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domingo 24, noviembre 2024

Pues sí, hubo Semana Negra

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Durante la primera rueda de prensa anunciadora de esta trigésimo tercera edición, el director de contenidos, Ángel de la Calle, respondía que, ante los problemas que la pandemia pudiera originar, había “un plan B y un plan C”. En el acto de clausura se preguntaba si la decisión de seguir adelante, pese a virus y detractores, habría sido un acto de valentía o de intrepidez. «La Semana Negra se ha celebrado contra todas las tempestades, y los resultados son, -afirmaba la alcaldesa de Gijón-, para sentirse orgullosos; ni más ni menos que ser referente mundial de la Cultura”.

Charanga El Ventolín
Charanga El Ventolín / Foto: Miguel Ángel Fernández

No es para menos, el primer festival que se atrevió a abrir, pese a la alarma, transmitido en directo por un canal de tv propio que se había inventado sobre la marcha, sirvió de ejemplo para otros muchos. La audiencia, después de España, sobresalió en USA, Argentina, Portugal, Italia… Una publicidad para la ciudad que resulta muy barata. En estos tiempos de preocupación económica, añadida a la sanitaria, debería ser acogido como una gran noticia, aunque siempre haya gentes dispuestas a poner palos en las ruedas del carro.

Es difícil, en un solo artículo, destacar todo lo destacable, que fue mucho. Más de cien autores en una semana de 10 días, exigirían el don de la ubicuidad. Subrayaremos una parte de lo visto y nos ahorraremos el citar de oído. No hay Semana Negra que no empiece con grupos de manifestantes en el acto de recepción del tren con autores y prensa; la situación aconsejó cancelar el viaje, pero no faltó la concentración en el acto inaugural. Por Palestina, cada vez más asfixiada por el gobierno hebreo. Allí estaba, como suele, la Charanga el Ventolín, que se quedó para el corte simbólico de la cinta.

Cinta negra, con una alcaldesa blanca, vestida de negro de pies a mascarilla. Que ya los bozales nos van a quedar como indumentaria. Se han podido ver de todos los colores y banderas, incluso convertidos en pancartas publicitarias. Apertura de un evento lleno de incógnitas y dificultades; teñido de luto por la muerte de José Luis Morilla, Mori, el fotógrafo oficial, al inicio de año, y de Luis Sepúlveda, más que amigo del certamen, al inicio del virus. Su óbito salió en primera, como el de Ennio Morricone después de un accidente doméstico, con varias páginas de glosas; no tuvieron tanto espacio Fernando Marcos, caído en acto laboral en la siderurgia, ni Daniel de la Vega, en la construcción. Mi humilde recuerdo a dos trabajadores y mi sentido pésame para familiares y amistades.

Enseguida llegaron las noticias de las otras muertes, las digeribles, las de papel. Entre el Instituto Jovellanos (antiguo) y la Escuela de Comercio (antigua), se instalaron los puestos de librerías; esta vez no se mezclaron libros y churros, el resultado fue bueno, aunque a algunos nos gustaba el matrimonio de letras y fiesta. Autores y autoras firmaron ejemplares con entusiasmo.

La Semana Negra se ha celebrado contra todas las tempestades. Gijón ha vuelto a convertirse en un referente mundial de la Cultura.

Es obligatorio tener libro que presentar, para ser incluido en el programa; el que yo tenía previsto, sobre la biografía de un militante de la CNT de La Felguera, habría encajado entre los tebeos sobre Buenaventura Durruti, (de Azagra, Revuelta y Juarete y Ricardo Mella, (de los hermanos Trigo); sin embargo, preferí no forzar los ritmos en la editorial. Además, el año pasado presenté dos, cosa excepcional, así que bien puedo dejar pasar una temporada de barbecho. Ya es suficiente privilegio estar en el equipo de redacción de “A Quemarropa. Decano de la prensa negra mundial”.

Tampoco llegó a tiempo Paco Gómez Escribano, ese que dice que siempre habla de su barrio, pero nos avanzó unas líneas. Sabrosas. “Cinco jotas, se titula, porque me molaba hacer que se atracara un almacén de jamones”. Lorenzo Silva explicaba en “Los años de plomo” que por fin se puede escribir sobre los tiempos de ETA, y no sólo de sus andanzas, sino dejar sentado “el fracaso de algunas fuerzas del orden, que con su actuación desprestigiaron al Estado”. Cal viva, la obra de Daniel Serrano, empieza con una cita del Diario de las Cortes al respecto; habla de diálogos intergeneracionales sobre la Transición. La presentó de martes y su hermano Ismael cantó dos días después, en otro sitio. Doble trabajo fans de serranías.

Ángel de la Calle y Susana Martín en la Semana Negra de Gijón 2020
Ángel de la Calle y Susana Martín / Foto: Miguel Ángel Fernández

Una ceremonia obligada es la entrega de premios. El principal, el Dashiell Hammet a la mejor novela negra escrita en castellano, ha sido este año para Berna González Harbour, por “El sueño de la razón”. Una decisión muy aplaudida, porque en los certámenes de novela negra no se suele galardonar a las señoras. Hasta ahora, solamente lo había conseguido Cristina Fallarás, eso data de 2012. Precisamente, en este sentido, me había quejado de la poca repercusión mediática que había tenido la presentación de “Progenie”, una novela con asesinatos de embarazadas que se lee de un tirón. Su autora, Susana Martín Gijón, había comentado en la rueda de prensa que estaba trabajando en un ensayo, pero le pareció más didáctico tratar el tema en una obra de ficción. Trata de la insoportable presión social sobre las mujeres para que sean madres, quieran que no, sobre los tratamientos de fertilidad y las clínicas de reproducción asistida.

Es obligatorio hablar de detectives. Se cita el interés de Gramsci por la novela negra. Mussolini prohibió que los asesinos que aparecieran en ella fueran italianos. Las riberas del Meditarráneo están próximas. Petros Markaris, el padre del investigador Kostas Jaritos se acerca por video-conferencia. En estos días, cuando hace un año de la muerte de Andrea Camilleri, se publica la última aventura de su personaje, Salvo Montalbano, que él emparentaba con su devoción por Vázquez Montalván. Homenaje también al escritor catalán por parte de Carlos Zanón, que presentó “Carvalho, problemas de identidad”.

Franco debe morir, novela de Alejandro Gallo
Foto: Miguel Ángel Fernández

Las letras leonesas suelen estar bien representadas. Ana Gaitero (Diario de León) me pone en la pista de Abel Aparicio, que nos trae las hambres del 41 en la montaña berciana. “¿Dónde está nuestro pan?” Almas trabajadoras sobreviviendo a la represión del franquismo, cuando la central de Compostilla daba trabajo a las minas. El día de su inauguración quiso estar presente el Generalísimo, y la guerrilla estimó que era una ocasión única para acabar con él, lo cuenta Alejandro Gallo en “Franco debe morir”; salvó la vida gracias al blindaje de uno de los Mercedes que le había regalado Hitler. Una carambola, porque el acero estaba sobreprotegido gracias al wolframio que había salido de las propias minas del Bierzo.

Gallo se intercambió el libro con Gaspar Llamazares, que le contaba, divertido, cómo había hecho una mención a la obra en Twitter y un amigo le comentó que no pensaba leer “Franco debe morir”, porque “ya sabía cómo acababa”. No es bueno contar el final de una novela, sin embargo estamos contentos de participarles que la 33ª edición de la Semana Negra ha terminado con bien, como es público y notorio; y que ya ha quedado convocada la siguiente entre los días 9 y 18 de julio de 2021. Allí nos veremos.

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