobia’, y por este motivo se han patentado diferentes tipos de ataúdes con mecanismos que evitasen tal percance.
La costumbre de velar a los muertos tiene su origen en la Edad Media. Se realizaba para descartar un diagnóstico erróneo de defunción
La construcción del primer tanatorio en España, en 1968, fue clave en la evolución de los servicios funerarios. Ubicado también en Barcelona, el tanatorio Sancho de Ávila abrió la puerta a velar a los difuntos en espacios preparados para tal fin. Empezó de esta forma a extenderse la idea de que era mucho más satisfactorio y saludable que el cadáver permaneciese el tiempo adecuado en condiciones específicas y con garantías de salubridad para quienes lo visitaran. Además las salas y los centros habilitados permitían a las familias vivir el proceso de velatorio con menos cargas adicionales, al no tener que recibir las visitas en el hogar.
Funerarios del siglo XXI
Si la puesta en marcha del primer tanatorio fue un hito destacado en el sector funerario, más aún lo fue su liberación en 1996. Fue el empuje necesario para la profesionalización de un sector que no ha dejado de crecer en servicios y atención al cliente.
Los tanatorios del siglo XXI han incorporado una estética acorde con los nuevos tiempos: salas con mucha luz, muebles de corte recto, sobria pero cuidada decoración y con servicios de tanatopraxia. Se encargan de todo lo que requiere el cliente una vez que se produce el fallecimiento. A los trámites necesarios para la inhumación o cremación hay que añadir acompañamiento musical, servicio de restauración, esquelas, floristería, asistencia psicológica personalizada, traslados, trámites post mortem y un largo etcétera. En España existen alrededor de 1.300 empresas de servicios funerarios y 2.525 instalaciones funerarias. La facturación alcanzó los 1.530 millones de euros (en 2018, según Panasef), cubriendo una demanda diaria de 1.167 fallecimientos.
El incremento de las cremaciones, que ahora se sitúa en un 41%, también está modificando la arquitectura de los cementerios. A la fórmula más tradicional para guardar las cenizas, en nichos y columbarios, los cementerios suman fórmulas atractivas como poder plantar un árbol junto a las cenizas en lugares especialmente habilitados para ello. Los antiguos camposantos han dado paso a cementerios con parcelas ajardinadas en entornos extensos y luminosos que resultan más agradables a la vista. Apuestan por la ecología, los colores vivos e incluso algunos se han convertido en equipamientos con interés museístico, estableciendo visitas guiadas al arte funerario que custodian en su interior.
Las nuevas tecnologías también están introduciendo cambios en el sector. Ya es posible, entre otras cosas, recibir las condolencias a través de Internet en el móvil
En París es muy visitada la tumba de Jim Morrison en Pere Lachaise, y en Madrid, la de La Faraona, Lola Flores, con su hijo Antonio a su lado, ambos en La Almudena. Los cementerios también se han erigido en lugares que cuentan historias propiciando el necroturismo, en auge durante los últimos años, demostrando que una vez más podemos caminar hacia nuestra reconciliación con la muerte.
Las nuevas tecnologías también están introduciendo cambios en el sector que hace una década consideraríamos ciencia ficción: ya es posible recibir las condolencias a través de Internet en el móvil, utilizar servicio wifi en las salas de los centros tanatorios, asistir a un entierro vía streaming e incluso visualizar en una pantalla de plasma imágenes de la vida del difunto. Los cementerios pueden tener su propia web y recibir visitas virtuales y es posible encontrar en ellos lápidas con códigos QR (para smartphones) que dirigen a webs con reseñas biográficas del fallecido. Qué hacer con el legado digital en redes sociales de los fallecidos abre nuevas necesidades, y algunas empresas incluyen entre sus servicios la posibilidad de conservarlo o eliminarlo, si así se prefiere.
Cada día nacen nuevas iniciativas en torno a la memoria digital, como el caso de una empresa belga que ha desarrollado una red social precisamente para dar visibilidad a los muertos. En ella cualquiera puede publicar condolencias, subir imágenes o contar las historias que no deben ser olvidadas. Al final, nuestra forma de relacionarnos en vida con la tecnología también se impone al cerrar nuestro ciclo vital. Nuestra huella es ahora digital y una vez más puede cumplirse aquello que aseguraba Maximilian Robespierre: “La muerte es el comienzo de la inmortalidad”.