“La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado en hacer otros planes”
(Allen Saunders)
Y es que hoy hablamos de la vida, de la vida con mayúsculas, de nuestra vida.
Podemos iniciar la reflexión a partir del siguiente planteamiento: ¿Qué es la vida? ¿Qué nos da, qué nos quita?
Para responder a estas cuestiones vamos al encuentro de Lord Byron (1.788-1.824), poeta británico, quizá el más importante del romanticismo.
Su vida fue una novela, un poema épico. Desafió a su tiempo con su existencia y a sus contemporáneos con su obra. Cuenta la historia que a su celebridad contribuyeron su atractivo físico y su vida escandalosa.
Acerca de la vida se expresó en los siguientes términos: “No hay alegría que el mundo pueda dar como la que te quita”.
Expresó sus sentimientos en un poema titulado “Al cumplir mis 36 años”. Algunas de sus frases: “Temor y esperanza mueren/ dolor y placer huyeron/ ni me curan ni me hieren/ no son, fueron/”.
Lord Byron murió pocos meses más tarde de escribir este poema. Dícese que fue consecuencia de la malaria.
¿Qué hay de cierto en las opiniones del poeta?
Quizá más de lo que pensamos. Es por ello que somos responsables de, al menos, ponerle color a la vida, color esperanza. Ramón de Campoamor dijo: “Nada hay verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira/”.
Pongamos, pues, un cristal alegre.
Marino Pérez, profesor de la Facultad de Psicología de Oviedo, en una conferencia a propósito de la Depresión decía: “En época de mi madre la gente sufría menos depresiones porque estaban en contacto con la necesidad y el dolor, con las pérdidas, con el hambre y a nadie se le ocurría pensar que eso era algo ajeno a la vida, sino que era algo consustancial a la propia existencia”.
Evidentemente este profesor estaba hablando de mediados del siglo pasado, más o menos. De aquellos años en que casi era normal que un niño se muriera por una fiebre, una infección, una diarrea, etc.
En cambio ahora solo consideramos que la vida merece ser vivida si nos depara bondad y fortuna de forma continuada; no “cabe” para nosotros el entendimiento de aquellos tiempos de supervivencia, a veces de muy dura supervivencia. Parece, a día de hoy, que no conviene pensar en esos tiempos. Ahora todo, o mucho, se puede alcanzar con dinero: la juventud, el placer, las relaciones. Pero la realidad no es eso que nos venden y, por tanto, debemos aprender, porque es más rentable emocionalmente, a considerar la realidad, la vida con sus bonanzas y sus adversidades. Que la cuestión de vida es otra y que no necesariamente todos los acontecimientos han de ocurrir según nuestro deseo, sino que la vida nos surtirá de positivos y negativos, de pérdidas y ganancias.
Somos responsables de, al menos, ponerle color a la vida, color esperanza. Ramón de Campoamor dijo: “Nada hay verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira/”. Pongamos, pues, un cristal alegre.
En la infancia todos somos iguales, los niños juegan, ríen, se divierten, da lo mismo el hijo del amo que el hijo del siervo; se entienden porque no hay planteamiento de futuro, los días transcurren felizmente.
En la adolescencia comienzan las divergencias, comienza la elección, según posibilidades y creencias, del camino en el que situarse; es quizá una de las primeras pérdidas, comienza la añoranza del tiempo pasado y la incertidumbre por lo que vendrá.
Es por ello conveniente pertrecharse de algunas pautas necesarias para reinterpretar la vida, la incierta vida normal.
1. Dice Schopenhauer: “El necio persigue los placeres de la vida mientras que el sabio evita los pesares”.
No se trata de evitar los placeres como dirían los cínicos, pero fijarse y obsesionarse en la consecución continuada puede ser muy perjudicial. De aquí que lo recomendable es moderar las aspiraciones de gozo, de posesión, de rango, de honores; se trata de moderar no de suprimir.
2. No se sienta desgraciado a consecuencia de las conductas de nuestros semejantes, sean desplantes, críticas, maquinaciones. La cuestión sería, según Schopenhauer, entrenar la “paciencia” para soportar mejor a nuestros congéneres y sus apreciaciones.
3. Combatir los dos grandes enemigos: el dolor y el aburrimiento. Las carencias y necesidades engendran dolor pero la seguridad y la abundancia engendran aburrimiento. Formarse en ser “rico espiritualmente”, aspirar a la tranquilidad y disfrutar del ocio. El ejercicio moderado y la curiosidad mantendrán un espíritu jovial y satisfecho.
4. Bástese a sí mismo de forma que el slogan de vida sea: “todos los bienes que necesito los llevo dentro de mí”. Orgulloso y satisfecho de uno mismo aunque otros valoren otras cosas. Respecto a esto Schopenhauer dijo: “La gente común es tan sociable porque le resulta más fácil soportar a otros que soportarse a sí misma y también le es difícil soportar la soledad”.
5. Valore lo que tiene, poco o mucho, es suyo, tiene sus huellas, su aliento, se lo ha ganado: posesiones, salud, algunos amigos, el aprecio de alguien. Si no ha caído en la cuenta de valorar estas cosas porque cree que son insignificantes o que es algo que viene dado haga el siguiente ejercicio: imagine cómo se sentiría si llegara a perderlas… y luego imagine que vuelve a recuperarlas. Cuando esté convencido del valor que tienen seguramente se sentirá satisfecho y no necesitará compararse con lo que otros tienen. Usted tiene lo suyo y lo suyo es lo más importante.
6. No olvide vivir el presente. Como si fuera lo único que tiene.
Y desde luego, no deje de Soñar.