Si bien la dependencia puede llegar a nuestra vida en cualquier momento, el imparable envejecimiento de la población determina que el mayor porcentaje de personas con dificultad para desarrollar actividades básicas de forma autónoma se corresponda con la población de mayor edad. Desde el ámbito más íntimo en nuestros hogares hasta el institucional, se plantean desafíos que hay que resolver para vivir la ancianidad con dignidad.
Nos hacemos mayores. En realidad, según los científicos empezamos a envejecer cuando cumplimos los veinticinco o treinta años, a partir de esa edad se empieza a deteriorar nuestro contenido genético, aunque el declive se presenta en forma aguda en la edad geriátrica. Entonces la merma de la capacidad regenerativa y funcional de los tejidos y músculos se hace evidente. Perdemos en elasticidad y movilidad y ganamos en arrugas. También podemos notar pérdida de memoria y nuestro sueño se vuelve más frágil, entre otras muchas señales. Todo ocurre de una forma gradual de modo que poco a poco nos vamos acostumbrando y asumiendo la nueva realidad, por eso cuando la situación empeora y nos volvemos dependientes puede que no nos demos cuenta o simplemente no queramos asumirlo. Es un proceso que, generalmente, no tiene vuelta atrás y para el que no se está preparado, ni quien lo vive en primera persona ni quien lo observa desde la cercanía. Que tu padre se mueva más despacio y se queje de la artrosis, que tu madre ya no quiera cocinar porque se cansa, o que a veces tenga dificultad para recordar ciertos momentos de su vida puede parecernos normal, pero hay que estar atentos a que las señales puedan agravarse e indiquen una situación diferente: la llegada de la dependencia.
En algunos casos los factores que conducen a esta pérdida de autonomía vienen determinados por la aparición de enfermedades que acarrean trastornos cognitivos como el Alzheimer, las demencias o los derrames cerebrales.
Con independencia de la edad que tenga, se entiende que una persona es dependiente cuando presenta una pérdida significativa de su autonomía funcional, necesitando la ayuda de otras personas para llevar adelante su día a día.
En el caso de la tercera edad, la alarma puede saltar cuando se observan cambios en sus costumbres y funciones corporales y ya no es capaz de salir a la calle, se desplaza con dificultad dentro de su propia casa o no puede servirse y comer sola. Otros cambios pueden venir asociados a las funciones socio-cognitivas y traducirse en dificultad para hablar y comunicarse correctamente, perder el sentido de la orientación, confundir a las personas, perder la noción del día o del año en que vivimos, etc.
Los factores que conducen a esta pérdida de autonomía pueden ser muy diferentes e ir cambiando con el transcurrir del paso del tiempo. En algunos casos viene determinado por la aparición de enfermedades que acarrean trastornos cognitivos como el Alzheimer, las demencias o los derrames cerebrales, mientras que otras dolencias como afecciones cardiovasculares o respiratorias, la artrosis o la artritis influyen en la pérdida de movilidad. Los efectos secundarios de algunos tratamientos farmacológicos también pueden generar efectos no deseados que hagan necesario el acompañamiento. Sin olvidarnos de otras posibles causas como la depresión.
A veces una simple gripe o una caída que afecten al estado de salud pueden ser un desencadenante para una situación de dependencia. Las causas pueden ser muchas y variadas en función de la situación personal y familiar que viven los mayores, pero sea como sea, hay que tener en cuenta lo que esto significa y cómo debemos reaccionar ante ello. Muchas de las alteraciones que se observan son susceptibles de ser corregidas con una atención adecuada o, al menos, pueden ser controladas para evitar un mayor grado de dependencia. Por eso, en el momento de detectar dificultades para realizar una actividad diaria normalizada lo mejor es acudir a nuestro médico habitual, que podrá orientarnos sobre lo que debemos hacer.
La prevención siempre es la mejor solución
Teniendo en cuenta que la principal causa de dependencia en las personas mayores no es la edad si no la enfermedad, los médicos aconsejan adelantarse y promover unas condiciones de vida saludables que ayuden a prevenir enfermedades que en un futuro puedan ser causa de discapacidad, y por tanto, de dependencia. La prevención se resume en cinco apuntes:
• Actividad física diaria
• Alimentarse de forma saludable para evitar factores de riesgo como la obesidad o desnutrición
• Atención a la seguridad para minimizar la posibilidad de caídas o accidentes
• Hacer ejercicio mental
• No descuidar las relaciones sociales ya que mantener el contacto con otras personas es beneficioso para nuestra salud física y mental
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