Con la reserva que le caracteriza, el montañero asturiano Jorge Egocheaga ha coronado el Lhotse, su décimotercer ochomil. Podría ser una de las estrellas más mediáticas de este deporte, pero lo habitual es enterarse de sus hazañas por boca de otros, ya que él no se preocupa lo más mínimo por publicitar sus logros. También de ese modo nos han llegado noticias de su participación en el rescate fallido del alpinista leridano, Juanjo Garra, en el Dhaulagiri. Experiencias que trae guardadas en su mochila y en su corazón.
Ha elegido como traje de faena la austeridad para lidiar con su día a día. Es conocida su capacidad de sacrificio y solidaridad como médico y como montañero, pero sobre todo como ser humano. Por decisión propia, se mantiene alejado de la fama y los focos del éxito. Concede pocas entrevistas, y por eso ésta es un cierto privilegio: recién llegado de su última expedición, visiblemente desmejorado por el esfuerzo realizado, nos recibe en su consulta de Oviedo, esbozando una tímida sonrisa. Poco a poco nos abre su corazón.
-Acaba de conquistar su decimotercer ocho mil un montañero al que poco le importa el reto de los catorce. ¿Qué es lo que realmente te motiva?
-Pues que Iñaki Ochoa de Olza (al que Jorge considera su hermano, fallecido en 2008 durante la ascensión al Annapurna) y Joëlle Bupbacher (pareja de Egocheaga, que perdió la vida en el Makalu en 2011) querían hacerlos, era su sueño y me gustaría dedicárselo. Personalmente nunca los he tenido como reto. Si por mí fuera, seguramente no iría al Kanchenjunga (el último ochomil que le queda, que se le ha resistido dos veces), es una montaña muy complicada y no me gustaría ir solo.
«El Lhotse es una montaña preciosa, la ascendí disfrutando mucho a pesar de sufrir, como lógicamente ocurre cuando escalas un ochomil sin oxígeno»
-¿Dónde están tus mayores retos?
-Mi mayor motivación existencial -por decirlo de alguna manera-, es intentar ayudar a los demás. Alpinísticamente pocas veces lo puedo hacer, pero sí a través de mi profesión de médico. Si me dieran a escoger entre la medicina y la montaña lo tendría complicado, porque siento mucha pasión por la medicina, me permite hacer cosas que en la montaña no me son posibles.
-Se da la coincidencia de que durante tus expediciones has participado en varios rescates. El último en el Dhaulagiri, con un final fallido.
-Sí pero yo creo que eso tiene menos que ver con el médico que con la persona. Realmente a esa altitud poco puedes hacer como médico. En muchas ocasiones lo que de verdad necesitan es un apoyo físico para bajar a la persona, pero si además eres capaz de poner una inyección intravenosa o una adrenalina intracardíaca, puedes salvar una vida en situaciones difíciles. A mí esas circunstancias me han tocado muchas veces, pero también me han generado muchísima frustración, porque en ocasiones -como esta última vez- he conseguido llegar hasta la persona y aún siendo médico y alpinista, no he podido hacer nada por ella. En el Dhaulagiri se quedó para siempre una buena persona, como era Juanjo, y eso produce dolor e impotencia.
-Cada montaña supone una aventura y un reto distinto ¿Qué te dejó el Lhotse?
-Pues me dejó buenas y malas cosas. Por un lado, mucho dolor por la muerte de un gran amigo, Alexey Bolotov, muy cerca del campo base. Tuvimos que recuperar su cadáver destrozado y fue muy duro. Por otro lado también pude comprobar que el Lhotse es una montaña preciosa, y a pesar de sufrir -como lógicamente ocurre cuando escalas un ochomil sin oxígeno-, disfruté mucho la ascensión, porque me encontraba en muy buena forma física y psíquica.
«Dicen los budistas que aprender a vivir es aprender a desprenderse, y a mí desprenderme de cosas no me cuesta porque soy feliz con muy poco»
-Eliges por lo general el estilo alpino a la hora de subir una montaña. ¿También en esta ocasión?
-He hecho algunas cumbres en estilo alpino, pero no el Lhotse. El estilo alpino sería subir sin establecer previamente campos de altura, sin utilizar cuerdas fijas, y para subir al Lhotse utilicé cuerdas fijas que habían puesto los sherpas y previamente preparé un campo. Lo que pasa es que normalmente la gente hace cuatro campos en esta montaña, mientras que yo hice uno y, como siempre, fui muy ligero de equipaje.
-Ligero de equipaje y de compañía.
-En esta ocasión fui solo, no utilizo sherpas y por tanto todo lo que necesito lo he de transportar yo mismo. Cuando llego a un sitio he de preparar la plataforma, montarme la tienda, hacer agua, la comida… Al principio iba solo a las montañas, luego encontré a Iñaki y nos acompañamos el uno al otro, hasta que se murió. Las últimas expediciones las hice con Joëlle, que desgraciadamente tampoco está aquí, y ahora voy con Martín Ramos. Últimamente suelo ir acompañado.
-¿Qué encuentras detrás de esa soledad que se vive en la montaña?
-La soledad me gusta. Me encuentro cómodo con ella, pero no sólo en la montaña sino también en la vida. Me gustaría pasar lo más desapercibido posible. Me hace gracia porque hablo con amigos y me dicen que serían incapaces de estar un día sin hablar con alguien, cuando yo puedo hacerlo días seguidos casi sin darme cuenta. Pero sin llegar a extremos, la compañía también me gusta.
«Las cimas las he disfrutado pocas veces. Sólo pienso en bajar cuanto antes los primeros tramos, que son muy peligrosos. La verdadera cumbre está en el campo base»
-Has comentado en alguna ocasión que para sobrevivir es necesario el miedo ¿Lo has sentido en muchas ocasiones?
-Sí, cada vez que escalo una montaña de esta envergadura, tengo miedo en algún momento. Creo que es muy necesario porque te mantiene alerta y eso es importante. Un resbalón a ocho mil metros puede suponer la muerte, como le pasó a Juanjo Garra: resbaló, se torció el tobillo y allí se quedó. El último tramo de ascenso al Lhotse fue especialmente peligroso porque caían muchas piedras, el impacto de una de ellas me rompió el dedo, pero me hice un vendaje sobre la marcha y continué hacia la cumbre. Ir con muchísima atención, con tensión y con miedo, ayuda; pero hay que saber controlarlo.
-Por encima de los siete mil metros, cuando sobrepasas la ‘línea de la muerte’ cualquier problema se convierte en algo fatal.
-Sí, cualquier fallo puede ser mortal. De hecho en el Dhaulagiri este año no sólo murió Juanjo, también lo hizo una mujer japonesa, bastante mayor, que no se había aclimatado suficientemente y se le acabó el oxígeno.
Hoy en día se toman muy a la ligera estas montañas y no debería ser así. Sube mucha gente porque cree que pagando a los sherpas, y estando un poco bien físicamente, van a poder subir sin ningún problema, como si fuera un viaje de aventuras y no es así. He visto a muchos quedarse en el Everest. Se requieren años de preparación, física y psíquica, una serie de etapas por las que hay que pasar antes de afrontar retos de esa envergadura. El dinero ha llegado a lo que hoy denominan los ochomiles comerciales, y lamentablemente lo ha corrompido todo.
-¿Los alpinistas de verdad procuráis evitar estos circos?
-Sí, en la medida de lo posible. Esta última vez no tuve más remedio que acudir al campo base del Everest porque coincide con el Lhotse. Personalmente me cuesta trabajo visualizar el Himalaya con mil personas en un campo base: cocineros, sherpas, clientes, escaladores… Es como si fuera una ciudad.
-Al principio financiabas tus propias expediciones, luego llegaron los patrocinadores. ¿Alguna vez te han condicionado?
-No, porque desde el principio saben que si me condicionan, no hay trato. He tenido pocos espónsores, y todos me han respetado, porque lo primero que dejo claro es como soy y lo que estoy dispuesto a hacer desde el punto de vista mediático. Me gusta ir a la montaña con una libertad absoluta de acción. CajAstur -mi patrocinador-, sabe que no voy a llamar por teléfono ni a contar mi día a día por internet, como hacen la mayoría de los alpinistas. Lo llevan regular, porque a ellos les gustaría tener información de primera mano, pero me respetan.
-La foto de cumbre es el testimonio de que has llegado, pero ¿se llega a disfrutar de ese momento?
-No, las cimas las he disfrutado muy pocas veces. Para mí lo más importante es la superación personal. Poder escalar una montaña de ocho mil metros sin oxígeno es complicado, no está al alcance de todo el mundo, requiere mucho esfuerzo, sacrificio y conseguirlo es una satisfacción personal. Para mí eso es más importante que una foto. De hecho en la mayoría de las cumbres tiro cuatro fotos y me voy. Necesito bajar cuanto antes esos primeros tramos, que son muy peligrosos. La verdadera cumbre está en el campo base. La mayoría de los accidentes tienen lugar en los descensos, no en las ascensiones, por eso intento no perder la concentración.
«Los catorce ochomiles nunca han sido mi sueño. Si por mi fuera, no iría al Kachenjunga»
-Escribiste en una ocasión: «Somos un presente que se proyecta de inmediato hacia un futuro incierto». ¿Cómo es tu presente?
-Mi presente es estar ahora con vosotros, compartiendo este momento. Yo veo que en esta sociedad vivimos en un futuro de expectativas inciertas, que luego generan muchas frustraciones; nos perdemos en un futuro que imaginamos de una manera, y luego ni siquiera pasa. He ideado futuros que no se han cumplido, por tanto como filosofía intento vivir el presente. En la montaña hay mucha gente que después de hacer cumbre lo que quiere es coger rápidamente un helicóptero y volver a casa. Yo no. Quiero disfrutar del momento, de la gente que está en esa ocasión a mi lado. Eso es algo único.
-¿Cómo vives de regreso a la ciudad?
-Aquí me entrego y disfruto con mis pacientes, con mi trabajo, con mis escaladas los fines de semana en el Aramo, en Picos de Europa. Intento disfrutar con lo que tengo alrededor, que es mucho. Creo que muchas veces no somos conscientes de lo que tenemos, y cuando vas a un país como Nepal y te cuesta horas conseguir un litro de agua, o estás deseando pegarte una ducha y no puedes, aprendes a valorar lo sencillo, que al final resulta lo más placentero.
-A lo largo de tu trayectoria has tenido éxitos y fracasos. ¿Cómo los has asimilado?
-De los fracasos siempre digo que se aprende muchísimo más que de los éxitos. Antes me agobiaba mucho cuando fracasaba, y ahora sé que voy a aprender mucho más. Personalmente creo que si lo has intentado nunca fracasas: has fallado, y debes pararte y analizarlo para la próxima vez.
-¿También ante el Kanchenjunga?
-Esa cumbre se me resiste. Después del primer fracaso, la segunda vez sabía cómo tenía que subir, pero una avalancha me impidió llegar a la cima. Intento aprender de mis fallos no sólo en la montaña, también en la vida. Creo que aprendes más de tus enemigos que de tus amigos. Enemigos he tenido pocos, pero me han enseñado muchísimo, y doy gracias por ello.
-¿Qué piensas de la competición en la montaña: carreras, maratón…?
-Yo creo que se confunden los conceptos. La montaña para mí es competición con uno mismo, es un reto personal. También lo vivo así cuando participo en carreras de montaña: compito conmigo mismo con la ayuda de los demás, no contra ellos. Me da igual el resultado, siempre y cuando me haya esforzado. Si quedo primero y no me esfuerzo, no me vale. Si quedo en el puesto veinte y noto que lo di todo, me llena. El problema es que hoy todo se lee en términos de competición: cuánto hiciste, en qué tiempo, quién ganó… Todo esto me llama la atención porque yo lo vivo de una forma muy diferente.
-¿Has tenido que renunciar a muchas cosas para poder hacer lo que te gusta?
-Por supuesto. Muchas veces me dicen «que suerte tienes de poder ir a esos sitios…», y no es cuestión de suerte, sino de renuncia. La gente quiere tenerlo todo sin plantearse vivir con más austeridad, tener menos comodidades, salir menos a cenar. Yo les preguntaría: ¿cuáles son tus prioridades, tus objetivos o tus sueños? Pues hazlo. Pero claro, los sueños cuesta cumplirlos.
-¿Cómo has vivido esas renuncias?
-A veces me ha costado, sobre todo en un primer momento. Pero luego, como estaba por encima el objetivo que me había trazado, el sueño, eso pasa a un segundo plano. Dicen los budistas que aprender a vivir es aprender a desprenderse, y a mí eso no me cuesta porque soy feliz con muy poco. Es más, me agobia tener cosas. A veces llego a casa y me encuentro con camisetas y camisetas de las carreras, las cojo y digo ¡fuera, todas para Nepal! En cambio, me cuesta muchísimo renunciar a cosas sentimentales.