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domingo 13, octubre 2024

Manuel Astur. Literatura que perdura

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San, el libro de los milagros -Editorial Acantilado- llegó a las librerías tres días antes de que cerraran por el Estado de alarma. Lejos de convertirse en un mal presagio, la novela de Manuel Astur ha calado gracias al sosiego, al tiempo que nos ha regalado esta crisis.

Escritor, poeta, editor… Manuel Astur no entiende la literatura como un medio de vida. Para él escribir es la forma en la que consigue entender cómo piensa o qué quiere. Sus libros no están escritos para quedar arrinconados en una estantería, son obras pensadas para perdurar, para transformar tanto a él cuando las escribe como al lector. En San, el libro de los milagros, Marcelino, el llamado «tonto del pueblo», nos muestra un mundo mítico, lleno de realidad, valores y reflexiones propias de los tiempos que vivimos.

-¿Cuál es la literatura de verdad?
-Es la que cambia tanto al lector como al como escritor. El que empieza a escribir o a leer una novela no es el mismo que el que la acaba. Para mí es un proceso muy importante, vital, y me gustaría que a los lectores les ocurriese lo mismo. La literatura deja una semilla dentro que crece con los días, te transforma, cambia el mundo. Escribimos libros para librarnos de obsesiones y descubrir qué queremos, qué pensamos. En el otro lado está la literatura consumista que es simple y puro entretenimiento, no deja ningún poso. Cierras el libro y vas a por el siguiente. El Manuel que empezó a escribir el libro, como siempre, era alguien que no sabía muy bien qué quería escribir, y el que lo acabó era un Manuel agotado pero satisfecho que había llegado al destino. Este libro lo empecé a escribir cuando me fui a vivir a una aldea casi en plan ermitaño, lo acabé y me fui de la aldea. Fue un proceso en el que todo iba unido.

“Lo que solemos llamar realidades, son un cuento que nos contamos a nosotros mismos hecho de mil voces, de cosas que hemos oído desde niños, de conceptos, de opiniones, pero como todo cuento, puede ser cambiado”

-Dices que tu literatura se cuestiona constantemente la realidad. ¿Por qué necesitas hacerlo y a dónde te conduce?
-No es algo en plan rebelde. Uno de los mayores clichés de la literatura actual y que odio es el de plantearse preguntas sin parar y decir que esa es una literatura valiente. Cualquier tonto sabe hacer preguntas, eso no tiene ningún mérito. Igual en el siglo XIII o en la Edad Media, hacerlas tenía un valor enorme pero hoy en día no. A mí no me interesan tanto las preguntas como las respuestas y eso es lo que busco. Obviamente también es cierto que las pocas certezas que logro son momentáneas porque la realidad no existe. Pero me gusta ofrecerlas porque tengo que creer en lo que encuentro. Yo no puedo mentir. Escribo ficción, pero primero tengo que llegar a ese punto para saber de lo que estoy hablando. Es un proceso radical y un poco doloroso, pero creo que es sincero.

-Entonces ¿a qué llamamos realidad?
-El dolor porque alguien te abandona o porque no consigues algo es simplemente una opinión, porque si no fueras tú el que lo vive no lo sentirías. Lo que solemos llamar realidades, son un cuento que nos contamos a nosotros mismos hecho de mil voces, de cosas que hemos oído desde niños, de conceptos, de opiniones, pero como todo cuento, puede ser cambiado. Creo que es importante ser conscientes como sociedad de que eso por lo que tanta gente está dispuesta a matar o dejarse morir es un teatro. Es una ficción y una vez que eres consciente de ello, también adquieres la capacidad de disfrutar más. Cuando vas al cine sabes que todo es una ficción, pero disfrutas de la película y en la vida nos debería pasar lo mismo.

“Creo que es importante ser conscientes como sociedad de que eso por lo que tanta gente está dispuesta a matar o dejarse morir es un teatro”

-Algo que dejas patente en el libro es que la única verdad es un cuento que se escribe y reescribe en todo momento y que lo único que varía es quién y por qué la cuenta. ¿Dónde quedan nuestras “certezas”?
-Lo que considerabas vital e importante no lo era, resulta que eso era lo que te habían dicho. Yo creo que la mayoría de las personas no tenemos una sola idea original en toda nuestra vida, creo que todas son aprendidas, nos vienen impuestas, no las pensamos, son una opinión general, tópicos. De vez en cuanto surge algún genio que tiene una a través de una conexión con Dios o llámalo como quieras y la aporta al mundo, al gran cerebro de la humanidad. Con lo cual todas las ideas que teníamos de las cosas importantes eran el cuento del progreso, igual que en la Edad Media todo el mundo creía en el paraíso y nos vendían que había una vida más allá, que existía el infierno y que ser bueno en esta vida era una preparación para la vida eterna. Pues ahora vivimos en la religión del progreso y de la ciencia. Nos habían prometido que, si te esforzabas, trabajabas mucho y avanzabas y avanzabas, el crecimiento era eterno. Ya empezamos a sospechar que esto no existía, pero ahora este virus es el nuevo demonio. En otro sistema, por ejemplo en el siglo XIII, no nos habríamos enterado de él pero hoy en día ataca todas nuestras creencias, al progreso, a la globalización, a la economía desatada, a las aglomeraciones, las prisas… Lo ha puesto todo en entredicho y el cuento está cambiando. Desde que el ser humano es humano, lo esencial siempre ha estado ahí, y lo esencial es la realidad: la cercanía, el hogar, la comida, un rayo de luz entrando por la ventana, el aire limpio y la serenidad. El resto es un cuento que, aún encima, nos estaba haciendo tremendamente infelices. Antes de esta pandemia veía a todo el mundo histérico, agobiado, viajando cada fin de semana a un sitio sin tener ganas, moviéndose constantemente. Yo me preguntaba ¿por qué estáis sufriendo tanto? Si tenéis todos los ingredientes para estar tranquilos. Vivimos en una sociedad con un sistema de bienestar en el que todo el mundo tiene un techo, comida que llevarse a la boca y se sufre porque se quiere tener cosas que alguien ha dicho que son importantes. Yo ahora veo a la gente a gusto y parece que nadie se atreve a confesar que la vida a esta segunda marcha y no a quinta como íbamos no está tan mal.

-En la novela aseguras que es absurdo creerse mejor por el simple hecho de estar vivo, que esta es una prepotencia del presente. ¿No hay nada que nos diferencie de los que nos precedieron?
-No hay ninguna diferencia. Cuando estábamos en las cuevas cubiertos por pieles teníamos los mismos ojos, la misma nariz, la misma piel y sentíamos del mismo modo. Si yo hubiera nacido en la época de los romanos no me parecería mal que en el circo mataran a vírgenes cristianas. Somos las mismas personas solamente cambia la visión que tenemos sobre la realidad. Igual que dentro de mil años, si la humanidad sigue existiendo, mirarán hacia esta época y dirán que estábamos locos porque lo sacrificábamos todo en nombre de un dios llamado economía. No creo que haya ninguna evolución porque para que la haya tiene que haber alguna meta y de momento no la hay. De algún modo todos los poetas son el mismo poeta, y todos los artistas son el mismo artista. Son la humanidad pensando, construyendo su realidad, el cuento. Los escritores dialogamos con todos los que hubo antes y con todos los que habrá, somos una palabra más en el diálogo que la humanidad mantiene consigo misma y con el universo. En cuanto a creencias y valores a mí me gustan los que tenemos a día de hoy, pero no se puede juzgar a posteriori porque eso es contemporanismo. Siempre juzgamos el pasado como si fueran tiempos peores por esa falsa idea del progreso. Pensamos que nosotros estamos vivos y somos mejores y más listos, que nuestros abuelos eran tontos porque dejaron que hubiera una guerra civil, pero la verdad es que eran exactamente iguales a nosotros y sus errores también los podemos cometer nosotros. No tiene ningún mérito estar vivo. Como mucho será mérito de las cuarenta mil generaciones anteriores. Cada uno de nosotros somos cuarenta mil personas porque las hemos necesitado para llegar a donde estamos. Es un triunfo biológico de la especie, pero nosotros no tenemos nada que ver. Hay que vivir, disfrutar el presente y ser conscientes de que todo es momentáneo.

“Siempre juzgamos el pasado como si fueran tiempos peores por esa falsa idea del progreso. Pensamos que nosotros estamos vivos y somos mejores y más listos”

-La religión y las creencias son un hilo conductor en la novela. ¿Podemos existir sin religión?
-No creo que podamos hacerlo. Al menos no me gustaría porque sería un mundo material y robótico, sin alma. Somos capaces de imaginar, de coger las cosas que vemos y que sentimos y combinarlas para imaginar un ideal y eso es lo que nos hace humanos. Ese ideal a veces tiene forma de religión, otras de dios, de poesía, de humanismo, progreso, ciencia… lo que nos hace especiales es que somos un animal religioso. La religión es imaginar una posible respuesta, una razón por la cual estamos aquí. Otra cosa es la iglesia. Yo estoy en contra de las iglesias porque pretenden llevar al mundo de lo material y de los hechos prácticos algo que es pura imaginación. Este es el problema: cuando algo se convierte en un modo de vida y te dicen que tienes que hacerlo así. Ahí es cuando aparecen los sacerdotes y empieza a haber poder, por eso no me gusta llamarlo religión, prefiero decir poesía. Es como si ahora empieza a haber unos fanáticos que dicen que Don Quijote existió de verdad y que su visión de la realidad es la auténtica, que tenemos que vivir todos como él y empezamos a matarnos en nombre de Don Quijote. En ese momento se habrá convertido en religión, pero mientras tanto es literatura, una visión del mundo, pero no algo que hay que imponer a los demás.

San, el libro de los milagros. Manuel Astur-En el libro escribes: “Porque nuestras ideas no son nuestras. Jamás lo han sido. Nuestras más profundas creencias las hemos adquirido sin darnos cuenta. Vuestra identidad, esa por la que estáis dispuestos a morir o matar, es un disfraz hecho de mil trapos y retales”. ¿Hay algo que podamos considerar propio?
-Nos gusta pertenecer a un grupo, ser algo y nos da mucho miedo no serlo. Lo hemos visto estos últimos años con esta estupidez de las luchas identitarias. La religión ya ha dejado de ser una respuesta, los países se están difuminando en la globalización y ya no puedes decir soy católico y español porque no te aporta seguridad, pero el ser humano sigue necesitando pertenecer a algo y de ahí surgen las pequeñas tribus. Son pequeñas banderas porque la gente se muere de miedo sin el disfraz. Personalmente creo que hay que acabar con la identidad, lo más fácil es aceptar que es un disfraz y ser conscientes de ello. Disfrutar de él cuando sea necesario, pero nada más. Si quitas todo esto te quedas con el techo, con el cariño, las personas a las que quieres, la cercanía, un trozo de pan, la brisa moviendo la copa de un árbol… con las cosas próximas y cercanas, las reales. Las cosas eternas que siempre están ahí. El resto es un teatro que se puede disfrutar mucho pero siempre siendo consciente de lo que es.

-“Hablamos tanto que si nos calláramos, tendríamos que aprenderlo todo”. ¿Tan poco sabemos?
-Hablamos para creer que tenemos algo que decir. Se ha visto mucho últimamente: todo el mundo opinando a una velocidad increíble y se han dicho muchas tonterías sin ningún fundamento. Todo porque tenemos miedo y entonces necesitamos opinar. Igual que un niño aprende a caminar poniendo un pie delante del otro para no caer, así aprendemos muchas veces a pensar. Ponemos una opinión delante de otra para no caernos y descubrir que no somos nada ni tenemos ninguna opinión. Es maravilloso poder decir “no tengo ni idea”, no pasa nada, no tienes por qué opinar de todo. A mí siempre me ha liberado mucho pensar que no sé algo, incluso que no soy nadie y que no le importo a nadie. Es como darte cuenta de que no eres el centro del universo, y eso es absolutamente liberador.

“Nosotros no vamos a acabar con la naturaleza, es un error de perspectiva y de prepotencia humana”

-La novela se desarrolla en un entorno rural y ahora se habla mucho de la vuelta a los orígenes. ¿La naturaleza nos necesita o nosotros la necesitamos a ella?
-Algo material contra lo que la humanidad tiene que luchar porque es real es el cambio climático. Creo que el humanismo es ecologismo y sin él la humanidad se va a acabar. Los ecologistas dicen que nos estamos cargando la naturaleza y yo pienso que no. La naturaleza y la vida van a resistir a cien humanidades, siempre va a estar ahí. Mientras haya una brizna de hierba en la tierra, la vida seguirá existiendo, a la naturaleza le damos igual nosotros, le da igual que se extingan los koalas o que se acaben los dinosaurios, le importa una mierda. Nosotros no vamos a acabar con la naturaleza, es un error de perspectiva y de prepotencia humana. Nos creemos con la capacidad de acabar con la vida, pero con lo que acabamos es con nuestro ecosistema, con lo que necesitamos para vivir, acabamos con nosotros mismos. No hay que salvar al pobre koala que se está extinguiendo, es que lo necesitamos como humanidad para seguir viviendo. Tenemos el virus del progresismo y ahora todo el mundo está obsesionado con el tema de la vacuna, estamos rezando a los nuevos dioses, pidiéndoles la vacuna para que todo vuelva a ser igual. Pero es que, aunque haya una vacuna, no todo va a ser igual porque el virus no es una enfermedad, es la prueba de un problema. La visión del mundo como humanidad está cambiando, pero nosotros necesitamos un nuevo cuento.

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