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sábado 12, abril 2025

Una Ley de Ciencia valiente

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Hace unos días un amigo que se dedica a la investigación en la Universidad me comentaba que al principio de su carrera recuerda qué obsesionado estaba con el tema de publicar algún artículo, lo que fuera, porque era un requisito indispensable para poder empezar a trabajar en la Universidad, acceder luego a una plaza de profesor y conseguir la titularidad. Con los años me dice que solo publica si tiene algo importante que decir. Entonces, ¿investigas menos? «Qué va… investigo más, me permito el lujo de concentrarme en problemas difíciles que exigen respuestas más arriesgadas, disfruto más con mi trabajo y no pierdo el tiempo escribiendo información que más o menos conoce todo el mundo».

Con esto de las publicaciones, otros investigadores se quejan de que los editores de las revistas especializadas están condicionando los temas sobre los que se investiga y hay un montón de temas muy importantes que nunca verán la luz en las revistas top. Y, al contrario, un tema se puede volver importante sólo porque aparezca en una de esas publicaciones. Ahí aparecen los intereses comerciales y el dinero que hay detrás.

Recuerdo que hace un tiempo tres investigadores consiguieron publicar intencionadamente artículos erróneos en prestigiosas revistas precisamente para demostrar que algunas “locuras académicas” pueden ver la luz si abordan problemas de moda.

El actual sistema de evaluación que premia la productividad y el impacto por encima de la calidad contribuye a que los investigadores se vean obligados a “publicar o morir”. Hasta el punto de que, en 2023, las revistas científicas retiraron más de 10.000 artículos por fraude científico, tres veces más que las retiradas hace una década. Y eso teniendo en cuenta que las revistas, por lo general, son bastante reacias a retirar artículos porque daña su reputación.

¿Cómo distinguir a alguien que investiga de alguien que no lo hace si no comparte de alguna manera su trabajo con los demás? Afortunadamente se empiezan a notar nuevos aires dentro de estas rígidas estructuras. Hace poco me comentaba en una entrevista un emprendedor que acababa de poner en marcha una startup que, a la hora de formar su equipo de investigación, había priorizado más las habilidades de los aspirantes al número de publicaciones que pudieran tener.

Asturias acaba de aprobar, con una amplia mayoría parlamentaria, la primera Ley de Ciencia que ordenará el sistema de I+D+i autonómico para impulsar una economía basada en el conocimiento y la innovación. La normativa permitirá la creación de un cuerpo superior dedicado a la investigación que pretende ser el embrión del CSIC asturiano y que contará con presupuestos anuales de forma regular que se irán incrementando anualmente.

También se prevé la puesta en marcha, y este es un detalle importante, del Observatorio Asturiano de Innovación que será el encargado de desarrollar un sistema para hacer accesible la información que manejan todos los investigadores en formatos que sean universales y reutilizables.
Las investigaciones que se hacen en Asturias son punteras. En los rankings mundiales, hay varios científicos asturianos, es decir, el tejido está aquí y las posibilidades también. Pero hay quejas dentro del mundo de la investigación que han de ser subsanadas si queremos realmente “despegar”. Una queja es la burocracia, la otra, la presión por publicar sin parar. Ambas cosas lastran. La creatividad y el talento necesitan respirar.
Esta nueva Ley de Ciencia puede ser clave para definir si Asturias se sube al carro de la libertad y el progreso tecnológico o prefiere mantenerse en el inmovilismo.

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