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lunes 16, septiembre 2024

Por tierras de Benín

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Benín es un pequeño país situado en África occidental, con unos 13.5 millones de habitantes, tiene frontera con Togo, Níger, Nigeria y Burkina Faso y está bañado por las aguas del Golfo de Benín. Hasta 1975 se llamaba Dahomey y tiene una historia muy interesante que merece la pena conocer. Es la cuna del Vudú, una religión naturalista que despierta mucha curiosidad e interés entre los occidentales y en el pasado estuvo vinculado a la esclavitud. En este sentido es importante aclarar que, en aquellos tiempos, los esclavos formaban parte de la estructura social del antiguo reino de Dahomey y los europeos supieron aprovechar esta circunstancia para obtener “el material humano” que entonces necesitaban para trabajar en sus colonias, así que, los mercaderes de esclavos iban hasta allí para intercambiar personas por material de guerra, fusiles, cañones o lo que fuera.

Este país es un lugar tranquilo, con infraestructuras suficientemente decentes como para poder moverse de un lugar al otro con relativa facilidad. Su capital es Porto Novo, pero el centro administrativo es Cotonou, sede del gobierno de la nación y capital económica, una ciudad repleta de motos que operan como taxis. La moto está presente en casi todos los países del África Subsahariana y en Benín, de manera especial y desde hace mucho tiempo, es el medio de transporte más habitual. En algunos lugares, como Parakou, es prácticamente el único medio de desplazamiento y en mi último viaje lo experimenté, cuando tuve que ir a la estación de autobuses y no tuve más opción que hacerlo en una de las pequeñas moto-taxis, cargando con la maleta y la mochila.

En Cotonou sorprende la cantidad de mujeres que conducen sus propias motos. Mujeres de todas las edades y condiciones, a veces vestidas muy elegantes, se mueven de un lado al otro, llevando a sus hijos o la carga que corresponda. Esta imagen aporta un aire de modernidad y libertad para las mujeres que no encuentras en otros lugares del país, pero, cuando te alejas de la capital empiezas a ver los contrastes entre unas regiones y otras, su lado más duro y la cara de la miseria que tiene rostro de mujer.

Nikki es una comuna del departamento de Borgou en el norte del país y allí la realidad es muy diferente. Es una zona más pobre de mayoría musulmana, dedicada fundamentalmente a la agricultura y la ganadería y salpicada de pequeños poblados, llenos de niños, en los que no hay acceso al agua potable. Gracias a la cooperación internacional y, en muchos casos, a la española, algunos de ellos disponen de un pozo, que facilita la vida de sus habitantes, sobre todo, la de las mujeres, que son las encargadas de buscar el agua de cada día.

El contraste con el sur del país es evidente. Allí se encuentran realidades muy duras como la malnutrición infantil, estrechamente vinculada a la miseria, la ignorancia y a una estructura social en la que se permiten los matrimonios entre hombres adultos y adolescentes de trece, catorce o quince años; en última instancia, niñas que dejan de serlo en el momento en el que tienen su primera regla y son entregadas a los hombres que han pagado por ellas, pasando a ser una esposa más, cuyo único objetivo es traer niños al mundo, aunque luego no tengan posibilidad de alimentarlos ni asuman la responsabilidad de hacerlo.

Ese hombre que tiene tres o cuatro esposas, no se ocupa ni de ellas ni de sus hijos. Cuando llega a casa, es el primero en comer lo que la mujer haya podido preparar, a lo mejor un poco de ñame o arroz con algo de carne, y lo que deja en el plato es el alimento disponible para la mujer y los niños, que tienen pocas opciones a consumir la cantidad mínima y necesaria de proteínas para crecer de manera normal. Detrás de un niño malnutrido hay una joven madre que también muestra signos de desnutrición.

Algo que llama la atención cuando paseas por Nikki y sus entornos es ver a las niñas, incluso muy pequeñas, ocupadas en vender lo que llevan en grandes bandejas encima de la cabeza: comida, escobas, lo que sea que pueden ofrecer a la venta, en un intento de buscar algún recurso económico para la familia; mientras, la mayoría de los niños con los que te cruzas, se ocupan en jugar con cualquier cosa o simplemente no hacen nada. Es evidente que se trata de una sociedad estructurada sobre la supremacía del varón en todos los sentidos, sin embargo, la mujer es su pilar fundamental y la que sostiene la economía familiar; ella es la que trabaja en el campo, la que vende en los mercados, la que busca recursos para que su familia pueda comer cada día. Es una mujer resiliente y fuerte, sometida a la voluntad de un hombre que no tiene en cuenta su valor y atrapada en una cultura que no le da opción a luchar por sus derechos.

No es fácil transitar por estos lugares con una mentalidad europea que abandera una serie de derechos legítimos para las mujeres. Te das cuenta de que, el lugar en el que naces condiciona tu vida, incluso determina si puedes vivir o morir. No puedo comprender que, en este momento de la historia de la humanidad, en el que la IA nos está llevando a conseguir logros que podrían parecer de ciencia ficción hace años, haya gente que se muera literalmente de hambre. Siento vergüenza de que, el mundo en el que vivo dé la espalda a estas realidades en las que, la alianza de la ignorancia y la miseria, produce estragos y sus víctimas son, como siempre, las mismas: las mujeres y sus hijos.

Y te preguntas qué puedes hacer ante tanta injusticia. Primero hay que acallar las emociones y después, con la cabeza fría, buscar los medios para poner en marcha proyectos que proporcionen herramientas para luchar contra este mal. Y también, hablar de ello.

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