Benín es un país del África occidental, que limita con Togo por el oeste, Nigeria al este y Burkina Faso y Níger al norte. Tiene una población de trece millones y medio de habitantes; la mayoría viven en el Golfo de Benín, en Cotonou, sede del gobierno, aunque la capital es Porto Novo. No es de los países más ricos del continente y, quizás por eso mismo, es un lugar tranquilo, con una historia interesante y una cultura propia que merece la pena conocer. En el momento actual hay una intención gubernamental para que el país mejore a partir de la promoción del turismo, y si lo organizan bien, no dudo de que será un lugar que merecerá la pena visitar. Benín es también el reino del vudú, una religión animista que cuenta con numerosos seguidores locales y que fue exportada a otros lugares por las personas esclavizadas que llegaron a América.
Recientemente he estado allí para identificar nuevos proyectos para la Fundación El Pájaro Azul y eso me ha dado la oportunidad de conocer su realidad de la mano de gente local, que siempre es la mejor manera de entrar en contacto con un lugar nuevo.
Una parte de la historia de Benín está vinculada al comercio de esclavos en los siglos XVIII y XIX. Este hecho tan terrible tuvo lugar en el entonces reino de Dahomey, una monarquía con fama de sanguinaria que reclutaba sus propios esclavos. Se dice que el color rojizo de los muros que la rodeaban se conseguía amasando la arena con la sangre de las personas que esclavizaba. Y esta esclavitud dentro del propio reino fue una oportunidad para los que llegaron allí en busca de este tipo de mercancía: hombres, mujeres y niños, que sacaban hacia América para su posterior venta. El rey Agaja fue el primero que estableció este tipo de relación comercial con los portugueses; éstos ofrecían cañones, pistolas, ron y otras baratijas a cambio de unos cuantos hombres o mujeres -como siempre, la mujer era una moneda más devaluada que los hombres, así que un cañón valía trece hombres y veintiuna mujeres-.
Una parte de la historia de Benín está vinculada al comercio de esclavos en los siglos XVIII y XIX. Este hecho tan terrible tuvo lugar en el entonces reino de Dahomey, una monarquía con fama de sanguinaria que reclutaba sus propios esclavos.
Francisco Félix de Souza, de origen brasileño, fue uno de los mayores traficantes de esclavos que mantuvo buenas relaciones con diferentes reyes de Dahomey, lo que le permitió mantener este comercio durante muchos años. Recibió el apodo de Chachá y así se llama la plaza de Ouidah, donde hacían el intercambio de mercancías bajo la sombra de un enorme baobab. Imagino que si este árbol centenario hablase nos contaría historias muy duras.
Se dice que, en el camino hacia el barco, algunos intentaban quitarse la vida ante el terror que les embargaba pensando que aquellos hombres blancos los iban a comer.
Las personas capturadas en las aldeas sufrían un verdadero calvario hasta llegar a su destino. Caminaban desde su lugar de origen encadenadas y arrastrando pesadas bolas de hierro. Cuando llegaban a la plaza Chachá eran intercambiadas por las mercancías que ofrecían en cada momento los traficantes y se les sometía a exhaustivos exámenes para comprobar que su estado físico era bueno. Después, pasaban por el Árbol del Olvido, dando varias vueltas a su alrededor -los hombres nueve y las mujeres siete porque se supone que tenemos menos costillas-; la intención de este rito es que olvidaran su pasado, su familia y todo lo que tenía que ver con su origen. Posteriormente se los encerraba a todos en una casa sin ventanas ni ventilación; hacinados y soportando el hedor de sus propios excrementos, permanecían allí un tiempo con el objetivo de que pudieran adaptarse al rigor del viaje en el barco. Sólo les daban algo de comer cada dos o tres días. Los que sobrevivían a esta tortura, se consideraba que estaban capacitados para soportar la travesía y se los conducía a la playa donde se los trasladaba en lanchas hasta los barcos. Allí está actualmente la Puerta del no Retorno, monumento al recuerdo de los cientos de miles de personas que salieron por aquí, arrancadas de sus casas y sus familias y abocadas a un destino incierto. Se dice que, en el camino hacia el barco, algunos intentaban quitarse la vida ante el terror que les embargaba pensando que aquellos hombres blancos los iban a comer. Una vez en el barco, las condiciones no eran mucho mejores. Los hombres iban tumbados boca abajo y las mujeres a su lado boca arriba, por si algún tripulante quería desahogarse con alguna durante el largo trayecto y, por supuesto, muchos de ellos quedaban en el camino, incapaces de soportar los rigores de aquel viaje.
Francisco Félix de Souza fue uno de los mayores traficantes de esclavos que mantuvo buenas relaciones con diferentes reyes de Dahomey. Recibió el apodo de Chachá y así se llama la plaza de Ouidah, donde hacían el intercambio de mercancías bajo la sombra de un enorme baobab.
Una página triste de la historia de la humanidad en la que, como siempre, la avaricia de unos y el afán de poder de otros, provocaron el sufrimiento de los más vulnerables. Así fue y así es siempre, aunque los contextos sean distintos, este tipo de alianzas siguen vigentes en todos los tiempos.