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domingo 24, noviembre 2024

No hay oricios

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Hay pocos, y encima están a 14€, ¡no sé a dónde vamos a parar! Dicen que la sobreexplotación… Puede ser, ahora bien, habrá que contar con la contaminación industrial, y con toda la basura que lanzamos al mar desde cualquier parte; no olvidemos que la Comunidad Europea nos pone multas millonarias por deficiencias de saneamiento de las aguas residuales astures. O sea, que somos unos gochinos, vaya.
Los oricios son discretos, no se meten con nadie, están ahí, calladinos, a lo suyo; incluso son poco atractivos a la vista, y los pinchos no animan a cogerlos; pero ¡ay, amigo!, algún prehistórico muerto de hambre se le ocurrió abrir uno y desde entonces llegó la ruina para las familias de tan prudentes equinodermos. Agravada por la industria conservera asturiana, que hizo conocer al mundo las delicias de sus huevas.

Oricios rumanos Llevamos dos años de veda, así que ahora se traen de Marruecos, de las Azores…yo qué sé de dónde. Así que un colaborador de esta columna nos hace la gracia de enviarnos un cartel en el que, presumiblemente, anuncian oricios de Rumanía. ¡Y la mar de baratos, a euro!

La trampa del bromista consiste en jugar con la traducción macarrónica; en realidad se trata de un cartel que anuncia transporte a Rumanía y proclama la economía de llevar cualquier cosa por solamente un euro el kilo. Es un viaje largo, que hacen en autobús muchas familias, cargadas con todos los objetos del hogar que su economía permite. Como cuando los españoles emigrantes en Francia, Bélgica o Alemania veníamos de vacaciones. No es ahora tiempo de ellas, todavía, pero tenemos una Asturies más soleada que llama, en tiempo primaveral, a moverse. Quienes lo hacemos cotidianamente en transporte público tenemos abundantes anécdotas para contar. Por ejemplo, una luminosa mañana de martes decidimos ir al mercado de la Pola de Siero; al llegar a la estación de la antigua FEVE (y antes Ferrocarril de Langreo) en La Felguera, sale una señora y nos advierte: “¡No hay tren! Por lo que se ve un camión rompió la calandaria; van ponenos un taxi hasta Tuilla”.

Un mes después me acordé de ella en la estación de Renfe en Córdoba, “Señores viajeros: estamos parados por una caída de tensión en la catenaria. No podemos informar de cuándo podremos reanudar la marcha”. Y le vienen a uno a la memoria no solamente la calandaria de Langreo, sino los apagones de Venezuela, para que no saquemos tanto pecho de europeos con empresas efectivas. La diferencia con el país americano es que Renfe me remite información por mensaje telefónico y correo electrónico. “Una avería en la catenaria de la estación de Atocha”.

Una hora parados, sentados en el tren. Nosotros no llevamos más preocupación que el enlace a Asturies, con tránsito entre Atocha y Chamartín; otras personas tienen más prisa; por ejemplo, la chica oriental que tiene en Madrid “a very important meeting”, y se come el reloj a bocados, mientras llama desesperadamente pidiendo aplazamientos. Veo a todo el pasaje consultar con ansia el móvil, entra en el mío a la par la explicación: mi amigo Roberto Pato me pasa el orden del día para la tertulia del día siguiente en la RPA y me dice, “atentos al atentado de Utrecht”. Funcionó rápidamente la conexión subconsciente, Atentado-tranvía-Atocha-bombas.

Al final no hubo nada en Madrid, solamente una avería eléctrica resuelta, un poco de prisa en los enlaces, las constataciones de que Renfe necesita personal e inversiones, y de que en estas situaciones se ve la educación de la gente; buena en general, salvo la tonta que se cuela para nada. En casa más frío que en Córdoba, pero no nos quita la alegría. “Pon la tele, que hoy Romadela ye desde Sama”.

Pues sí, siempre presta ver caras conocidas; por ejemplo, a María José Domínguez, que era la cincuenta por ciento del dúo “Almas Unidas”, contando cuando ella y su otra mitad, su hermano, fueron de muy jóvenes a triunfar a Madrid. “Nos apadrinó Pepe Domingo Castaño, que decía que ‘había que apoyar a estos asturianinos’. Fue él el que nos cambió el nombre, porque nosotros éramos ‘Rebeldes’ antes”.

Bueno, pero esta columna no está para ecos de sociedad. En honor a María José un dúo de voz y acordeón interpreta, -ella acompaña-, uno de sus éxitos. En la pantalla se puede leer el título: “Exclavo y amo”. No es un programa en directo, está editado, por tanto, podrían haber evitado la pifia; es más difícil hacerlo con la palabra hablada, en una entrevista habría que buscar a los interlocutores para regrabar, por eso queda como divertida anécdota que el conductor del programa se equivoque al presentar, en Ribadedeva, un instrumento de viento: “El quinto, que es un metal de madera”.

Habríamos hablado de comer y cerramos anunciando que enseguida se acaba la Cuaresma. Ya no se acuerda de ello casi nadie, pero era tiempo en el que la religión oficial del Estado prohibía comer carne. Es una costumbre heredada, todas las creencias tienen cosas parecidas; pero es absurda, en cuanto a que, en la Edad Media, cuando se generalizó la norma, eso de comer carne era una utopía para la inmensa mayoría. De todos modos, hay lugares en España donde el menú de los viernes da prelación al pescado; y bien bueno que está, en las cazuelas leonesas, por señalar, el bacalao al ajo arriero.

Lentejas vegetales Ahora que la cocina vegana aumenta el número de adeptos, hay propuestas que cuidan a la par de la salud espiritual y la temporal; véase el ejemplo recogido por nuestra cámara en el corazón de Santiago de Compostela, “lentejas vegetales”. El que lo escribió sabe bien de qué va la cosa, ¿acaso las lentejas no son siempre vegetales? Pues no señor, quienes de niños tuvimos que contribuir a “escojerlas”, sabemos perfectamente que la cantidad de pedruscos que las acompañaban hacían sospechar que no fueran legumbres, sino minerales. Un buen negocio para especuladores, vender arenisca a precio de alimento. Por otra parte, luego no podías quejarte, porque si te tocaba una piedra (a servidor de ustedes siempre) era porque habías hecho la tarea de cualquier manera.

elquetieneboca@gmail.com

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